Nacido en 1966 en una familia de clase trabajadora en los suburbios de Monrovia, la capital de Liberia, el ex astro del fútbol George Weah llegó a trabajar como técnico en la compañía nacional de telecomunicaciones. Pero lo que le permitió tener una vida completamente distinta a la de los 4,7 millones de liberianos fue su talento para jugar al fútbol. En 1988, a los 22 años, Weah ingresó a la elite del fútbol mundial.

Pasaría al París Saint-Germain y en 1995, el año más importante de su carrera, al Milan de Italia. La combinación de potencia goleadora con técnica y destreza lo volvieron el delantero del momento en Europa. Esa temporada se convirtió en el primer y hasta ahora único jugador africano en ganar el Balón de Oro que entrega la revista France Football al mejor jugador del mundo.
Weah jugó dos años en Inglaterra, regresó a Francia para jugar en el Marsella y luego se mudó a Emiratos Árabes, donde se retiró en 2003, jugando para el Al-Jazira. El único sueño que no pudo cumplir como futbolista fue jugar un mundial con su país. Lo intentó en numerosas ocasiones, pero lo máximo que llegó a disputar fue una Copa Africana de Naciones, sin mucho éxito.
Liberia tuvo sus inconvenientes para poder tener una regular participación en los campeonatos de fútbol organizados por FIFA. Junto a Etiopía, Liberia fue uno de los países que no cayó bajo el control del yugo colonial blanco orquestado por el Congreso de Berlín de 1884-1885. Pero no fue un país con pasado tradicional africano, sino que fue fundado en 1821 por colonos norteamericanos libertarios, como resultado de un plan para financiar la emigración y afincamiento de los esclavos liberados de Estados Unidos. Se unieron a ellos unos 6000 africanos, liberados de los barcos de esclavos por patrullas británicas y estadounidenses. En 1847, Liberia declaraba su independencia con capital en Monrovia (en honor al presidente estadounidense James Monroe, el de la frase “América para los americanos”). La nueva nación no pudo controlar a las tribus locales del interior selvático y recién en 1915 se las sometió con ayuda de marines estadounidenses.
Liberia fue un país independiente, pero siempre bajo tutela económica de Estados Unidos. En 1927, la compañía Firestone inició un programa de plantaciones de caucho. Aparecieron los trabajos forzados para un proletariado liberiano en crecimiento demográfico, que no dudó en sindicalizarse en 1930 para exigir derechos laborales. Liberia fue uno de los países fundadores de las Naciones Unidas y en tiempos de Guerra Fría estuvo del lado de Estados Unidos.
La economía desde 1950 se diversificó un poco, pero siempre orientada a la exportación de materia prima. El caucho representaba siempre el 15 % de su exportación, de las que casi el 45 % corresponden a Firestone. El mineral hierro supuso un 75 % de las exportaciones en la década de 1970. Pero el hallazgo de yacimientos de minerales fue una maldición para Liberia. También el petróleo. Las elites liberianas empezaron a pelear por la rentabilidad y la inestabilidad política se hizo presente. Luego estalló en una guerra civil en 1989.

En septiembre de 1990 el presidente golpista Samuel Doe (en el poder desde 1980) fue depuesto y asesinado por las fuerzas de la facción encabezada por Yormie Johnson y miembros de la tribu gio. Pero no todo se calmó. Un pistolero y matón llamado Charles Taylor fue elegido presidente en las elecciones de 1997, tras encabezar una sangrienta insurrección. El régimen de Taylor fue uno de los más sanguinarios de Liberia. En 1998 el gobierno de Taylor intentó asesinar al activista por los derechos de los niños Kimmie Weeks, por un informe que publicó sobre la instrucción militar a menores. Taylor condujo al país a una segunda guerra civil en 1999. Se calcula que más de 200.000 personas perecieron en las dos guerras civiles. El conflicto se intensificó a mediados de 2003 y la lucha se desplazó hasta Monrovia, la capital.
La disputa era por los minerales y las multinacionales occidentales financiaron a “señores de la guerra” que combatían a Taylor. Pero también al autócrata presidente liberiano. No importaba nada, el que ganaba debía garantizar la extracción de minerales, petróleo, madera de la selva y caucho. En 2002 surgió el movimiento Mujeres de Liberia por la Paz, coordinado por Leymah Gbowe y en el que participaron miles de mujeres cristianas y musulmanas que pedían pacíficamente la paz. Sus representantes se reunieron con el presidente Taylor y lograron que concluyese con éxito la conferencia de paz que en 2003 puso fin a la guerra. Taylor se fugó para Nigeria.
Con las tropas de la ONU y de países africanos occidentales como escenario, Liberia celebró unas elecciones “pacíficas” en 2005. Se presentaron 23 candidatos a estas elecciones, en las que se esperaba que el astro futbolero George Weah, además embajador de UNICEF y miembro de la etnia Kru, dominara el voto popular. Pero no lo logró. El 8 de noviembre de 2005 se declaró que Johnson-Sirleaf, una economista formada en Harvard, había ganado los comicios. Johnson-Sirleaf vivió gran parte de su vida en Estados Unidos, por lo que se la ha acusado de desconocer la realidad liberiana desde dentro y de haber ganado las elecciones en forma fraudulenta con el apoyo manifiesto de Washington. Lo único que hizo de forma impactante fue pedir un juicio contra Taylor. Al viejo dictador excéntrico se le acusa de haber dirigido, formado y armado a los rebeldes del Frente Revolucionario Unido (RUF) de Sierra Leona a cambio de diamantes en bruto, comenzando una guerra que dejó 120.000 muertos. Además es juzgado por muertes, violaciones y por haber usado niños soldado. Durante el juicio, el expresidente afirmó que nunca tuvo en su poder diamantes en bruto, declaración controvertida pues la modelo Naomi Campbell aseguró haber recibido por parte de dos hombres no identificados tres diamantes en bruto durante una cena en la que estuvo Charles Taylor. Weah también se hizo eco del juicio y pidió justicia, renovando su sueño de ser presidente de Liberia.
El 10 de octubre de 2017 se celebraron nuevas elecciones presidenciales. Los candidatos que lograron alcanzar la segunda vuelta fueron Weah y el oficialista Joseph Boakai. En dicha segunda vuelta, celebrada el 26 de diciembre de ese año, Weah se impone ampliamente a Boakai, logrando alcanzar al segundo intento la presidencia de su país natal. Sueño cumplido.

