Tres minutos y veintinueve segundos

Tres minutos y veintinueve segundos

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Relato de Santiago Divita, participante de la convocatoria de cuentos “Hebe Uhart”.

Hoy te extrañé tres minutos y veintinueve segundos. Lo que dura la canción la espina de la flor de tu costado. Increíble que la voz que me atravesaba los oídos se convirtiera en un espacio más o menos grande, alto, en un tercer piso, aunque no recuerdo cómo era el paisaje que se veía desde el balcón porque le tengo miedo a las alturas. Pude haber pausado la música, hacer otra cosa. No quise. ¿Por qué? Porque tres minutos y veintinueve segundos fue el tiempo que charlamos en esa terraza oscura, mientras el viento cálido de enero nos golpeaba de frente ¿Te acordás? Escuchábamos nuestras voces largar palabras que, aunque no lo dijeran, querían la compañía de un abrazo que no llegaba. Que nunca llegó.

Cada vez que iba a tu casa, sentía los murmullos de mis pensamientos; conversaciones nerviosas sobre lo que podríamos charlar, sobre lo que necesitaba decirte. Nunca te lo dije. No puedo reprochármelo, pero la ausencia de esas palabras, cada tanto, me dicen que te quieren.

La canción empezaba diciendo: te veo venir con la espalda pintada rompiendo la niebla de mi madrugada… Así como te vi la primera noche después de tanto tiempo sin saber uno del otro. Esa ausencia fue mi culpa, pero a vos no te importó porque me dejaste entrar a ese espacio de paredes blancas y pocos muebles, con su desorden, sus olores y las sillas de madera un poco incómodas. Esa noche, me invitaste a entrar a tu vida.

Me decías seco, porque no abrazaba, no tenía la sensibilidad de la caricia justa, del detalle que enamora. Me arrepiento de eso, no de lo que fui, porque no lo puedo cambiar, pero en estos minutos que escucho la guitarra triste que suena de fondo, sé que hubiera sido bueno compartir mi tacto con el tuyo.

El tiempo pasa para todos. Para los recién casados, los amantes, los que todavía no se

conocen y están por hacerlo. Para nosotros. El tiempo no espera y ese fue uno de mis mayores errores: pretender que me esperase, que se tomara una pausa, una licencia.
No tengo miedo de perderte, aunque tampoco te tuve. Compartimos momentos, como cuando la comida, que entre risas aseguramos saber cocinar, casi se nos prende fuego. O como el día en que nos quedamos acostados viendo no sé qué, porque siempre fui de olvidarme de las cosas sin importancia, pero no de la sensación de tenerte cerca.

¿Sexo? No hubo ¿Era necesario? No lo sé, al menos no para mí. Ahora me doy cuenta de que a veces fui injusto con tu persona. No supe quererte. Nunca aprendí a respetar las emociones que pretendían acercarnos.

La última vez que nos vimos me sorprendió la manera en que me hablaste. Diferente, lejos de las palabras que supimos compartir. De los silencios. Aunque tal vez era lo que callabas.

Extraño ser parte de tu vida, de tus secretos, las miradas y los silencios. Algunas veces quiero saber de vos. Pero nosotros, que nos quisimos sin decirlo, que nos abrazamos sin tocarnos, solo fuimos lo que dura la espina de la flor de tu costado, tres minutos y veintinueve segundos.

Santiago Divita

Congreso: Presentaron un proyecto de ley para el reconocimiento de cocineras comunitarias

Congreso: Presentaron un proyecto de ley para el reconocimiento de cocineras comunitarias

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La Poderosa junto a otras organizaciones presentó el proyecto de “Ley de Cocineras” con el objetivo de que se reconozca “como trabajo remunerado y con derechos sociales” a las actividades realizadas en los comedores y merenderos de barrios populares.

La Poderosa junto a otras organizaciones presentó el proyecto de “Ley de Cocineras” en el Congreso de la Nación a principios de esta semana. El objetivo principal de la iniciativa es que se reconozca “como trabajo remunerado y con derechos sociales” a las actividades realizadas en los comedores y merenderos de barrios populares.

En este sentido proponen crear un Programa Nacional de Trabajadoras y Trabajadores de Comedores y Merenderos Comunitarios bajo el área del Ministerio de Trabajo. Así, se genera una relación de empleabilidad entre el Estado y los comedores enmarcados en el Programa. El proyecto, presentado de la mano de la diputada nacional Natalia Zaracho del Frente Patria Grande, exige el acceso a los aportes correspondientes para la jubilación, licencias por maternidad y por estudio para continuar formándose.

Actualmente en Argentina hay más de 17 millones de personas en situación de pobreza y la inseguridad alimentaria se elevó al 23,3%. En los barrios, los comedores comunitarios, los merenderos y las ollas populares buscan mermar la realidad hostil.

Desde La Poderosa expresaron: “Queremos que toda trabajadora de comedor comunitario pueda cobrar, como mínimo, un salario mínimo vital y móvil”. “Estamos convencidos de que el trabajo comunitario salva vidas, construye redes, sostiene las barriadas populares, eso también es trabajo”, manifestaron.

Cabe resaltar que el proyecto fue pensado e impulsado desde una perspectiva feminista y de género, puesto que la mayoría de quienes trabajan en espacios comunitarios son mujeres. Asimismo, estas personas muchas veces realizan una triple jornada laboral entre los trabajos por fuera de los barrios de pertenencia, las tareas del hogar y las labores en los centros comunitarios.

Además, las organizaciones buscaron el apoyo de la gente mediante la junta de firmas, ya que son fundamentales para expresar la voluntad popular y para que la iniciativa sea aprobada.

El documento señala: “En un contexto de crisis social, con un 40% de personas en situación de pobreza y 2,4 millones de personas en la indigencia, son las cocineras quienes dan batalla a esta problemática. El carácter de urgencia de la situación se debe a que su labor es indispensable para que los grupos más vulnerados accedan a una alimentación digna”.

La medida, entre otros derechos básicos, busca reconocer y otorgar el Salario Mínimo, Vital y Móvil a quienes desempeñen su trabajo en comedores y merenderos populares. A su vez, esta iniciativa es el puntapié para luchar por el reconocimiento de la importancia de todos los trabajos comunitarios.

Por su parte, la referente de La Poderosa, María Claudia “La Negra” Albornoz, indicó: “Estamos hablando de 10 millones de personas asistidas por comedores y merenderos comunitarios en Argentina”. De esa manera, remarcó: “No es un número ficticio, no es un número que inventamos, es un número real, que crece día a día porque en nuestros comedores y merenderos todos los días hay un vecino o una vecina más que viene a solicitar esa vianda porque la necesita”.

Radio Trinchera dialogó con la integrante de La Poderosa en Altos de San Lorenzo, Vanesa, y al respecto remarcó: “El poder estar ahí en el Congreso y ser escuchados de la forma en que queremos y que nosotras mismas seamos las que lleven adelante la iniciativa, sin dudas marca una época trascendental de nuestro país. No es que alguien viene a contar por nosotros nuestra necesidad sino que mediante esta necesidad creamos este proyecto para las cocineras”.

“No fue impulsado para cualquier persona, este proyecto nace de la necesidad histórica del reconocimiento laboral de las trabajadoras y trabajadores de los comedores comunitarios, que no solo trabajan a diario sino que alimentan a millones a lo largo de todo el país. Entonces decimos que la necesidad no es solo de la Poderosa sino que es algo que sucede a nivel país, nadie nos puede negar lo que nosotros y mi familia vive en lo diario”, agregó Vanesa.

Por su parte, la vecina comunicadora y referenta del Barrio 31, Lilian Andrade aclaró: “La presentación del proyecto es histórica para nosotras porque generalmente nos llaman vagas, planeras, que vivimos del Estado”. “Es el Estado quien está viviendo gracias a nosotras, porque reconoce que existen los comedores pero no reconoce a quienes cocinan esas toneladas de comida con la mercadería que mandan”, continuó.

En paralelo, la referenta alegó que son ellas quienes cargan las ollas con kilos de comida y juntan “hasta basura para hacer fuego cuando no podemos comprar la garrafa”, y agregó: “De repente piensan que es por arte de magia que la comida aparece en la mesa de las personas que se alimentan”.

Luego, Andrade le habló al arco político, a los movimientos sociales y a las organizaciones feministas: “Les pedimos que nos apoyen porque este proyecto está pensado desde el feminismo de base, desde nuestros cuerpos que vienen soportando los golpes de cada crisis”. “Somos nosotras las que ponemos la cara y le seguimos respondiendo a los vecinos cómo vamos a hacer para que una porción alcance para todos”, concluyó.

En paralelo, en acompañamiento de la presentación del proyecto de Ley, se desarrolló un “ollazo” frente al Congreso Nacional y en diferentes puntos del país, protagonizado por organizaciones sociales. Cabe recordar que en la actualidad, Argentina cuenta con un alrededor de 35 mil comedores en los que trabajan 135 mil personas proviniendo el alimento a 10 millones de familias.

Fin a la ruta del dinero “K”

Fin a la ruta del dinero “K”

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Diez años de una causa abierta no fueron suficientes para reunir pruebas directas ni contundentes. Lo que comenzó como un show de Hollywood con excavadoras en la Patagonia terminó a su medida: pura ficción. 

Durante diez años se sostuvo abierta la causa “Ruta del dinero K”, mediante la cual se intentó vincular a la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, con el hecho ilícito de lavaje de dinero por parte de Lázaro Báez, ex funcionario durante su gestión. El sobreseimiento sucede “tras considerar agotadas las medidas de prueba para dilucidar si la ex mandataria había participado de las operaciones de lavado de dinero atribuidas en esta causa a Lázaro Báez y su entorno”, expresa el manifiesto en el que el juez Juan Sebastián Casanello explica los fundamentos por los cuales retiró la acusación contra la ex presidenta.

