Canto de Sirenas

Canto de Sirenas

TIEMPO DE LECTURA: 14 min.

Texto escrito en los días duros de la cuarentena del año pasado, algunos apartados siguen vigentes como deudas que arrastra el sistema para con los menos desde siempre.

Escuchando sin atención no nos dimos cuenta que las sirenas estaban entonando desde hace tiempo un canto fúnebre, un grito de auxilio y nosotros transitamos con los oídos tapados de miel para endulzar una melodía triste: en enero casi se desata una gran guerra cuando Estados Unidos decidió atacar a Irán; en febrero los incendios de Australia fueron tan grandes que las cenizas llegaban a Chile; en marzo el coronavirus (COVID-19) es declarado pandemia y casi el mundo entero, unos países antes y otros luego, entró en un largo período de cuarentena, de aislamiento social y obligatorio; en abril se desploma el precio del petróleo y lo que en un principio era una crisis ecológica devino en una crisis de salud, luego se transformó en una crisis política -entiendo que la salud es, también, una cuestión de política-, de ahí en crisis económica, y con la caída de los precios del petróleo la crisis es total.

Estábamos arriba del carro del progreso como forma de pensamiento, de las industrias como lugar de producción y del capitalismo como forma desregularizada de gobierno, que parecía prometer un crecimiento infinito, en un lugar donde los recursos son finitos y al ritmo actual no nos da ni da tiempo a la naturaleza de reponerlos[1]; las trompetas de la crisis estaban sonando hace mucho y nosotros, como especie, absortos en una razón que no razona, o que lo hace alejándonos de un algo esencial: nuestro habitar como una especie más en este planeta que llamamos hogar.

La razón que todo lo piensa, pensó en los bosques y vio que eran materias primas y con ello expulsó a las musas y fantasmas que allí habitaban; pensó los mares y amplió los límites del mundo para después comprimirlos y no vio a un Poseidón encolerizado, a una Escila y una Caribdis, a un Eolo que controlaba los vientos: vio allí que los mares tenían un límite, que los vientos y las tormentas eran explicables, que los monstruos marinos no son más que productos de la imaginación de tiempos antiguos y que el mar era -es- una fuente de recursos y de tránsito de mercancías. El grito de la razón es medible y cuantificable, y borró de un plumazo toda sacralidad y respeto por nuestro mundo, nos erigió en la especie que está por encima de todo y con ello olvidamos que somos una especie más en el orden natural de un hábitat compartido.

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Nos subimos como especie, como auriga, en el carro de la razón llevando luz a lugares en los que había sombra y dejando en la oscuridad lugares donde habían otras formas de claridad: mítica, religiosa, sacralidad, respeto por otras formas de ser y de habitar el mundo, formas que ligaban a nuestra especie con un ser/estar/habitar en un orden más respetuoso con la naturaleza. Y con ello no quiero decir que todo tiempo pasado fue mejor, pues siempre hubo barbarismos, injusticias, despotismo, pero nunca a la escala actual: que tiene la capacidad de borrar a la humanidad de un plumazo y no dejar siquiera el rastro de que una vez existimos y de que “fuimos capaces de imaginar la felicidad”[2]. Ya nos lo recordaba Esquilo cuando Prometeo canta su desdicha por haber entregado el fuego, “maestro de todas las artes”[3], a los hombres, y con ello la técnica: “puse en ellos -los humanos- ciegas esperanzas”[4]; pero por ciegas que hayan sido, las esperanzas estaban y están, y es justo estos momentos de crisis los que nos permiten cambiar el rumbo de los caballos del progreso y construir un orden social más justo, más equitativo y respetuoso con la naturaleza.

En estos momentos, justo cuando creíamos que el sistema moderno y las instituciones que de ella emanan estaban en crisis de legitimidad, nos damos cuenta que no, que es justo esta pandemia la que está poniendo en escena de nuevo a las instituciones modernas: la escuela se reinventa, el sistema de salud se fortalece, los políticos -algunos- toman medidas, y la política se sube al pedestal de las soluciones. Y esperemos que esta vez sea con intenciones transformadoras de realidades sociales más que injustas y que asumamos responsabilidades colectivas a problemas globales, pero sin dejar de lado que hay responsables mayores: no todos hemos consumido y explotado por igual. Los que más tienen más deben pagar, y no solo los millonarios individuales y las grandes multinacionales de manufactura, sino las naciones imperialistas que son las que más han socavado los cimientos de las libertades de los pueblos y naciones pequeñas, y sobre-explotado los recursos naturales del mundo entero en un banquete pantagruélico en el que las mayorías han quedado afuera y la maximización de las ganancias es para unos pocos.

¿Salud e igualdad?

El cine, como las demás artes, apela a su tiempo, y desde allí lanza críticas. Películas como La Isla, Los Recolectores, Los sustitutos, Gattaca, Elysium, son solo algunas distopías –que como toda distopía, habla más de su tiempo que de un futuro; el futuro es ahora- que tratan el tema de la salud: cuerpos modificados genéticamente para ser perfectos, clones criados y creados para ser reservorios de órganos para sus millonarios dueños, venta de órganos a cuotas, lugares creados en los que toda enfermedad e infelicidad son inexistentes, de nuevo, para una parte de la personas, mientras para la otra -sumida en la pobreza- la explotación laboral y la enfermedad son el pan de cada día. No hace falta preguntar si esas películas hablan del futuro, y eso tomando solo la salud como tema y dejando afuera las súper-ciudades, los totalitarismos, las crisis ecológicas.

