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Analizamos las características del conflicto geopolítico entre Ucrania y Rusia; además realizamos un recorrido histórico qué nos explica el porqué de la disputa actual.

Como hace décadas no sucedía, el mundo está atento ante la escalada de tensión entre la Federación Rusa y Occidente a causa de las disputas en torno a Ucrania. En ese país de Europa del Este estalló en el 2014 una crisis. Esta estuvo caracterizada por tres elementos. Una “revolución de color”; una insurrección en varias provincias de signo contrario a los movimientos proccidentales del centro del país; y el visible avance de la Unión Europea, especialmente de la OTAN, para incorporar a Ucrania en sus marcos de alianza. Esto dio lugar en una guerra civil que se congeló en dos provincias orientales (Lugansk y Donetsk) en forma de guerra separatista. En ese mismo periodo, Rusia ocupó la Península de Crimea sin dificultades. A partir de ese momento las fronteras de Rusia no dejaron de ser “fronteras calientes”.

Un pantallazo histórico

Europa del Este y las llanuras rusas, ucranianas, bielorrusas, polacas, tienen una larga y propia dinámica histórica de conflictividad. Sin embargo, podemos tomar como un punto de referencia el final de la segunda guerra mundial, en donde surge un sistema mundial de cuya desintegración la crisis ucraniana actual es consecuencia.

Al finalizar la guerra, el Ejército Rojo había avanzado con grades sacrificios en una guerra de dureza desconocida, venciendo al ejército alemán después de cuatro años de lucha sin tregua. Sus fuerzas ocupaban gran parte de Alemania, y los Balcanes. Es importante tener en cuenta que la idea de que la segunda guerra mundial fue un enfrentamiento de estados divididos en dos bandos: el “Eje” vs. “los Aliados”, es equivocada en ambas premisas, o al menos parcialmente. La segunda guerra mundial, fue una combinación de guerra nacional y guerra civil, y contó con más de dos bandos. El “Eje” relativamente más homogéneo, con una visión más militarista y anticomunista, es recordado por el acuerdo entre Alemania, Italia y Japón. Sin embargo, se suele dejar en un segundo plano o directamente olvidar que Rumania, Hungría, Bulgaria, países nuevos como Eslovaquia y Croacia, y la misma Finlandia en diferente grado, fueron aliados de Alemania. O sea, un gran parte de Europa del este. Como también se suele olvidar que el estado polaco era tan anti alemán como antisoviético (y podríamos decir anti ruso, sin demasiado error). Que los países bálticos a pesar de la prepotencia alemana, aportaron al menos Estonia y Letonia, una cantidad muy numerosa de combatientes al Eje. Y aun casos similares se dieron dentro de Ucrania y otras minorías del estado soviético, aun con las directamente genocidas políticas del 3er. Reich. Y no está de más recordar que heterogéneos movimientos nacionales de Irán, Irak, etc. se alzaron en guerras anticoloniales esperando el apoyo de Alemania, y fueron salvajemente ocupados por los aliados. Lo que nos permitiría explican el carácter también antisoviético de la revolución islámica de Irán, por ejemplo.

La bota alemana fue muy dura y lo fue hasta para sus mismos aliados (en general en Europa del este, gobiernos conservadores), la llegada del ejército rojo fue un hecho de liberación. Pero no está de más recordar dos cosas, especialmente en los países que previo a la guerra no eran parte de la URSS. Salvo para el caso de Yugoeslavia (quizás sería más preciso decir Serbia), la liberación fue hecha por una fuerza externa, el ejército rojo, y que en esos países no había fuertes ni mayoritarios partidos comunistas, lo que implicaría dificultades en la posguerra para las necesidades soviéticas y rusas de seguridad en una guerra que, como dijimos, tenía más de dos bandos.

El bando “Aliado” en realidad eran dos fuerzas cuya posibilidad de acuerdo más allá de los días felices de la victoria sobre el Eje, eran imposibles. Los Aliados eran y son el occidente capitalista y liberal. La URSS, con las fuerzas sociales que en ese entonces combatían al capitalismo en sus propios países, era otro bloque. Y más allá de consideraciones ideológicas, eso sigue siendo así hoy, con la diferencia que la URSS y el socialismo han desaparecido de escena y la izquierda se incorporó al mundo liberal capitalista. Rusia, las fuerzas y países que no comparten la visión del mundo, la sociedad liberal y la geopolítica del occidente noratlántico, son otro bloque.

