Desde 1959 gobernaba el presidente Charles de Gaulle, héroe de la resistencia francesa antifascista y una de las figuras más prominentes del llamado “europeísmo” de tiempos de Guerra Fría. Se presentaba como un refundador de la nación francesa y coqueteó con sendos discursos antiyanquis en contra de la OTAN, los inicios de la guerra de Vietnam y a favor de la independencia de Europa Occidental en el mundo bipolar. Si bien estaba algo a favor del proceso de descolonización de África, apoyó la guerra contra los patriotas argelinos y no le gustaba nada aquello del surgimiento de movimientos guerrilleros de liberación nacional en algunos países subsaharianos, ya que su idea era patrocinar a líderes moderados y bien “afrancesados”. De Gaulle se vanagloriaba que su Francia estaba viva y que era un ejemplo de autodeterminación en Occidente. Pero no era tan así…

Francia era uno de los países con una de las fuerzas estudiantiles universitarias más importantes y contaba con el influyente Partido Comunista Francés (PCF). Además, su clase obrera, distribuida en diversos gremios de lucha, no era para nada inquieta y no le alcanzaba con el “estado de bienestar” al estilo francés. Las patronales seguían abusando de sus obreros, en las universidades el autoritarismo de las derechas estaba presente y había unas capas medias empobrecidas que no se fiaban del orgullo nacional galo que proclamaba Charles de Gaulle. Los círculos intelectuales estaban siempre activos y veían con muy buenos ojos los acontecimientos del mundo de Guerra Fría, sobre todo aquellos que provenían de la República Popular China, de la Revolución Cubana de 1959, de las ideas anticolonialistas de un Frantz Fanon, del movimiento antibélico estadounidense y de una “nueva izquierda” que se salía de los parámetros del PCF y los sindicatos tradicionales.
Ahora bien, la utopía juvenil de cambiarlo todo protagonizó el chispazo que le movió el piso al régimen orgulloso gaullista. La generación de la segunda posguerra se expresó al calor de una era de tumultuosos hechos. La crisis de mayo de 1968 en Francia surge al término de una década de prosperidad económica sin precedentes. Sin embargo, había un grave deterioro de la situación económica de hace unos años. El número de desempleados aumentaba de forma notoria, y al empezar 1968 ya eran 500.000. La juventud se veía particularmente afectada, y las circunstancias habían llevado el gobierno a crear en 1967 la ANPE (Agencia Nacional para el Empleo). La crisis industrial amenazaba ya a muchos sectores, y la larga huelga de los mineros de 1963 había sido muestra del profundo malestar de la minería francesa ante un declive imparable. En 1968, dos millones de trabajadores cobraban el SMIG (Salario Mínimo Interprofesional Mínimo Garantizado) y se sentían excluidos de la prosperidad del “estado de bienestar”. Los sueldos reales empezaban a bajar y crecía la preocupación por las condiciones de trabajo. En las afueras de las grandes urbes, unas extensas barriadas irregulares, los bidonvilles, se habían extendido desde mediados de la década de 1950. El más poblado, el de Nanterre, alcanzaba los 14.000 habitantes en 1965 y se encontraba justo enfrente de la universidad donde iban a surgir los primeros movimientos estudiantiles rebeldes.

El año 1968 se inició con la “ofensiva del Têt” de febrero en Vietnam que se unió con un ascenso estudiantil (la primera ocupación de un campus comenzó ese año con tres negros fusilados por la policía) y juvenil contra la guerra de Indochina y al movimiento contra el racismo en Estados Unidos; el movimiento estudiantil en México que terminará con una gran represión, la “masacre de Tlatelolco”; el ascenso obrero italiano; y las influencias de los discursos de Mao Tse Tung y el legado antiimperialista de un Che Guevara que había sido asesinado en Bolivia el 9 de octubre de 1967. Pero las fuerzas izquierdistas francesas venían luchando contra la guerra colonial y sanguinaria sobre el pueblo de Argelia y también organizaban comité de solidaridad con los pueblos de Vietnam, Laos y Camboya. Se solidarizaban con las luchas de los afroestadounidenses y leían los discursos de Fidel y el Che, el Libro Rojo de Mao y revisitaban a Lenin, Trotsky, Gramsci, Sartre, Levis Strauss y Maurice Godelier.
La sociedad de consumo francesa empezó a ser cuestionada. Cada vez más influida por los medios masivos de comunicación (mass media), esta “sociedad plástica” no era viable para la juventud. Es además en los años del decenio de 1960 cuando los jóvenes se convierten en una categoría socio-cultural logrando su reconocimiento como un actor social que establece procesos de adscripción y diferenciación entre sus opciones y las de los adultos. Estos procesos se desarrollan a través de las “subculturas juveniles” nacidas a partir de finales de los años del decenio de 1950, dentro de “movimientos contraculturales” como la cultura underground y los movimientos beatnik y hippie. Esta juventud tenía sus propios ídolos musicales como los Beatles, Rolling Stones, cantautores como Bob Dylan y Léo Ferré, entre otros. Muchos de estos movimientos cuestionaron y criticaron el estilo de vida plástico ofrecido por el mercado de consumo y la organización capitalista de la posguerra en Occidente. Y aparecieron en Francia de 1968 las consignas poético-revolucionarias como “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, “prohibido prohibir”, “Nosotros somos el poder”, “¡Haz el amor y no la guerra!”, “La imaginación al poder”, que se continúan leyendo en las remeras de los adolescentes, en las paredes, en periódicos de izquierda, en postales callejeras.

