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Alejandro Parisi nació en 1976 en la Ciudad de Buenos Aires. Es autor de cuentos, novelas y guiones. Delivery es su primera novela publicada, en el año 2002, y reeditada este 2023 por la editorial Sudamericana.

Para comenzar, me interesaba preguntarte por lo que implicó para vos volver, veinte años después, a tu primera novela y apostar porque vuelva a circular, ¿tendes a creer que hay una evolución en el recorrido de un escritor a medida que va publicando, o no necesariamente? 

No creo que necesariamente se pueda hablar de una evolución, aunque sí es real que cuanto más escribís, más aprendes a hacerlo, es lo normal. Cualquier cosa que haces muchas veces, la vas mejorando, te vas conociendo más.. yo esta novela la escribí en Villa Celina, en la casa de mis viejos, con mi hermano durmiendo en la cama de al lado, y ahora corregí la reedición con mi hija de diez años, en el estudio que tengo en mi casa. La novela salió en 2002, yo me fui a vivir afuera y perdí contacto con el texto; no le movió la aguja a nadie al salir, sin embargo a mí me abrió puertas y yo le tengo mucho cariño. Yo nunca pensé que iba a escribir una novela, y gracias a Delivery pude escribir siete más. Sin embargo, no es una novela que la pueda escribir ahora. Si bien el contexto es dramáticamente parecido, yo ya no soy un pibe de veinte años, ni estoy en la calle como lo estaba en ese momento por lo tanto no puedo hablar de cómo se vive en esa realidad. Pero sí, yo le tengo mucho cariño, simplemente porque esa novela me hizo pensar que podía dedicarme a escribir.

Decías algo respecto al contexto… Delivery es una novela que necesariamente se lee anclada en un momento particular de nuestro país como fue el final de la década de los ‘90. A veinte años de su primera edición, ¿ves hoy una realidad homologable a la que plantea el libro? ¿Hasta qué punto sería distinta la historia de Martín si transcurriera en nuestro presente?

En un punto, la sociedad no es la misma. Martín es un pibe de clase media que fuma porro por primera vez a los veinte años, hoy es otra cosa. Se juntaba de noche con los amigos en la plaza; hoy en CABA eso ya no lo podes hacer porque están enrejadas. Les alcanzaba lo que ganaban en el día para poder salir. Eso ya es imposible. La incertidumbre de los veinte años le pasa a los pibes de todas las generaciones; pero ahora hay más certezas de que es más difícil que te vaya bien. Por otro lado, en estas semanas de conversar sobre la novela, me pregunto qué votaría Martín ahora… y me cuesta aceptar que votaría a Milei. La izquierda dejó de ser una alternativa disruptiva y ahora ese lugar parece ocuparlo la derecha.

Si bien has incursionado en otros géneros, como son los guiones televisivos o los cuentos, en tu recorrido literario fundamentalmente trabajaste con la novela. ¿Qué encontras en este tipo de textos que te convoca más que otros?

En principio, como lector, disfruto más de la lectura de novelas que de cuentos. Soy más de rutinas, y el cuento te invita todo el tiempo a empezar de vuelta. Y lo mismo me pasa al escribir. Por otro lado, como laburante de la escritura, escribí muchos guiones para chicos, libros a pedido, de todo. El ejercicio de escribir lo hago todo el tiempo, pero no siempre tengo ganas de escribir algo mío; cuando llega ese momento, borro todo y me dedico a mi historia. Me costó mucho separar ambos carriles, pero con los años pude distinguir: una cosa son mis libros, y otra mi laburo.

Yendo un poco a la novela, en una entrada de tu blog, te leí decir que te aburre esa cuestión adolescente de “echarle la culpa a los padres”. Sin embargo, podemos ver en la historia de Martín la marca de una ausencia, que es la de la figura materna, y de una relación contradictoria como es la que tiene con su padre. ¿Hasta dónde crees que esas figuras condicionan o determinan su recorrido?

A mí me parece que a los veinte años hay una rebeldía que necesariamente la tenes que tener. Si Martín tuviera 40 años sería un pelotudo, pero a los veinte todos renegamos de nuestra historia personal, criticamos y cuestionamos las acciones de nuestros viejos… ahora, si vos construís tu vida adulta en torno a eso, es más complicado. Pero sí, claramente es un personaje enfrentado con su papá porque le echa la culpa por la ausencia de la madre.

Entre las dedicatorias que incorporas en esta edición, está aquella al recientemente fallecido Luis Chitarroni. ¿Qué importancia tuvo esta figura en la publicación de Delivery y en tu recorrido como escritor?