No hace falta preguntarse si esta crisis de salud es igual para todos porque la respuesta es no. Lo que es igual es la posibilidad de infectarse, nada más, pero tampoco nada menos. Pues cómo va a ser igual que haya un foco de infección en una comunidad cuya dieta no llega a cumplir los requerimientos básicos del día a día, donde el hacinamiento está a la orden del día y por ende el aislamiento social es difícil, donde los habitantes están en contacto con focos de infección en su cotidianidad porque son los que habitan los cordones de miseria que deja la ciudad, son los que viven en medio de -y de- los desechos de las ciudades.

Mientras tanto, los que viven otra realidad ahora se sienten -sentimos- amenazados y ven la fragilidad del sistema de salud, y gritan desde sus redes sociales, y los medios de comunicación comienzan a pedir soluciones para lo que muchos vienen gritando desde hace mucho tiempo: la necesidad de un sistema de salud estatal fortalecido con políticas públicas y con justicia social. Es harto evidente que los ricos no nos van a dar soluciones a problemas que para ellos son, pareciera, un problema de clase: pues como recuerda la BBC[5], ellos hasta en épocas de pandemia solo buscan su bienestar, y si su bienestar es comprar pruebas -ya de por sí escasas- para realizar a sus empleados para entrar a sus barrios, lo van a hacer, de hecho: -lamentable, muy lamentable- lo hicieron.

Quizá lo que quieren recrear es esa aspiración mitológica de llegar y habitar un mundo en el que no haya enfermedad y todo sea felicidad, quizá busquen la posibilidad de hacer de sus lugares de residencia sus propios Campos Eliseos, esos en los que la dicha es eterna, los campos son verdes y florecidos y el sol acaricia; dejando para nosotros, los menos, ese temido Tártaro donde el sufrimiento es eterno. Sufrimiento es: la falta de vivienda digna, la falta de trabajo, de salud, de alimentos, la falta de justicia que brilla por su ausencia, se dice en otra distopía.

Lo que sí es nuevo es la atención que los gobiernos le están dando a un problema de salud que han convertido en un problema de seguridad policial y de control social. Si el problema para el sistema fueran las muertes ya habrían solucionado el hambre, la falta de agua potable y un sinfín de enfermedades curables. Pero lo nuevo está en el enfoque que se le ha dado a esta situación y que nos ha estallado en la cara: esta vez el problema no afecta solo a las capas socialmente relegadas. He aquí por qué el sistema le está dando la importancia que precisa, si es que afecta a todos: ricos, clase media y pobres. Entonces las demandas son atendidas, las políticas son desplegadas y los políticos toman medidas urgentes, no sea que el tinglado se les venga abajo y el costo político sea grande: te recortan libertades pero es por tu bien, para salvar tu vida, y la búsqueda de una solución es desesperada.

Somos una sociedad hedonista que vive pensando que los logros son técnicos y no sociales: celebramos que hemos llegado a la luna, pero no nos preocupamos por no llegar con un plato de comida a cada mesa. Solucionar la hambruna, la migración forzada, entre otras injusticias, sería más económico que mantener el orden injusto que hoy impera. Pero, al parecer, eso no da votos, ni crea una burbuja de presión desde las clases medias y ricas que, a través de las redes sociales y los medios de comunicación, ejercen presión para que los gobiernos tomen medidas urgentes.

Quizá esto demuestre que la democracia liberal no es la mejor forma de gobierno, pues, si nos atenemos a la definición de Mill: la mayor cantidad de bienestar para la mayor cantidad de personas queda corta en nuestro tiempo histórico, donde las masas más humildes, las mayorías, están condenadas y confinadas a vivir entre los desechos de las ciudades y en condiciones sociales escandalosas. Quizá todo esto nos permita transformar nuestra democracia en una democracia inclusiva y generosa con las mayorías. Porque éste sistema de producción y de gobierno está haciendo agua y le está pasando como a Dédalo, que por no escuchar voló cerca del sol y se le quemaron las alas cayendo al vacío. En este caso el fuego recién empieza y lo podemos apagar.

Globalización, miseria y crisis

Los videos musicales nos muestran comunas/barriadas/villas miseria coloridas y alegres, pero nos alejan del drama y las historias de violencia y tragedia a la que han estado sometidos sus habitantes. Muestran, en definitiva, que el pobre es feliz. Esto no es más que una fachada del sistema de producción que oculta las consecuencias reales de un orden injusto: la consigna parece ser -en algunos programas de tele, vídeo clips y películas- que el pobre es más que pobre: es un pobre feliz.

De los beneficios de la globalización no se ve ninguno: por lo menos las mayorías no vemos ninguno. En cambio, sus consecuencias las padecemos todos.