La causa “Ruta del dinero K” es uno de los tantos armados donde se intentó e intenta vincular a Cristina Fernández de Kirchner a hechos ilícitos que sucedieron en torno a funcionarios como el mencionado Lázaro Báez. Más allá de la causa “Vialidad”, donde el fiscal Diego Luciani y compañía condenaron a la vicepresidenta en medio de procesos fraudulentos como el no derecho al alegato o la vinculación indirecta como máxima prueba, lo que sucede en torno a las causas de CFK no son más que un acarreo de sobreseimientos por falta de pruebas. De hecho, la misma falta de vinculaciones y pruebas directas es el punto más discutible de la única causa donde se sentenció a CFK. Por otro lado, en 2022 Cristina ya había sido sobreseída por las causas “GNL”, que consistían en un supuesto sobreprecio pagado por el Estado por Gas Natural licuado entre los años 2008 y 2015, (donde también quedaron absueltos el ex ministro de Planificación, Julio De Vido; el ex secretario de Coordinación del ministerio, Roberto Baratta; y los ex presidentes de la ex Enarsa, Walter Fagyas y Ezequiel Espinosa). Como así también fue sobreseída en “Vuelos canillitas”, donde se buscaba probar que la entonces presidenta usaba vuelos presidenciales para transportar muebles hacia el sur del país.

En esta ocasión, el fiscal Guillermo Marijuán dictó la resolución que comprende que luego de diez años, no surgieron pruebas de ningún tipo que vinculen a CFK con los ilícitos en obra pública, denunciados por Elisa Carrió en 2008 también. Acto seguido, el magistrado pertinente decidió acatar dicho dictamen. Sin embargo, el hecho de que la causa haya comenzado a denunciarse el mismo 2008 llama la atención, y responde a una lógica de armado político que conspiró en contra de CFK principalmente desde el segundo año de su gestión, cuando a raíz de algunas resoluciones que inclinaron la balanza hacia las mayorías, comenzaron a flotar como denominador común distintas adjudicaciones sobre hechos ilícitos en torno a la figura de la entonces presidenta.

“Se alegaba que había una supuesta fuga de 60 millones de dólares a Suiza, sobre lo que la UIF (Unidad de Información Financiera), que cuenta con mecanismos suficientes, no aportó ninguna prueba al respecto al presentarse como querellante por posible lavado de dinero, y de hecho se tuvo que retirar porque su única habilitación para ser querellante es que existan indicios claros de lavado de dinero, lo cual no sucedió”, explicó en diálogo con Revista Trinchera Claudia Viviana Rocca, abogada y presidenta de la Asociación Argentina de Juristas (AAJ), quienes iniciaron el juicio contra la Corte Suprema de Justicia.

Ese 2008, comenzó casualmente con la resolución que buscó el Poder Ejecutivo de disponer un sistema de retenciones móviles, lo cual enfureció a los sectores terratenientes que tensaron el plano nacional con marchas masivas, con el desperdicio adrede de alimentos extraídos del sector como el derrame de leche en rutas, entre otras situaciones. Las repercusiones de este enojo luego mutaron a un sector de la opinión púbica volcada fehacientemente en contra de la gestión, tomando los argumentos que las causas por las que se vinculaban a la vicepresidenta, daban manija. Por supuesto esto fue fogueado por los medios de comunicación masivos, como en el caso puntual de la reciente causa desvinculada, que adquiere el nombre de “Ruta del dinero K” por su popularidad en el programa “Periodismo Para Todos” de Jorge Lanata. “Esta causa marcó el inicio de una estrategia de operación combinada entre los medios, la justicia y determinado poder económico: el lawfare que inició a través de un programa de televisión que es Periodismo Para Todos de Lanata”, analizó Rocca.

Estos mecanismos responden a una ecuación de causas y consecuencias mediante las cuales los medios conspiran y generan la opinión pública y desestabilizan. Lo cierto es que 15 años después del comienzo de este proceso, las causas se cierran sin pruebas, y la única en la que se esgrime una condena carece de argumentos de vinculación directos, y está sobrada de irregularidades.  “Esta causa no podía tener otro final porque el testimonio fundamental por el cual se abre la causa es el de Leonardo Fariña, que no tiene ninguna relación directa con los hechos, porque en realidad él no tenía ningún vínculo directo con la vicepresidenta, ni tampoco había presenciado ningún encuentro directo relacionado a los hechos que se ventilaban”, argumentó Rocca.

“Entonces estamos nuevamente frente a un armado de televisión con la particularidad de que existen organismos que podrían haber detectado información concreta como por ejemplo la unidad de información Financiera (UIF)”, insistió la presidenta de la AAJ.

La Unidad de Información Financiera es un organismo autónomo y autárquico encargado del análisis, tratamiento y transmisión de información para prevenir e impedir los delitos de lavado de activos y de financiación del terrorismo. Posee diversas facultades y recursos que le permiten acceder a información financiera en nuestro país y requerirla a instituciones de otros países, especialmente a través de la Red Segura de Egmont, grupo al que pertenecen las UIF de casi todos los países.

Tanto en esta causa como en “Vialidad”, la UIF bajo la administración de Mauricio Macri, no aportó ninguna información ni prueba respecto de movimiento de fondos u activos atribuible a Fernández de Kirchner. “Mientras se montó un show de Hollywood con excavaciones en la Patagonia translimitadas en directo donde no se encontró nada, aparecían más de 40 cuentas de Mauricio Macri en Panama Papers y no se habría ninguna causa”, enfatizó Rocca, y agregó que además “se quiso inventar que Casanello tenía vínculos con la vicepresidenta para ensuciar la causa, lo cual no fue probado, y al fiscal Marijuán no le quedó otra que declarar sobreseída a CFK”.

“Esto no podía tener otro final, pero mientras tanto se utilizó para tapar la situación con los fondos buitres y sabotear al gobierno, mientras que la justicia hacía de bufón del poder económico”, concluyó la abogada.

Los sobreseimientos de Cristina Fernández de Kirchner sin dudas pueden ser una noticia más del día a día, ya que está procesada en múltiples causas. Tal vez, la reiteración de estas noticias sea un poco agobiante o cansador, pero sirve para remarcar constantemente, y añadir argumentos sólidos a la teoría de que existe un lawfare que conspira y opera a favor de los poderes económicos concentrados y en contra de los líderes que distribuyen el poder adquisitivo y las ganancias, tanto en Argentina como en Latinoamérica. Una vez más, no es casualidad que en 2008 comience una de las casusas más significativas y coyunturales que luego constituirían al lawfare con más causas, intentos de proscripción, y hasta el intento de exterminio mediante el uso de la violencia armada.


Joaquín Bellingeri

Militando desde la información y la palabra contra el amarillismo oportunista y por una sociedad en la que predomine la equidad social.

SiPreBA festejó el fallo de la Justicia y ratificó su personería gremial

SiPreBA festejó el fallo de la Justicia y ratificó su personería gremial

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Tras la decisión de la Cámara de Apelaciones de reconocer al Sindicato de Prensa, la entidad podrá debatir la paritaria con los empresarios del sector, ya que “el 45% de los trabajadores está bajo la línea de la pobreza”.

Hoy, tras años de lucha, el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (Sipreba) celebró el fallo con el que la Cámara de Apelaciones del Trabajo ratificó el “otorgamiento de la personería gremial” para la entidad. Este derecho fue otorgado hace seis meses por el Ministerio de Trabajo pero estuvo paralizado por un amparo judicial de otro gremio. La lucha fue acompañada de forma federal por frentes sindicales de todo el país.

Mediante una conferencia de prensa, el día de ayer se celebró y se recordó el largo proceso que se atravesó. También se presentó oficialmente el relevamiento de la situación socioeconómica de trabajadorxs de prensa del AMBA, con números realmente alarmantes. 

Al respecto, el secretario general de SiPreBa, Agustín Lecchi, sostuvo: “Va a ser un Día del Periodista distinto”. En referencia a que este 7 de junio se conmemora tal día en homenaje a Mariano Moreno, que fundó el periódico “La Gazeta de Buenos Ayres” en esa fecha en 1810. “A todos esos empresarios que nos ponían pretexto, ahora van a tener que discutir la paritaria con los delegados del gremio”, agregó el secretario.

Además, el secretario agradeció el apoyo brindado por distintas agrupaciones gremiales como el Frente Sindical de la CGT, la Federación de Docentes de las Universidades (FEDUN), Camioneros, Aceiteros, CTA de los Trabajadores, CTA Autónoma, entre otras.

“Hoy presentamos el relevamiento en el que tenemos números absolutamente críticos que nos acompañan, en realidad, todos los años. Estuvimos en defensa de los puestos de trabajo de Clarín en AGEA y la verdad que no lo podemos leer como otra cosa más que una vuelta a la construcción, a la militancia, a la conquista de la personería que habíamos logrado el 23 de enero y las dilaciones que tuvimos todo este tiempo y la adversidad que atravesamos”, recalcó Lecchi. 

Asimismo, el secretario gremial señaló: “El ninguneo hacia los compañeros por parte de algunos empresarios, gerentes o jefes de recursos humanos por no tener la plena representatividad pese a que teníamos la legitimidad. De hecho, esta semana una empresa privada hizo un apercibimiento a compañeros que realizaban una asamblea, que es un derecho de todo trabajador”.

Esto es solo un acercamiento a las condiciones que atraviesa la prensa. “Lo más importante es que a partir de hoy, SiPreBa ya puede exigir la constitución de la comisión paritaria para discutir los salarios”, expresó Guillermo Gianibelli, abogado del SiPreBa y agregó: “De acá nos vamos ya a presentar el pedido de apertura de paritarias como corresponde”.

Al respecto Radio Trinchera diálogo con la secretaria de acción social de SiPreBA y delegada en Télam, Maria Laura Da Silva y sostuvo: “Ahora como representantes de les trabajadores del sector, ayer nuestros abogados realizaron el pedido para poder sentarnos a charlar sobre las paritarias, que es necesaria en este contexto en el tenemos una inflación galopante que atenta todos los días contra nuestro salario, ya que hace casi cinco años venimos perdiendo un 51% del poder adquisitivo de nuestro salario”.

“Esto es consecuencia de haber tenido una representación (UTPBA) que a espalda de les trabajadores firmó paritarias a la baja y nos dejaba huérfanos ante las patronales y sus condiciones regulares de trabajadores. Ese contexto nos dejó con esa pérdida y ahora toca recuperar el salario, discutir y garantizar las condiciones con las que realizamos nuestra tarea periodística”, agregó la delegada.

