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No puedo decir que la nostalgia es mala, porque me transporta a tiempos de felicidad. Tampoco puedo decir que sea buena, porque me recuerda que esos momentos no volverán jamás.

Siento nostalgia cuando recuerdo las charlas con mi viejo después de cada partido de River, cuando revivo en mi mente los picados en la calle, donde había que estar igual de atento a los autos que doblaban en la esquina que a las gambetas del rival de turno, y cuando mi memoria me traslada a las meriendas en la casa de mi abuela Mirta. Hasta ahí, un simple sentimiento, poco cuestionable como cualquiera que pueda experimentar cada uno de nosotros.

El problema (o no) se me presenta cuando este sentimiento se basa en situaciones que lamentablemente jamás viví. Por suerte no soy el único que experimenta este desconcierto sentimental a menudo. A no confundirse, no estoy hablando de decepción ni enojo sino de algo muy distinto.

Todo radica en una época triste y oscura, no es necesario explicar ni detallar los aberrantes hechos que tuvieron lugar en las décadas de los 70 y 80 en Argentina. Y, paradójicamente, esos años manchados por botas militares, fueron testigos de las alegrías mas grandes que un pueblo futbolero como el nuestro pudo vivir.

Los que nacimos en los ’90 nos criamos escuchando relatos sobre las hazañas de un tipo que, dando ventajas como pocos, regalaba sonrisas como nadie. No hay argentina o argentino futbolero que no recuerde dónde vio o escuchó el partido contra Inglaterra en el ’86, si hasta algunos locos se acuerdan en qué ubicación del living estaba cada uno cuando el hombre gambeteó hasta al árbitro ese 22 de junio sagrado. Resulta que al maltrato recibido desde arriba se ocupaba de apaciguarlo (aunque sea por un rato) uno que salió de bien abajo, forjando un lazo indestructible que heredamos como el apellido.

Siento nostalgia por esa época que no viví pero que siento como propia. Le agradezco por estar y le reprocho haberse ido. Lo recuerdo y lo odio un poco. Lo lloro y me rio a cada rato. Lo puteo y le dedico las canciones más románticas que encuentro.

Hace 10 meses que esta nostalgia se acentuó y me invade como nunca, y no hay centímetro de corazón o cerebro que se atreva a querer superarlo. Porque no quiero, porque prefiero vivir con ella, porque mi forma de honrar esta herencia es bancando los sentimientos positivos y negativos que me genera.


Jeremías Mariño
Jeremías Mariño

Bahiense viviendo en La Plata. Lic. en Diseño Multimedial. Agradecido y defensor de la Universidad Pública. Maradoniano. Siempre en la vereda opuesta de los moralistas de la vida ajena.

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