Autorretrato y ficción: Una muestra fotográfica por el Colectivo Prisma

Autorretrato y ficción: Una muestra fotográfica por el Colectivo Prisma

TIEMPO DE LECTURA: 6 min.

“El autorretrato me ayudó a gustar de mí misma. A entender cuáles son los momentos en que yo me siento cómoda fotografiándome y la ficción es un plus que se le suma. Un tono fantástico, kitsch o lo que sea”. Expresó Leticia Organizadora del evento.

CAPTO tuvo el agrado de presenciar “Autoficción”, una propuesta por el Colectivo Prisma, organización fotográfica y audiovisual dirigida por Leticia, quien precisó detalles sobre la idea de congregarnos en el espacio Compás para poder reflexionar sobre la función transversal de la imagen contemporánea: aquella que varía entre el autorretrato y la ficción, entre la realidad y la simulación.

Autorretrato y ficción” se titula la tercera exposición fotográfica del Colectivo Prisma que hace más de siete años está activa en La Plata y de manera online en periodo de pandemia. “La gente manda sus fotos, pueden ser de archivo o crearlas para la exposición”, comentó Leticia. Se realizaron muestras colectivas anteriores, que en un principio eran sin temática, pero que en esta oportunidad el proyecto si definió una línea. Aun así la dinámica de mandar una foto, sin ningún tipo de tapujo es parte de la insignia Prisma, dado que la idea era que cualquier persona pudiera exponer y así incluir a gente que no fuese fotógrafo profesional. 

Esta postura busca el fortalecimiento de la propia identidad y de la libre expresión como derecho humano: “Siempre me sentí un poco excluida, en realidad, no tan así, pero me hacía ruido el tema del esnobismo y el mainstream platense, que se les de lugar a las mismas personas durante años”, declaró Leticia. Y agregó: “Entonces la idea justamente es que las personas que nunca se imaginaron exponer en una muestra tengan esa posibilidad”.

“Cualquiera puede exponer sus imágenes, porque tienen que ver con la vida de cada uno, lo que nos atraviesa todos los días y con la representación de uno”, determinó Leticia.

Después con el tiempo el proyecto se fue afinando, arrimándose más a lo que tenía que ver con la curaduría y la centralidad de una temática que permita profundizar conceptos.

Dentro de las instalaciones de Compás ubicado en la calle 39 al 410, se dio la muestra fotográfica que incluía a les artistas @gala_alg_ ; @lelitmoon; @mcgg52; @malnez_; @mar_sio_; @pira_ph_ (en Instagram).

La disposición de las obras tuvo una peculiar insignia distintiva: no figuraban los nombres de les artistas explícitamente, sino que mediante un QR (Código de respuesta rápida) se accedía a esa información. Desde CAPTO nos llamó la atención qué hacen las personas que no disponen de un dispositivo móvil, cómo queda entendida la obra sin autor. Tras esas incógnitas flotando, cada quien entonces se apropiaría de las imágenes, el arte sería de todes, ni siquiera del artista. Pero entonces Leticia nos dio vuelta todo: “Tengo 33 años y me gusta mucho recuperar costumbres o formas de relacionarnos antiguas. Ponele que vos estás mirando una foto y el QR no funciona, bueno preguntá de quién es la foto, investigá, porque si a vos realmente te interesa algo vos vas a ir por eso. La realidad es que cuando a alguien le importa algo, lo busca. Tenemos tanta facilidad y acceso a todo ahora que un poco se pierde ese deseo en las cosas”.

El autorretrato tiene como cualidades cuatro principios básicos que el autor Barthes en su libro La cámara lúcida entiende como: “Ante el objetivo soy a la vez: aquel que creo ser, aquel que quisiera que crean, aquel que el fotógrafo cree que soy y aquel de quien se sirve para exhibir su arte”. Por ende, la fotografía del autorretrato tiene la cualidad de sumir al sujeto en devenir objeto, una percepción que arrima al ser vivo a la microexperiencia de la muerte. Dado que la percepción de la imagen esta enmarcada en lo azaroso de la subjetividad, el ser fotografiado se entrega al gesto del fotógrafo que lo embalsama y no solo eso, al de la sociedad que lo revive de múltiples maneras alojando sentidos. Es decir, una pérdida de control de la representación, Barthes dice: “Me he convertido en Todo-Imagen, es decir, en la Muerte en persona; los otros- el Otro- me despojan de mí mismo, hacen de mí, ferozmente, un objeto, me tienen a su merced.  

