Una Crónica a cargo de Felipe Bertola, la voz del hincha pero también el individuo político. El eco de un binomio interminable.
El 25 de septiembre de 1968 se jugó en una Bombonera reventada de rojo y blanco, la primera final de la Copa Intercontinental entre Estudiantes de La Plata y el Manchester United; el partido se lo llevó el Pincha ganando por la mínima con un gol de Marcos Conigliaro en el primer tiempo.
Los de Manchester, además de ser los creadores del fútbol, los dueños de los modales, el té a las cinco de la tarde y todas esas pelotudeces que les encantan en el primer mundo, también eran la principal estructura de la selección inglesa que apenas dos años antes, habían dejado eliminada en cuartos de final, de manera bastante dudosa al seleccionado nacional, en el Mundial de 1966 festejado en la isla Británica.
Por el contrario, a la estructura de la realeza y el fútbol habilitado por Europa, los dirigidos por Osvaldo Zubeldía venían de una historia muy distinta.
A diferencia del imponente Old Trafford, el Estadio Jorge Luis Hirschi, que había comenzado a construirse en 1907 en los viejos terrenos del Velódromo platense, se encontraba para la década del 60 todavía levantado con tablones de madera. Recién para el año 1967, el Pincha salió campeón por primera vez en la historia del Fútbol Argentino, ganando la primera edición del Torneo Metropolitano. Y apenas tres meses antes de esa final disputada en La Bombonera contra el Manchester, Estudiantes se había consagrado por primera vez campeón de América. Fue el 16 de mayo de 1968 cuando le ganó 2 a 0 al Palmeiras, en el Estadio Centenario de Montevideo, en el tercer partido de desempate de la Final de la Copa Libertadores de ese año. Las diferencias entre el equipo argentino y el equipo inglés eran abismales.
En aquel contexto de la década del 60 donde el pincha ganó su primera Copa Libertadores y se preparaba para enfrentar al Campeón de la Champions League, Argentina se encontraba bajo la dictadura de Ongania. El dictador militar había comenzado su gobierno de facto con la represión a estudiantes y profesionales universitarios en el hecho conocido como Noche de los Bastones Largos. Al mismo tiempo el peronismo seguía proscripto y los sectores más alineados a la vanguardia y la izquierda peronista comenzaban a agruparse bajo la CGT de los Argentinos con Raimundo Ongaro a la cabeza.
A nivel internacional el mundo estaba dividido entre oriente y occidente por la Guerra Fría y Vietnam seguía siendo ejemplo de fracaso estadounidense.
Para seguir entrelazando al fútbol con los sucesos de su época, tan solo dos semanas después de que Estudiantes se consagró campeón de su primera Copa Libertadores, estalló en París el Mayo Francés. Y mientras el Manchester United ganaba la Champions League, los ingleses se enfrentaban contra la isla vecina de Irlanda, que buscaba sacar sus garras de encima.
Con este contexto puesto arriba de la mesa la Copa Intercontinental tenía grandes condimentos políticos. Y el fútbol tenía una vez más la posibilidad de arañar una sonrisa al destino y las injusticias.
La final entre Estudiantes y Manchester no solo era la revancha por la eliminación en el Mundial de 1966. El partido era también la expresión viva de David contra Goliat; la civilización contra la barbarie gaucha; la Resistencia a las Invasiones Inglesas; la reencarnación de Vuelta de Obligado y la continuación del Operativo Cóndor llevado adelante por la Resistencia Peronista el 28 de septiembre de 1966, cuando secuestraron un avión de Aerolíneas Argentinas, desviaron su ruta aérea y lo pusieron en rumbo 105 apuntando directamente a las Islas Malvinas para ejercer una vez más la soberanía nacional en el Atlántico Sur.
Si para algunos distraídos la Intercontinental de 1968 todavía no tenía un condimento especial aportado por el contexto, los medios británicos que viajaron a Buenos Aires para cubrir la primera final jugada en la Bombonera, aportaron la pimienta que faltaba.
