La historiografía liberal también se ha encargado de opacar los acontecimientos de las llamadas Invasiones Inglesas de 1806 y 1807. El 6 de julio de 1807 el pueblo de la ciudad de Buenos Aires, por entonces capital del Virreinato del Río de la Plata, derrotó a los invasores ingleses obligándolos a capitular al día siguiente.
Aquel día 6 de julio de 1807 las tropas inglesas comandadas por el general John Whitelocke son completamente derrotadas por las fuerzas al mando del francés filo-español Santiago de Liniers y Martín de Álzaga en el combate librado en las calles de Buenos Aires.
Fue el final de una cruzada colonialista que los ingleses intentaron imponer en tierras rioplatenses. Todo comienza en 1806. Por entonces. El alicaído imperio español, en manos del rey corrupto Carlos IV, de la Casa de Borbón, tenía una alianza con la expansiva Francia de Napoleón, en contra de los ingleses. El emperador francés tenía casi una guerra personal con Inglaterra, que poseía una de las armadas marinas más potentes de Europa y de la época. Napoleón era dueño de casi toda Europa, hasta tal punto que subordinó al papado romano y puso fin al histórico Sacro Imperio Romano Germánico (creado en tiempos de Otón II en el año 962). Inglaterra tenía un par de aliados, y uno de ellos era Portugal. España se había unido a las fuerzas napoleónicas. El emperador burgués decretó un bloqueo comercial naval en Europa para Inglaterra, que se lanzó al mar a conquistar nuevas tierras. Fue así que se dirigió hacia el sur de América.

En enero de 1806 se produjo la conquista del Cabo de Buena Esperanza por un ejército inglés al mando del teniente general David Baird. Por esos días Napoleón triunfaba en las batallas de Jena y Auerstaedt, lo que consolidaría a Francia como la potencia hegemónica en Europa. Inglaterra dominaba el acceso comercial entre el océano Atlántico y el océano Índico.
El 14 de abril de 1806, la flota británica cruzó el Atlántico en dirección al Río de la Plata. Se nombró general al coronel William Carr Beresford para que liderase el ataque a Buenos Aires.
La flota británica fue avistada frente a Montevideo el 8 de junio. El 24 de junio Beresford amagó un desembarco en Ensenada, realizando maniobras frente a Punta Lara y abriendo fuego contra las fortificaciones. El 25 de junio una fuerza de unos 1600 hombres al mando de Beresford, entre ellos el Regimiento 71 de Highlanders, desembarcó en las costas de Quilmes sin ser molestados. Recién al día siguiente se dispuso en Buenos Aires marchar hacia ellos, bajo el mando del nuevo subinspector del Ejército, coronel Pedro de Arce. Cuando se estuvo frente al enemigo, se rompió fuego, aunque la carga posterior de las tropas invasoras forzó a una retirada general de los defensores. Sobremonte intentó una estrategia de defensa, armando a la población y apostando a sus hombres en la ribera norte del Riachuelo, confiando en poder atacar a los británicos de flanco. Pero el reparto de armas fue un caos, y las tropas no pudieron detener el rápido avance inglés, de modo que el virrey quedó fuera de la ciudad, sin posibilidad de intentar nada.
El 27 de junio las autoridades virreinales aceptaron la intimación de Beresford y entregaron Buenos Aires a los británicos. En la tarde de ese mismo día, las tropas británicas desfilaron por la Plaza Mayor (la actual Plaza de Mayo) y enarbolaron la bandera del Reino Unido, que permanecería allí por 46 días.
Los invasores impusieron nuevas leyes comerciales que provocaron un gran descontento entre los pobladores.El conflicto se extendió por más de un mes, hasta que las milicias urbanas y las tropas al mando del francés Santiago de Liniers lograron expulsar a los ingleses, quienes se rindieron, pero no se dieron por vencido.

