De las salas de audiencias al grito colectivo

De las salas de audiencias al grito colectivo

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Tres autoras, tres geografías, una misma urgencia: Suzie Miller, Virginie Despentes y Selva Almada convierten el dolor, la injusticia y la violencia de género en relatos que interpelan al sistema judicial, ritualizan la memoria y tejen pactos de complicidad entre mujeres. 

En Prima Facie, la dramaturga australiana, Suzie Miller construye una obra feroz sobre el sistema judicial y su incapacidad para proteger a las víctimas de violencia sexual. La protagonista, una abogada penalista brillante, se ve obligada a enfrentar el mismo sistema que antes defendía, cuando ella misma es víctima de violación. La obra expone cómo el derecho, lejos de ser neutral, reproduce sesgos patriarcales que deslegitima el testimonio femenino.

Por otro lado, Teoría de King Kong, de Virginie Despentes, es un manifiesto feminista que desarma los discursos sobre la violación, la prostitución, el deseo y la maternidad. Despentes escribe desde la rabia, pero también desde la lucidez: “No se trata de queja, sino de provocación”, dice. Su ensayo es un grito que convierte la experiencia personal en una herramienta política.

Ambas obras pueden dialogar con la literatura argentina a través de Chicas muertas de Selva Almada. En este libro, Almada reconstruye tres femicidios ocurridos en provincias argentinas durante los años ‘80, cuando aún no existía la categoría de “femicidio” en el discurso público. Almada no busca resolver los casos, sino narrar el silencio que los rodea, la impunidad, y la naturalización de la violencia. Su escritura es ritual de memoria, gesto de reparación, y pacto con las muertas.

¿Qué las une? 

Aunque las tres obras nacen en contextos distintos —Australia, Francia y Argentina—, sus autoras comparten una urgencia: transformar el dolor en relato, el silencio en memoria, y la injusticia en pacto. Lo que las une no es solo la denuncia de la violencia, sino el modo en que convierten el lenguaje en ceremonia, el cuerpo en archivo, y el dolor en relato compartido. Cada una desarma el poder desde una estética distinta, pero todas pactan con lo que incomoda.

Despentes reivindica el deseo como fuerza disruptiva. Habla de prostitución, pornografía, maternidad y rabia sin pedir permiso. Su escritura es incómoda, feroz, pero también profundamente lúcida. En su universo, el deseo no es debilidad: es lenguaje, es poder, es pacto.

Miller muestra cómo el trauma desarma el discurso jurídico. Tessa, que antes dominaba la retórica del juicio, se ve incapaz de narrar su propia experiencia. El deseo, el consentimiento, el cuerpo: todo se vuelve opaco ante la lógica probatoria. La obra revela cómo el lenguaje legal no alcanza para nombrar lo vivido.

Almada, en cambio, escribe desde el borde del deseo: el deseo de justicia, de memoria, de reparación. Su prosa es contenida, pero cargada de afecto. No hay erotismo, pero sí una ética del cuidado que transforma la escritura en acto de amor hacia las muertas.

Así es como las tres autoras convierten lo íntimo en público, lo traumático en narración, y lo individual en colectivo. Sus textos son alianzas tejidas en la incomodidad: gestos de complicidad con las que ya no están, con quienes aún no han podido hablar, y con quienes el sistema sigue sin escuchar.

  • Miller usa la escena como tribunal simbólico: el cuerpo habla donde el derecho calla. 
  • Despentes convierte el ensayo en grito: su voz es objeto de provocación y complicidad.
  • Almada transforma la crónica en altar: cada nombre, cada detalle, cada silencio es gesto de reparación. 

¿Qué significan hoy? 

Estás obras no solo se encargan de denunciar la violencia: la ritualizan, la narran, la transforman. Son gestos de reparación simbólica, pactos de complicidad, y espacios donde el dolor se convierte en memoria compartida. En un mundo donde el testimonio aún es puesto en duda, donde el deseo femenino sigue siendo disciplinado, y dónde la justicia llega tarde o nunca, estos textos invitan a escucharla pactar, y a narrar de otro modo. 

