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Una hipérbole bien latina de nuestro eterno laberinto político

Enserio, hay que militar seriamente esta causa: no es verdad que lo mejor de Gabriel García Márquez sean Cien Años de Soledad o El Amor en los Tiempos del Cólera ¿Podríamos animarnos a considerar que hubo un leve exceso de elogios producto de su inconfundible aroma a premio nobel?
El Otoño del Patriarca (1975) es el punto de evolución máxima de Gabriel García Márquez (1927-2014), una obra más entramada, osada en recursos y una crítica que conecta con alguna forma de planteo propio del pensamiento de la Filosofía Política.
Dicen que de Rafael Trujillo de República Dominicana, dicen que de Fulgencio Batista de Cuba o tal vez de Somoza de Nicaragua, El Otoño del Patriarca está groseramente inspirado en las formas casi desopilantes de las dictaduras que pintarrajearon la Historia de Latinoamérica en el siglo XX. Pero acá hay un país ficticio ubicado en algún borde caluroso del Mar Caribe. Ese país tiene un dueño, único y exageradamente longevo, tan viejo que ha olvidado incluso su nombre, incluso el nombre del país que fue su reino; sólo recuerda que es general, que gobernó ese país por más de cien años y que está solo en un palacio desvencijado y cohabitándolo con vacas y gallinas. Tal vez se llame Zacarías, pero poca certeza se tiene de eso o de cómo llegó al poder salvo que la gringada aplicó un correctivo con el viejo truco del golpe de estado y segundos después él era presidente. Él, bastardo, de origen más que humilde y analfabeto hasta ya entrada la adultez.
El ritmo narrativo es particular, muchas voces en un permanente tono de monólogo interior que van configurando la historia del general pero sin seguir ningún orden; no se sabe quién habla casi nunca y el único punto de referencia temporal es que cada personaje que relata lo hace a partir del descubrimiento del cuerpo muerto Zacarías. A la escasa puntuación se le suma un pulido en las formas de decir que definitivamente transforma a esta novela en el producto más poético de García Márquez.
Y después tenemos a la madre del protagonista que es canonizada y transformada en la Santa Patrona del Pueblo; una monja que deja sus hábitos para convertirse en amante del presidente y que luego será devorada junto a su hijito por una jauría; un doble que lo reemplaza por años y que termina ajusticiado por traidor; una amante que desaparece sin explicaciones mientras observa un eclipse desde el techo del palacio…Más García Márquez no se consigue, eh.
Pero además de ese balanceo entre la caricatura de un dictador bananero y un personaje que no termina siendo del todo repulsivo hay un planteo que escapa a la trama: en principio, aceptar que el poder es finalmente un mito que siempre termina con la muerte salvadora -si es a tiempo- o con el olvido implacable.
Y en segundo lugar, la novela ofrece como un murmullo perfectamente audible la conectividad limpia entre los estertores del poderoso y la forma en que ejerció ese poder. La correspondencia entre el rumbo del patriarca hacia su decrepitud y postración y el del país hacia su total deterioro social y económico es la mejor forma de explicar por qué las dictaduras terminan siendo además de desbastadoras, ridículamente banales. No hay más asombro que el de preguntarse cómo un país y la vida de millones de personas puede quedar en manos de un imbécil, salvo el que provoca asumir que lo único que necesita un imbécil para disfrazarse de héroe político son los aplausos de esa misma gente que será en breve engullida por el ídolo.
En el ocaso del mandato del general se ha contraído una deuda externa tan grande “que no han de redimir ni cien generaciones de próceres” advierte una de las voces. El Otoño del Patriarca tiene detrás de Zacarías una hipérbole de la historia de Latinoamérica, donde la demagogia, la corrupción, el nepotismo, la hipoteca del país a una potencia extranjera, la miseria degradante del pueblo no termina cuando muere el dictador, apenas comienza a terminar cuando el pueblo se despierta de la resaca de una fiesta que pagó y en la que sólo fue convocado para servir el lunch y limpiar los baños.

Amanda Corradini

Mujer de trincheras: Reparte su vida entre la trinchera de la Escuela Pública, la de su biblioteca y la que guarda algunas banderas que gusta agitar. Todo regado de mate dulce, Charly García y un vergonzoso apego por el humor infantil.

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