
La tragedia rohingya no se terminó
El año 2021 no empezó nada bien para el pueblo rohingya exiliado y refugiado en Bangladesh, que escapa de la limpieza étnica de Myanmar. Desde fines del año 2020 el gobierno de Bangladesh anunció que trasladará a un segundo grupo de refugiados rohingya desde los abarrotados campos de Cox Bazar hasta una isla remota en la Bahía de Bengala. Lo ha hecho a pesar de la preocupación en materia de seguridad mostrada por defensores de derechos humanos internacionales.
Organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han pedido al gobierno de Bangladesh que detenga la reubicación de los rohingya a Bhashan Char, que se encuentra a varias horas en barco del continente, una zona propensa a sufrir inundaciones y ciclones frecuentes y que, en caso de darse mareas altas, podría quedar totalmente hundida. No obstante, la señora Michelle Bachelet, Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, no ha dicho mucho sobre la situación de los rohingya.
El primer grupo de 1642 refugiados llegó a la isla a principios de diciembre de 2020. Abdullah Al Mamun Chowdhury, mando policial y director del proyecto Bhashan Char, declaró a The Daily Star, un periódico local, que entre el 28 y el 29 de diciembre de 2020 llegaron entre 700 y 1000 rohingyas y que el lugar ya está listo para recibir a sus nuevos habitantes a principios del nuevo año 2021. Bangladesh ante las Naciones Unidas en Ginebra, sostiene que los rohingya se han trasladado allí de manera voluntaria y que el gobierno ha adoptado las medidas necesarias para mejorar su calidad y medios de vida, así como su seguridad.
Desde 2017 más de 700.000 rohingya están escapando de la persecución militar y religiosa de los grupos budistas fundamentalistas y de las fuerzas armadas. Se trata de un genocidio que tiene poca prensa y que sólo la República Islámica de Irán y la República Árabe Siria denuncian ante la comunidad internacional. Los rohingya son una etnia de lengua sáncrita bengalí que en su mayoría es de la fe musulmana sunna, y que habita en el estado birmano de Rakhein (antiguo país de Arakán), fronterizo con Bangladesh. Más de 20.000 rohingya han sido asesinados desde 2017 y se cree que hay más de 90.000 desaparecidos. Este genocidio no se ha visto en el mundo desde los tiempos de la limpieza étnica en Ruanda en el año 1994 en un país empobrecido del Sur. Algunos grupos huyeron también a India, donde comenzaron a ser rechazados por grupos hindúes y budistas conservadores e islamófobos. Todo un gran problema para Asia del Sur.

Myanmar es un estado pluriétnico, en el que viven más de 100 grupos nacionales. Su población, de alrededor de 60 millones de habitantes, es eminentemente rural, y con una de las esperanzas de vida más bajas de la región del sur de Asia Oriental. El mayor grupo étnico es el bamar, también conocido como birmano o “burma”. Junto a Nigeria, Guatemala, Bolivia, India, China y Papúa Nueva Guinea, es uno de los países que puede ser considerado una “torre de Babel”. Es un país bastante diverso desde el punto de vista etnolingüístico. En su territorio confluyen tres grandes familias lingüísticas de Asia: la familia tibeto-birmana, la familia austroasiática y la familia tai-kadai. El principal idioma del país, el idioma birmano (“burma”), es una lengua tibeto-birmana del grupo lolo-búrmico.

La historia de los rohingya
La historia de los rohingya está asociada con la llegada del Islam a la región del sur de Asia Oriental desde el siglo XI. Los musulmanes han logrado llevar su fe hasta los confines del Sudeste Asiático, cruzándose con grupos religiosos como los budistas, los sijíes, los hindúes de Asia Oriental y creencias animistas de Indochina y la región de Malaca. Pueblos de etnia bengalí y de lengua sánscrita adoptaron el Islam sunna gracias a diversos factores, ya sean comerciales como político-militares, donde diversas elites musulmanas lograron convertir al monoteísmo a pueblos que históricamente eran politeístas. Desde entonces los conflictos entre pueblos y religiones en la zona fronteriza entre las actuales Bangladesh y Myanmar no cesaron.
Antiguamente, la región del Arakán fue el hogar de los rohingya. Aún se debate sobre el origen de este pueblo perseguido. Durante muchos siglos la región de Arakán tuvo una relación más estrecha con el subcontinente indio que con el resto de Myanmar de la que lo separa la cordillera Arakan Yoma que en algunos puntos alcanza los 3000 metros de altitud. Del subcontienente indio procedieron sus primeros pobladores, como lo demuestran las inscripciones en sánscrito que se han encontrado en restos de templos hindúes, y solo a partir del siglo X comenzó la llegada de población budista de origen chino-tibetano procedente del otro lado de la cordillera Arakán Yoma y que eran conocidos como “raikén”.
