Dos novelas. Una ciudad asechada por la crecida, las aguas negras y la lluvia. Lecturas en relación a la inundación.
El viernes a la mañana me despertó la tormenta. Cuando vivía en la torre el problema era el viento, que la hacía bailar. Pero ahora vivo en una casa y la lluvia se siente desde todos los ángulos. Sacude las ventanas, golpea el techo como si quisiera tirarlo abajo y sube desde el piso. En la cocina me encontré con un par de centímetros de agua que no sé por dónde entraron. Mi gata de seis meses maullaba desde arriba de la alacena, hecha una Robinson, hasta que me acerqué chapoteando y le ofrecí los brazos como un puente, para que se me suba encima. Se ve que la crecida la agarró de golpe y en el refugiarse se arrinconó. Los medios dijeron que hace cuatro años que no llovía con tanta fuerza.
Pero lxs platenses sabemos que un par de centímetros no es nada.
En El lecho, de Esteban López Brusa y editada por EME, la correntada se llevó todo. Daniela, que es la protagonista, quedó boyando en la subida con un bebé en cada brazo y un par de instrucciones extrañas y difusas. El varoncito es suyo, pero a la nena se la engancharon en la municipalidad con una promesa: si la cuida, cuando llegue el momento de repartir los alivios, quizás pueda recuperar algo de todo lo que el arroyo le robó. Así que allá va, a donde la llevan, de orilla a orilla en una ciudad de La Plata a oscuras, comida por el apagón y por el agua. Cada rincón, cada esquina, es reconocible, desde el movimiento nocturno y desesperado frente a la municipalidad, entre camionetas cargadas de colchones y voluntarios, hasta las calles cortadas por los tilos que tumbó el temporal. Con la mirada tan puesta sobre los hombros de Daniela, la inundación es terrible, una marea imparable, pero al mismo tiempo una cruzada personal. Desde tan cerca, la magnitud cuesta y la tragedia es íntima. Daniela, después de todo, es una niña, también, y está acostumbrada a la vulnerabilidad. Para ella el miedo vendrá después, cuando las aguas bajen turbias, y durará mucho más que las manchas de humedad en el revoque.
Yanina Gómez Cernada, diez años más acá, hizo algo parecido con su primera novela, La última crecida, editada por También el caracol. Aquí también hay una niña en una inundación, pero esta vez es la niña la que cuenta. Gracias a este artificio, las cosas se suceden con cierto nivel de irrealidad. Lo terrible esquiva el registro, y quienes sí lo captan, callan para proteger la poca inocencia que sobrevive, aunque más no sea con el agua al cuello. Como la muerte todavía no existe realmente en la mente de la narradora, los muertos son ausencias abstractas y difíciles de explicar, se suman a las pérdidas materiales, construyen el desamparo de a poquito, de silencio en silencio. Por otro lado, en la crecida también hay espacio para la aventura. El agua trae lo nuevo, lo emocionante y lo peligroso, acuna todo en sus remolinos. La narradora no se acuerda de la anterior subida, por eso vive esta con legítima curiosidad, atenta a los animales, a los insectos, a las estrellas y a las luces que se reflejan en el agua, aunque el agua sea negra y las luces sean los fuegos en la distancia. Por esto, porque los adultos están atrapados en la tragedia, la crecida es de los niños.
Ambas novelas llegaron con la lluvia. Más lejos o más cerca de la ficción, atreviéndose a increpar nuestra memoria cercana, sus narraciones construyen un mundo con lo que sale a flote y resiste en la correntada.
Juan Fernández Marauda
Nació en Lanús, en 1988, pero creció en el Valle Inferior del Río Chubut. Trabaja en el cruce entre salud mental y escritura en un hospital de día. Es escritor, editor, librero y coordina el taller de escritura PULP! en la ciudad de La Plata. El puente de las brujas, su primera novela, fue publicada por EME en 2020 y Esplín Tropical (México) en 2022