Amor animal, de Barbara Alí, es un poemario que deviene en búsqueda. El yo poético se debate entre Ese animal que estoy siendo y Ese animal que quiero ser, presente y deseo de. Acaso la completitud no sea un atributo del reino animal.
El deseo aparece articulando cada uno de los poemas ¿Qué es el deseo sino pregunta? ¿Qué es la poesía sino pregunta? La voz de Bárbara quiere reencontrarse, renacer. Y qué mejor piedra angular que cuestionarse lo cotidiano, “observo los árboles / recuerdo todo el tiempo que olvido / mi pequeño lugar”. Así comienza la primera parte, y este yo contemplativo tiene una certeza: “debería aprender / todo de nuevo”. Algo se rompió, se hizo carne, una ausencia. Ese es el impulso primigenio de la certeza. La percepción del mundo quedó trunca, falta un cristal en el lente. Tiene que reconfigurarse; “hoy nombro despacio / a oscuras tanteo / con la esperanza / de que el mundo aparezca / de nuevo / frente a mis manos”.
Pero es imposible construir la percepción del mundo sin el cuerpo que lo habita. ¿De quiénes son esas manos? “¿Qué sabe el cuerpo que olvidé?” Se piensa lobo, serpiente. Toma atributos del gato, de la araña. Pareciera que lo animal la aleja de aquel cuerpo que supo ser, cuerpo insuficiente para contener la realidad y, a su vez, realidad insuficiente. Es ahí, en la imaginación de aquello inasible, donde se busca desbordarla.
“Le saco punta al lápiz / como afilando las uñas / para dar el zarpazo”, entre lo humano demasiado humano y lo salvaje de lo animal la palabra aparece como una red de contención, como aquello que nos ata. Pero ¿a qué? La dicotomía entre estar unida a alguna extraña forma de civilización y querer sacarse la piel como un vestido que se pasea sutil en cada verso. Aunque a lo largo de la lectura encontramos nexos donde la tensión pareciera resolverse, donde la soga que une ambos objetivos está más firme que nunca, hecha del deseo mismo: “Con la paciencia de la araña / intento tejer / una red de palabras / que me sostengan / en el aire”.
La búsqueda de otro cuerpo, de otra voz, se vuelve necesidad imperiosa en el quiebre del poemario. Quiere las alas, quiere el olfato, quiere el instinto. Quiere transmutar la palabra: “Dicen que cierre los ojos / que empiece de una vez a hablar en otra lengua”. Esa red de contención que era la palabra, la escritura, comienza a disolverse en el ideal de comunicarse, de volver a entenderse: “si pudiera gruñir o maullar / estaría más cerca de lo que / quiero decirte”.
Lo importante, al final, es no perder el deseo, nunca dar en el blanco de la cacería.

Luciano Montoya
Nació en Mar del Plata, en 1997. Actualmente reside en La Plata. Estudia la licenciatura y el profesorado en Música Popular en la UNLP. Conductor del programa de radio Plástico Cruel.