La acumulación de riqueza mediante la circulación de mercancías a escala planetaria se la quedan unos pocos. Los beneficios del turismo salvaje son para aquellos que se pueden dar el lujo de “vivir una experiencia” y se llenan los bolsillos con la industria hotelera. La homogenización cultural se nota en la poca incorporación de prácticas/cosmogonías/lenguas vernáculas a producciones culturales locales, en la lógica cultural de hoy: todo es reductible a formas que garantizan el éxito y la venta afuera pero que nos hace más desconocidos hacia adentro.

La pérdida ha sido muy grande, la globalización a sentado las bases para “planchar” las formas de narrar nuestro ser/habitar/ver. Es válido pensar si todo producto de un lugar es de verdad de ese lugar, o si responde a las exigencias de las lógicas estéticas y de producción que gobiernan el mercado. Los estados nacionales negocian a la baja, la “cultura” es algo que se vende, que se compra y que se cuenta como experiencia; para eso están las redes sociales. No reconocemos la pluralidad hacia dentro de nuestras naciones, lo que consecuentemente lleva a una pérdida de identidad de un nosotros desconocido: hablamos de nuestros pueblos nativos para vender sus estéticas como algo exótico, pero no incorporamos sus cosmogonías y sus relaciones con la naturaleza a nuestras formas de ver el mundo, porque, de nuevo, no entran en el campo de la razón y la técnica: se puede vivir la experiencia Maya desde el turismo, pero no desde la grandeza de una cultura que hace parte del ethos de un ser centro americano.

Para entablar un diálogo con el mundo en forma de iguales deberíamos, primero, conocernos hacia adentro, reconocernos en la diferencia, y desde esa diferencia entrar en diálogo de iguales con el resto del mundo. Pero es ahí donde fallan nuestros gobiernos: para ellos la cultura no es un valor que genere riqueza, no es un commoditie que se pueda vender y se pague en dólares.

De la crisis de salud que devino en crisis casi total, y cuyas consecuencias no podemos aventurar -y sería irresponsable, además, arrojar profecías sobre lo que vendrá-, es poco lo que se pueda decir que no se haya dicho ya. En nuestros tiempos, los Tiresias parecen estar más aventurados en pensar que esta crisis es el final del capitalismo; Zizek, en que la sociedad que surgirá va a ser una sociedad de mayor control policial sobre la población; Byung-Chul Han, en que las cosas no van a cambiar y que el capitalismo se va a recomponer y que todo volverá a ser como antes, etc., pero en el que, en definitiva, o recomponemos el rumbo de este barco que se está hundiendo, o el barco se recompondrá sin nosotros. “No tenemos otro mundo al que podernos mudar”, y contradiciendo al cine y la publicidad: no parece que haya alguien externo que venga en nuestro auxilio.

Las trompetas del apocalipsis parecen estar entonando un canto fúnebre de fin del mundo, pero entonan una melodía de cambio, ya que volver a la normalidad es la peor de las pandemias. Necesitamos cambios profundos que nos permitan incorporar a nuestra esencia otras formas de producir, de estar, de habitar el mundo, pues este sistema que parecía estable no lo es y estaba -está aun- sostenido por una forma de producción y acumulación capitalista con el petróleo y la explotación de trabajadores y naturaleza como caballo de tiro de una forma social injusta.

Cambiar el sistema es una apuesta sobre el sistema mismo. Este nos hace creer que las soluciones no requieren esfuerzos y que siempre vendrá alguien a salvarnos, o eso es lo que vende la publicidad: adelgaza comprando esto y usándolo mientras ves televisión, en reposo, sin esfuerzo alguno; cuando algo apremia siempre hay un superhéroe que nos salvará; todo es consumir y nada de trabajo para llevar adelante soluciones reales que dejen aprendizajes y establezcan otro orden, en este caso uno más justo. Sin embargo, el barco ahora se está hundiendo y no parece que haya alguien externo que venga en nuestro auxilio: solo nosotros somos, como colectivo, los que podemos salvarnos a nosotros mismos. Los héroes son colectivos.

Hormigas de ciudad

Se ha hecho viral el aplauso que se le da al personal de salud, y no es que piense que no es merecido, es justo aplaudirlos. Pero también es justo aplaudir a un montón de héroes que escapan al censor -creo, establecido por los medios de comunicación y los usuarios de redes sociales que dicen quién es merecedor y quién no- que dicta a quién hay que reconocer. Nadie ha salido a aplaudir a los profesores que hacen milagros para mantener las clases de manera virtual y sostienen el sistema educativo, nadie ha salido a aplaudir a los recolectores de residuos que evitan que se acumulen en nuestras casas, a los kiosqueros de barrio que hacen que no tengamos que ir muy lejos a comprar provisiones, a los choferes que hacen que el mundo siga andando, a los cooperativistas que barren la veredas, cortan el pasto, levantan las hojas coloridas del otoño, juntan la mugre de las calles; que hacen, en definitiva, el trabajo que otros no harían. Para todos ellos y muchos otros, no hay aplausos. Ellos: ¿son héroes de segunda? No, no y no: son las hormigas de ciudad, son los que la hacen funcionar, los que la limpian, la construyen, la mueven. Además del personal de salud, ¿a quién aplaudirás hoy?