Las crónicas periodísticas inglesas eran más parecidas a un diario de Charles Darwin y la Teoría de la evolución que a una crónica de fútbol. Igual es hasta comprensible; uno es un joven periodista leal a la corona y cruza el Atlántico con ganas de venir a conocer la tierra del tango y la extensa Pampa y a diferencia de lo que se imaginaba, acá no lo esperaban con té ni masitas. A los ingleses se los esperaba con memoria, fútbol, laboratorio y viveza criolla.
El partido en Argentina fue muy cerrado, se jugó como se juegan las noches de Copa y se destrabó por muy poco. Gol de Conigliaro a los 20 minutos, un cruce fuerte de Carlos Bilardo con Nobby Stiles, casi que saldando con un codazo a la cara, la gentileza del Pacto Roca Runciman llevado adelante durante la Década Infame, respuesta en modo de puntinazo del petiso inglés y sentencia del paraguayo Sosa, encargado de repartir justicia aquella noche, dónde posiblemente recordó La Guerra de la Triple Alianza financiada por los británicos y le mostró la tarjeta roja al lateral de Manchester. 1 a 0 Delirio pincha y a cobrar.
16 de Octubre de 1968 ¡Animals!
Unos minutos antes de salir a jugar la segunda final en Inglaterra, en el vestuario de Old Trafford, Zubeldía repitió por última vez el rol que ocuparían los defensores, Malbernat, Aguirre Suarez, Madero, Medina y también Togneri para anular a Boby Charlton y antes de encarar para el campo de juego, le cedió la palabra a Roberto Marelli, Médico del Plantel y reconocido marxista opositor a la dictadura de Onganía. El Médico platense agarró una tiza, borró los dibujos tácticos que había hecho
Zubeldía y en el mismo pizarrón escribió para que los jugadores no se saquen esa idea nunca más de la cabeza:
“Somos once jugadores de carne y hueso contra una sociedad anonima”

La danza de los muertos pobres
El centro de Madero atravesó el área y cayó a la altura del segundo palo, allí se topó con un frentazo de Ramón Verón, que rápidamente le cambió el rumbo a la pelota y la envió al otro extremo del arco, lejano e imposible para el arquero inglés Stepney. Se silenció el ¡Animals! y Old Trafford quedó mudo; hasta la lluvia dejó de azotar el estadio inglés. El referee konstantin Zecevic le anotó el gol a Verón, pero lo que nunca supo el yugoslavo, fue que ese cabezazo seco que marcaba el 2 a 0 en el global, lo había hecho un pueblo entero, que se había tirado de palomita acá en Argentina, cuando escucharon por la radio que el centro de Madero caía pasado al segundo palo.
Iban apenas 5 minutos de partido y Estudiantes estiraba la ventaja. Lo que quedaba de partido sería una eternidad dónde el Manchester se vendría con toda su vocación, en la conquista del partido.
Del lado del Pincha se sumaron a atajar junto con Poletti, Martín Miguel de Guemes y Manuel Belgrano. En la puerta del área se sumaron a despejar los centros que caían como balas de cañón, Manuel Dorrego y Juan Manuel de Rosas. Un poco más adelantado se sumó junto a Pachamé y Madero, Mariano Moreno para poner la pelota bajo la suela y principalmente pensar un poco; desde el centro de la cancha se proyectaba su Plan de Operaciones. Y adelante subiendo y bajando sin detenerse nunca, San Martín y el Gaucho Rivero ayudaron a Conigliaro y a Verón.
Ni la lluvia, ni el “Animals” que descendía de las tribunas, ni Bobby Charlton, ni la Reina pudieron arrebatarle la victoria esa noche a Estudiantes. El equipo de Zubeldía se consagró Campeón del Mundo en suelo inglés y como si fuese un acto de reparación colonial, el Pincha se trajo la dorada Copa Intercontinental para América.

Felipe Bertola
Cuando estaba en la panza, mi vieja me cantaba “Significado de Patria” para tranquilizarme. En la comunicación y organización popular encontré la clave para poder “ser la revancha de todxs aquellxs”. Como todo buen platense, sé lo que es ganar una Copa Libertadores.
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