El prestigio ganado por la URSS con su fundamental aporte a la victoria sobre Alemania, más la presencia del ejército rojo, facilitó en la posguerra que surgiera el bloque de países socialistas en Europa; y así que la URSS consolidara fronteras propias amplias, sin contradicciones importantes dentro de su esfera geopolítica. En Yalta fue el inicio de un mapa y una época histórica para Rusia, esas serían las fronteras de su seguridad como nación. La URSS tenía claro desde antes de la guerra que Alemania podía ser un enemigo inmediato peligroso por ser la potencia geográficamente más cercana, además de la naturaleza del régimen político (aunque de hecho se establecieron entre ambas potencias acuerdos y se repartieron Polonia). Pero occidente también era un enemigo, lo mismo pensaban las clases dirigentes de occidente respecto de la URSS: un amigo necesario para vencer a Alemania, pero un enemigo estratégico. Previendo esto y “curada de espanto” con tener enemigos muy cerca de su corazón, Rusia creo un sistema que le daba profundidad social, económica y militar. El COMECON y el Pacto de Varsovia eran su reaseguro, frente a la OTAN y el Plan Marshall (y después frente a las instituciones occidentales). Esa profundidad estratégica se derrumbó con la URSS en 1990. Y las fronteras geopolíticas de Rusia retrocedieron en forma alarmante. Mientras que las fronteras políticas lo hicieron a una situación, previa a Pedro el Grande (al menos en el frente europeo) con la separación de toda Ucrania y Bielorrusia.

La realidad de geografía política surgida después de la mítica “caída del Muro de Berlín” es de la desintegración acelerada del bloque comunista y el pasaje de esos países en forma bastante rápida a la esfera de influencia (y colonización en muchos casos) de EEUU y el occidente europeo. Teniendo en cuenta que cuando sucedió la reunificación de Alemania los occidentales le habían prometido a la aún vigente URSS que los tratados militares occidentales no se proyectarían más allá de la misma Alemania. Pero la crisis soviética fue más allá y afecto el espacio ruso en forma directa. La desintegración de la misma URSS (en el frente europeo) produjo surgimiento de seis países: Moldavia, Ucrania, Bielorrusia, Estonia, Letonia y Lituania. Los tres países bálticos después de un tiempo se incorporaron a la esfera económica y militar occidental, acercando las fuerzas de la OTAN peligrosamente hasta pocos kilómetros de San Petersburgo. Bielorrusia quedo aliado a Rusia y la más importante, Ucrania, en una situación ambigua. Esto es producto de la diversidad histórica, económica y cultural que reina en su sociedad. Pero lo cierto es que desde hacía cerca de 400 años estas últimas dos naciones eran con Rusia un mismo Estado. Aunque, insistimos, de limites cambiantes y formaciones sociales con matices.

Por último, es de destacar que la disolución de la URSS y la desaparición de las alianzas económicas y militares del “bloque comunista” dejan flotando la pregunta: ¿cuál es el rol de la OTAN? Era una alianza construida específicamente para enfrentar a este bloque ya inexistente. La sospecha de Rusia que la OTAN es un intento de subordinación tras una potencia dominante de un mundo unipolar, no es paranoica. Por el contrario, es nuestra misma pregunta.

Qué fueron las “revoluciones de colores” y qué características tiene el Donbass

Entrado ya el nuevo milenio, se desarrollaron una serie de crisis políticas, sociales y económicas en una serie de países. Esto se vio en la escena política internacional como movimientos de masas que producían cambios de régimen político (no solo de gobiernos). Conocidas como las “Revoluciones de colores” otras como las “primaveras árabes”, pero lo que nos importa es la estructura del desarrollo de las mismas. En general las podemos interpretar como crisis de hegemonía, crisis orgánicas de sistemas políticos. En todas, los movimientos se iniciaron como manifestaciones de la sociedad civil, contra situaciones que denunciaban como autoritarias. Protagonizadas por “jóvenes”, “defensores de los derechos humanos”, de la “democracia”, grupos feministas, ONGs y partidarios de “la libertad”. No tenían un clivaje clasista, tampoco específicamente nacionales, eran movimientos de actores diversos y hasta contradictorios. Todas contra regímenes más o menos sólidos, pero en situaciones difíciles. Muchos en países no alineados con occidente; Serbia, Georgia, Ucrania, Libia, Siria, Túnez, Egipto, etc. Algunas produjeron cambios de régimen, otras guerras civiles, otras fueron aplastadas. No podemos negar la existencia de condiciones propicias para estas crisis y levantamientos, regímenes corruptos y decadentes en algunos casos, guerras perdidas en otros, simple agotamiento del régimen y coyunturas de debilidad, etc.