Entonces, imaginemos la interacción que media hoy nuestros vínculos a través de las redes sociales, donde nos disponemos como objetos de deseo a nuestros pares, mediante el post y las historias para que nos vean, nos valoricen con su like, nos acepten.  Y si bien hay una naturalización de este lenguaje digital, los modos en los que elegimos mostrarnos hablan de otras urgencias a las que estamos expuestos y que modifican nuestras percepciones hacia la propia identidad. Una estética mutable, que es intervenida gracias a las nuevas tecnologías como el Photoshop y los filtros para satisfacer nuestras aspiraciones de “lo bello”.

“La ficción te llena por momentos, es un placer inmediato. Porque el like, ponele, cuando subís una historia o una nude, da un placer inmediato si vos estás medio bajón. Es un subidón de serotonina que está buenísimo. Pero en cierto punto la pose o lo artificio, no te llena, aunque sigue siendo parte de lo que uno quiere mostrar a los demás y quizás una manera, como es mediante un filtro de Instagram, no sé me parece válido. Pero al mismo tiempo, también es como uno vive las cosas y cómo concebís tu identidad. Entonces es una dualidad que yo todavía no puedo desentramar. Pero de la que soy parte”.

En nuestros tiempos de sobreinformación hay un anhelo por la distinción, la individualidad que florece en el afán caprichoso que median las nuevas técnicas de producción: gracias a ellas elegimos cómo posamos, tapamos, resaltamos, intervenimos. Y tampoco es una selección libre, si no que se sortean bajo los cánones de lo aceptable socialmente. No da lo mismo, aunque así se quiera sentir. Algunos artículos interesantes donde se profundiza la temática son “La búsqueda de la belleza” de Ethic y “El siglo XXI, la era del todo vale, busca sus cánones de belleza” de La Vanguardia.

Volviendo a las técnicas de producción, parece coherente traer un análisis de la obra del fotógrafo Pedro Meyer, donde Nekane Parejo y Agustín Gómez Gómez de la Universidad de Málaga, Facultad de Ciencias de la Comunicación, Departamento de Comunicación Audiovisual, publicaron para el medio Scielo e hicieron un análisis del fotógrafo donde destacaron como habita lo análogo y lo digital en la imagen. Tanto en “Paseo Santo” (1991/1992, México) y “Crisis emocional”( 1990/1993, Texas, Estados Unidos), estás imágenes de la realidad son intervenidas digitalmente: “Aquí no hay una constante unificadora, no hay fijeza, no hay una coherencia absoluta. Lo que permanece constante es la realidad fotográfica de las partes componentes, pero la verosimilitud del todo es abandonada, y con ese abandono también renunciamos a la verdad fotográfica tradicional y entramos a un universo en donde la barrera entre realidad y mito se hace más permeable y transparente”. 

Esta apreciación nos permite pensar que si los objetos y paisajes intervenidos predisponen una singular y metafórica respuesta interpretativa, el mensaje de la imagen, entonces en función al apartado del flyer que dice “un penetrante y profundo auto-análisis y una auto contemplación que otorgan inmortalidad”, será que a lo que respecta el autorretrato de personas, se abren múltiples aristas de representación bajo el halo de hacernos a nosotres mismes con la gama de herramientas que plantean las nuevas tecnologías. Una simulación elegida, que compete a una sociedad dotada y deseosa de transformarse.  Como expresa Donna Haraway en Manifiesto para cyborgs: “Por qué nuestros cuerpos deberían terminar en la piel”.