En este sentido, Da Silva concluyó: “La idea es organizarnos mediante comisiones internas, en las distintas empresas periodísticas y también en los medios comunitarios y autogestivos, y en los medios públicos y nacionales. La idea es poder tener una organización con alcance territorial a nivel nacional mediante nuestra federación para que nuestros reclamos tengan más fuerza ya que entendemos que la lucha es colectiva y federal para poder lograr un diagnóstico más acabado de todo el territorio argentino”.

Con respecto al relevamiento que se hizo a más de mil trabajadores de diferentes medios, el informe detalla que “el 45% de trabajadores de prensa tienen sueldos por debajo de la línea de pobreza. El 71% de redactores/as (categoría testigo en prensa escrita) tiene sueldos debajo de la línea de pobreza. El 70,6% de trabajadores bajo la línea de pobreza en prensa radial; y solamente al 16% de les trabajadores el sueldo de su principal empleo en prensa le alcanza para vivir”.

Por otra parte, la Secretaria adjunta del SiPreBa y delegada de Página/12, Ana Paoletti, apuntó: “La situación de los trabajadores y trabajadoras de prensa es deplorable. Despejado el camino, ya mismo tenemos que empezar a trabajar para poder dar vuelta las condiciones de trabajo que padecemos. De hecho, hoy mismo la prensa escrita de Página/12 está realizando una jornada de lucha con paro de 24 horas para revertir la situación”. 

Por último, la Secretaria general de FATPREN y Secretaria adjunta de SiPreBa, Carla Gaudensi, aclaró: “Los empresarios de medios nos subestimaron pensando que solamente éramos un puñado de delegados y delegadas de prensa. La situación es muy adversa, somos una actividad chica, precarizada, con salarios por debajo de la pobreza, pero con una fuerte convicción de que si no somos nosotrxs quienes discutimos cómo tiene que ser la tarea periodística y cómo tienen que ser las condiciones dignas, estamos seguros de que el periodismo va a seguir siendo lo que vemos hoy: principalmente, un periodismo que está al servicio no de los sectores populares, sino de los grandes grupos económicos, de la casta judicial”.

Canal Magdalena: Organizaciones renuevan el reclamo por la licitación de las obras

Canal Magdalena: Organizaciones renuevan el reclamo por la licitación de las obras

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Mediante una conferencia de prensa diferentes entidades sindicales, sociales y políticas renovaron el reclamo por la “soberanía del Río Paraná”, la construcción y avance en la licitación del dragado del Canal de Magdalena.

Organizaciones sindicales, políticas y sociales nucleadas en la mesa Lucio N. Mansilla se reunieron el lunes en el Puerto La Plata, en la ciudad de Ensenada, y mediante una conferencia de prensa pidieron que se concrete la licitación del dragado del Canal Magdalena, cosa que actualmente está en proceso. El concurso de licitación está abierto desde el 5 de abril y hasta el 31 de julio, de acuerdo al portal electrónico de contratación de obra pública.

El acto fue encabezado por la mesa Lucio N. Mansilla (integrada por el Cordón Industrial Timbúes-Rosario-Buenos Aires-La Plata) y contó con la presencia de autoridades portuarias, de referentes del Astillero Río Santiago; la Fundación Interactiva para Promover la Cultura del Agua (FIPCA); el Puerto de la Plata; el Astillero Tandanor; y la Federación de Trabajadores de la Industria y Afines (FETIA).

Cabe recordar, que la obra fue anunciada con un acto masivo en el mismo lugar en el que se hizo la conferencia de prensa. El proyecto había sido anunciado a mediados de abril, en un acto que encabezó el presidente Alberto Fernández junto al gobernador bonaerense, Axel Kicillof, y el ministro de Transporte de la Nación, Diego Giuliano.

En ese momento se habló de una inversión de 40 mil millones de pesos a distribuir en dos etapas: por un lado, los trabajos de campo del Canal, con tareas de relevamientos. Por otro lado, se refiere a la ejecución del dragado de apertura hasta la profundidad de once metros (11m). En tercer lugar, se llevaría a cabo el balizamiento de la vía. Según el pliego licitatorio, estas tareas requerirán unos 28 meses.

La construcción del Canal Magdalena es un proyecto presentado originalmente en julio de 2013 que se licitó por primera vez en 2015. Sin embargo, el cambio de gestión lo frenó y ahora va por la revancha. El objetivo concreto es dragar el lecho del Río de la Plata para que tenga unos 12 metros de profundidad (de los 4,5 que tiene). Esto abriría una conexión directa entre los ríos argentinos y el mar sin necesidad de pasar por Uruguay.

Desde el Gobierno Nacional coinciden en que se trata de un proyecto estratégico para el país y la provincia de Buenos Aires. Según un informe del Centro de Economía Política (CEPA) el Canal Magdalena podría generar beneficios por entre USD 145 millones y USD 243 millones por año para el país. Al impacto económico se le sumarán los beneficios logísticos y en términos de soberanía. Cuando se abrió la licitación, el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, señaló: “Estamos frente a un verdadero hito histórico”.

En declaraciones con Télam, el presidente de FIPCA, Julio César Urien, habló sobre el pedido al Gobierno y aseguró que la iniciativa apunta a que “el Estado siga administrando la vía troncal del Paraná”, y que este año se concrete la licitación para el dragado del Canal Magdalena.

Radio Trinchera diálogo con el presidente del Puerto La Plata, Jose Maria Lojo, y al respecto sostuvo: “Hay que hacer fuerza para que este camino de subida avance, y es necesario que los encargados del tema en el Gobierno Nacional sientan el apoyo del pueblo y la sociedad para que esta obra, tan trascendental para todos los argentinos, se pueda concretar”.

Además, el presidente del Puerto La Plata confirmó: “Este tema tiene controversias de intereses razonables y lógicos, por eso es una obra que pese a estar lista para lanzarse hace más de 10 años se vio demorada durante todo este tiempo. Sin embargo veo el vaso medio lleno, ya que salieron los pliegos de licitación pero llevan un tiempo para que estén listos”.

“Con respecto a los intereses en contra, para los que lo tienen, son inconfesables porque quién puede decir que está en contra de una obra tan importante para el pueblo argentino. Obviamente serán algunos que tienen beneficios sectoriales o personales o algún interés en contra de los argentinos o que favorece a aquellos que no lo son, pero sabemos que esos intereses existen desde hace mucho tiempo”, agregó Lojo.

En la actualidad los pliegos están en una situación crucial porque ya salieron y las empresas que podrían realizar el dragado ya lo tienen en su poder y lo están analizando. “Están haciendo consultas que son necesarias y podrían hacer más o menos interesante la obra desde el punto de vista de la construcción. Estas consultas deben ser respondidas en tiempo y forma para que el 31 de julio las empresas puedan evaluar técnicamente y hacer las propuestas correspondientes”, declaró Lojo y agregó: “En esa fecha se abrirán los sobres y cualquiera que quiera frenar esto, tratara que estas propuestas no sean favorables o se posponga y cuando se llame a las empresas para las obras no haya ninguna interesada”.

“Eso declara la licitación desierta y habría que revisar esos pliegos y lanzar de nuevo la licitación y ya nos caeríamos fuera del año, algo que ya sucedió en 2015 y luego en 2016 se perdieron y recién en 2019 se pudieron recuperar, entonces es evidente que hay interese que juegan en contra en todo esto y eso nos preocupa”, continuó el titular de Puerto La Plata.

Finalmente, Lojo afirmó: “El grupo FIPCA que viene trabajando por la soberanía en diversos aspectos, es la gente que viajó a Lago Escondida y la que hicieron eventos referidos al Canal Magdalena en el pasado, ahora están planificando una nueva actividad este sábado 10 de junio en las Barrancas de Baigorria cerca de Rosario”.

La importancia del Canal Magdalena

Es una vía de navegación ubicada al sur del Canal Punta Indio y tiene mayor cercanía a la costa argentina y su recorrido para llegar a la zona de aguas profundas es más corto. Sin embargo, por su nivel de profundidad, los buques no pueden utilizarlo como vía de acceso a los puertos fluviales del Río de la Plata, el Río Paraná y el Río Uruguay. 

Como consecuencia, los buques argentinos, que parten de un puerto fluvial nacional hacia otro del litoral marítimo, deben pasar por aguas de otro país. Entre estas vías alternativas se encuentra Uruguay, país al que se debe pedir autorización para transitar. Lo mismo pasa con los buques de ultramar que transportan mercancías del comercio exterior argentino.

En tanto, un buque que trata de ingresar a puertos fluviales argentinos mediante el Río de la Plata debe esperar en una zona ubicada en aguas de uso común. Según las estimaciones del Gobierno nacional y provincial, se trata de una obra estratégica porque generaría “nuevas oportunidades” para centros poblacionales y puertos locales. De esta manera, proyectaron las obras de dragado y balizamiento, para contar con una puerta de entrada y salida directa al mar y mejorar la conectividad fluvial-marítima. 

A su vez, destacaron desde el Gobierno que la obra del Canal Magdalena permitirá que los buques puedan reabastecerse y esperar en zona marítima argentina. También resaltaron los beneficios en cuanto ahorros de tiempo para la navegación de los buques e indicaron: “Estas mejoras, redundan en menores costos logísticos, lo cual tendrá un impacto positivo en las economías regionales y en los precios de los bienes transportados”. 


Eduard Paz

Proveniente del sur, me instalé en la ciudad de las diagonales. Fiel pensante que la política el deporte van de la mano. Siempre me vas a tener al servicio de la comunicación del pueblo y su deporte.

Colapso del Hospital de Niños: responsabilidades compartidas

Colapso del Hospital de Niños: responsabilidades compartidas

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El Hospital de Niños de La Plata “Sor María Ludovica” se encuentra con una sobre demanda de atención debido al brote de bronquiolitis en la Provincia de Buenos Aires. El intendente Julio Garro, no demoró en aprovechar dicha situación para desentenderse de lo que sucede en la ciudad.

El Hospital de Niños “Sor María Ludovica” de la Ciudad de La Plata, ubicado en calle 14 al 1631, atraviesa actualmente un colapso entre la falta de profesionales y la alta demanda por el brote de bronquiolitis que transcurre en la Provincia de Buenos Aires.