En realidad, cualquier protesta masiva que degenere en crisis del régimen puede ser asimilada a estas situaciones. Y nunca hay que perder de vista que el escenario de crisis de un país, (crisis orgánica o de hegemonía), tiene causas internas muchas veces abrumadoras. La cuestión es el “cómo” sobre estas crisis se despliega la política internacional y cómo operan fuerzas diversas para conseguir fines políticos extraños (o no, pero externos siempre) a la sociedad en crisis. Y realizamos una advertencia: esto no debe inducir a pensar que el mantenimiento del orden, cualquiera sea este, por más injusto o agotado que este, es la mejor opción para pensar evitar intervenciones u operaciones extrañas sobre las movilizaciones. Sino por el contrario, saber que siempre, más allá de lo legitimo o creado de las luchas o intereses, existe un mundo en el cual se encuentran insertas las conflictividades, y que los actores (estados potencia, corporaciones transnacionales, ONGs) de ese mundo buscan aprovechar cualquier oportunidad para conseguir sus objetivos de avanzar en funcionalizar territorios. Eso siempre fue así, sino preguntemos por Inglaterra en nuestra guerra de independencia.

En las movilizaciones del nuevo milenio, si bien no todas fueron contra países de política exterior independiente o alejados de los “Aliados occidentales”, lo cierto es que la mayoría sí. Todas las protestas eran parecidas, aunque fueran en sociedades y situaciones muy distintas. La conclusión de esta etapa (aun en vigencia) fue desde el punto de vista geopolítico ruso un retroceso de su marco de alianzas, un mayor aislamiento en el mundo, un fortalecimiento de sus adversarios y el corrimiento de las fronteras geopolíticas a los límites de las mismas fronteras rusas.

El concepto de “Guerra Híbrida” no es ruso, sino occidental, y es una herencia de la tradición occidental con la Doctrina de Seguridad Nacional y la Guerra de Cuarta Generación. Es la combinación de todos los métodos de lucha para vencer en un conflicto, producir cambios de gobierno, etc. Sin embargo, la interpretación más novedosa de los conflictos políticos/ sociales/militares hecha en base que las primeras experiencias de “Revoluciones de colores” correspondieron al general Valeri Guerasimov. Quien, en un artículo de febrero del 2013, no puso un nombre a esta nueva doctrina, sino que interpretó hechos históricos, y “agregó” las nuevas formas y actores en la guerra, y en primera línea de combate.

Para Guerasimov la guerra contemporánea tiene en el centro una serie de métodos de lucha no militares, ni de baja intensidad, sino “integrales”, políticos y sociales. Para el general ruso, las ONGs, las operaciones políticas periodísticas, movimientos informativos o de agitaciones en las redes, maniobras de inteligencia, delictivas, “carpetazos”, manobras judiciales, etc. son parte del nuevo tipo de guerra, y requieren ser pensadas en términos de defensa y guerra por las FFAA y el Estado en su conjunto. Se suman a las operaciones clásicas militares de diferente nivel de violencia y distinto nivel de encubrimiento (desde operaciones clásicas, hasta asesores; desde insurgencias y terrorismo, hasta sabotaje de inteligencia), a las nuevas relacionadas con las tecnologías de punta robótica, información en tiempo real, y toda una panoplia de armamentos y apoyos de nuevo tipo. Para Guerasimov, la nueva guerra, que expresan con claridad conflictos desde Siria a Ucrania, (u otros donde el triunfo de la estrategia “hibrida” permiten obtener objetivos sin acción militar clásica), es la guerra llevada al seno de las redes, de las instituciones y de las organizaciones civiles. Ya que, siguiendo a Clausewitz, la guerra tiene un fin político: el cambio de régimen, la institucionalización del libre mercado y el alineamiento con occidente. O sea, un Estado Mayor o una “mesa de arena”, cuando planifica o analiza los escenarios posibles debe prever (como insiste el general ruso) y desplegar sus fuerzas de viejo o nuevo tipo en conflictos de estas características.