Conclusión:

La sociedad actual es como un Narciso, ese que cayó al agua y se ahogó en la contemplación de sí mismo enamorado de su reflejo, pues era hermoso. Nosotros, como sociedad, estamos en caída, creyendo que nuestro reflejo, fundamentado desde la razón y la técnica, es hermoso. Pero esta pandemia nos está mostrando que el reflejo es espantoso y que tememos asomarnos a ver: incendios temibles, destrucción de la Amazonía, envenenamiento de los mares y ríos, hambrunas, pandemias, extinción en masa de la especies, pérdida de biodiversidad… No, nuestro reflejo no es hermoso, y sin embargo estamos cayendo obnubilados por una imagen de superioridad, y cegados por unos medios de comunicación y una academia y una forma de habitar y ser en el mundo al servicio del capital y del hambre voraz de acumulación de unos pocos. Ese es, creo, el reflejo, por lo menos el que veo. Pesimista, sí, pero creo que “los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay”[6].

Quizá como civilización -acudiendo a orientalismos- estemos viendo aquello que Buda vio después de una vida alejado de todo lo que le hiciera daño: la muerte, la vejez, la enfermedad. Y estemos ahora por empezar a ver al mendigo feliz, y comprender con ello que podemos vivir con menos, sin tantos atavíos superfluos creados por el gran mercado y vendidos y promocionados por la publicidad que aprovechando nuestro deseo explota nuestra debilidad y nos crea necesidades innecesarias. Empezar a ver que podemos transformar este mundo en uno más justo, en que las quijotadas son necesarias, en que otro mundo no solo es posible, sino necesario.

Perdón por tanto pesimismo y gracias por leerme.

Artículo publicado originalmente en MiLugarSinNombre


[1] https://www.lavanguardia.com/natural/20170802/43270260867/humanidad-agota-recursos-un-ano-tierra.html

[2] http://www.cubadebate.cu/temas/cultura-temas/2010/02/21/gabriel-garcia-marquez-una-frase-de-domingo/#.XrGLDKhKiUk

[3] Esquilo. Prometeo encadenado.

[4] Esquilo. Prometeo encadenado. Verso 250.

[5] https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-52316908

[6] José Saramago

Duver Arboleda
Duver Arboleda

Vengo de la tierra del café y de la ciudad de las montañas. Soy un proyecto de contador de historias y de periodista cultural, para lo que uso la fotografía, el vídeo y, sobretodo, la palabra. Escribo y «foteo» porque le apuesto a una sociedad justa. Mi lema: para todos todo.

Globalización en tiempos de pandemia (Parte II)

Globalización en tiempos de pandemia (Parte II)

TIEMPO DE LECTURA: 10 min.

Por Pablo Jofré Leal*

Me preguntaba, en la primera parte de este trabajo ¿quién gobierna en este mundo?…con certeza y en primer lugar los mercados financieros de Estados Unidos, Japón y la Europa de los 28, que representan el primer poder.

Siguen al poder mencionado, las corporaciones internacionales[1] en esta época, principalmente tecnológicas, ayudadas en ello por sus empresas mediáticas (donde la presencia sionista en mayoritaria) y que tienen la capacidad de construir los mecanismos que manipulan y crean una realidad acorde con las necesidades de esos mercados financieros globales. Todo ello marcado por la supremacía de los Estados Unidos, que ha dominado durante los últimos 30 años el planeta, en todos los campos propios en que establece su señorío una hiperpotencia, vigorizada con la derrota de su anterior enemigo. Aunque, tengamos presente, que desde hace un lustro a la fecha, ese dominio es retado por la presencia de la República Popular China, la Federación Rusa y poderes emergentes, incómodos en este traje de fuerza llamado globalización.

Una globalización con características bien definidas:

  1. Preeminencia en el campo político, donde su actuar hegemónico sustituyó el papel que la comunidad internacional había depositado en la Organización de las Naciones Unidas a partir del año 1945
  2. En el ámbito económico y financiero, capaces de competir y aventajar, incluso a un bloque amplio de países como la Unión Europea, conformada por 28 miembros. La ventaja es también con relación a Japón y su natural área de influencia en Asia Oriental. Insisto, con la relevante presencia de China como referente económico internacional.
  3. En el aspecto tecnológico, predominando sin contrapeso en Internet. Poseen las principales industrias tecnológicas (partes de esta “Nueva Economía”) que sustituyó en volumen de capitalización bursátil, a la economía tradicional. Estados Unidos suele reservar un aparente “derecho” a proteger su sector tecnológico esgrimiendo para ello, razones de seguridad. Pero los “otros”, que es hablar de nosotros, estamos sujetos tanto a su espionaje y control tecnológico, presiones económicas, como lo demuestra las sanciones a China y sus industrias tecnológicas como fue el caso de la empresa Huawei.
  4. En el plano político cultural, la MacDonalización[2] representa la expansión del modelo de vida y la cosmovisión estadounidense, ayudada exitosamente con el dominio que ejerce en el campo audiovisual – con capitales propiedad de grupos sionistas que vinculan esa visión de mundo a los intereses de esta ideología -. Recordemos que ha existido todo un proceso de concretar este dominio cultural a través de diversos hitos: la victoria de la industria cinematográfica de Hollywood en la fase final de la Ronda Uruguay del GATT en el año 1992.