Prima Facie: el cuerpo como prueba

Desde su estreno, Prima Facie se convirtió en un fenómeno global. La obra fue adaptada en múltiples países, incluida una versión protagonizada por Jodie Comer en Londres y Nueva York, que recibió ovaciones y premios. En 2023, se transmitió en cines como parte del National Theatre Live, ampliando su alcance más allá de su circuito teatral.

En la actualidad, Prima Facie es leída como una denuncia feroz contra el sistema judicial y su incapacidad para proteger a las víctimas de violencia sexual. La obra expone cómo el lenguaje legal desarma el testimonio femenino, y como el cuerpo de la víctima se convierte en campo de batalla. Es una pieza que ritualiza el trauma y lo convierte en escena pública, obligando al espectador a escuchar lo que el derecho calla.

Teoría de King Kong: el deseo como grito 

Publicado originalmente en 2006 y reeditado en español en 2018, Teoría de King Kong se mantiene como uno de los manifiestos feministas más provocadores y lúcidos del siglo XXI. Despentes escribe desde la rabia, pero también desde la experiencia: habla de violación, prostitución, pornografía y maternidad sin pedir permiso.

Hoy, el texto circula entre jóvenes feministas, activistas y lectoras que encuentran en su voz una forma de nombrar lo que aún incomoda. Despentes no ofrece respuestas fáciles: ofrece preguntas, contradicciones, y una ética del deseo que desarma los discursos normativos. Su ensayo es un grito que se convierte en pacto, una provocación que se vuelve comunidad.

Chicas muertas: la crónica como altar 

Desde su publicación en 2014, Chicas muertas se convirtió en un texto clave para pensar los femicidios en Argentina. Almada reconstruye tres asesinatos ocurridos en los años ‘80, cuando la palabra “femicidio” aún no existía en el discurso público. Su escritura no busca resolver los casos, sino nombrar el silencio, ritualizar la ausencia y convertir el duelo en gesto colectivo.

En la actualidad, el libro es leído como una ofrenda: cada nombre, cada detalle, cada silencio es parte de un altar narrativo que transforma la crónica en ceremonia. Almada no escribe desde la especialización del crimen, sino desde la ética del cuidado. Su obra es un pacto con las muertas, una forma de decirles: “no las olvidamos”.

En tiempos donde el testimonio aún se pone en duda, donde el deseo femenino sigue siendo disciplinado, y dónde la justicia llega tarde o nunca, estás obras nos obligan a mirar de frente. Ninguna de estas obras ofrece consuelo, pero si compañía. Son textos que incomodan, que interpelan, que invitan a escuchar lo que el derecho calla, lo que la cultura censura, lo que la historia olvida. En sus páginas, el cuerpo se vuelve escena de verdad, el deseo se transforma en lenguaje político y la ausencia se coreógrafa como ceremonia de duelo.

Porque estas obras no nos protegen. No ofrecen alivio. No prometen justicia. Solo nos dejan frente a lo que no se puede mirar sin temblar. El cuerpo que no fue escuchado, el deseo que fue castigado, aquella ausencia que nadie quiso nombrar.

Leerlas es pactar con las que ya no están, con las que hablar y no fueron creídas. Con las que aún no han podido hablar, con las que ya no tienen cuerpo, pero si memoria. Es aceptar que el lenguaje puede fallar, que la justicia puede no llegar. Que el dolor puede no tener forma, y que, aun así, hay que narrarlo.

Porque si el dolor no puede evitarse, al menos puede ser compartido. Y en ese gesto —mínimo, frágil, desesperado— quizás podamos sostenernos un poco más. O no. Tal vez solo queda el silencio, el eco de lo que no se dijo. El altar vacío, la página que no alcanza, la incomodidad que no se resuelve. Y el pacto que nunca deja de doler.

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