El sistema mundo llamado “modernidad” se hunde. Cada día que pasa, con cada decisión que toman sus promotores, se agigante la grieta y tambalean algunos de sus pilares. Todo ello sucede pese a que se busque por todos los medios posible intentar evitar el colapso y revertir la situación.
Los norteamericanos y sus corporaciones, grandes ganadores del descalabro de las últimas décadas, toman cada oportunidad que tienen para pisarle la cabeza a propios y extraños a sólo fin de seguir conservando su hegemonía planetaria, resquebrajada, puesta en duda, y que difícilmente puedan sostener, si es que aún existe.
Lo hacen de diversas maneras y en diferentes tonalidades, pero no tienen piedad con nadie. Llevaron a Europa (a la OTAN para ser más precises) a una guerra con Rusia, aunque saben que difícilmente la ganen en el campo de batalla (obviamente los EEUU no ponen muertes, sólo los europeos).
Lo hicieron previamente en Nuestra América, fomentando el endeudamiento de muchos países; y lo siguen haciendo ahora bajo presiones de todo tipo para que nos acoplemos a su ideario de mundo, y a cumplir con sus metas.
Lo hicieron y lo hacen con África, promoviendo golpes, instalando nuevas bases militares, incentivando la división de sus pueblos y el enfrentamiento entre hermanes.
El dominio occidental está, permanentemente, volviéndose más desquiciado, beligerante, autoritario y criminal. Ante la imposibilidad de revertir el desastre económico, productivo y social, sus únicas herramientas parecen ser las operaciones mediáticas, la estigmatización, la persecución, la criminalización y en donde todo confluye: la guerra.
Hace algún tiempo ya que hemos venido insistiendo en que el imperialismo norteamericano le declaró la guerra a perpetuidad a los pueblos del mundo. Y hasta el momento no se ha podido determinar hasta qué punto estarán dispuestos a llegar.
Las cosas por su nombre
El mundo vive un gran parate. Como lo afirma García Linera el neoliberalismo sólo nos propone volver a la Edad Media y hostiga nuestro intelecto pregonando el miedo y la incertidumbre a través de cuantiosas campañas y operaciones de prensa y por redes sociales. Fagocitan el odio, buscan permanentemente el enfrentamiento entre hermanes, alientan la desesperanza, el rencor y la violencia como forma de canalización de las múltiples inconformidades que ellos mismos generan y pregonan.
Ante este complejo escenario, las fuerzas progresistas y populares que vuelven a ganar elecciones y a “controlar” los gobiernos nacionales en Nuestra América se encuentran ante el inmenso desafío de gestionar la cosa pública siendo atacados por todos los francos posibles. Y, lastimosamente, ante estas agresiones las respuestas que se han generado están bastante flojas de papeles.
A los errores (por no decir horrores) propios se suman infinidad de obstáculos que dejaron los gobiernos neoliberales, llámense deuda externa, depreciación de salarios, persecución político-mediático-judicial, trabas judiciales a políticas públicas, y un sinfín de etcéteras.
Pero el punto es que tampoco se le está encontrando el agujero al mate. Aún no hay una propuesta de futuro que realmente interpele a las grandes mayorías. Conceptos como revolución, socialismo, comunismo, comunidad, organización, militancia, patriotismo, son permanentemente agredidos por los enemigos de los pueblos y rara vez defendidos con énfasis por quienes asumen la tarea de conducir esas expresiones populares llegadas al gobierno.
Canto a la rebeldía
Quizás el problema radica en que, producto de la reproducción del individualismo al que estamos sometidos y con el cual nos formaron, se perdió el sentido colectivo, de comunidad, de hermandad. Importa más lo que diga o haga un referente o una referenta que lo que se pueda construir colectivamente como alternativa o salida común.
Obviamente hay excepciones, como en todo, pero lamentablemente no es la regla. Todo a nuestro alrededor parece estar cargado de energías negativas, de imposibilidad y parálisis. Y el medir todo desde la óptica individual refuerza ese precepto, ese sentir.
Quizás sea hora de dejar de pretender que algún iluminado o alguna iluminada nos saque del infierno al que nos dirigimos. Quizás sea hora, como se ha afirmado tantas veces, de que cada une de nosotres, desde nuestra individualidad, nos predispongamos a sumarnos a un algo colectivo; de que desde nuestros saberes y percepciones intercambiar ideas y generar propuestas colectivas; de ser nosotres quienes busquemos marcarles el camino a quienes circunstancialmente tienen la difícil tarea de gestionar la cosa pública. Quizás sea hora de volver a cantarle a la rebeldía.
Una trinchera de futuro
Inventemos o reinventemos lo nuevo, lo alternativo a esto que existe. Discutamos, pero discutamos de todo. Formémonos. Resignemos parte de nuestro tiempo de ocio y de nuestras comodidades para abonar a ese algo colectivo, de hermandad entre iguales. Reconstruyamos esa esperanza que pretenden quitarnos.
Aunque nos sea difícil, aunque también genere angustias, aunque no lo podamos resolver en lo inmediato, ahora, ya. Que la construcción colectiva sea nuestra trinchera de futuro. Aportemos desde donde podamos para que no nos roben la esperanza de un futuro mejor.