    En esos encuentros, la vieja Europa, se sometió a las exigencias de los Estados Unidos, que evitó un reforzamiento de lo que el Imperio denomina “Medidas Restrictivas” con relación a la idea de tener cuotas de pantalla para obras nacionales. Ligaron lo audiovisual al desarrollo de nuevos servicios de comunicación y telecomunicaciones – desregulándolos – Permitió, igualmente la alianza de inversiones estadounidenses en Europa.

    Una superioridad que se expresó y tejió, en estos 30 años, bajo el argumento del Nuevo Orden Mundial. En dos campos de batalla: el Acuerdo Multilateral de Inversiones – AMI –como en la Organización Mundial de Propiedad Intelectual– OMPI – en que Estados Unidos hizo prevalecer el Copyright sobre el derecho moral de la creación y en todos aquellos encuentros de organismos internacionales. Allí, se impone la visión estadounidense o amenaza con retirarse como ha sucedido con la Corte Penal internacional, la UNESCO, no cumplir los acuerdos firmados como es el Plan Integral de Acción Conjunta (JCPOA por sus siglas en inglés) su abandono del Tratado INF (sobre misiles de corto y mediano alcance con carga nuclear) con Rusia, entre otras acciones frente a su decisión de llevar adelante contra viento y marea su política imperial.
  5. En el plano militar, sólo la consideración del nivel de su presupuesto, que autorizó el congreso estadounidense en el año fiscal 2019 – más de 730.000 millones de dólares – permite visualizar la envergadura de su poder nuclear, convencional, nuevas líneas de investigación, armas biológicas y químicas (donde perfectamente podemos ubicar al Covid-19) y la intervención en amplias regiones del mundo. Comenzando a partir del año 1991 en Irak, posteriormente en Serbia, Afganistán, nuevamente Irak el año 2003 y su estrategia del caos premeditado, que ha tenido su expresión práctica nuevamente en Irak a partir del año 2003, la invasión a Libia, el apoyo a grupos terroristas en la guerra de agresión contra Siria a partir del año 2011. El sostén permanente al sionismo en su política de colonización y ocupación de Palestina. La complicidad en la agresión a Yemen y las políticas de sanciones, bloqueos y embargos contra Cuba, Corea del Norte, Venezuela, Federación Rusa y la República Islámica de Irán.

Estados Unidos es la única potencia que posee flotas de guerra en todos los mares y océanos del mundo, 800 bases militares en los cinco continentes y la capacidad técnica, logística y militar de asestar golpes donde lo señale su “dedo divino”. Por ello, resulta patético escuchar las declaraciones alarmistas de los jerarcas políticos y militares estadounidenses, cuando tratan de acusar a Rusia de ampliar su presencia militar en el mundo. El ataque a Serbia, en la década de los noventa del siglo XX, las agresiones contra Libia, Siria, sus políticas sancionatorias contra Venezuela, Cuba, la República Islámica de Irán, han servido para que Washington demuestre su absoluto desprecio por las leyes internacionales.

Un actuar que permite catalogar a Estados Unidos como un violador del derecho internacional, con acusaciones de crímenes de lesa humanidad y que en la actual situación, prevalece el terrorismo médico. Acusación esgrimida por las autoridades iraníes, ante su política de máxima presión contra la nación persa, impidiendo una lucha efectiva contra el Covid-19 al impedirle comprar kits de prueba de coronavirus, acceso a equipamiento médico e incluso fondos previstos por organismo financieros internacionales. Ocho países, entre ellos China y Rusia en una carta enviada al secretario general de la ONU advirtieron sobre el impacto negativo de las sanciones en los esfuerzos internacionales destinados a contener el virus mortal. La conducta estadounidense tiene la pretensión invariable de dar una “lección” a quien osa desobedecer sus órdenes.  Por ello, el llamado desde la trinchera antiestadounidense es crear un frente común que destruya este unilateralismo, que tanto daño le hace al mundo.

Esta realidad, que tanto daño genera en el mundo, está siendo cuestionada con un catalizador inesperado, que surge desde el campo de las enfermedades: el Covid-19, que está remeciendo las estructuras políticas, económicas y sociales del mundo. Una pandemia que ha hecho resurgir, como nunca antes, conceptos como el de solidaridad, cooperación, fin de las sanciones contra aquellos que los grandes poderes han sometido a apremios que contribuyen a una catástrofe humanitaria. Una pandemia que pone en entredicho esta globalización donde la desregulación ha sido su signo predominante. Una globalización que ha servido para hacer del mundo un terreno fácilmente contagiable, que ha visibilizado también la debilidad de aquellos países que han minimizado sus sistemas sanitarios, en función de la privatización, que convierte un derecho social, en una mera mercancía.