Un antecedente que alarmó gravemente a Rusia fue la “Revolución naranja” de Ucrania de 2004/2005, cuando una serie de manifestaciones civiles impidió el acceso al gobierno de Víctor Yanukovich acusado de fraude (un oligarca partidario de mantener vínculos con Rusia y por los tanto contrario a sumarse a la UE y a la OTAN). En nuevas elecciones el ganador fue el oligarca opositor y proccidental Víctor Yúshchenko. Sin embargo, este no avanzo en forma decidida a la integración a occidente, dada la gran oposición de una parte sustancial de la población y el conflicto que eso implicaba con Rusia y Bielorusia.

Era evidente que cuando sucedió una revuelta contra el nuevamente electo Yanukovich en la Plaza Maidan, nueve años después en noviembre del 2013, la lectura no muy rebuscada rusa debía ser que estaba en presencia de una nueva ofensiva para arrebatarles espacios geopolíticos propios en esta guerra mundial. Entre noviembre del 2013 y febrero del 2014 manifestaciones de masas protestaron contra el presidente electo. No esta demás señalar que, en la política ucraniana, los diferentes bandos son todos de “oligarcas” de diferente orientación y vinculaciones, la línea divisoria no era la corrupción, tampoco la clase de pertenencia, ni la forma de gestionar el gobierno. Aunque sí los resultados electorales tenían un fuerte anclaje regional y social: las zonas donde ganaban los candidatos “prorrusos” eran las del este y el sur y más industriales, mientras que los “prooccidentales” ganaban en el centro y oeste (lo que también está relacionado con el tipo de actividades predominantes en cada región y con las vinculaciones comerciales e históricas).

El levantamiento conocido como “Euromaidan” fue muy fuerte en la capital Kiev y con repercusión positiva en el oeste de Ucrania. Mientras que ese apoyo bajaba a medida que avanzamos hacia el este, llegando a un fuerte rechazo en varias provincias. O sea, las regiones donde se hablaba ruso, donde las viejas instalaciones industriales soviéticas aún perviven, donde los vínculos identitarios son los rusos, rechazaban un movimiento que proponía sumar a Ucrania a Europa occidental cuya base era la población más occidentalizada, menos industrial, más nacionalista ucraniana y partidaria de valores hegemónicos en occidente. Esa división tiene profundas raíces en la historia de la región. Se manifestó, por ejemplo, en la revolución rusa y en la segunda guerra mundial. Lo cierto es que a partir de lo radical de la revuelta “antirrusa”, el país se dividió y comenzó una guerra civil donde milicias de las provincias del este apoyadas por Rusia se enfrentaron al ejército ucraniano. Este a su vez estaba respaldado por grupos de ultraderecha que produjeron verdaderas masacres de “prorrusos” (como en incendio de la “Casa de los Sindicatos” de Odesa, donde entre cuarenta y cincuenta personas fueron quemadas vivas por nacionalistas ucranianos; todo un símbolo).

Pero en el 2014 Rusia no era la del 2004. Diez años de reconstrucción del poder militar, político y económico; y la decisión de colocar al país de nuevo como una potencia de primer orden en el escenario internacional, le dieron a Vladimir Putin el respaldo necesario para hacer dos movidas de gran peso. La recuperación de Crimea, y el apoyo a la insurrección de las provincias del Donbass. Desde ese momento una guerra limitada se despliega en la frontera ruso ucraniana y al interior de Ucrania. Una guerrea que ha dejado miles de muertos y cientos de miles de desplazados.

El desafío de la OTAN y la geopolítica rusa

Si bien la anexión de Crimea como el apoyo a la insurrección del Donbass puede parecer apuestas fuertes. Lo cierto es que los intereses rusos no eran esos. Por el contrario, la clave para Rusia era y es que Ucrania no se incorpore a la esfera occidental, dejando las fronteras de la UE y al OTAN a pocos kilómetros de Moscú, dentro del mar Negro y en la puerta del Cáucaso. Recordemos que solo dos veces en los últimos quinientos años de historia de la Rusia moderna, Europa occidental llegó hasta esas posiciones. Y no fue la “más occidental de la Europas”, sino las fuerzas armadas alemanas en la primera y segunda guerra mundial. Aunque también se puede considerar la intervención anglo-francesa en la Guerra de Crimea a favor de los turcos en el siglo XIX, pero esto fue más bien para restaurar un equilibro regional. Parce claro que la incorporación de Ucrania a occidente con un gobierno profundamente antirruso, con tropas de la OTAN en la zona, y más aun con una parte sustancial de la población que rechaza esa opción y se respalda en Rusia, no necesita muchas explicaciones para comprender las tensiones existentes ni las posiciones del gobierno de Vladimir Putin.