En torno a ello, las principales críticas recayeron sobre la gestión provincial, encargada de la administración de la salud pública en dicha zona. En este sentido, el intendente de La Plata, Julio Garro, expresó a través de su cuenta de Twitter que “es necesario que el gobierno provincial encuentre una solución a estos problemas y encare un plan de inversión real en materia de salud pública”, y añadió: “Basta de mirar para el costado o tratar de tapar el sol con la mano”.

Si bien la Provincia es la principal encargada de resolver el asunto, también entra en los marcos de resolución el municipio platense, así como también el ministerio de Salud de la Nación. Cabe destacar además que la provincia le paga un extra a los residentes de pediatría en comparación con el resto de las especialidades del área de salud como forma de incentivo para que más profesionales opten por este camino, además de ofrecer un cargo asegurado una vez finalizada la residencia. No obstante, Garro aprovecha para intimar a la Provincia sin reconocer su potestad sobre el caso.

El problema de deserción en la rama general de salud es uno de los motivos por los cuales el Hospital de Niños cuenta con la falta de profesionales para atender este brote de bronquiolitis, lo cual fue explicado en la mañana de Radio Trinchera, en el programa “Doblan Las Camapanas”, por Manuel Fonseca, médico generalista, docente y Prosecretario de Salud de la Universidad Nacional de La Plata.

“En el hospital de niños sucede un problema mundial que se refleja en Argentina y es que los médicos cada vez eligen menos la especialidades básicas como Pediatría, Clínica médica, Medicina General, y Cirugía”, aseguró Fonseca, quien además explayó que la presión económica es uno de los motivos que más aportan a esta deserción, porque “cada vez se gana más si se incorpora alguna tecnología médica o especialización de otro tipo”.

“Esto sucede en todo el mundo, y el segundo fenómeno que más interfiere es que los médicos cada vez se están concentrando más en los grandes centros urbanos, entonces quedan zonas muy despobladas en el país”, agregó el secretario, y lo respaldó con el dato de que en la Capital Federal del país se contabilizan actualmente 17 médicos cada mil habitantes, mientras que en Provincias como Santiago del Estero y Salta se registran menos de dos médicos cada mil habitantes.

“A mi juicio, adjudicarle a la Provincia la culpa total de los que pasa en el Hospital de Niños sería una canallada, porque si bien puede ser el principal responsable, el problema tiene que ver con fuerza laboral en salud, y es mucho más complejo”, aseveró Fonseca, e hizo hincapié en que es una “responsabilidad compartida” en la cual “deberían tomar cartas en el asunto el Ministerio de Nación, desde la Universidad, y desde el Municipio”.

En total, la Provincia de Buenos Aires contabiliza en los últimos datos recabados, menos de tres profesionales generales de la salud cada mil personas, mientras la Organización Mundial de la Salud recomienda tres profesionales como mínimo. Según Fonseca, para cubrir esta demanda elemental se necesitarían 5500 médicos, “que es lo que se gradúan en todo el país anualmente, en educación privada y pública”.

“Lo que hace la Provincia no va a alcanzar, todos los organismos involucrados tienen que agarrar el guante y hacerse cargo, y no pretender que se resuelva mediante un solo organismo de un día para el otro carancheando a un sector”, concluyó el secretario de Salud.

Pueblos originarios acamparon en Plaza de Mayo por “derechos con perspectiva indígena”

Pueblos originarios acamparon en Plaza de Mayo por “derechos con perspectiva indígena”

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Reclamaron por derechos y políticas públicas con perspectiva indígena, el cumplimiento de la ley de Propiedad Comunitaria Indígena de la Tierra, un Estado Plurinacional y Plurilingüe y el reconocimiento de sus territorios ancestrales.

Diferentes comunidades originarias realizaron este lunes un acampe en Plaza de Mayo en reclamo de “derechos y políticas públicas con perspectiva indígena”, con el objetivo de exigir el reconocimiento de sus territorios ancestrales, la ley de Propiedad Comunitaria Indígena de la Tierra y un Estado Plurinacional y Plurilingüe, entre otras demandas.

En el marco de la protesta, que comenzó a las 18, las organizaciones informaron en un comunicado que “los pueblos originarios somos una cultura viva y presente. Somos Naciones, parte de esta Patria, por la cual también hemos luchado cuando ha sido necesario”.

Asimismo, en el acampe estuvieron presentes comunidades de Salta, 20 Viviendas, Algarrobal, Alto la Sierra, Cañada Larga, Chripa, Chorro, Churguipampa, Cooperativa el Municipal, Itaguasuty, La Curvita, Las Juntas, Las Moras, Lucero del Alba, Mecle y Molinos.

También confirmaron su presencia en la instancia la Nueva Esperanza, Nuevo Amanecer, Los Lapachos, Pérez, Pozo El Tigre, Quebracho, Santa María, Uacop, 9 de Julio y Tuicha Kuña Ikavi, además de comunidades Wichi, Toba, Mocovi y Guaraní de las provincias de Jujuy, Salta, Chaco y Corrientes.

“A partir del siglo XIX fuimos despojados de nuestras tierras y recursos, y hemos sido condenados a vivir excluidos, en situaciones de extrema pobreza, sin que sean respetados nuestros derechos”, señalaron.

Además, advirtieron en el archivo que “el avance del extractivismo, de la megaminería, del petróleo, forestal y los agro-negocios, junto a las obras de infraestructura complementarias, como represas, carreteras y gasoductos, han profundizado las usurpaciones de nuestros territorios, y nos obligan ahora a ser actores protagónicos en la defensa de nuestros derechos y en la propuesta de otro modelo de país”.

En este sentido, demandan “la creación de un Estado Plurinacional y Plurilingüe, donde todas las Naciones originarias del territorio argentino sean parte de un solo Estado, siendo partícipes de sus decisiones y aspirando al pleno ejercicio de los derechos”.

Cabe recordar que el primero de mayo, también se realizó una movilización de solidaridad con el pueblo mapuche y se reclamó, en la puerta de la intendencia del Parque Nacional Nahuel Huapi, la “inmediata libertad” de las cuatro mujeres (Colhuan, Luciana Jaramillo, Romina Rosas y Celeste Guenumil) que permanecen bajo prisión domiciliaria, acusadas por usurpación de tierras en Villa Mascardi.

Asimismo, pidieron la “desmilitarización” de ese predio, que permanece bajo custodia de fuerzas de seguridad desde octubre de 2022, cuando la justicia federal desalojó a los integrantes de la Lof Lafken Winkul Mapu, que estaban en el lugar desde hace cinco años con el objetivo de recuperar sus territorios ancestrales.

También participaron de la marcha la Apdh, el colectivo Ni Una Menos Furilofche, la Multisectorial contra la Represión, la asociación Piuké, entre otras entidades. Al respecto, la integrante de la Multisectorial contra la Represión, Marcela Cano, señaló que eligieron concentrarse en Parques porque ese organismo “es parte fundamental en este conflicto y en lo que se decida en la Mesa de Diálogo”, convocada para el primero en Buenos Aires.

Además, Cano sostuvo que reclaman por “la libertad de las lamien injustamente detenidas por una causa que, en el peor de los casos, es excarcelable”, y denunció que “mientras se cumplen 40 años de democracia”, aquellos que se manifiestan en la calle son recibidos “con los edificios vallados y las fuerzas represivas, tanto en Parques como en el Juzgado Federal”.

Los manifestantes llevaron a Parques un petitorio que pretendían entregar en mano al intendente Horacio Paradella, pero no fueron recibidos. Finalmente pudieron dejarlo por una puerta lateral. El edificio, ubicado a metros del Centro Cívico, permaneció con todas sus puertas y ventanas cerradas y bajo fuerte custodia de la policía federal.

En paralelo, los referentes mapuches expresaron su voluntad de que en esa instancia se firme un acuerdo para cerrar el conflicto, “que se restituya el rewe a la machi Betiana Colhuan” (por el espacio ceremonial que la comunidad estableció en Mascardi) y que se defina la liberación de las mujeres que llevan ocho meses con prisión domiciliaria.

Algunas de las consignas plasmadas en la bandera fueron: “Libertad a las presas políticas mapuches”, “Fuera el comando unificado”, “Basta de odio racista”, “Basta de criminalizar la recuperación del territorio”. Por ultimo, en la movilizacion les manifestantes cantaron en reclamo de Justicia por el asesinato de Rafael Nahuel, ocurrido en Mascardi en noviembre de 2017.

Finalmente, y tras las reiteradas marchas, el viernes pasado se dispuso la liberación de Celeste Ardaiz Guenumil, que permanecía con prisión domiciliaria en Carmen de Patagones. Mientras que ayer por la tarde, las tres mujeres mapuches (la machi Betiana Colhuan Nahuel, Romina Rosas y Martha Luciana Jaramillo), detenidas en octubre pasado y que permanecían en prisión domiciliaria en Bariloche, obtuvieron la excarcelación con pautas de conducta que dispuso el Tribunal Oral Federal de Roca que contempló el acuerdo alcanzado en la mesa de diálogo.

Santiago Craig: “La literatura permite una conversación en la que esté en claro que a lo mejor lo que yo te estoy diciendo, no sé bien qué es” 

Santiago Craig: “La literatura permite una conversación en la que esté en claro que a lo mejor lo que yo te estoy diciendo, no sé bien qué es” 

TIEMPO DE LECTURA: 11 min.

Santiago Craig nació en Buenos Aires en 1978. Publicó el poemario Los Juegos, los libros de relatos El Enemigo, Las Tormentas, 27 maneras de enamorarse y Animales. Su primera novela es Castillos. Fue finalista del premio hispanoamericano de cuento Gabriel García Márquez, tuvo una mención en el Premio Nacional de Letras y  mención especial en el Premio Iberoamericano Cortés de Cádiz 

Habló con Radio Trinchera en el marco del programa Plástico Cruel, sobre su libro de cuentos Las Tormentas (2017) y su primera novela Castillos (2020) ambas publicadas por editorial Entropía.

¿Cuál es la ruta lectora que te trajo hasta acá?