El Virus Covid-19está carcomiendo las estructuras internas del capitalismo, mostrando sus debilidades, develando la profunda inequidad entre aquellos que pueden soportar una pandemia en su opulencia y aquellos que quedan en la desprotección, en la carestía, sin trabajos, sometidos a los vaivenes y decisiones de gobiernos más centrados en defender las superestructuras, el mercado, al empresario global que a sus ciudadanos. Un modelo capitalista que debe ser combatido con la misma fuerza con que se acomete a este virus mortal. Incluso, la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva se ha visto obligada a mencionar que los costos humanos de la pandemia del coronavirus ya son inconmensurables y es preciso que todos los países trabajen en colaboración, para proteger a la gente y limitar el daño económico.

Este es el momento de actuar con solidaridad, suelen repetir los dirigentes en el planeta. Palabras, que hasta hora dejan fuera a países como Venezuela e Irán pues las directrices criminales del gobierno de Trump, por ejemplo, se niegan a ir en apoyo internacional a estos dos países, en un claro crimen de lesa humanidad. Combatir al Covid-19 pone  en acción a nuestras sociedades, sacando lo peor y lo mejor del ser humano y poniendo en entredicho la forma que hemos conducido nuestro planeta en las últimas décadas. Este patógeno de la familia de los Coronavirus genera cientos de miles de contagiados, decenas de miles de muertos y una hecatombe financiera. En una pandemia que no tiene fecha de término y que ha situado hoy, como primero en la lista de contagiados, a Estados unidos que además suma miles de muertos que crecen en forma exponencial.

Estamos en crisis, pero distinta a las que hemos vivido en este Siglo XXI. Como aquella a inicios del nuevo milenio, la denominada dot com (puntocom) relacionada a la burbuja especulativa con las empresas vinculadas a internet. Diferente a la crisis financiera global del año 2008, desatada en virtud de la burbuja inmobiliaria, que había comenzado en Estados Unidos el año 2006 y que terminó de explotar en octubre del año 2007 originando una profunda recesión durante gran parte del año siguiente. Hoy, el agente catalizador, el patógeno es distinto, se llama covid-19 mostrando la enorme fragilidad de todo el sistema económico en que nos asentamos

Una crisis pandémica, política, económica, sanitaria que nos obliga a repensar el mundo que se nos viene. Con una característica común a todas las crisis mencionadas: será el Estado quien nuevamente está salvando a los países, a las empresas, incluyendo a aquellas que suelen atacar ese estado en épocas de vacas gordas. Ese Estado que sale nuevamente al rescate de las economías, incluso de aquellos países donde sus clases dominantes los maldicen. El Covid-19 está cambiado los dogmas imperantes, ha mostrado que sin servicios sanitarios públicos fuertes, la muerte se ve más cercana. Los europeos extrañan ese estado de bienestar, que sus castas políticas han deteriorado.  Las discusiones hoy parecen propias de defensores del estatismo, conceptos como fin de los ajustes fiscales, establecer salarios dignos garantizados, incluso nacionalizar aquello que la marea privatizadora permitió enriquecer a algunos pocos se están imponiendo en la agenda política..

La experiencia histórica de los países afectados por las políticas del FMI nos conduce a la conclusión (en base a la experiencia empírica) que el número de víctimas del neoliberalismo es y será, indudablemente, millones de veces mayor que el de las víctimas del Covid-19, lo que indica entonces, pasada esta batalla coyuntural a enfocar nuestros esfuerzos en la definitiva derrota de este capitalismo brutal, que tambaleaba y que una sintomatología de dolores de cabeza, fiebres, tos seca y problemas respiratorios parece haber sido el arma que marcará su definitiva derrota. Para ello es necesaria la solidaridad, recuperar una humanidad perdida en el trasiego del individualismo, de un modelo de sociedad que desprecia lo social en función del éxito particular. Esta crisis pandémica puede ser un paso firme en aras de cambiar este único mundo que poseemos y matar de una vez este virus llamado capitalismo.


* Periodista y escritor chileno. Analista internacional, Master en Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en temas principalmente de Latinoamérica, Oriente Medio y el Magreb. Es colaborador de varias cadenas de noticias internacionales. Creador de revista digital www.politicaycultura.cl

Referencias:
[1] “A principios de los años noventa, unas 37.000 firmas de características transnacionales, con sus 170.000 filiales, abarcaban gran parte de la economía internacional. Sin embargo, el lugar del poder se sitúa en el círculo más restringido de las “200 Primeras” – denominación que refiere al predominio de un cierto grupo de empresas – Así, la parte del capital transnacional en el PIB mundial pasó del 17 por 100 a mediados de los años sesenta al 24 por 100 en el año 1982 y a más del 30 por 100 en 1995. Las “200 Primeras” son conglomerados cuyas actividades planetarias cubren sin distinción, los sectores primario, secundario y terciario. geográficamente se reparten entre diez países: USA, Japón, Alemania, Francia, Inglaterra, Suiza, Corea del Sur, Italia y Holanda…si se hace abstracción de sociedades angloholandesas con capitales mixtos – grupo Shell y Unilever – no quedan más que ocho países en la carrera, que concentran el 96,5 por 100 de las “200 Primeras” y el 96 por 100 de su cifra de negocios”. Para ampliar esta información Claimont Fréderic. “Pensamiento Crítico v/s Pensamiento único”. Página 41-42. En la actualidad de las diez empresas transnacionales más importantes, ocho de ellas están ligadas al mundo de la tecnología. Según países, Estados Unidos sigue siendo hogar de más de la mitad de las empresas más grandes del mundo, contando con 53 en el listado de las 100 empresas más grandes. China cuenta con 11 empresas entre las 100 más grandes del mundo, mientras que Reino Unido se sitúa en tercer lugar con un total de 9 empresas.