Lo que llama la atención es la audacia con que Occidente, pero principalmente los EEUU y sus aliados más sólidos, los ingleses, apuestan a esta opción. Aparece casi como una provocación, ya que ni los mismos estatutos de la UE o la OTAN permiten la incorporación de miembros con conflictos internos del tipo que actualmente tiene Ucrania. Sin embargo, también es claro que la sociedad ucraniana está fuertemente dividida “por mitades”; una parte quiere seguir el camino del resto de las ex “repúblicas populares” de Europa del Este, y que un tipo de nacionalismo extremo neoliberal tiene base, dada en un espejismo de acceder al modo de vida propagandizado de occidente.

La situación en este año 2022 es compleja. Rusia ha demostrado la voluntad de usar la fuerza para mantener un equilibrio en el orden mundial y específicamente en lo que hace a sus intereses inmediatos. No puede admitir una derrota, ya que sería la derrota de todo el accionar ruso de la última década. Y el retroceso a potencia subordinada. El mundo se ha alterado en equilibrios que favorecen el accionar de países que desplieguen sus propias estrategias en el plano de las RRII. Una óptica “realista” permite entender la situación existente. Si bien desde América Latina no se alcanza a apreciar en toda su dimensión las oportunidades que se abren, dado el retroceso de nuestros países y especialmente de Argentina, lo cierto es que nos encontramos en un mundo donde el ascenso de China al estatus de gran potencia desafía la hegemonía norteamericana especialmente por su base económica. También tenemos por otra parte la recuperación del rol de Rusia. El rol de India, la emergencia de países que actúan con mayor independencia como ponenticas medias o regionales con proyectos propios como Irán, Turquía, Paquistán, inclusive Arabia Saudita, las Coreas, etc. Y las contradicciones en Europa. La negativa de Alemania a proyectarse como gran potencia dados sus traumas de arrastre, la intención de Francia de si hacerlo. Japón que aún se mueve bajo el paragua norteamericano, pero podría jugar su propio juego también en la geopolítica, tal como se ve con su silenciosa reconstrucción de poder militar. La separación de Inglaterra y su “imperio” para ser actor con poder propio socio de EEUU por fuera de la UE, etc. como se ve con el despliegue de la alianza militar AUKUS con Australia para la “contención” de China, dejando afuera en forma poco elegante a Francia como proveedor militar. O sea, Europa continental misma no juega el rol de las potencias anglosajonas, ni en relación con China ni con Rusia. Esta realidad de las RRII donde nuevos equilibrios y crisis se muestran ante nuestros ojos y son un espacio de oportunidades para países de cierta potencialidad como Argentina.

Retomando nuestro tema respecto de la crisis de Ucrania; desde el fin del orden bipolar de la segunda posguerra, el capitalismo occidental, liberal, sujeto a las normas del “Consenso de Washington”, con una serie de interpretaciones sobre la perdida de centralidad del Estado (muy profunda en los países dependientes) y licuación del concepto de soberanía en diversidades globales, el avance sobre el antiguo tercer mundo y sobre los ex países socialistas parecía arrollador. En un momento esto se llamó “El fin de la historia” y el “mundo unipolar” el “Imperio” etc. Sin embargo, el nuevo milenio muestra que otras potencias ascienden y varios países juegan con sus propias cartas. Evidentemente esto lleva a la confrontación. Tal que, como señalaba Clausewitz, “la guerra no comienza cuando el agresor ataca, sino cuando el agredido decide defenderse”. También el general Prusiano señalaba que “cada tipo de sociedad desarrolla un tipo específico de guerra”. Es así como el desarrollo tecnológico, la estructura económica, cultural, de relaciones sociales e internacionales, nos muestra un nuevo tipo de desarrollo de la guerra y los conflictos, que se despliegan de formas novedosas, abarcando la guerra escenarios de la vida social no directamente militares, aunque parte de un todo integral de la estrategia de conquista.  En ese escenario donde la conflictividad militar es permanente, aunque sea larvada o tercerizada, Rusia se encuentra en un desafío por parte de occidente, la conquista “hibrida” de Ucrania es parte de este. Quién lo gane, ganara una batalla importante por el nuevo orden mundial de las próximas décadas.

Artículo publicado originalmente en revistazoom

Guillermo Caviasca
Guillermo Caviasca

Electricista, ingeniero frustrado, historiador, buscador de una verdad por la que valga la pena pelear.

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