Lo primero que hizo Luis fue aceptar leerla. La novela llegó a Sudamericana en el año 2000, cuando la Argentina se prendía fuego. Yo estaba sin laburo, mal anímicamente y proyectando irme del país. En ese momento me llamaron para decirme que la iban a publicar. Llegó diciembre de 2001, Argentina estalló y a pesar de eso, al año siguiente me llamaron para decirme que salía la publicación. Luis no sólo se comprometió con eso, sino que habló muy bien del texto, me ayudó a poder viajar, se portó muy bien conmigo… Todos tenemos una persona que te cruzas y te tira un salvavidas sin pedir nada a cambio.


OTRA POLILLA EN BUSCA DE LA LUZ: RESEÑA DE DELIVERY DE ALEJANDRO PARISI.

Hay ciertas decisiones de nuestras vidas, incluso aquellas que podemos considerar más trascendentales, a las que a veces no es posible encontrarles una justificación si no es a partir de la pregunta por la negativa; es decir, preguntarnos ¿por qué no hacerlo? ¿por qué motivo debería decir que no, a la posibilidad que tengo en frente? Si no hay una respuesta clara a esta pregunta, a veces, podemos cometer grandes errores. Algo así, quizás, le ocurre a Martín, el joven de 19 años que protagoniza Delivery, cuando le llega la propuesta de empezar a vender cocaína mientras reparte pizzas y empanadas en sus jornadas laborales.

La Argentina de fines de los años noventa era, para la mayoría de los jóvenes de nuestro país, una cagada. No había un futuro a la vista, porque ya prácticamente no había tampoco un presente; nadie tenía un mango, ni los pibes, ni sus padres, ni los padres de sus padres. En esa Argentina vivía Alejandro Parisi, el autor de esta novela, mientras la pensaba y la escribía; en esa argentina transcurre la novela, y en esa Argentina, también, vive Martín, un joven con una vida bastante rutinaria: se levanta a las 10 de la mañana, se va a trabajar, hace los repartos, vuelve a su casa y deja que pase el tiempo hasta tener que volver a la pizzería (a veces durmiendo, a veces discutiendo con su padre, a veces emborrachándose). A la noche reparte hasta que llegan las doce, le pagan el día y se va, a veces a alguna joda con sus compañeros de trabajo, a veces a dormir con Vero, algo que cada vez le entusiasma menos; o a veces, simplemente, a tirarse en su cama a pensar en su vieja.

¿Por qué, entonces, decirle que no a la propuesta que aparece frente a sus ojos? ¿Qué riesgo corre, qué puede perder? ¿Quién puede decirle que está cometiendo un error, que está por mandarse una cagada, que piense un poco antes de decir que sí? Nadie puede, por eso acepta. No puede hacerlo su padre, quien difícilmente puede tener una conversación con su hijo sin que éste lo termine insultando o agrediendo. Tampoco puede hacerlo su madre, por un motivo muy sencillo: su madre no está. La historia de Martín es una historia marcada por una ausencia. En algún momento de su infancia, su madre se fue; no está claro a donde, no está claro con quién, no está claro por qué, lo que está claro es que no está, y esa ausencia es más que significativa para el protagonista.

Algunos, igualmente, intentan advertirlo: el Negro, su amigo y compañero de trabajo; Flavio, que cuenta con la ventaja de la experiencia: él ya trabajó para los nuevos jefes de Martín, y la cosa no terminó bien. Sin embargo, Martín lo ignora, no le parece suficiente, debe ser un mentiroso y un drogadicto que simplemente no se la bancó.

Si es difícil hacer recapacitar a Martín antes de aceptar, mucho más difícil es convencerlo de dejarlo atrás una vez que empezó. Cada noche gana dos, tres, cuatro veces lo que gana en una semana en la pizzería; los riesgos de los que tanto le hablaron, él no los ve: nadie se da cuenta, nadie lo persigue, nadie sabe nada. Está todo bajo control, todo está joya.

El problema va a estar, entonces, cuando aparezca Romi. A veces, cuando se anda en las malas, basta solo con encontrar alguien que nos diga que valemos para que todo se vaya al demonio. Nada hay más peligroso, en los momentos de desolación y autodestrucción, que la esperanza; que alguien nos diga que no nos regalemos, que nos quiere y le importamos. Porque cuando eso pasa uno empieza a revisar todo, y a preocuparse por cambiar lo que está yendo a contramano; la duda es, entonces, si todavía tenemos tiempo de pegar el volantazo.

Alejandro Parisi escribió Delivery a los 24 años, en 1999. Gracias al apoyo de Luis Chitarroni, brillante editor y crítico literario fallecido este año, consiguió publicarla. Hoy, veinte años después, la novela se reedita para preguntarse, y preguntarnos, qué actualidad tiene la historia de Martín. El autor ya nos da una pista: si en aquel entonces le puso este nombre al protagonista, en homenaje a su ídolo Martín Palermo, hoy, posiblemente, lo llamaría Román.

Pedro Jalid

Profesor de Letras. Leo más de lo que escribo, trato de hacer más de lo que digo.

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