El 3 de mayo de 1968 estudiantes de la periférica Universidad de Nanterre, ubicada a 11 kilómetros de París y en el corazón de un barrio obrero, se movilizaron hacia la Universidad de La Sorbona, la más prestigiosa de Francia. Meses antes, en Nanterre y en respuesta al arresto de manifestantes que se oponían a la guerra de Vietnam, un grupo de estudiantes tomó la torre central de la Universidad y presentó un petitorio que incluía tanto reformas educativas como transformaciones políticas. Nacía de esta manera el “Movimiento 22 de marzo”. El rector decidió cerrar el establecimiento y sancionar mediante juicio disciplinario a “los revoltosos”. Ante los hechos, los jóvenes trasladaron la protesta a La Sorbona y de la Sorbona a las calles parisinas. Guy Debord, Cohn-Bendit, Viénet, René Driesel, Raoul Vaneigem o Mustapha Khayati fueron algunos de los referentes que arengaban: “La humanidad será feliz cuando el último burócrata sea colgado con las tripas del último capitalista”.
Para el 6 de mayo las calles de París eran un campo de lucha. Más de 400 estudiantes se encontraban acuartelados dentro de La Sorbona y otro tanto alrededor de la Universidad resistiendo la entrada de la policía a la institución. El presidente Charles de Gaulle declaró el estado de sitio y las riñas con las fuerzas de seguridad se tornaron minuto a minutos más violentas. La noche del 10 de mayo ocurrió uno de los episodios más recordados, la noche de las barricadas en el Barrio Latino. Las fuerzas especiales de la Compañía Republicana de Seguridad reprimieron en forma violenta y los estudiantes respondieron con adoquines, que se convirtieron en un ícono de aquellas revuetas. Las centrales obreras y sindicales se habían mantenido al margen hasta el 13 de mayo cuando convocaron a una huelga general. Representantes del PCF y del Partido Socialista (PSF) salieron a las calles. Pararon los trenes, las fábricas, los aeropuertos, las industrias. Hasta ese momento, no había precedentes de huelgas tan masivas. ¡Nueve millones de obreros en huelga!

Aquella gran movilización estudiantil se extendió durante los meses de mayo y junio. Luego de casi un mes de protestas y huelgas, el 27 de mayo las centrales obreras firmaron los “Acuerdos de Grenelle”, donde acordaron un aumento salarial del 35%, la reducción de la jornada de trabajo, y más días de vacaciones, entre otras conquistas. La Sorbona se mantuvo ocupada hasta el 16 de junio de 1968. Durante esas semanas millones de personas se movilizaron dejando un saldo de siete muertos y centenares de heridos. De a poco, y paradójicamente, la consigna “vuelta a la normalidad” sería casi un hecho. Charles De Gaulle llamó a elecciones anticipadas para el 30 de junio de 1968. Su partido, la Unión por la Defensa de la República (UDR), salió victorioso y George Pompidou, quién había sido su primer ministro durante la revuelta, asumió la conducción.
En fin, el Mayo Francés tuvo su fama porque puso en jaque a uno de los países más influyentes del escenario occidental. Pero tuvo sus repercusiones. Se sumó a la lista de esa era de la Guerra Fría donde la juventud se unió a la lucha obrera en varias ciudades del mundo. Mientras las guerrillas en África, Indochina y América Latina luchaban, los jóvenes urbanos fueron la chispa en Occidente para denunciar al capitalismo. La clase obrera no quedó al margen y acompañó a esa movida estudiantil. Desde París a Berlín Occidental, pasando por Roma y Viena, hasta Buenos Aires, Córdoba, Tokio y Estambul, las luchas estudiantiles y obreras hicieron de las suyas en esos años de fines del decenio de 1960. Las diversas reivindicaciones que abarcaban desde mayores libertades sexuales, educación igualitaria, movimientos antibélicos, feministas, ecologistas, se planteaban ante todo conquistas en el ámbito social y cultural, aunque partían de la certeza de que “todo es político”.

El principio de de 1968 es, en realidad y ante todo, una revuelta por la vida cotidiana, la música, la relación entre hombres y mujeres, la vida, la sexualidad, la liberación. Luego, le siguieron otros reclamos que proclamaban por una mayor libertad sexual, incluso pocos años más tarde, en enero de 1975, Francia promulgó la ley de despenalización del aborto. La llegada de un feminismo renovado ( y no tan “sovietizado” como decían) fue con fuerza. Las nuevas relaciones hombre-mujer, la anticoncepción, el reconocimiento de la interrupción voluntaria del embarazo como último medio de escoger libremente cuántos hijos quiere tener una mujer y cuándo los quiere tener fueron banderas muy significativas. Algunos hablan de que en Occidente, a raíz del Mayo Francés de 1968, llegó una “nueva izquierda”, alejada del catalogado “dogmatismo” de la URSS y de los viejos partidos comunista y socialista de los tiempos de 1917-1945, que no atraían a las juventudes del decenio de 1960.
Pero la utopía fue lo que impactó en las luchas del Mayo Francés. El romanticismo juvenil contestatario, las barricadas obrero-estudiantiles, las marchas masivas muy coloridas y nuevas formas de insurgencias urbanas que aún perduran en las batallas de hoy. No se logró derrumbar al orden burgués, pero los ecos del Mayo Francés aún resuenan. Su legado está, aunque el posmodernismo lo haya contaminado de más burguesía superficial. Sólo queda seguir levantando las banderas rebeldes, antiburguesas y revolucionarias de muchos que en aquel 1968 no dudaron en declararle a la guerra clasista al capitalismo.