La presencia de musulmanes en Myanmar se remonta al siglo XI. Desempeñaron los oficios de comerciantes y guerreros, y se integraron bien con la población local, cuya religión era (y sigue siendo) el budismo theravada, llevado allí por los monjes de Sri Lanka durante el primer milenio d.C.
A principios del siglo XV el rey Narameikhla, soberano del reino budista de Arakán, consiguió la ayuda militar del sultán de Bengala frente al reino de Ava, del interior de Myanmar. Algunos de los soldados musulmanes enviados por el sultán se quedaron a vivir en Arakán, convirtiéndose, según algunos estudiosos en los antepasados de los rohingya. Dos siglos y medio más tarde habría habido una nueva oleada migratoria musulmana en Arakán, influyendo en las costumbres de sus habitantes como el hábito de las mujeres budistas de la zona de llevar velo, al igual que las musulmanas.
La llegada del colonialismo británico puso en jaque cierta armonía entre los pueblos de Arakán. Durante la dominación británica, y especialmente en la segunda mitad del siglo XIX, se incrementó notablemente la llegada de musulmanes a la “colonia de Burma” (así era el nombre de Myanmar para los ingleses). Las autoridades coloniales los llevaron allí desde la India (también a hindúes, pero en un número mucho más reducido) para que desempeñaran determinadas funciones en la administración y en las empresas para las que la población autóctona carecía de la formación y de las experiencias necesarias.
Así a principios del siglo XX ya había en Myanmar alrededor de un millón de habitantes procedentes de la India, en su inmensa mayoría musulmanes, de un total de doce millones. Hasta se formó una especie de “burguesía rohingya” que se enriqueció con los británicos, en detrimento de las poblaciones budistas del Arakán. A principios del siglo XX, elites budistas se asociaron a los británicos, para formar una alianza contra el nacionalismo musulmán de los rohingya, éste muy ligado a los ideales independentistas que desarrollaban los grupos musulmanes en Pakistán y Bangaldesh.
Esta situación generó más problemas. Los británicos combatieron a los nacionalistas rohingya y alentaron el conservadurismo hindú y budista para expropiar comercios y tierras de los musulmanes del Arakán. El empobrecimiento de los rohingya fue en aumento y fueron empujados al norte del Arakán, cerca de Bangladesh. La integración de los hindúes fue bastante fácil, y los musulmanes rohingya se encontraron con el rechazo de la población budista mayoritaria y se produjeron algunos episodios sangrientos. Así en 1930 y 1938 fueron asesinados rohingya, quemados sus negocios y asaltadas sus mezquitas.
Increíblemente, los británicos se vieron en aprietos con la invasión japonesa en el marco de la Segunda Guerra Mundial del decenio de 1940. Los japoneses intervinieron en “Burma” y se apoyaron en las elites budistas del centro del país, obligando a los budistas del Arakán a rechazar al orden colonial británico para sumarse al japonés. Los británicos, de forma desesperada, se apoyaron en los campesinos rohingya para combatir a los budistas y a los japoneses.
De hecho, se formaron guerrillas en el Arakán para luchar contra Japón. Se produjeron enfrentamientos armados entre rohingya y los budistas, especialmente en el sur de la franja costera, que se saldaron con varias decenas de miles de muertos, la destrucción de más de trescientas aldeas y la emigración de unos 80.000 rohingya supervivientes hacia el norte del Arakán, donde eran mayoría. En 1945 Japón fue derrotado, pero los budistas lograron poder. Los británicos, muy debilitados, decidieron abandonar el país, presionados por los acontecimientos en India y Pakistán. Así, se proclamó la independencia de “Burma” en 1948 y el Arakán, uno de los territorios más pobres del nuevo país, ya estaba dividido en dos sectores: el sur budista y el norte musulmán.
“Burma” pasó a ser Birmania, “país de los birmanos”. En la Birmania independiente los musulmanes del norte de Arakán, los rohingya, no fueron reconocidos como una etnia autóctona de las 135 que formaban el nuevo país, aunque a pesar de ello fundaron algunas organizaciones legales en las que aparecía el nombre de rohingya, y dos destacados miembros de la minoría formaron parte de la Asamblea Constituyente birmana. En el momento de la independencia de Birmania y de la India algunos dirigentes rohingya plantearon integrar su territorio en el recién nacido Pakistán, ya que su población compartía con ellos etnia (bengalí) y religión (Islam sunna), pero su máximo líder independentista musulmán Ali Jinnah, el amigo de Gandhi, rechazó la propuesta.
La lucha armada por la identidad rohingya
Desde 1962 se sucedieron regímenes militares que alentaron una especie de nacionalismo budista frente a las etnias consideradas “menores”. Con los musulmanes rohingya fueron más despiadados, ya que los consideraron “no ciudadanos de Birmania”. Fue tanta la agresión a los rohingya, que este grupo comenzó en los años del decenio de 1970 a luchar. Fueron los grupos campesinos los más rebeldes, quienes formaron el grupo armado llamado Frente Patriótico Rohingya, integrado por unas decenas de militantes, que fue aplastado con facilidad por ejército birmano. La negativa a conceder a los rohingya la ciudadanía birmana fue ratificada en la Constitución de 1974, tras cuya aprobación miles de rohingya emigraron a Bangladesh. Los que se quedaron recibieron una tarjeta de residencia como extranjeros. La ley de ciudadanía de 1982 confirmó esta situación.
