Jujuy, las uvas, la ira

Jujuy, las uvas, la ira

TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

La rabia de lxs vencidxs que cruzan sin mapas la oscuridad

Jujuy fue y vino en los últimos días, fue y vino delante de los ojos. Todo lo que el mínimo sentido común podría haber explicado como un legítimo grito de pedido de justicia fue reinterpretado y encuadrado desde sillones cómodos y lustrados: si nosotrxs somos la civilización, ellxs son siempre la barbarie, no importa lo que pidan, son la barbarie y a la barbarie se la expropia y se la silencia, como hizo el gran patriota Roca.
Quieren tierra y agua, los hijxs de lxs que no tuvieron tierra y agua, lxs nietxs de lxs que no tuvieron tierra y agua…lxs herederxs del largo linaje usurpado de sus tierras y del agua.
Y vino a mi cabeza una novela que no se lee…se sufre: Las Uvas de la Ira, escrita por John Steinbeck (1902/1968), tan reveladora y bien escrita que le permitió a su autor ganar el premio Pulitzer en 1.940
Steinbeck despabiló con esta novela la somnolencia ideológica de un sector del pueblo norteamericano refugiado en el incipiente estado de bienestar. El contexto es el de la Gran Depresión, aquel devenir histórico que vivió Estados Unidos luego de empalmar la caída de la bolsa de Nueva York con la Segunda Guerra Mundial. Lo que fue crisis económica para los sectores acomodados fue catástrofe para las clases populares, el desempleo fue brutal, por la caída de los precios de mercados agrícolas y el poco consumo lxs pequeñxs agricultorxs tuvieron que abandonar sus humildes fincas -ya de por sí hipotecadas- y emigrar siguiendo rumores de una posible nueva prosperidad en la cosecha de frutales.
En 1.936, el autor, columnista de un diario de gran tirada, entrevistó a muchos trabajadores agrícolas del sur y oeste de EEUU caídos en desgracia y obligados a emigrar con lo puesto. Publicó sus crónicas a lo largo de todo ese año, denunciando el éxodo de esas familias, nómadas a su pesar, describiendo de forma brutal y conmovedora los miles de campamentos improvisados, las inhumanas condiciones que padecían lxs emigrantes, los vehículos destartalados que quedaban por el camino reventados por el uso y la sobrecarga, las historias de desarraigo y una esperanza casi infantil.
Estos reportajes son la semilla de Las Uvas de la Ira, que ficcionó la pura realidad encarnándola en la familia Joad y un predicador en plena crisis de fe que se suma al grupo como un integrante más de esta tribu de desposeídxs. En lenguaje cinematográfico podríamos decir que es una road movie. Lxs Joad viajan, paran, acampan, fracasan, vuelven a viajar, a acampar y a fracasar junto a otrxs miles de laburantes. La peregrinación destroza cuerpos y almas y desgrana la familia Joad: el abuelo muere a los pocos días; la abuela no remonta la pérdida y también fallece; el primogénito se va en busca de alguna forma de salvación; el cuñado lxs abandona después de dejar embarazada a su esposa…
El clan Joad y otros muchos que se suman a esta marcha agónica se mueven entre la miseria más absoluta, soportan con una dignidad casi incomprensible que sus compatriotas, movidos por el rechazo a lo que queda de estxs granjerxs, incendien sus campamentos, destruyan las cosechan para que no las saqueen, los humillen y en el mejor de los casos sólo lxs expriman. Esto es la desigualdad según Steinbeck: que lxs que tengan te expriman sin posibilidad de que escapes de esa hemorragia.
Pero hay un guiño, un chistido mínimo de esperanza, Ellxs se ayudan, se protegen, se sostienen y va apareciendo tímidamente la idea de lo colectivo como la única forma de salvarse. El final de la novela amortigua de alguna manera el sufrimiento en una tremenda escena cargada de amor.
Luego de ganar el premio Púlitzer, John Steinbeck dijo acerca de su novela: “Quise colocarles la etiqueta de la vergüenza a los codiciosos hijos de puta que han causado esto”
A tu salud, Morales.

Amanda Corradini

Mujer de trincheras: Reparte su vida entre la trinchera de la Escuela Pública, la de su biblioteca y la que guarda algunas banderas que gusta agitar. Todo regado de mate dulce, Charly García y un vergonzoso apego por el humor infantil.

Dolor de entuerto

Dolor de entuerto

TIEMPO DE LECTURA: 4 min.

Poema de Silvina Melone, participante de la convocatoria de poemas “Daniel Omar Favero”.

Estos versos nacen del respeto. Del respeto y la admiración hacia las Madres.

Son parte de un Poemario que fue enlazando sentires; que tradujo a escritura anécdotas reales y de las otras, las que van mezclando lo vivido con lo esperado, lo sufrido con lo soñado, lo que los años nublan…

Pretenden ser memoria viva ante la ausencia; acariciar con palabras las manos vacías y los vientres secos.