En casa había mucha música. Siempre digo eso y mi papá se enoja, me dice, che loco parece que yo no he leído un libro. Pero había más discos que libros, no teníamos una biblioteca grande, en casa, ni nada por el estilo. Yendo al recorrido que me preguntas, empecé primero por la música, yo escuchaba lo que escuchaban mis viejos una música más de los sesenta y setenta. Primero fueron The Beatles y los Rolling Stones, pero después fui descubriendo algunos que estaban a un costadito. Ahí empecé a escuchar a The Doors, Jim Morrison que era un tipo que le gustaban poetas, filósofos y empecé a seguir, empecé a leer a Nietzsche, a Rimbaud, Williams Blake. Entre por ese lado, un lado medio raro, obviamente que yo venía del palo del cómic y la novela de aventura. El impacto más grande que tuve fue leer a Rimbaud, no entendía pero había algo ahí que me capturaba y me fue llevando a otras lecturas. Así conocí, más en la adolescencia, a Pizarnik, Girondo, después a Borges y a Cortázar. Fui enganchado lecturas con lecturas. Pero mi primera aproximación fue la poesía, leer y tratar de escribir poesía. Tenía una manera muy voraz de leer, me metía con un autor y lo leía íntegro, hasta agotarlo.    

Tu primera publicación es Los Juegos, un poemario. En tus cuentos, incluso en tu novela Castillos, hay un desborde de la poesía en la narrativa. ¿Cómo trabajas la poesía en tu narrativa? 

La poesía para mi tiene una condición que es que uno se permite poder escribir sin dar cuenta demasiado de lo que escribe, desde la racionalidad, sin tener que explicar. Es muy raro que alguien termine de leer un poema y pregunté si se entendió, no importa, el problema es otro. El intento de comunicación de la poesía tiene que ver con  hacer algún tipo de vínculo emocional entre lo que se dice y quien recibe eso, o uno mismo. Uno racionaliza, lo piensa después, mientras escribo no pienso en nada de esto. Para mí hay algo esencial en la forma, me interesa de qué manera está dicho lo que está dicho. Como lector soy así, tal vez por haber empezado por la poesía, a mí me interesa cómo escribe alguien además de qué dice alguien. A lo mejor la poesía tiene que ver con que, lo que yo escribo tiene que ver más con las formas que con las ideas. Más que nada sigo palabras, por más de que siempre tengo una idea de qué quiero escribir. En ese sentido se desdibujan los bordes entre la poesía y la prosa, más allá de cuestiones formales. En lo esencial estas dos formas de escritura son parecidas para mí. 

¿El cuento, más que la idea, es el tono? 

 En un punto si. Una fruta es como una mentira, un engaño de la naturaleza para llevar de un lado a otro una semilla y pareciera que toda esa parafernalia que es la pulpa de la fruta estuviera puesta ahí solo para que esa idea sea llevada de un lugar a otro y eventualmente crezca en otro lado. Creo que la forma, el tono, la manera, el cuidado de cómo uno trata de escribir algo, yo no lo pongo en función de poder decirle a otro una idea que tengo. En general es todo lo contrario, esa forma que va adquiriendo la literatura, o la fruta, es finalizar algo en sí mismo que yo no sé qué es porque el punto de partida es otro y mientras escribo voy descubriendo otras cosas. No hay una idea que sostenga eso, no hay una idea que yo diga, bueno si no capturó esta idea no capturó lo que quise decir. La literatura permite una conversación en la que en ese pacto esté en claro que a lo mejor, lo que yo te estoy diciendo, no sé bien qué es. 

En tu libro de cuentos Las Tormentas, hay una atmósfera en común que ronda los cuentos. Desde ciertas temáticas, de estas relaciones intrafamiliares, esta cotidianeidad. ¿Esa atmósfera fue buscada o es algo que apareció durante la escritura?

Hay una cosa inevitable que es, ser uno mismo. Es la manera que uno tiene de ver las cosas y esos cuentos lo que tiene en común es esa atmósfera media siniestra, misteriosa, de deslumbrarse frente a cosas que son muy mínimas. Era también lo que me pasaba en ese momento de mi vida, mientras escribía, las cosas se me hacían un poco raras. En el momento que uno une eso y empieza a atar cabos, la parte de la corrección del libro, quedaron cuentos afuera porque no tenían esa impronta. Hay una recurrencia en los temas, en la atmósfera que una vez puesto los cuentos ahí uno lo advierte, mirá está esto, y después la buscás y acomodás el orden de los cuentos, darse cuenta si tienen algo en común para formar un libro o no. Ese es un trabajo posterior, mientras uno escribe no se da cuenta de que estoy cayendo en recurrencias. Uno es uno y no se da cuenta que se repite. 

Venimos haciendo una serie de entrevistas sobre La Nueva Ficción Extraña en Latinoamérica, con esta colección que dirigen Juan Mattio, Flor Canosa y Marcelo Acevedo en Indómita Luz. Nos gusta pensar algunos de tus cuentos, Formosa o Guaminí, como parte de este género. ¿Te sentís cercano a este género? 

Esto de Wierd me gusta, es como una definición que fue variando, también lo fantástico, son maneras de decirle a algo que está ahí que puede adoptar formas más o menos contemporáneas pero que siempre estuvo. Está bueno hacer la genealogía de textos, como hicieron ustedes al principio preguntándome qué leía, de ahí viene esto raro. Por ejemplo Kelly Link que es una autora contemporánea que escribe Wierd, en general rastreas a quienes escribirnos o escriben esto y  seguro la leyeron, lo mismo con Lorrie Moore, hay un montón de autores de afuera que mucho fuimos leyendo y se nos pegaron cosas, ahí se va armando esto. Lo mismo que le pasa al realismo mágico o a Kafka, cosas muy diversas que creo que terminan cuajando en esto del enrarecimiento. En ese sentido puede ser que esté dentro de eso, yo no escribo con un género en la cabeza, a veces para entretenerme, cosas que por ahí ni siquiera publiqué, digo bueno voy a escribir un cuento de terror. A mí me gusta el género, me parece un buen marco una buena manera de escribir o entretenerse, ir para un lado con la escritura. A lo mejor esto de lo raro puede ser, yo no intento ir para ahí. Samanta Schweblin, Luciano Lamberti, Marina Closs, hay un montón de autores  que me gustan mucho lo que escriben y terminan siempre bordeando esos lugares, evidentemente algo de eso me atrae. Entiendo ese género y en general las cosas que están dentro de esa nominación me terminan cautivando.

En tu cuento Formosa noté cosas de Casa tomada, de Menos Julia, ¿Hay algo del ejercicio de reescritura? 

Bueno, son dos cuentos geniales. Cortazar y Felisberto me encantan. No lo tenía presente en el momento de escribir, pero pasa un montón. Lo decís vos y me parece evidente, pero no los tenía en el momento de la escritura, para serte sincero. Tal vez tenía otras referencias más obvias. Yo solo tenía escrito el diálogo cómo final de ese cuento, una especie de interrogatorio. Porque sí, no me acuerdo porque había escrito eso. Después empecé a tratar de escribir algo en donde pudiera incluir eso. Yo pensaba que pasa, más en el sentido de Kafka, de El proceso, de El castillo, cuando con cierta pasividad se va arrinconando a alguién hasta llevarlo a ese punto. ¿Qué pasa si algo se queda y no se va? La insistencia de algo era lo que me iba guiando en la escritura. Hay un cuento de Kafka, Las preocupaciones de un padre de familia, el problema es algo que se queda, y eso es lo que molesta. Si tenía algo en mi cabeza, estaba más por ese lado. 

Contanos un poco sobre tu cuento Guaminí

No conocía Guaminí, ni a Salamone, nada de eso. Un amigo me contó que su abuelo era de ahí, y algunas cosas que pasan en el cuento son verdad, algo de romper una vidriera, no me acuerdo mucho la anécdota, pero me quedé con eso que me contó. No me habló de nada que tuviera que ver con alguna particularidad. Para mí era un pueblo más, que tenía las características habituales de un pueblo, pero cuando empecé a ver fotos me pareció una locura. A partir de ahí construí el Guaminí que inventé.

Es el cuento más onírico, quizá ese tono te lo dió el hecho de no conocerlo.

Si, de hecho me pasó que me mandaban fotos, videos, personas que habían leído el cuento, y me iba enterando después. Con Castillos me pasó lo mismo, yo solo estuve una noche, y después lo inventé. Eso me entretiene mucho: tomar un lugar real y transformarlo en un lugar imaginado. Voy a hacer una confesión, una vez gané un concurso de poesía, y había que hablar sobre el lugar. Yo nunca había ido, y gané. Tuve que ir a la plaza con el intendente y me preguntaban sobre cuál era mi vínculo con el lugar. Creo que mentí, pero me entretiene hacer eso.

Leyendo en simultáneo, sentimos que Castillos era un cuento que se derramaba de Las tormentas, un cuento que dejaste crecer. ¿Cómo se delimita un cuento de una novela?

Hay algo de eso, de dejar crecer un cuento. Yo escribo siempre cuentos. Hasta incluso cuando escribo poesía termina siendo un poco narrativa. La forma de pensar es el cuento. Lo veo como interesante porque es algo que no me pasa a mi solo, porque lo que me pasa a mí no lo veo interesante, trato de pensar lo que le pasa a otra persona también. Es tratar de asociar una cosa a la otra hasta que hay algo que cuaja o se parte hacia adelante. No solamente la estructura del cuento tradicional, esa cosa de hay un arma en el primer acto y se dispara en el tercero, eso no me va mucho. 

Castillos siempre fue una novela en mi cabeza, lo pensaba como algo largo, sobre todo porque lo tenía dividido en dos partes. El cuento Tormentas podría haber sido más largo, pero no me animé, pensaba que era alguien que no escribía novelas. Podría tener más desarrollo de algunas cosas, pero fuí para donde finalmente terminó. 

Borges decía que el cuento es la idea, y la novela el personaje. Sos un autor que discute muy bien eso, tus cuentos son más de personajes que de idea. Invertís el rol del cuento clásico y eso atrapa.

