Algunas reflexiones a propósito de las luchas por Memoria, Verdad y Justicia y los desafíos actuales de nuestro pueblo.
Desde que los medios de producción pasaron a manos de las nacientes burguesías, siempre han intentado construir un discurso hegemónico. Claro está que en un primer momento la lucha por imponer una idea era mucho, pero mucho, más pareja. Con el paso del tiempo, con el crecimiento de la concentración de la riqueza y con la creación y posterior concentración mediática, esa desigualdad ha sido cada vez más escandalosa.
La cosa se deformó a grado tal que desde hace varias décadas más del 90% de la información que se produce a nivel mundial es controlada por un puñado de agencias de noticias que cuentan al unísono una forma de comprender el mundo, una forma de narrar los hechos, una forma de generar sentidos comunes.
Aparecieron medios alternativos a ese relato abrumador, pero la lucha siempre fue en desventaja. No tienen la misma capacidad de reproducción, ni el mismo presupuesto. Ni siquiera el mismo trato ante “la ley”. Porque los poderes reales de este mundo también se encargaron de ello, de que la gran mayoría de les integrantes de los poderes judiciales respondan a sus intereses y que nuestros países tengan leyes que beneficien sus intereses.
Pero como dice el refrán: “La gente no come vidrio”. Y cuando el relato construido dista tanto de la realidad concreta y palpable que se vive en las calles, siempre se cuela la voz del pueblo. A veces comenzando con un pequeño acto simbólico, como caminar en círculos y dar vueltas en una plaza.
Habían pasado tres largos años, dos en pandemia, desde que el pueblo argentino había marchado por última vez a Plaza de Mayo alimentando su memoria, construyendo verdad y exigiendo justicia. Pero el día llegó. Decenas de miles de almas que se dieron cita para demostrarle a la derecha (no solo argentina) que los ideales de lucha de este pueblo están vivos y que no se dejarán avasallar por los discursos de odio, las mentiras, el uso político de tragedias o el relato de un mundo que no existe.
Y mucho de eso se lo debemos a ellas. A ellas que, desde el dolor, el sufrimiento y la indignación, nunca perdieron las esperanzas. A ellas que, con un gesto tan simple como caminar, nos marcaron el camino. A ellas debemos decirles “gracias por tanto y perdón por tan poco”.
Rodolfo Walsh decía que “un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante; y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”. Y por eso lo asesinaron. Porque no podían doblegar su rebeldía y su lucha revolucionaria contra esos mismos poderes que hoy pretenden continuar el saqueo de lo que es nuestro. Un Walsh, que al igual que Masetti y tantísimos otres, dieron todo lo que tenían por transformar la realidad en las que les tocó vivir.
Pese a ser contra fáctico, une siempre se pregunta qué pensarían esos referentes revolucionarios de lo que sucede hoy. Qué pensarían o qué dirían sobre aquellos que -a nuestro entender- se convirtieron en meros mercenarios de la palabra, que repiten libretos armados y que buscan todas las formas posibles para deslegitimar las luchas de nuestro pueblo.
Sin miedo a equivocarnos, nos arriesgamos a decir que seguramente muches de ustedes estarán pensando o gritando las mismas frases -o muy similares. Y está bien que así sea. Pero qué hacemos con aquelles que se dicen apolíticos, qué hacemos con quienes no quieren, no pueden o no les interesa comprometerse a… Porque la solución de la derecha para borrar del mapa a quienes les enfrentan es simple: “miente, miente que algo quedará”; o lo que es peor: “hay que exterminarlo de la forma que sea”.
Mientras tanto el mundo sigue girando, se comienzan a vislumbrar cambios tectónicos y acá siguen discutiendo a quién le mide más la voluntad de verdad. Que pepito esto, que menganito aquello, que sultanita no habla, que bla… que bla… y que más bla… ¿Qué carajo les pasa? ¿No se dan cuenta que mientras se la miden una gran parte de nuestro pueblo se sigue cagando de hambre? ¿No se percataron que las elecciones están a la vuelta de la esquina y si la cosa no mejora nos van a llevar puestos? ¿Tan difícil es sentarse a tomar un café (o lo que les venga en ganas) y resolver las diferencias que tengan?
Como en toda lucha desigual, porque luchamos contra un monstruo de ocho cabezas, acá no sobra nadie. Faltan aún más voluntades. Falta un camino como ese que nos marcaron ellas. Falta despejar las dudas y ponerse de acuerdo no solo para sostener la unidad del campo popular, sino para avanzar con las luchas reales y concretas que tenemos por delante como pueblo.
El cipayaje está envalentonado, tiene a gran parte de las empresas de propaganda de su lado, tiene como aliados a los dueños de las redes sociales más utilizadas, tiene como proyecto el libreto armado desde Washington, tiene todo el financiamiento que se les ocurra (como el préstamo más grande que el FMI ha otorgado en su historia, que se lo fugaron). Las tienen casi todas a su favor. Lo único que queda de este lado del mostrador es la unidad y la voluntad popular.
Argentina tiene grandes desafíos. No solo el gobierno, el pueblo también los tiene. La situación actual da cuentas de que no basta con meter el voto cada dos años o movilizar en fechas conmemorativas. Hay que organizarse, hay que participar de la vida política de nuestro país, hay que renunciar a determinados privilegios y a horas de ocio para sumar ese grano de arena que entre los muchos harán la diferencia. Cada une encontrará el lugar y la forma. La indiferencia no es una opción cuando está en peligro el destino de las generaciones presentes y futuras.
Demostremos que ese hermoso cántico de cada 24 es verdad. Se lo debemos a ellas que nunca bajaron los brazos y siguieron luchando.