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La noticia de la violación cometida por un grupo de hombres en Palermo despertó discusiones sobre cómo deben nombrarse y comunicarse hechos de estas características.

La noticia de que seis hombres secuestraron y violaron a una joven de 20 años arriba de un auto en pleno barrio de Palermo a las 16 horas del lunes 26 de febrero, indigna a el país. El hecho, que ocurrió a pocas cuadras de Plaza Serrano, fue denunciado por vecinos que advirtieron que dentro del vehículo había una situación extraña: mientras cuatro de los jóvenes abusaban de la chica, otros dos hacían de campana; testigos afirmaron que se “turnaban para violarla”. 

Da asco leerlo, cuesta creerlo, pero no es algo aislado ni nuevo. Las violaciones suceden desde que la mujer habita la humanidad. La diferencia con este hecho es que parte de la sociedad y la justicia pone en duda el relato de la víctima porque, generalmente, los abusos sexuales se perpetúan en ámbitos privados. Para muchxs, “es la palabra de unx contra otrx”. ¿Tienen que violar a una mujer a plena luz del día para que reconozcan que estas cosas pasan? 

Lo sucedido hizo que mujeres y diversidades sexuales inundaran las redes sociales con pedidos de justicia, y el hartazgo se hizo sentir. Bajo el lema “estas son las caras de los violadores”, las fotos de los acusados Ángel Pascual Ramos (23), Tomas Fabian Domínguez (21), Lautaro Dente Ciongo Passotti (24), Ignacio Retondo (22), Steven Alexis Cuzzoni (20) y Franco Jesus Lykan (24) circularon por Twitter, Whatsapp e Instagram. 

Por su parte, los medios de comunicación hablaron de “violación en manada”, y el enojo desde los feminismos por el tratamiento revictimizante no tardo en hacerse notar. Ni enfermos, ni animales, ni manada: son hijos sanos del patriarcado. Son hombres que lo planearon, lo organizaron y lo ejecutaron, plenamente conscientes de lo que estaban haciendo. 

La expresión “violación en manada” invisibiliza lo que realmente es: en términos de la Antropóloga feminista Rita Segato, “un acto de poder y dominación” cometido por un grupo de hombres cisheterosexuales en total complicidad, el famoso pacto de caballeros. La víctima es cosificada y relegada a la categoría de objeto, mientras que el hombre, impune, “obedece a su mandato de masculinidad y descarga su potencia sobre el cuerpo de la mujer”. 

A lo largo de estos días, y también durante la cobertura de otros hechos como la violación grupal (aunque el termino correcto seria múltiples violaciones) a una menor en Chubut, denunciado en 2019, se escucharon expresiones como “no son personas normales”, “son enfermos”, “no están bien”, “fue un desahogo sexual”, “son monstruos”.

El uso de un correcto lenguaje en estos casos adquiere una gran importancia para evitar la revictimización de la que ya es objeto quien sufre una violación: ya tienen más que suficiente con los medios de comunicación que atrasan y con la justicia sin perspectiva de género que juzga a la víctima en vez de al victimario, que duda de su relato y hace preguntas incómodas y totalmente irrelevantes. “¿Que tenías puesto? ¿Qué hacías sola a esa hora? ¿Habías consumido algo? Después cuestionan por qué una persona tarda tanto en denunciar.

Se tiende a patologizar, a desnormalizarlo, pero esta es una persona que hace uso de su poder e impunidad, ambos avalados por instituciones y por la misma sociedad, y puede ser cualquiera. La(s) violacione(s) cometida entre grupos de hombres representan una validación de la masculinidad ante sus pares. 

Hablar de “manada” para referirse a una agresión sexual grupal, discursiva y simbólicamente, resta peso a la violación y camufla las individualidades en la comisión del delito. Para Isabel Muntané, codirectora del Máster Génere i Comunicació de la Universidad Autónoma de Barcelona, “si hablamos de ‘manadas’ es como si redujéramos el problema a un grupo concreto. Y no es así. No es una manada que cambia de ciudad: son muchos violadores, lo hagan de manera individual o en grupo”.

“Toda mujer tiene una amiga que en algún momento de su vida sufrió un abuso por parte de un hombre, pero ningún hombre tiene un amigo abusador. No dan las cuentas”, surgió como reflexión en las redes sociales. Los feminismos llevan una lucha incansable para cambiar la historia de sometimiento a la que fue postergada la mujer. Es momento de que los hombres empiecen a hablar en su grupo de amigos, se replanteen esta relación desigual, asuman un rol activo. Para que esta realidad cambie, tienen que hacer algo. 

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