A cuarenta años de la recuperación de la Democracia acompañarlas sigue siendo nuestro deber. Y la palabra puede ser el camino.

 Silvina Melone

Yo que 
soy
madre, madre
de una 
ausenci
a, yo
que 
soy 
madre
y sin hijo

ya no lo soy,

sigo siendo como el ojo de 
esa aguja olvidada que se va 
oxidando
en la lata redonda

que se hace costurero.
………………………………………
…………… Como un pez resbaladizo, se me va tu voz
en medio de la noche.
Tu cara la puedo buscar en las fotos, pero tu voz ya no 
deambula por mis pasillos y eso no tiene perdón.
………………………………………
…………… Mentiría si dijera que la noche que naciste tenía 
luna creciente o llena.
No tenía tiempo para mirar para arriba: dos nenes, dos tetas llenas, un piso por 
barrer, una vida hecha.
Mentiría si dijera que la última vez que te vi llevabas camisa escocesa o lisa, porque 
las dos las lavaba y planchaba a diario y ninguna quedó ni en tu ropero, ni el cordel 
ni en el respaldo de tu silla. Mentiría si dijera que la vida siguió llena cuando me di 
cuenta que ya no había camisas para lavar, para planchar, para remendar, para oler a 
escondidas tu sudor.
Mentiría si dijera que no sé de lunas; llevo más de 40 almanaques hablándole a la 
noche y preguntándole a esa piedra enorme cómo hacer para no morir tu ausencia.
………………………………………
…………… Síndrome del miembro amputado
¿Dónde me rasco el hijo que me falta?

¿Dónde me acaricio esta ausencia que mata?
                            ………………………………………………..
Lavo los platos sin pensar en nada

Me descubro mirando una pared descascarada del 
color de la tristeza Unas várices gris verdoso la 
surcan
Son el paso del tiempo 
y la humedad Lavo los 
platos sin pensar en 
nada
Y, sin embargo, lloro sin cebolla que cortar.
Cuando te pienso, olés a flores.

Pero en mis pesadillas, olés al carro del huesero.

La muerte impúdica inmunda incrédula, se arrastra sucia
                                         por mis sueños.
……………………………………
……………… No puedo pensar en tu muerte sin llorar
(Te pienso muerta, si)

Pero no puedo pensar en 
cómo habrá sido Dicen que 
hubo torturas, y más a las 
chicas. Dicen que hubo 
picana y violación y golpe

Y viajes en submarino al fondo del mar, donde pececitos de colores paseaban por 
arrecifes y te regalaban burbujas de aire, y te dormiste ahí con ellos, mirando como
algún rayo de sol atravesaba el agua y se dibujaba oblicuo como tobogán amarillo en 
el medio del balde
En una baldosa las letras de sello armaron tu nombre y la gente que pasa sin siquiera 
saberlo le pone cada día más peso y más mugre a tu ausencia.
……………………………………………………
Yo no sé cómo carajo sabía Rabito que era domingo. Pero cada domingo al medio día 
el perro se paraba atrás del portón a esperarte.
A veces asado, a veces ravioles, a veces rejunte: no era el olor de la comida. Era tu 
olor que se acercaba.
El perro empezaba a mover la cola cuando vos te 
bajabas del tren. Hubo un domingo que el perro no se 
movió de la cucha.
Y fue raro que no llegaras puntual. Ni tarde. Ni muy tarde.

El perro apareció a la noche en la cocina y devolvió algo verdoso.

Unos días después tu padre estaba haciendo el pozo para enterrarlo cuando tu 
hermano llegó llorando con la noticia de tu secuestro.
Rabito, los domingos, vos, todo quedó enterrado en ese pozo del patio de la casa de 
Tolosa.
Yo no sé cómo carajo sabía Rabito que era domingo. Pero cada domingo al medio día el perro se paraba atrás del portón a esperarte.
A veces asado, a veces ravioles, a veces rejunte: no era el olor de la comida. Era tu olor que se acercaba.
El perro empezaba a mover la cola cuando vos te bajabas del tren. Hubo un domingo que el perro no se movió de la cucha.
Y fue raro que no llegaras puntual. Ni tarde. Ni muy tarde.

El perro apareció a la noche en la cocina y devolvió algo verdoso.

Unos días después tu padre estaba haciendo el pozo para enterrarlo cuando tu hermano llegó llorando con la noticia de tu secuestro.
Rabito, los domingos, vos, todo quedó enterrado en ese pozo del patio de la casa de Tolosa.
……………………………………………………
Pasaron 40 años y yo aún pongo tu lugar en la mesa y ventilo tu pieza y le agradezco 
a los teleteatros que me ayuden a llorar.
Estoy tan seca que ni la muerte se anima a venir.

Piensa que puedo contagiarle esta peste que es tu ausencia.
…………………………………………………… 
Juicios/Relatos/Testimonios.
Y nunca más pude mirar el río sin sentir el vientre seco.
Simón Dubié
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