El cuento como esta cosa de la ciencia, qué tiene que tener un cuento para ser un cuento, yo me la paso leyendo eso, y me encanta leer las definiciones, sobre todo porque en general son contradictorias. Le dan la razón a Borges y después viene Chejov diciendo lo contrario y también tiene razón. Yo no tengo elaborada una teoría del cuento. Las definiciones están buenas para pensar, pero no para escribir. Yo no creo en esas tramas super cerradas que se comen todo. A veces lees cuentos que son así, redondos, armados de esa manera, y funcionan bárbaro. A mi no me sale a hacer eso, y a lo mejor me convencí de que no me gusta, porque no me sale.

Esto de seguir al personaje, la forma, el tono, el ritmo, las palabras, un tipo de clima, todo eso después va cuajando en la historia. Para mí escribir se parece más a salir a caminar, a mi me gusta mucho Robert Walser que era muy de caminar, entre otras cosas, y sus cuentos y novelas parecen derivas, cosas que no van a ningún lado. Stephen King en Mientras Escribo, el libro este que habla de su forma de escribir y sobre la escritura, dice que no sabe porque se preocupan tanto por cuál va a ser el final, si en algún momento va a terminar el cuento. Se le va a acabar el papel, o las ganas. Pienso un poco así, la historia va a surgir, y para eso tiendo a seguir al personaje, o a los personajes.

La lectura de Castillos nos llevó a La Masacre de Kruger de Luciano Lamberti, con esa idea de que el terror nos está rodeando, está llegando ¿Tomás a tu novela Castillos como una novela de terror, del siniestro?

Si, puede ser. Yo a Luciano lo conozco personalmente y charlamos bastante, nos leemos antes de publicar y nos hicimos bastante amigos. Yo no había leído La Masacre cuando escribí Castillos. Mi novela tiene elementos de terror, pero hay gente que está más abocada y más en eso, es meterme en un terreno que no sé si soy muy ortodoxo. Puede ser que sea leída de ese lugar, hay algo ominoso, hay algo siniestro, hay algo que puede ir por el lado del terror. No me propuse escribir una novela de terror, de género, sino que tenía más bien la idea de escribir sobre  estar en un lugar y no poder irse. 

Lo que haces en 27 maneras de enamorarse y en Animales es muy diferente a lo que haces en Las Tormentas y Castillos ¿Buscas esa versatilidad? 

Me sale, de hecho tengo esas dos maneras de escribir que las tengo incorporadas. No lo sé definir pero yo me doy cuenta que hay cosas que son del tono A y cosas que son del tono B. Esas dos maneras me quedaron divididas en dos editoriales, entonces pienso esto es para una editorial y esto para la otra. Animales y 27 maneras son libros que están concebidos desde vamos como libros. Parto de la idea de escribir un libro sobre tal tema, por ejemplo, sobre animales, un libro de instrucciones sobre el amor, entonces esa escritura es mucho más rápida y más lúdica. 

¿Qué se viene?

Se viene una novela bastante larga sobre la vida de una mujer, se llama Vida en Marta, para hacerla simple, es toda su vida con episodios más o menos arbitrarios que van dando cuenta de eso. Tardé bastante tiempo en escribir esa novela, unos seis años. Sale por editorial Tusquets, a principios del año que viene. 


En el siguiente link podrán escuchar la entrevista completa y en nuestro canal de YouTube, Trinchera tv, encontrarán todo nuestro contenido.

Juan Machado

Nació en Carhué, provincia de Buenos aires, en 1992. Actualmente reside en La Plata. Escritor, también se desempeña como conductor de radio. Dicta talleres y encuentros literarios. Publicó el libro de cuentos, microrelatos y poesías, No hay que jugar en la casa vieja y otros relatos (2020) Pájaros Punk (Malisia 2022)

Luciano Montoya

Nació en Mar del Plata, en 1997. Actualmente reside en La Plata. Estudia la licenciatura y el profesorado en Música Popular en la UNLP. Conductor del programa de radio Plástico Cruel.

Guaminí

Guaminí

TIEMPO DE LECTURA: 18 min.

El escritor Santiago Craig comparte con Trinchera el cuento con el que cierra su libro Las Tormentas de editorial Entropía


Ella se cree todo. Yo le digo que un día tenemos que devolver el cuerpo; le digo que caducan los pulmones, que tienen una fecha de vencimiento tatuada en el lomo, como los cartones de leche; le digo que la voz y el aire que exhalamos se acaba igual que se acaba la nafta de los colectivos o el gas líquido de los encendedores. Prendo el fuego y le hablo. Le muestro el gas líquido del encendedor. Transparente. 

“¿De dónde viene el fuego?”.

“De los monos”.

La llama baila reflejada en los ojos, crece y sube, es la única luz y nos deja un rato en silencio. 

“¿Mañana ya llegamos para devolver al abuelo?”.

“Mañana. Con el sol. Con el otro día. Ya llegamos”. 

Mi último cumpleaños fue a los siete. Mi abuelo preparó hamburguesas en la parrilla del club. Pintó con cal los troncos de cuatro árboles para usarlos como arcos, nos separó en dos equipos, nos dio posiciones, dirigió el partido, nos hostigó hasta ponernos furiosos, nos echó a todos con tarjetas imaginarias.  A Marcos Mónaco por jugar bien lo echó, por no pasarla, y a Diego Saldone por no gritar un gol lo obligó a jugar de arquero. Nos indignamos, no nos divertimos como él (rojo remolacha por el vino, por agitarse, por reírse sin ruido, con lágrimas desbordándole los ojos), pero entendimos todo. A los siete se entiende todo. Jugamos con sándwiches en la mano; metimos la cabeza en platos con harina para buscar caramelos y, con la nariz tapada de engrudo, tosimos hasta la náusea; mordimos manzanas colgadas con soguitas a las ramas de un níspero; con los ojos vendados, mareados a propósito, tratamos de adivinarnos unos a otros por la forma de la nariz, por el largo del pelo.  La torta era un bizcochuelo de vainilla tapizado con grana verde; tenía, además, un camino de grana anaranjado  bordeado por un cerco ondulante de dulce de leche. Al final del camino había un hongo de tallo blanco y sombrero rojo con pintas celestes. Un hongo con puerta y ventanas, con una pequeña chimenea de cartón clavada en el sombrero. El hongo era la casa vacía de seis Pitufos de plástico que más temprano yo había arrancado en un ataque de furia. Yo era grande, tenía siete años, no quería Pitufos. En la torta habían quedado todavía las huellas diminutas de los juguetes (se ven en las fotos). Había llorado y gritado; había dicho que nadie idea de lo que a mí me gustaba. Había desairado a todos, desbaratado la sorpresa; había menospreciado el esfuerzo. No lo sabía. Hasta hacía poco, cuando volvía del trabajo, mi papá escondía en los bolsillos paquetes de figuritas celestes con calcomanías de los Pitufos y las dejaba apenas asomar desde el bolsillo para que yo me abalanzara sobre él y se las robara. Mi mamá lavaba cada dos días el mismo pijama blanco con estampas de Pitufos y se apuraba a secarlo porque era la única ropa con la que me gustaba dormir. Pero un día decidí que todo eso ya era parte de un pasado humillante. El día en que cumplí siete. Así de fácil. 

El hongo de la torta había sobrevivido gracias a mi abuelo. Me dijo que, sin los Pitufos, la casa de hongo, así sola, en el bosque, le hacía acordar a la plaza de Guaminí. Me dijo que cuando en Guaminí levantaron el edificio con forma de cohete, con forma de monstruo de piedra enorme, de hongo, por qué no, de hongo atómico gigante, no creció más pasto en la plaza y la gente dejó de ir y una niebla espesa, parecida a la crema, pero como si la crema estuviera muerta, como si la crema se hubiera convertido en un alma en pena, en un espíritu, había cubierto el suelo y disecado los troncos grises de los árboles. Me habló en secreto y me convenció de que mi torta de cumpleaños de grana verde y anaranjada, no era de nenes: era lúgubre y misteriosa. Me dijo que era hora ya de que supiera algunas de esas cosas. 

Cuando soplé las siete velas celestes, mi abuelo me pidió que por favor dijera un conjuro. Era algo que los habitantes de Guaminí decían cada vez que pasaban frente al edificio de la plaza. Me hizo decir: 

“Que no estén en mí, que no se queden tus fantasmas”.

Ahora somos la nena y yo. 

Solamente los dos. Y el abuelo.

Pero el abuelo va en su caja.

“¿Por qué es polvo el abuelo?”.

“Porque del polvo venimos y al polvo volvemos”. 

En el asiento de atrás, protegida por una bolsa verde, la urna de madera barnizada guarda el polvo del abuelo.  Una chapa dice Denis Aguinaga y dos fechas. Como las dos tapas de un sándwich que entremedio abarcan todo.

“¿El abuelo nació antes que el teléfono? ¿El abuelo nació antes que los autos? ¿El abuelo nació antes que el Sol?”.

“Había otro Sol antes, otros teléfonos”. 

“¿Otros que hora son polvo?”.

“Sí”. 

“Cuando yo tenga mil años y sea como él, voy a ser de polvo también”. 

“Ahora vas a tener siete”.

“Siete”.

Ahora somos la nena y yo. Y el abuelo, en una caja. 

Salimos un día cualquiera a la mañana y llevamos pocas cosas. Viajar liviano es viajar, lo demás es mudarse. Palabras del abuelo Denis. Se las repetí a la nena mientras metíamos galletitas con crema rosa y rollos de medias en un bolso. Le dije: No necesitamos nada. El abuelo Denis contaba que a todos sus viajes él iba con lo puesto: un portafolio, un impermeable y un sombrero, decía, como un ladrón o un detective. 

No creo que haya viajado mucho el abuelo. 

“Me dijiste que había estado con reyes, con caciques, con animales rarísimos. Me dijiste que había estado con Dios”. 

“Había estado sí, eso es cierto”. 

“¿Y dónde?”.

“En Guaminí, seguro”. 

“¿Es adónde vamos?”.

“Es”.

Ella quiere que le cuente todo lo que me contó el abuelo. 

Le digo que al principio había una costa de barro y un río de plata.

“¿Un río con billetes?”.