La segunda invasión inglesa sucedió el 28 de junio de 1807, un año después de la primera invasión a Buenos Aires.En esta ocasión, las flotas estaban al mando del general Whitelocke, quién desembarcó junto con sus tropas en la ciudad de Ensenada.Victoriosos en la toma de Montevideo, las tropas inglesas habían desembarcado en Ensenada y se dirigieron hacia Quilmes, para luego avanzar hacia la ciudad capital y realizar la conquista. Las tropas criollas, por su parte, se organizaban y esperaban a los ingleses para combatir y defender su territorio.
Para esta ocasión, no solo las tropas militares y las milicias urbanas estaban preparadas para enfrentar a los invasores, sino también los vecinos que arrojaron agua hirviendo y piedras a los ingleses desde los balcones. Los cuerpos de voluntarios conformaron un grupo heterogéneo que abarcó distintos estratos sociales, incluyendo a ricos comerciantes, altos funcionarios, militares de carrera, como así también a integrantes de la plebe, y que la invasión también involucró a indios, esclavos y mujeres. También la participación femenina contra la invasión a la ciudad de Buenos Aires no escapa a la realidad de la época. La mujer colonial no se encontraba recluida a un papel secundario en el hogar, ni en la esfera pública. Las mujeres “decentes” recaudaban fondos y cocían uniformes probablemente dentro de su hogar o en su círculo más íntimo. Mientras que las mujeres de la plebe, que trabajaban a la par de los hombres en la Buenos Aires colonial, empuñaron las armas contra el invasor al lado de los soldados.
En cuanto a los esclavos, si bien su participación se debió a una “donación” a la causa por parte del amo y no a un enrolamiento voluntario, esto no impidió que se reconocieran sus méritos en la lucha y que muchos de ellos hayan obtenido luego su libertad. Por otra parte, a pesar de su espontánea voluntad de defender los territorios coloniales, los indios fueron relegados a una posición expectante. Los miedos de esta sociedad tradicional hacia el indígena también se manifestaron en la coyuntura del ataque evitando una participación activa de este sector. Diferente fue la situación de los criollos, para muchos de ellos la invasión significó una grieta por donde pudieron ingresar a posiciones de poder.
Gracias a la defensa de los pobladores y las tropas porteñas, y luego de unos días de conflictos armados, se logró reducir el ejército inglés a la mitad, consiguiendo de esta manera el retroceso del ejército británico e imposibilitando la segunda invasión.En los acuerdos de rendición se incluía la liberación de la ciudad de Montevideo, la cual Whitelocke se vio obligado a entregar.

Las invasiones inglesas generalizaron la militarización de la sociedad colonial porteña y, como consecuencia, produjo un resquebrajamiento del orden vigente permitiendo el ingreso de nuevos actores al escenario político-social del Río de la Plata. Muchos de los criollos que anteriormente tenían vedado el acceso a ciertos puestos de la administración colonial consiguieron ingresar a la misma a través de la carrera de las armas. Si bien existió una apertura ésta no fue total sino que se limitó a la misma elite. Aunque en la coyuntura de la Invasión británica los milicianos pudieron ejercer el voto para elegir a la oficialidad, esta práctica no tuvo mucha duración en el tiempo y, además, su ejercicio fue limitado. Los elegidos siempre eran miembros de la “gente decente” y, en el caso de que no recayera en una de estas personas, muchas veces el resultado de las elecciones era manipulado con este fin. Pese a la composición heterogénea de las milicias, la estructura del ejército reproducía los estamentos de la sociedad colonial.En este mismo sentido, podemos afirmar que la plebe quedó excluida de los puestos de poder, pero empezó a participar del mismo a través de canales alternativos, con participación política, con el enrolamiento en las milicias y, posteriormente, en el ejército y su movilización, donde se integran desde un lugar nuevo.
La ineficacia del alicaído orden colonial español, y la necesidad de solventar las acuciantes circunstancias con tropas de vecinos voluntarios, colaboró en un desenlace fatal para la Corona Borbónica, aunque positivo para los sectores criollos que comenzarán a ocupar nuevos espacios de poder. Figuras como la del potosino Cornelio Saavedra, los porteños y primo Manuel Belgrano y Juan José Castelli, lograron cobrar importancia, mientras un jovencito Mariano Moreno, también oriundo de la ciudad, observaba como la sociedad colonial ya era una quimera pronto a caer.
De forma tal que el proceso de militarización de la sociedad rioplatense se vuelve un factor decisivo para entender la crisis del orden colonial y sus consecuencias: la Revolución de Mayo de 1810 y las luchas por la independencia.