Yo como el Diego, habito la contradicción

Yo como el Diego, habito la contradicción

TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

¿Qué se puede decir sobre lo ya antes dicho? Quizá esto no sea más que un tumulto de palabras ya gastadas, que escasean y abundan al mismo tiempo. Palabras que bien podrían llamarse al silencio, ponerse en pausa ante el paso del tiempo. 

Se cumplen 10 meses sin sus polémicas, sin los titulares labiando blasfemias en su nombre con la tinta sanguinaria de los medios hegemónicos, siempre los hegemónicos.

Se preguntarán a esta altura del partido, para quien son estas líneas, tanta saliva derrochada hace que sea tan obvio como innecesario nombrarlo. Es que ese dios, trasciende lo tangible en una metamorfosis eterna con los absolutos, se vuelve inmenso. Y el problema con la inmensidad, es que habita en la contradicción, es naturalmente incomprendida y cuestionada, gesta devotos y habilita a canallas para hablar en su nombre. 

A mí como a Sacheri, también van a tener que disculparme. Porque en ese dios, en dieguito, se condensa la identidad de los herejes, de los oprimidos. Maradona no jugaba a la pelota, él era el maestro de una danza vengativa, es la síntesis de la identidad popular, de la barriada.

¿Cómo pedirle a un Dios de tal calibre que sea más humano? Si en su sonrisa danzaba Fiorito embestida de diamantes. En su zurda inmortal todavía podemos ver salpicaduras del barro del potrero en la jeta de los piratas, rojos de rabia.

No alcanzaba con dejar la celeste y blanca flameando en el alto cielo, no alcanzaba tampoco con coronarse como el mejor jugador del mundo.

El tipo tuvo el tupé de jugar otro partido, de levantar otras banderas. El Diego, gambetta y definición, leyó todas las jugadas, abrazó a Fidel, brindó en el alto cielo con el comandante Chávez, se guardó bajo el ala de las madres, se condecoró dentro de los hijos de la historia, es más, la apadrinó. Demostró maravillosas jugadas ante los dueños del mundo, no titubeó ante sus malicias y amenazas.

Y eso jamás se lo perdonaron, Maradona era jugador de cancha completa, abanderado del pueblo que hasta el último momento de materialidad física vibró ante su palabra.

Hace poco volví al bosque donde tuve el privilegio y el placer de verlo a través de un alambrado bailando, puteando, gritando y pidiendo disculpas. Si, puedo decir que presencié el momento en que un dios tuvo la grandeza para pedir perdón.

Fue inevitable piantar un lagrimón ante el choque de realidad tácita, pero no es más que una de las mágicas pruebas de haber sido contemporánea a la inmortalidad.

Una mezcla de imposibilidad, fantasía y optimismo. Porque el Diego es eso.

Del barro, al edén y del edén, al barro.

Se cumplen 10 meses sin el 10. Realidad ficticia de secuencias agónicamente increíbles. No quiero caer en redundancias del luto popular, ni explicar porqué siendo mujer y feminista revientan las fibras más sensibles de mi cuerpo.

Yo como el Diego, habito en la contradicción y le permito disolver los matices de moralidad en el panóptico punitivista de quienes ponen las reglas del juego, lo comprendo desde la ruptura de estructuras.

Y agradezco coincidir temporalmente con la arcilla que forjó el suelo por donde caminó tal deidad.

Manu Bertola
Manu Bertola

Hija y nieta de la historia de nuestro pueblo. Estudiante de sociología. Nacida y criada en la ciudad donde las diagonales tocan el sol.

Nuestro Dios ha muerto

Nuestro Dios ha muerto

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El 25 de noviembre el mundo paró la pelota. El silencio se apoderó de las gradas y el planeta, confundido, levantó la mirada y vio que el 10 no estaba en el centro para meterse al área. Durante ese minuto de desconcierto, el mundo recordó todo aquello que el 10 temía que fuese olvidado: sus gambetas dibujadas, que ha tanto facho le pintaron la cara; las polémicas transmitidas por todos los medios; las peleas y goleadas. Todo eso que es el Diego, tan distinto e igual a nosotres que es imposible negar su humanidad tanto como su divinidad.

El Dios humano, símbolo de lo bueno y lo malo, el cabecita negra que de un manotazo nos robó la alegría para devolvernos las ganas de soñar. Porque no fue un mundial, son las Malvinas. Fue ver a los ingleses desparramados en suelo latinoamericano. El Diego es el arrabal jugando para América Latina, devolviéndonos el sentimiento de soberanía.

Y no se trata de subirlo a un pedestal para tapar las equivocaciones, no. Que no se confunda, el corazón se nos estruja por la conmoción y la contradicción entra a jugar. Y de eso se trata todo esto, lo popular, de vernos a nosotres mismes en su figura y entendernos pobres, negres, humildes y descamisades intentando sobrevivir en un mundo desigual. El nos enseño a desafiar la comodidad de los poderosos que no le pudieron negar el mérito, y por eso mismo intentaron callarlo.

Sus piernas hablaban un lenguaje universal, aquí y allá iba dejando un reguero de emociones, porque fue el tipo que torció el destino de millones. Por eso el mundo está de luto. Y en las tapas de los diarios se dibujan las camisetas de todos los colores unidas en un acto de amor. Joder, el ultimo ídolo popular, nuestro Dios, ha muerto. Que nadie se atreva a negarnos el llanto.           

Juan Simón
Juan Simón

Comunicador social, fotoperiodista. Especialista en el conflicto colombiano.

Jorgelina Urra
Jorgelina Urra

Para que las ideas no mueran hay que escribir, pero como el lenguaje es un universo lleno de palabras muertas y consejos de la RAE; prefiero hablar desde un léxico más revolucionarie.

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