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La nueva ley anti-LGBTI+ de Hungría generó un conflicto que superó las fronteras nacionales y tuvo resonancia en la Unión Europea, de la que el país forma parte desde 2004. Se avizora un principio de crisis, más identificable con la cristalización de una relación tensa desde hace tiempo que con una defensa desinteresada de los países centrales de Europa por los derechos en riesgo de la comunidad LGBTIQ+.

Pero primero, ¿qué sucedió? El martes 15 de junio el Parlamento húngaro aprobó, gracias a los votos del partido gobernante, Fidesz, del primer ministro nacionalista Viktor Orbán, un proyecto de ley que, entre otras cosas, prohíbe la “promoción” de la homosexualidad y de la reasignación de género en menores de 18 años, principalmente en las escuelas y medios de comunicación. Esto le valió rápidamente el calificativo de “homofóbico” por parte de la oposición progresista y las organizaciones de defensa de los derechos LGBTIQ+ de Hungría, que ya habían movilizado junto a miles de personas en el centro de Budapest el lunes anterior en contra de la normativa, y lo volvieron a hacer tras la aprobación.

Manifestación contra la ley, 14 de junio. Szilard Koszticsak / EFE EPA

Esta medida estaba incluida en un paquete legislativo que buscaba “regular” la pedofilia y, desde ese marco, establecía la prohibición de exponer a menores de edad a pornografía. Lo que decidió incorporar el gobierno poco antes del tratamiento fue que “pornografía” incluya contenido que “fomente el cambio de sexo y la homosexualidad”. En pocas palabras, la ley equipara homosexualidad con pedofilia, justificada bajo el halo de “con mis hijos no te metas”.

Sería ingenuo hacernos les sorprendides. Desde que Orbán llegó al poder en 2010, se viene adoptando una serie de medidas abiertamente anti-LGBT+, que dieron marcha atrás o limitaron derechos conquistados. En la Constitución de 2011, se definió de forma determinante que el matrimonio era la unión entre un hombre y una mujer. En mayo del año pasado, gozando nuevamente de su mayoría parlamentaria, Fidesz aprobó una ley que prohibía el cambio de género en el registro civil para las personas trans. Un cambio legal que venía a cerrar un ciclo iniciado hacía ya dos años, cuando se suspendieron de hecho las solicitudes legales de reconocimiento de género. 

También en 2020, se canceló la Marcha del Orgullo, festival de lucha que venía sufriendo ataques violentos por parte de militantes de la extrema derecha, que se agrupan en partidos como “Jobbik”, y su escisión de 2018 “Mi Hazánk”, de estética paramilitar y discurso fundamentalista cristiano, aún más a la derecha que Fidesz.

En plena campaña electoral del año pasado, Orbán dijo: “Los húngaros han sido pacientes con los homosexuales hasta ahora, pero dejen a nuestros niños en paz”. La retórica política y los discursos de los medios de comunicación de derecha, denuncian organizaciones trans húngaras, provocó un fenómeno reciente: un giro tránsfobo en la sociedad que antes no se percibía como tal. 

En el Eurobarómetro de 2019, el 51% de la población húngara dijo estar en desacuerdo con la afirmación de que las personas gays, lesbianas y bisexuales deberían tener los mismos derechos que las personas heterosexuales. Así también, el 72% de los encuestados rechazó que las personas transgénero o transexuales puedan cambiar su identidad de género en el documento. 

¿EUROPA PARA TODES?

La reciente normativa homofóbica y transfóbica desató nuevas tensiones entre Hungría y la Unión Europea, que ya tiene una relación difícil con Orbán, que por su ideología nacionalista y conservadora es conocido como el líder de los “iliberales” y forma parte de los gobiernos que desafían a Bruselas desde adentro de la propia UE. 

Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, dijo al respecto que esta ley era “una vergüenza”. Y floreció el discurso madre de esta comunidad política: “Va contra todos los valores fundamentales de la Unión Europea”. Desde el Parlamento, que en marzo pasado había declarado oficialmente a la UE como “zona de libertad” para el colectivo LGTBIQ+ en contraposición (no mucho más que simbólica) a las “zonas libres de ideología LGBT” que se promueven en Polonia y ya llegan a Hungría, reclamaron que la Comisión inicie acciones legales contra el país. 

De esta movida, promovida por España y Luxemburgo, fueron protagonistas diecisiete países que forman parte de la entidad: entre ellos firmaron Alemania, Francia, Italia y Bélgica. La carta expresaba la “profunda preocupación” por la normativa y pedían a la Comisión que use “todas las herramientas” para garantizar el respeto de los derechos de todos los ciudadanos europeos.

Desde algunos sectores, principalmente organizaciones LGBT+ europeas que no son de Hungría, exigen el revés por la fuerza: presiones económicas al gobierno húngaro, activando el mecanismo de condicionalidad para retener los fondos de recuperación europeos, argumentando infracción al Estado de Derecho, como ya se ha intentado (sin éxito) en ocasiones anteriores. 

En las redes sociales, entre usuarios con banderas LGBT+, de la Unión Europea y de diferentes países, se desarrolló un debate sobre qué rol deben ocupar los organismos internacionales: mientras unos exigen la acción contundente, incluso la imposición de sanciones económicas al país, otros, en gran parte húngaros de la comunidad LGBTIQ+, replican preguntas del tipo ¿qué culpa tenemos los húngaros de las decisiones de nuestros gobernantes?, ¿qué margen de intervención en política interna debe darse a la comunidad internacional? 

Los pasados jueves y viernes tuvo lugar la cumbre europea en Bruselas, donde se reunieron los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea. Pese a no estar en la agenda oficial de las jornadas, la legislación anti LGBT+ de Hungría se transformó en el tema protagonista de una cita programada para tratar sobre coronavirus, migración y política exterior.

Viktor Orbán junto a Úrsula von der Leyen en la sede de la UE, en 2020. FRANÇOIS LENOIR / REUTERS

Algunos países redoblaron la apuesta: “Para mí, Hungría ya no tiene cabida en la UE”, dijo el primer ministro de Países Bajos, Mark Rutte, a solo horas de comenzada la cumbre. Y sentenció en diálogo con la prensa: “Tenemos que doblegar a Hungría en esto. Es innegociable… o deben irse. No puedo expulsarlos. Esto solo se puede hacer paso a paso”. 

En este contexto, y con algunos distintivos con los colores de la bandera LGBTIQ+, se encontró al llegar el invitado más esperado: Viktor Orbán, quien ya en la cumbre del año pasado había estado en el ojo de la tormenta por su bloqueo -junto a Polonia- del presupuesto de la UE al estar en desacuerdo con la vinculación de los fondos al respeto del Estado de derecho. ¿Qué dijo? “No se trata de la homosexualidad, se trata de los niños y los padres, eso es todo. Soy un defensor de los derechos. Fui un luchador de la libertad contra el régimen comunista, la homosexualidad estaba castigada y combatí por las libertades y los derechos”.

Sin embargo, aunque genere repudio, Orbán fue elegido por el pueblo húngaro, posiblemente como reflejo de una parte de la sociedad con creencias conservadoras y lgbtodiantes. La imposición de medidas unilaterales desde el exterior no puede ser la única, ni la mejor, opción. Aún más cuando se encuentran en pleno apogeo los movimientos nacionalistas de derecha que radicalizan sus ideologías y prácticas como contraposición a lo que llaman el “lobby LGBT” o la “ideología de género”, que directamente relacionan con un enemigo extranjero aliado a gobiernos y entidades de tipo liberal e intervencionista.  

Las fracturas se dejan ver: la instrumentalización del discurso de los derechos humano le ha valido a la Unión Europea como insumo de presión sobre otras naciones, mientras se vuelven inocultable los ataques islamófobos, la expulsión de migrantes y la discriminatoria política de asilo, entre tantos ejemplos. Pero por qué perderse de una buena dosis de Pinkwashing (lavado de cara rosa), uso de la causa LGBT+, y de “posicionarse en el rentable mercado simbólico de lo ‘políticamente correcto’”, como escribe Pablo Stefanoni en su libro ¿La rebeldía se volvió de derecha?. 