No, un río plateado, incendiado de sol, pero turbio a la noche. Todo marrón a la noche: el agua, los álamos, los sauces, los mosquitos y las culebras en la costa, la luz polvorosa de las luciérnagas. Al principio había un color solo y así era todo. De ese color eran también los monos que se rascaban los piojos en las ramas de los árboles. El abuelo Denis me contó que los monos eran los únicos que sabían para qué se juntaban el río y el mar; sabían que un día iban a llegar hombres lampiños con la tela y el acero, del mar al río, con toses nuevas y anillos. Con las cruces. 

El abuelo imitaba muy bien a los monos.

Yo lo hago más o menos. Sin gracia. Pero ella se ríe lo mismo. 

Ella quiere saber todo y pregunta.  Yo le hablo como puedo, trato de contarle lo que me contaron. 

En ese barro, para hacer este país, se pelearon guerras con las cosas que había. Compases, estacas y navajas. Los indios no tenían flechas. Eso no es cierto. Es un invento para las películas y las historietas. Los indios se comían a los curas con vasija de plata. El abuelo guardaba dibujos de la época. Cosas que a un chico no tendría que habérselas dejado ver. Habían inventado los tenedores antes de inventar las camas los indios golosos, antes de inventar el tiempo. Abrían los pájaros también con sus cuchillitos de plata y viéndolos por adentro sabían si iba a atacarlos una serpiente o un tigre. Después, les pinchaban el hígado a los pajaritos, los pulmones, y se los daban a los chicos que, tirados abajo del sol, los chupaban como golosinas. De eso también había dibujos.

Nos gusta a los dos demorarnos y conversar al costado del camino.

“¿Qué había antes del barro y de los monos y de los barcos?”.

“Había el principio”. 

Nos sentamos en el piso. Encima de los brotes y los cardos. El piso, así de tranquilo como lo sentimos, es caos: tallos que se estrangulan, estambres que envenenan, hojas que estiran sus lengüitas secas hacia los restos de luz. Lo vimos con el abuelo en las enciclopedias. 

“¿Y antes del principio?”.

“Estaba Guaminí”. 

“¿Y antes?”.

“No hay antes. Antes es nada”.

“¿Qué es nada?”.

“Es un papá y una nena mirando el fuego, pero sin ramitas, sin papel, sin llamas”. 

“Ahí empieza todo entonces”. 

“Ahí empieza”. 

El abuelo llegó en una nave blindada. Se estrelló en el campo y hubo un destello azul en el cielo. Lo encontraron y lo adoptaron dos granjeros. Le pusieron nombre y ropa, lo escondieron del mundo. 

“¿Todo eso?”.

“Todo”. 

El abuelo vino a través de las montañas, encima de un burro tuerto que se llamaba Gaspar y que, durante los últimos cincuenta kilómetros, por un bosque torcido y sin sendero, lo llevó desmayado, casi muerto, hasta la entrada del pueblo.

“De Guaminí”.

“De ahí”. 

El abuelo salió de un huevo que no puso ningún pájaro. Salió en pantalones cortos y con una camisa amarilla. Dijo “gracias” al día que estaba naciendo y, con lo que encontró en los bolsillos, vivió hasta los ochenta y siete años. 

El abuelo vino a contarme la historia del mundo, a decirme quién era Dios y quién no, para que supiera con qué lidiar cuando llegara el momento. Empezó a contarme todo en mi último cumpleaños. El de siete. Después de la fiesta.  

Yo pensaba que Guaminí era mentira. Creía que, como las otras cosas que me había contado, era algo que el abuelo inventaba. Aunque podía ver las bicicletas con canastas en los manubrios tiradas sobre el piso amarillo, quemado por las sombras largas que llegaban a los bordes del pueblo o a esas vacas quietas que mugían pánico cuando ellos les hacían explotar petardos en el lomo, tiradas las bicicletas, reposando, atrás del matadero. Veía las caras pecosas de los gringuitos que asaltaban al lechero, que rompían a piedrazos la vidriera del peluquero sádico que, antes de empezar la escuela, cada final lánguido de febrero los rapaba cantando himnos partisanos. Coco, Mauricio, el Lobo y Denis, mi abuelo. Con boinas los veía, como las que usaban los pibes en la tapa de la Billiken o los canillitas que gritaban “Extra” con voz de tía en las películas viejas. Con pantalones cortos hasta los dieciocho, las medias desinfladas sobre los botines, las rodillas cayadas y gomeras enfundadas entre la piel y el elástico irregular del calzoncillo. Yo pensaba Guaminí no era cierto.  

Ahora que lo veo aparecer al costado de la ruta, recién voy entendiendo que es un lugar Guaminí como otros lugares, que existe. Coco y el Lobo, Mauricio y Denis por ahí estuvieron en serio haciendo lo que me contaron. Tirándole todos esos venenitos a todos esos gorriones, pintando de azul ese caballo con anilina, abriendo portales cósmicos en el aire con sus navajas. Tan cierto Guaminí como para sacarle fotos y copiarlo en un cuaderno. Tan sin gente, dice ella, tan chiquitito desde acá.  

“Yo creía que ese lugar era mentira”. 

“No hay lugares de mentira”. 

“Sí hay”.

“No, los lugares son ciertos siempre”.  

Es un pueblo bajo. Es un desparramo de callecitas. Una iglesia. Un hospital. La policía. Y esos edificios con apellido, ese ángel roto encima de una cúpula oxidada. 

Cuando llegamos, no hay gente afuera: nada que se mueva. Abúlico, lerdo, gira un reloj en una torre. Parece inútil, en este lugar, marcar el tiempo.  Es como un pueblo de utilería montado para experimentos nucleares.  Hecho volar mil veces en pedazos ya, reconstruido de nuevo con cartón, con arcilla, con tilos trasplantados de un vivero estatal. 

En el auto escuchamos la radio. Nadie habla. Cancioncitas folklóricas tratan de abrirse paso en una bruma de frituras. 

¿Es esto? ¿Ya llegamos? ¿Dónde sigue?

Es esto, sí. 

Señalo las cosas y las nombro. 

Es como ser Adán, pero al revés. Las cosas no son jóvenes: las cosas son viejas, todas, y no tienen nombres porque nadie se ocupa ya de nombrarlas. Digo que el árbol es un naranjo, digo que las cuñas son zanjas, digo que se llaman buzones esas torrecitas rojas que ella señala en las esquinas. 

El pueblo se acaba rápido. Doblamos en lugares distintos (un almacén, la iglesia): avanzamos, pero casi siempre vemos lo mismo. 

“¿Es esto? ¿Ya llegamos? ¿Dónde sigue?”.

Ella quiere que me apure a contarle todo. 

Después del barro y de los monos, de los indios sin flecha, de los barcos de corcho y de madera, los señores armados que tenían piojitos en las barbas se rieron de la brutalidad del mundo nuevo. Era tan frágil y tan tonto que les hacía doler la panza. Con las carcajadas cortaban los matorrales (eran filosas) y hacían espuma en los pantanos, abrían surcos en la selva y en los bosques. Se reían porque a los indios les importaba más el café que el oro, porque hasta que los señores de los barcos no se lo enrostraron, los indios el brillo no lo preferían  al gusto dulce que les picaba en la lengua o al aroma tostado que tenían las semillitas que tiraban al fuego. 

Cuando ya vinieron muchos hombres nuevos y a cada lugar le clavaron un escudo, cuando ya hicieron fuertes y ladrillos con el barro,  oficinas y sellos, sobres lacrados y frasquitos de plata llenos de tinta púrpura; cuando los indios, con pantalones y levitas, con sombreros, empezaron a saber qué era ser un amigo, un ayudante, un soldado, y dejaron de ser ellos y los árboles, ellos y los hongos, las águilas, entonces fue el tiempo de dibujar los mapas y los códices, los tratados de ultramar, las nuevas versiones adaptadas de la Santa Biblia, los nombres criollos en los documentos. Asignar los puestos, los lotes, las partidas. Y todo esto, sin menoscabo de lo otro: descubrir sin pasmo (así decían, así hablaban) que, en estas tierras,  algunos pájaros podían producir los mismos sonidos que los hombres y que había serpientes del tamaño de un bote, sapos de lomos fluorescentes, huesos de bestias antiguas, nunca nombradas por Dios (ni por Adán) a la vista de todos. 

“¿Y después?”. 

Después de unos años, lo que pasó fue que San Martín cruzó los Andes acostado en un burro, que Artigas echó sal en la cola de los Realistas y les cortó el vuelo y la cabeza, que mirando el cielo y la sangre se inspiraron los tipos que ahora (sin pupilas, sin panza) son bustos en las plazas, para hacer las banderas, para ponerle nombre a todos los países que inventaban. 

“¿Ellos inventaron que en las banderas haya estrellas, que haya soles? ¿Ellos inventaron que los países podían llamarse igual que una verdura o un santo?”.

“Ellos todo”. 

“¿Y ahí el abuelo ya estaba? ¿Nosotros cuándo venimos?”.

Ahora. Estamos llegando. Pero antes falta todavía la parte de los hombres con sombrero redondo encasquetado y bigotes peinados con cera. Siempre saludando trenes, haciendo flamear sus pañuelos en el puerto y, día por medio, reptando debajo de los bancos de las plazas para burlar a las bombas rechonchas que les caían del cielo. La parte de los hombres bajos, casi enanos, que gritaban en estrados rojos, en estrados negros para decirle cómo morir, cómo hacer el pan, cómo dormir la siesta a mil millones de gentes. El momento de los médicos con delantal blanco que trepanaban a los mismos monos que antes, pobres monos, habían degollado los indios y los señores de los barcos; que los metían en latas iluminadas para mandarlos a morir afuera de la Tierra, en el espacio.  

“¿Los monos se mueren?”.

“Sí, se mueren”.

“¿Cómo se mueren?”.

“Como cualquiera”. 

“¿Y ahí el abuelo ya estaba?”.

“ Ahí ya sí, en ese lugar más o menos, el abuelo ya estaba. Un ratito después de Dios”.

“Al fin”. 

“Al fin”. 

Pasamos los dedos por el vidrio y nos mostramos las huellas marcadas en las yemas negras. Detrás del polvo va apareciendo el nombre del peluquero. Vicente o Vicenzo: algunas de las letras están borradas. Coco había roto esa vidriera de un mandarinazo. La tarde que planearon entera en las vías del tren, cuando se ataron los pañuelos a la cara igual que los cowboys y los bandoleros. El abuelo tiró una mandarina también, pero rebotó en el vidrio y cayó en la vereda.  Ahí la podemos ver, apelmazada y mohosa todavía. 