[2] Uso este concepto en el sentido asignado por la pensadora chilena Marta Harnecker, quien sostiene que: “Tras la caída del socialismo ha cambiado radicalmente la correlación de fuerzas y nos encontramos en una etapa ultra reaccionaria…la Globalización plantea tres problemas fundamentales: la polarización creciente de la sociedad, el desastre ecológico hacia el que camina la humanidad y la expansión del modelo cultural estadounidense, que denominaré la MacDonalización de la cultura”. Harnecker Marta. Entrevista de Amelia Castilla. Diario El País. Sección Cultura. Madrid. España. Sábado 26 de febrero del año 2.000. Página 5

Globalización en tiempos de pandemia (I)

Globalización en tiempos de pandemia (I)

TIEMPO DE LECTURA: 7 min.

Por Pablo Jofré Leal*

Estamos en el año 2020 de la era cristiana, en el año 1441 del calendario islámico, en el 5780 del chino, en el año 1247 del calendario del pueblo mapuche, entre otros muchos calendarios y todos ellos de sociedades sujetas a los intentos hegemónicos de globalización,cuyo objetivo fundamental es imponer sólo el calendario y la visión de la cultura occidental.

Esta conducta, en el contexto de una pandemia global está exigiendo cambios profundos. Para la perspectiva basada en la omnipotencia, soberbia y dominio de las potencias occidentales(liderado por Washington), la orden es que las sociedades se asimilen o se atengan a las consecuencias de una época de profundas transformaciones y que hoy, bajo el tremendo golpe que significan los efectos del Covid-19, nos obliga a concebir, bajo nuevos parámetros, una nueva organización política, social, económica y cultural, que supere a un proceso globalizador, elemento distintivo de un capitalismo decrépito, cansado, agotado, que no ha sido capaz de dar cuenta de las necesidades de nuestro mundo, que son otras lejanas al individualismo extremo que este sistema propugna.

La globalización ha intensificado un modelo político y económico, centrado más en los réditos que puede dar el capital, la imposición de ideologías políticas, con una visión y práctica tecnocrática, en desmedro del necesario beneficio al ser humano. Un modelo que sólo favorece a las grandes potencias, sus transnacionales y a las castas políticas y económicas de los países donde el modelo capitalista se enseñorea, que representa a gran parte dela humanidad. El requerimiento, desde los centros de poder, es que aquellos que no son parte del poder trilateral capitalista (Estados Unidos, Japón, Unión Europea) se atengan a las consecuencias en esta época de profundas mutaciones, mientras el triunfo de este modelo político-económico llamado Globalización propone la construcción de un Pensamiento y Mercado Únicos del que no serán parte.

A inicios del nuevo milenio y como parte de un trabajo de tesis para una maestría, sostuve en un documento llamado “la globalización o el cuento del tío”[1] que “nunca antes la humanidad había tenido tal potencial científico-tecnológico para dar respuesta a las necesidades de la humanidad. Pero también se es capaz de presentar la inequidad, la desigualdad y la brecha entre ricos y pobres, opulentos y miserables, desarrollo y subdesarrollo, futuro y estancamiento y hasta atraso, que se ha profundizado de la forma que se ha hecho en estos años. La coexistencia de contradicciones marcadas, fuertes, notorias e injustas son el rastro imborrable de los inicios de un milenio marcado a fuego por la presencia e imposición de la injusticia como peculiaridad más indeleble, junto a la afectación de todas las instituciones con que las sociedad mundial se ha ido dotando, a través de cientos de años, de práctica política”.

Entre esas instituciones que se han visto coartadas se encuentra el Estado-Nación, que ha visto mermada sus capacidades en desmedro del poder adquirido por entidades como la Organización Mundial de Comercio, el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) entre otras, unido a los procesos de descentralización. Alguna vez se habló del conocimiento como poder, pero en la borrachera triunfalista de un Nuevo Orden Mundial Global ese ideario pasó al poder del conocimiento y sobre la base de ese saber, manejado por las grandes corporaciones transnacionales, se afianzó el reino del ultraliberalismo y la Globalización.

En un artículo publicado recientemente “neoliberalismo y Covid-1”[2] señalaba que el BM y el FMI se encuentran al acecho de los países. Y es con esa conducta rapaz que cuando un país o región está en crisis, se presentan estas instituciones como una especie de salvador, para proporcionar “facilidades” financieras y resolver los trances económicos de estos países. Las políticas neoliberales obligan a los Estados a arruinar aún más sus frágiles economías bajo las directrices de estos fondos que actúan como verdaderos corsarios. Términos como ajuste fiscal, disminución del papel del Estado, privatización del sector sanitario, educativo y de pensiones son parte de las exigencias si los países recurrentes de apoyo financiero desean acceder a esos fondos ofrecidos. Esa realidad nos obliga a cambiar estructuralmente las bases del capitalismo, y avanzar hacia sociedades más colaborativas.

