Otro de los nuestros

Otro de los nuestros

TIEMPO DE LECTURA: 4 min.

“El Pocho Lepratti” tengo escrito ahí en la agenda… un 19 de diciembre de 2021. Quizás, 20 años después, haya algo más para contar…

El tiro fue a la garganta de Pocho, lo desangró en cuestión de segundos. Del viento que levantaba el helicóptero en el epicentro de Buenos Aires con De La Rúa dentro, se convidaba a todo el territorio argentino el olor a gas y plomo, y el sudoeste rosarino no fue la excepción. La orden bien clara: al pueblo, represión.

El asistente de cocina que no conoció el gatillo hasta que le disparó a él. El pibe, como muchxs de nosotrxs, que miró a los ojos de la realidad argentina y quiso, con toda su carne y su alma, hacer algo. El ordenamiento de ese algo se encuentra en el hacer, pero la certeza es inminente: tiene que haber otra vida para los y las argentinas.

Pocho no eligió hacerlo en cualquier lado ni mediante cualquier cosa, eligió hacerlo en una escuela y como asistente de cocina. La escuela, que fue y es refugio de las masas populares, de los pibes y las pibas, de las familias, de lxs trabajadorxs no docentes, de las enseñanzas y de los conflictos. Esa que contiene a las maestras y maestros que armaron la carpa blanca en la plaza, las veces que fue necesario. La escuela como espacio común, espacio de posibilidad y también, de alimento. Además, es cierto, el espacio desde el cual en los tiempos más oscuros, se han motorizado las peores atrocidades, silencios y doctrinas.

Hay cientos de Pochos que quieren de ese espacio común, otra cosa. Una cosa mejor. No miles, cientos. Y la idea del Pocho, cristiano de origen, (como también es la nuestra) fue la de buscar a esos miles para que dejemos de ser cientos. Pero el plomo sanciona cuando se direcciona… En el calor agobiante de un 19 de diciembre de 2001, cuando la policía provincial de Santa Fe se cargó a un compañero de la trinchera popular en el techo de una escuela del barrio Las Flores, juramos nuevamente vencer. “Paren de tirar, hijos de mil p***, hay chicos acá” fue lo último que gritó Pocho. No dijo, pidió ni suplicó: gritó. El tiro fue a la garganta.

Además de la escuela, el Pocho encontró esas formas en “La Vagancia” en el barrio Ludueña. Un grupo de pibes y pibas que se organizaban para sostener la olla, hacer recreaciones, clases de guitarra o música popular, la redacción de la revista “El Ángel de Lata” e infinitas conversaciones sobre la Argentina que soñaban. Pocho en una entrevista lo dice muy claro: “en esos lugares soñamos con un mundo distinto. Como dicen los zapatistas, un mundo donde quepan todos los mundos.”

Pocho era uno más de lxs que todavía hoy, 20 años después, soñamos con esa otra vida posible. La historia de Pocho no tiene ni más ni menos que eso, el relato sobre los días de un compañero comprometido con los destinos del pueblo. El cariño de un amigo que permeó toda su vida por el afán de algo mejor, y además, para todxs. La radical práctica de aquello que no se vive, no se puede cambiar. Aquel que contiene en la vulgaridad de los días, la esperanza del tal vez. Pobre en dos ruedas y unos pedales que lo hagan llegar más rápido que el plomo. Esa vez no se pudo. Los verdugos de la historia, algunas veces, llegan antes que nosotrxs.

Sobre el que no encuentre más palabras para decir, y no por eso, no haya más por saber.

“Hay que pasar el invierno, el invierno eterno no existe. Si despertamos, se va. Podemos y debemos construir la primavera”, solía gritar Pocho en su bicicleta.

Milagros Milat
Milagros Milat

Militante de la Corriente Nuestra Patria desde el kilómetro 0 del peronismo. Si huele a jazmín, regalamelo. Fundamentalista de las aceitunas verdes.

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