Este desafío se refleja en las imágenes intervenidas, una búsqueda por la originalidad potenciada por las herramientas digitales y que nos predisponen a pensar nuevos mundos de entendimiento. De hecho, algo muy interesante que decía la organizadora y fotógrafa @leticiamoon es que “fotos no me saca nadie, me encanta poder elegir, la mirada, la luz, etc; mostrar el universo de cada uno”.  Entonces podríamos pensar que las nuevas tecnologías democratizan esa exploración creativa de la identidad, no solo como herramientas exclusivas a los artistas, sino al alcance de nuestros dispositivos móviles. Pero también desafían nuestros ingenios y la concepción de lo real, en la comparativa y la contemplación vigilada permanentemente por les usuaries que navegan los flujos informáticos y quieran ir contra del ritmo que estipulan las redes sociales.


Fuentes:
Libro La cámara lúcida de Barthes
https://www.lavanguardia.com/magazine/belleza/20230601/8996324/canones-belleza-siglo-xxi.html
https://ethic.es/2023/05/la-busqueda-de-la-belleza/
https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-12762021000200049

Lo que creo que aprendí de las fotos de Sergio Larraín

Lo que creo que aprendí de las fotos de Sergio Larraín

TIEMPO DE LECTURA: 6 min.

Al ver y volver a ver las fotografías de Larraín se puede notar que, de alguna manera, cambió su vida confortable por una que no lo es: retrató la pobreza, los pueblitos en las montañas, la alegría de lo simple, caminos de piedra y tierra, risas maravillosas en medio de la destrucción y la miseria, alternando entre luces y sombras, cambiando el color por blancos y negros duros. En sus fotos se observan pies sucios de niños cansados, mafiosos orgullosos, poetas y mendigos, mujeres hermosas con risas aún más hermosas. Se encuentran simetrías ordenadoras, personas que suben, bajan, caminan, se mueven, bailan y se cruzan; hay reflejos en espejos de burdeles compuestos de manera tal que parecen indicar que el fotógrafo no veía lo tenía en frente sino que estaba atravesado por todo lo que a su alrededor ocurría, un ojo agudo  que más que ver observaba donde estaba la imagen y se sabía preparado para fotografiarla.

Sus fotos parecen como si fueran las de un caminante lento, de esos que se detienen observan y vuelven sobre sus pasos buscando el mejor ángulo, la luz, la cuidadosa composición; un caminante que busca los detalles, un vagabundo con una cámara y una sensibilidad y un arte que sigue maravillando; sus fotos parecen las de alguien imperceptible, como si sus personajes no lo vieran a él, que busca la belleza de lo cotidiano y la encuentra.

Larraín es un fotógrafo de lo simple, de lo elemental, en el que cada disparo es una foto para la que ya se ha tomado el tiempo de analizar el encuadre, la luz y  ha organizado los elementos compositivos ordenándolos por medio de líneas (escaleras, caminos, callejuelas), guiando, con ello, la mirada para recorrer la imagen.

Fotos enmarcadas dentro del encuadre por medio de espejos, de curvas que se pierden en un punto de fuga al que se dirigen los personajes; de puertas, de ventanas de tren, de todo se vale Larraín para componer: ángulos aberrantes, retratos hechos desde arriba, desde ras de piso, horizontes caídos, “errores” ejecutados con una maestría tal que sus fotos parecen no admitir crítica porque el mensaje no está en un detalle denotativo, sino que ayudan al valor connotativo, de la imagen -cualquiera sea-. Es decir que sus fotos pasan por el filtro de una subjetividad y una sensibilidad propia en la que no hay copia sino búsqueda, ya que no es creación porque retrata lo que va encontrando, lo que llama su atención. Y lo más increíble es que todo pareciera haberlo hecho en un segundo, el llamado instante decisivo de Bresson, y para ello, hizo de la cámara una extensión de su cuerpo que accionaba ya por el reflejo maestro de quien domina un arte.

Sus fotos son pasajeras y  he ahí el hecho que hace que sean sólidas. No son fotografías planificadas, son buscadas: fotografia lo que observa, de manera tal que despierta en el observador una sensación de estar allí, como en algunos fragmentos de las películas de Ang LeeIn the modo for love, The Grandmaster, por ejemplo- como si hiciera al público parte de la imagen, como si fuéramos un observador detrás de una cortina, como si rompiera la cuarta pared sin que el protagonista mire directamente a la cámara.