El mundo del Tercer Milenio ha mostrado la imposición de un sistema de dominio “intrínsecamente perverso”, donde la riqueza social, conseguida a golpe de reivindicaciones, luchas, prisión, represión y muerte de millones de hombres y mujeres a lo largo de la historia, quedó concentrada en unas pocas manos. Un mundo donde caminamos conscientemente hacia la autodestrucción de la naturaleza. Una etapa histórica donde se ha agravado la brecha social, entre aquellos que todo poseen y aquellos que viven en la miseria (sólo en Chile el 1% de la población acumula el 28% del PBI total del país), entre ricos y pobres, donde la pobreza se ahonda según se aleja de la holgura soberbia de los poderosos. Un planeta hegemonizado culturalmente y que ha quitado, bajo el resplandor de espejos y vitrinas, los ideales y expectativas de cientos de millones de seres humanos, mudos en una sociedad donde las corporaciones mediáticas imponen “lo que la gente quiere ver y escuchar”, como si de una decisión democrática se tratase.

El Nuevo Orden Mundial Global, surgido tras la caída de los socialismos reales, repite hasta la saciedad, que la panacea tiene nombre omniabarcador, es el edén soñado y a quién se debe obedecer como un Moloch ávido de subordinación y sangre fresca. La maravillosa posibilidad de comunicarnos en tiempo real, en cualquiera de las herramientas tecnológicas, ha posibilitado que, al menos en este campo, aquellas fronteras que suelen separar o impedir el libre tránsito hacia mejores perspectivas de vida, se difuminen y generen un estado de simultaneidad que tiene, indudablemente, beneficios para un amplio sector de la humanidad. Pero también esta maravillosa visión ha posibilitado que la hegemonía cultural de los poderosos se imponga en un mundo, donde el poder maneja el conocimiento pero también las frecuencias, las rotativas y el people meter. 

A causa de la envergadura, la amplitud y celeridad que han adquirido los cambios políticos y económicos se requiere de un permanente esfuerzo colectivo, tanto de carácter nacional como internacional, para extraer las conclusiones más idóneas, que conduzcan a establecer las mejores y más amplias condiciones de igualdad en las relaciones políticas y económicas internacionales. El rápido progreso de las ciencias fundamentales, en especial todo el proceso de cambios tecnológicos como la informática, la biotecnología, la nanotecnología y otras ramas de punta de las ciencias, favorecen su papel transformador, ya sea en el dominio de las fuerzas de la naturaleza como también en la conversión de la ciencia en una “fuerza productiva directa” en el sentido de la capacidad que tiene  de entregar su caudal de conocimientos, para la renovación material y la resolución de numerosos problemas sociales.

La revolución científico-técnica ha desplegado, de manera poderosa, los instrumentos de producción y ha jugado un papel significativo; tanto en el proceso de Globalización como en los cambios en la correlación de fuerzas en la arena mundial, particularmente, con la derrota del proyecto socialista. En el momento histórico en que estamos inmersos, con el desarrollo y uso de tecnologías que no se soñaban hace un par de décadas, con un gobierno globalizador que responde al nombre de sociedades de mercados o corporaciones transnacionales, resulta un imperativo entender, pero sobre todo luchar contra los mecanismos de dominio y las características del Nuevo Orden Mundial Global, y contra las nuevas formas de dominio que los países desarrollados ejercen sobre el conjunto de la humanidad.

Un predominio que conduce a la pregunta de ¿quién gobierna en el mundo? Aparentemente, esta interrogante queda en una especie de brumosa inquietud. Los defensores a ultranza de la globalización pretenden[3] hacernos creer que esta viene acompañada por el canto de las democracias y la igualdad entre los seres humanos. Pero, la realidad es otra: pues aquellos que están en la avanzada del proceso y por ende reciben mayoritariamente sus beneficios, son los que gobiernan al mundo.

(continúa)


* Periodista y escritor chileno. Analista internacional, Master en Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en temas principalmente de Latinoamérica, Oriente Medio y el Magreb. Es colaborador de varias cadenas de noticias internacionales. Creador de revista digital www.politicaycultura.cl

Fuentes:
[1] http://www.lajiribilla.co.cu/2006/n279-09/279_12html
[2] http://www.segundopaso.es/news/408/Virus-Mortales-Neoliberalismo-y-Covid-19
[3] Con esta aparente nebulosa respecto a quienes parecen estar en la sombre del poder, no eludo en modo alguno, la responsabilidad que nos cabe a cada uno de nosotros, como ciudadanos en la actual conformación del mundo. Los gobiernos de los países más poderosos del planeta realizan sus acciones sin contrapeso porque no existe quien se oponga a sus designios y ello es tanto culpa del victimario como de la víctima, del que pretende someter como aquel que indignamente lo acepta.

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