Algunos grupos guerrilleros siguieron peleando en las selvas del Arakán, pero abandonando ideas socializantes. Llegaron las guerrillas más ligadas al islamismo combatiente, que Mynmar asoció al “terrorismo islámico”. La respuesta a la persecución que sufrían fue la fundación en los años del decenio de 1990 de la Asociación para la Solidaridad Rohingya, un grupo armado que tomó el relevo del Frente Patriótico Rohingya (ASR) de veinte años antes. La respuesta del ejército birmano fue la operación llamada “Nación Limpia y Hermosa”.
En 2012 se produjeron disturbios en el estado de Rakhein, después de que tres rohingya violaran a una mujer budista y de que una multitud quemara como represalia un autobús en el que diez viajeros musulmanes murieron calcinados. Durante los disturbios murieron cientos de personas de ambos bandos y cerca de 150.000 rohingya huyeron a Bangladesh. En las elecciones de 2015, que fueron ganadas por la Liga de Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz 1991 (por luchar contra las dictaduras de Myanmar), la comisión electoral anuló decenas de candidaturas de musulmanes y les negó el derecho al voto a alrededor de medio millón de ronhingya que en las elecciones de 2010 habían podido votar con un permiso de residencia.
Desde entonces los rohingya empezaron a sufrir más represión. Los grupos guerrilleros de la ASR siguieron combatiendo. Myanmar lanzó una guerra sin piedad. Una operación brutal, generalizada y sistemática de las fuerzas de seguridad de Myanmar y las milicias budistas rakéin, que posiblemente podría considerarse como crimen de guerra, y en la que había indicios de genocidio. Pero la presidenta de facto del gobierno de Myanmar, la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, negó que hubiera habido limpieza étnica, alegando que también han muerto budistas. Por su parte el ejército de Myanmar justificó la operación contra los rohingya como una respuesta a “los actos violentos” perpetrados por los rebeldes del Ejército de Salvación Rohingya de Arakán (ARSA), brazo armado del ASR.

Limpieza étnica imparable
Los militares de Myanmar y los grupos budistas conservadores y racistas iniciaron una limpieza étnica que recordaba a la de Ruanda de 1994. Miles de rohingya huyeron en 2017 a Bangladesh, poniendo en peligro las fronteras y preocupando al ya débil país bengalí. Una 80 ONGs se hicieron presentes en la zona fronteriza de Bangladesh y alertaron sobre campos de concentración. De hecho, son los más grandes que existen hoy en día en el mundo actual, donde los rohingya conviven con enfermedades como el cólera, la malaria y ahora el COVID-19, que mató a miles de refugiados.

La crisis sanitaria se hizo evidente y la Cruz Roja, la Media Luna Roja, Médicos sin Fronteras y diversas iglesias cristianas filantrópicas pidieron ayuda a la OMS tanto para los rohingya como para Bangladesh. En agosto de 2017, en pleno proceso de limpieza étnica, el papa Francisco hizo un llamamiento a favor de los rohingya desde la plaza de San Pedro. Sin embargo, cuando tres meses después, a finales de noviembre de 2017, visitó Myanmar, el papa no mencionó a los rohingya, quizá para congraciarse con los budistas, muy aliados a los cristianos católicos del Sur de Asia. Irán y Siria denunciaron esta actitud y llamaron al mundo musulmán a pelear por los rohingya. Recién el 27 de diciembre de 2019 la Asamblea General de la ONU condenó las violaciones de los derechos humanos de los rohingya por parte del gobierno birmano.
Solidaridad con el pueblo rohingya
Los rohingya son considerados como otro “pueblo sin Estado”. Irán y Siria piden que se los compare con los palestinos. Algunos grupos kurdos socialistas de Turquía Oriental también se solidarizan con los rohingya. El Frente POLISARIO del Sahara Occidental también se solidarizaron con los rohingya, mientras grupos como el Hizbolá libanés y el Ansarolá yemení levantaron sus banderas en homenaje a ese grupo tan castigado de Myanmar. Otras organizaciones islámicas independientes de Asia Oriental pidieron por los rohingya, pero sin mucho eco. Mientras tanto, el genocidio sin prensa de los rohingya sigue su curso.
Lo que está claro son dos cosas. Primero, que el budismo conservador derechista en Myanmar alienta una islamofobia muy parecida a la que existe en Occidente. Y, en segundo lugar, los derechos humanos para los pueblos sin prensa no existen para la comunidad internacional occidental, más cuando son Teherán o Damasco los que denuncian el caso de los rohingya, poniendo en vergüenza a la doble moral de las potencias occidentales.