Guaminí huele igual a la Luna. Un aire frío y sin peso nos entra y nos sale por la nariz olvidado de nosotros. Ella intenta empañar el vidrio y dibujar un corazón, pero no puede. 

Guaminí debería tener tres mil habitantes. Señoras blandas y hombres buenos, chicas que mastican toda la tarde el mismo chicle, nenes empantanados en moco.  Deberían pasar por las veredas lisas saludándose con un gesto de aburrimiento, mirarse de favor las caderas y hacer de cuenta, nomás para conversar, para poder hablar de algo, que no saben todo unos de otros, desde lo que piden en sus rezos a los arreglos dentales. Debería haber el funeral de un caballo que se desplomó una tarde haciendo el mismo camino de siempre, debajo de las sombritas de las higueras. Un caballo con un tiro en la frente. 

El abuelo me contó esos sacrificios: las vacas con martillo, para comerlas, los caballos con revólveres, por piedad.  En Guaminí debería haber gente matando animales y persignándose al cruzar la plaza. 

Nosotros caminamos al costado de las vías muertas. Ahí era donde Coco,  Mauricio, el Lobo y Denis, se recostaban en los rieles esperando la vibración del tren. Jugaban a adivinar, con los ojos cerrados, cuándo tenían que saltar para que no los aplastara. Ahí abrimos por primera vez la caja. Porque lo había pedido así el abuelo, un poquito de él al borde de las vías. La ceniza era azul, más que nada, con destellos luminosos. Le dije a ella que con ese polvo hacían los relojes y que se llamaba cuarzo. 

“Del polvo vienen los relojes, del polvo viene todo”. 

“Y al polvo vuelve”. 

Guaminí debería tener el olor a castañas tostadas que el abuelo Denis decía que le había dejado pegado en la ropa para siempre. Ese olor que tenía en la piel,  en la sombra. 

“Las sombras no tienen olor a nada”. 

“Eso no es cierto”. 

Inspiramos juntos. Lo que era nada es un aroma a gotas de almidón supurando en la corteza de los árboles, una brisa de tía abuela que se desprende de las ramas como si alguien las hubiera abrigado con pulóveres. Estamos debajo de la sombra de un Salamone. Así se llaman los edificios de las sombras largas. Los edificios que nada tienen que ver con todo lo demás en el pueblo.

El que nos tapa el Sol, es el Matadero. Una torre alta y filosa, los ángulos perfectos que no hay en nada que no haya sido hecho por un hombre. Ahí hostigaban a los toros, ahí robaban la leche, ahí dejaban tiradas las bicicletas. Ahí podían estar solos, porque nadie más quería ir (sólo ellos eran valientes). Más que nada por el olor y por la sangre, pero sobre todo por miedo. Miedo porque los Salamone eran edificios salidos de otro lugar. Ahí los había puesto Dios y no otra cosa. 

“Como a nosotros”. 

“Igual”. 

Después de cumplir siete años, yo vi desde la cama el cielo.  Mi ventana daba al edificio de enfrente y del cielo solamente podía ver una parte. Era gris y violeta el cielo, esa parte que vi, era inmenso. El abuelo Denis, sentado en la cabecera, me contó por primera vez la historia de todas las cosas. Me habló de los indios y los monos, me habló de la peluquería en Guaminí, de los próceres, de los edificios altos que hacían a la gente persignarse. 

“Francisco Salamone es Dios”, me dijo, “y ahí donde yo viví está el Cielo verdadero”. 

Francisco Salamone, un inmigrante italiano, con lentes redondos montados al tabique, la solapa dura y ancha de su único abrigo siempre almidonado y áspero, con ese olor a alcanfor propio de los pobres limpios, de los pobres que, con solemnidad y frente al espejo, se imponían una dignidad impostada a base de talcos y frases corteses. Ese es Dios, un gordo bonachón, casi siempre un poquito ebrio, esposo de una mujer alemana corpulenta que lo llama Papá y lo acompaña a las inauguraciones con su sombrerito de viuda y sus zapatos gastados en las puntas. 

Después del cumpleaños, sentado al borde de la cama, el abuelo Denis, me contó que Francisco Salamone, Dios, era arquitecto. Me dijo que entre él y yo eso iba a ser un secreto,  pero que él eso lo sabía de chico. Mirando los edificios en Guaminí ya se había dado cuenta. Y después los otros en toda la Pampa. Sesenta edificios en cuatro años, me dijo el abuelo y me mostró cuatro dedos, como para confirmar la existencia física de la proeza. 

Desde la ventana, la noche de mi séptimo cumpleaños, cansado por el fútbol bajo el Sol, por el empacho de papas fritas y gaseosa, veía la mitad del cielo mientras el abuelo Denis me hablaba del trabajo de Dios y, casi dormido o dormido ya, ¿cómo saberlo? le había pedido que me explicara más, que me contara. 

“¿Para qué trabajaba Dios, abuelo, para qué había venido?”.

“Había venido para poner cosas eternas en un lugar intrascendente”. 

El camino que lleva al Matadero se escabulle del montoncito de casas y cruza un bosque pelado. Es como de grana dulce el camino: un montón de piedritas irregulares apelmazadas. 

Lo del abuelo Denis no es capricho. Cuando vemos el Matadero entendemos. Cuando dejamos flotar la ceniza adelante del portal, enredarse con ese ruido seco que hace el viento como si raspara el paladar de un loro. Está bien que hayamos venido acá, porque acá están las cosas que puso Dios. Acá es el Cielo. 

Nos parece que hay alguien mirando, pero no. Todavía en Guaminí la gente no asoma, ni en el pueblo, ni en el campo, ni alrededor de las lagunas. Ni nuestras sombras están: debe ser el mediodía. 

Volvemos del Matadero hacia la Municipalidad. Vamos siguiendo el trazado de la luminaria que, con los focos opacos, apagados, nos conduce hasta la plaza.  No tenemos otra cosa para hacer. Salamone puso en fila la luz y dejó marcado el camino. Las luces pasan por donde opera la ley, por donde se administran los martillazos de la muerte y al final, para la sed, para el recreo, terminan rodeando la fuente.

Dejamos caer de a puchitos la ceniza del abuelo. Un poco en cada lugar hasta quedarnos sin nada. En la fuente descansamos, los dos sin hablar, mirando el césped amarillo retorcido en el suelo. 

Ahí empezamos a sentir los ruiditos. El chirrido de una persiana, un motor reverberando, las voces de las madres.  Al fin vemos aparecer a los hombres con chaleco y camisas arremangadas, los nenes ojerosos con boinas y moretones rosados en las rodillas. Desde la plaza podemos ver todo. Con la caja del abuelo vacía, abierta entre las manos, los vemos salir de los Salamone. Vemos cómo abre Vicente su peluquería y barre hacia afuera pelitos que chispean encima de la vereda. Deja a un costado el escobillón y se peina los bigotes hacia abajo con la palma de la mano, los pega a sus labios y se relame. Debería ser el mediodía, aunque no vemos el Sol: el cielo es blanco, la luz plena. Sin embargo, ahora, en Guaminí, parece estar empezando el día. Vicente no prende las luces de la peluquería, corre las cortinas y acomoda en frascos de vidrio sus tijeras y peines, entalca una brocha grande y la apoya junto a las navajas. Frente al espejo, se tantea la barbilla como midiéndosela, arquea las cejas  y mirándose a sí mismo, empieza a cantar. 

Detrás de la voz de Vicente, todas las puertas hacen el mismo sonido. Chillidos de madera, ruidos de viento. También se escuchan pájaros. Sobrevuelan los lomos de las vacas gorriones gordos y chiquitos. Las escoltan en su lenta salida del Matadero. Vicente canta: 

Una mattina mi son svegliato,

Stamattina mi sono alzato

o bella, ciao! bella, ciao! bella, ciao, ciao, ciao!

Una mattina mi son svegliato,

e ho trovato l’invasor.

Nosotros dos seguimos sentados en la fuente. Tiene un reborde frío y mojado que nos gusta y ahí nos podríamos quedar para siempre. Vemos que son muchas las vacas, todas tuertas, todas cojas, saliendo del Matadero y mezclándose ya con los indios y los funcionarios, con los hombres de poncho y armadura que hacen relinchar sus caballos. Debajo de las sombras largas que lo cubren todo, vemos avanzar a las señoras que agitan sus paraguas de tela, a los lobos que antes poblaban entera la Pampa. En la puerta de la peluquería, al lado de los monos, de los piratas, de los próceres de piedra, Vicente canta: 

E se io muoio da partigiano,

E se io muoio su la montagna

o bella, ciao! bella, ciao! bella, ciao, ciao, ciao!

E se io muoio da partigiano,

E se io muoio su la montagna

tu mi devi seppellir.

Ella cree todo y yo le cuento. Que esas vacas que ve avanzar ya se murieron mil veces, que los hombres que salen de sus casas con los fusiles al hombro y besan a sus hijos, besan a sus mujeres, estaban antes del río y de los barcos, antes de la primera selva. Que los monos, le digo, que saltan y aplauden encima de las tejas anaranjadas, son los mismos monos de los que habíamos estado hablando.

¿Los mismos?

Esos. 

Vienen hacia nosotros, pero no nos ven, nos pasan por al lado, por encima. Y yo la ayudo a aprender a decir lo que hace falta:

“Que no estén en mí, que no se queden tus fantasmas”.

Ella lo repite y no pregunta:

“Que no estén en mí, que no se queden tus fantasmas”.

Y escuchamos el ruido de un vidrio que explota y el insulto en italiano, y los vemos correr a Denis, Mauricio, Coco y el Lobo con las caras tapadas igual a los bandoleros; dejar sus huellas chiquitas en el piso todavía blando de la calle que lleva hasta el hongo atómico. 

Nos damos la mano y los seguimos. 

La luz se va de golpe. 

Y ya no hay más. 

Y es como si alguien, de un soplido, hubiera apagado todas las velas. 

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