El enemigo está afuera: las leyes de Hungría responden al acercamiento del gobierno húngaro con Vladimir Putin, se explican algunos. Y comparan la ley con la que aprobó Rusia en 2013 contra la “propaganda gay”. No respondería a ideologías internas de la UE, no al avance de las derechas reaccionarias, no al modelo nacionalista conservador que, muchas veces y más en Europa, imprime en la comunidad LGBTIQ+ el chivo expiatorio para el disenso con la imposición de ideas liberales. No, la culpa es de Moscú. 

La Europa que se presume “tolerante” también es escenario del surgimiento y consolidación de sectores de ultraderecha reaccionaria, que no son pocos, y que incorporan el discurso gayfriendly como estandarte para la implementación de ideas y políticas xenófobas, racistas e islamófobas, que continúan promoviendo el odio, la exclusión y las desigualdades.  

DE LA DIPLOMACIA AL FÚTBOL

Como el deporte es político, también llegaron las repercusiones a este terreno. La Eurocopa fue escenario de la polémica cuando la alcaldía de Múnich, previo al partido Hungría-Alemania, propuso iluminar el estadio Allianz Arena con los colores del orgullo, como expresión de rechazo a la nueva ley húngara. La Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol (UEFA), que ya venía sumergida en problemas de peso geopolítico, se cargó una controversia más: no autorizó a Múnich a iluminar su estadio y sacó un comunicado diciendo que la negativa no era “política”, sino que el pedido en sí mismo lo era. Entonces pintó su logo con el arcoíris y añadió: “el arcoíris no es un símbolo político, sino un signo para confirmar el compromiso por una sociedad más diversa e inclusiva”. 

Pero la historia no terminó allí. Los espectadores alemanes del partido llevaron símbolos del orgullo LGBTIQ+ y un hincha se coló en la cancha agitando la bandera multicolor. Manuel Neuer, arquero de la selección alemana, volvió a utilizar su cinta de capitán con los colores de las diversidades, por el que la UEFA le había abierto un expediente -que cerró ante la ola de críticas-, y el jugador alemán León Goretzka, luego de meter un gol, se dirigió a la tribuna húngara, que estaba cantando proclamas homofóbicas y fascistas, formando un corazón con sus manos. La imagen se volvió viral. 

Entre idas y vueltas, entre declaraciones y misivas, entre cumbres, fútbol y redes sociales, el conflicto entre Hungría y la Unión Europea se activa una vez más. Aunque nada debe nublar el rechazo a una ley que promueve el homoodio y transodio al igual que debe ser levantada la reivindicación de la lucha por los derechos humanos y las libertades de la comunidad LGBTIQ+, tampoco debe quedar al margen de la discusión la rápida instrumentalización de los derechos de este colectivo por parte de países y entidades, que lejos de defender plena y continuamente estas causas, aparecen como abogados de la lucha cuando están en peligro sus intereses.   


Referencias:

https://www.swissinfo.ch/spa/hungr%C3%ADa-homofobia_la-ley-h%C3%BAngara-de-homosexualidad-desata-una-nueva-crisis-con-la-ue/46729622 

https://www.20minutos.es/noticia/4742761/0/la-ue-le-ensena-la-puerta-de-salida-a-hungria-por-su-ley-anti-lgtbi/?autoref=true

https://www.pikaramagazine.com/2020/10/lgtbfobia-para-ganar-votos-en-el-reino-de-orban/


Delfina Venece
Delfina Venece

Nací en el interior de Buenos Aires: los porteños nos confunden con Parque Chacabuco. De crianza gorila, devenida en pseudo-troska por contraste, hoy peronista por convicción. Mi canción favorita a los 10 años era Los Salieris de Charly, de León Gieco.

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