Es algo más sutil, más poético, menos evidente pero más efectivo: hace parte de la fotografía al espectador, indicando, de alguna manera, que en el andar lento las mismas imágenes se podrían realizar hoy si estuviéramos dispuestos a observar en lugar de ver, a caminar en lugar de movernos.

Hablar de una técnica de encuadre sería caer en un error porque hay de todo y bien ejecutado, de forma armoniosa y bella. Y si se pudiera hacer estaríamos en el error de limitar al arte a la ejecución de una técnica enmarcada en unas reglas irrompibles: ya no sería arte, sería repetición.

Concluir algo sobre las fotos de Larraín sería afirmar que hay algo que ya está aprendido, pero no es así, como en el arte, cualquiera sea, siempre se encuentra “ese algo” nuevo que sigue maravillando y del que se sigue aprendiendo.  Es un error lanzar conclusiones sobre un fotógrafo que antes de realizar la foto se integra – y nos integra- en lo que va a fotografiar: se hacía amigo, para hacerse casi invisible de niños de la calle, de mafiosos, de pescadores, de asesinos, sin olvidar que los va a retratar. Los conoce, se toma su tiempo, rompe inhibiciones en sus retratados, accede a su mundo, los captura. Una lección que no dan las escuelas de periodismo, ni de fotografía, sino que accedemos a ella legada por los maestros, por la experiencia, por la persistencia; una lección que aprendemos de la vida, del vagabundeo, del observar, del caminar despacio.

Breve biografía

Sergio Larraín nació en 1931 en Santiago de Chile, en el seno de una familia acomodada. Su padre era arquitecto y coleccionista de arte y fundador del Museo Chileno de arte precolombino; de su madre no hay datos. A sus 18 años partió a Nueva York a estudiar ingeniaría forestal, carrera que detestaba y es allí donde compró su primera cámara -una Leica III C-, arrancando, con ello, su camino en la fotografía y estudiando la carrera en la Universidad de Michigan.

Luego viajó con su familia por Europa y Oriente, y a su regreso a Chile se quedó a vivir en Valparaíso instalando su primer laboratorio casero para revelar sus fotos y realizando trabajos para revistas como la  brasilera “O Cruzeiro”. Ya corría la década del 50 cuando presenta su primera exposición y con ello le llegan trabajos encargados por fundaciones para que retratara niños que vivían en situación de calle. En el Año 1956 enviaba sus fotos al Museo de Arte Moderno de Nueva York y como respuesta recibía un cheque del director del mismo.

Estuvo en Londres becado por el British Council y allí realizó trabajos que le permitieron ingresar a la agencia Magnum Photos invitado por Henri Cartier Bresson, fundador de la misma, por lo cual se trasladó a París. En ese momento era el único latinoamericano en Magnun. Trabajó retratando a Pablo Neruda, cuyas fotografías hicieron parte del libro “Una casa en la arena”, también fue el fotógrafo permitido en el casamiento del Sha de Persia, reportaje que es publicado en la revista Paris Match.

Se dice -no pude encontrar la fotografía, ni testimonio que lo probara- que una de sus fotos tomada en la catedral de Notre Dame en la que al parecer se daba un “acto de malas costumbres” del que se dio cuenta después de revelar la foto, inspiró a Julio Cortázar, después de escuchar la historia del mismo Larraín, a escribir “Las Babas del Diablo”, cuento que inspiró a Michelangelo Antonioni para realizar la cinta Blow up.

En la década del 70 fue abandonando la fotografía. Ya vivía en Ovalle, un pueblo empotrado en la cordillera; allí se dedica a la pintura, a la escritura, a la meditación y el yoga. Ciudad en la que fallece en el 2012 de un problema coronario.

Duver Arboleda
Duver Arboleda

Vengo de la tierra del café y de la ciudad de las montañas. Soy un proyecto de contador de historias y de periodista cultural, para lo que uso la fotografía, el vídeo y, sobretodo, la palabra. Escribo y «foteo» porque le apuesto a una sociedad justa. Mi lema: para todos todo.

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