Todo parecía panacea para Liberia con la llegada a la presidencia de uno de sus hijos predilectos. Exitoso, multimillonario, filántropo, embajador de UNICEF y bancado por una gran cantidad de sponsors, Weah se preparaba para la presidencia de su vida. Para cientos de miles de jóvenes era la personificación de una utopía de superación. Haber crecido pobre en Monrovia y abrirse camino para entrar en el escenario mundial lo hizo una figura especialmente popular entre los jóvenes pobres de las zonas urbanas, un factor importante en un país donde más del 60% de la población tiene menos 25 años y casi la mitad vive en la capital o en la región circundante.
Pero todo fue un sueño. Nada más. Weah convirtió a Liberia en un club de fútbol. Es decir, se manejaba como un gerente de un club y no como mandatario de una nación. Estados Unidos lo asesoró y recibió ayuda de la Unión Europea, que prácticamente le nombraron los ministros y asesores técnicos para manejar al país. Y vinieron los planes de ajuste del FMI y del Banco Africano de Desarrollo para Liberia. Weah decía que había que “ser austeros”.
En 2019 estalló la bronca popular. Weah hizo una mala jugada. En junio del año 2019, comenzaron las protestas contra su gobierno por la dramática crisis económica que atraviesa el país y su controversial manejo de las finanzas públicas. También se lo acusa de favorecer a amigos y allegados empresariales.
En 2020 vino el giro autoritario de Weah. Otra mala jugada. La policía respondió con gases lacrimógenos y cañones de agua a los miles de manifestantes que salieron a expresar su enojo el 7 de enero de 2020 en Monrovia. Además, cerró la radio de Henry Costa, uno de los referentes de las movilizaciones, que se fue del país denunciando persecución política.
Weah se convirtió en un presidente casi dictatorial. Sólo lo banca Estados Unidos. No generó el crecimiento económico ni el trabajo que los liberianos más pobres ansían desesperadamente. No erradicó la corrupción y no fue totalmente transparente con respecto a sus propias finanzas, ni proporcionó los recursos y el apoyo necesarios para que la Comisión Anticorrupción pueda hacer su trabajo. Su gobierno reaccionó a la defensiva ante las protestas. En lugar de reconocer las faltas o de entablar un diálogo abierto con los opositores, intentó reprimirlos y aparentemente ha utilizado recursos del Estado para acosarlos a ellos y a los medios de comunicación.

Weah tampoco ha sido capaz de atraer los mismos niveles de inversión y se enfrenta a acusaciones similares de corrupción de presidente anteriores de Liberia, con el desempleo y otros desafíos socioeconómicos todavía persistentes, y sin más fuerzas de paz para dar estabilidad. Weah estudió administración de negocios en la Universidad DeVry de Miami. Pero eso no fue suficiente. Weah nombró en su gobierno a individuos que formaban parte de la antigua elite. También debe asegurarse de que los estilos de vida de quienes lo rodean estén a la altura de las expectativas de un país con una economía pobre como Liberia. Para ser claros, no se puede ver a Weah y a su círculo íntimo conduciendo autos importados caros y dando fiestas fastuosas, mientras la economía está funcionando mal. Las privaciones llevarán a muchos más liberianos a las calles si creen que las elites no comparten su sufrimiento.
Weah gobierna sobre un volcán. Liberia es uno de los países más pobres del mundo. Tiene un PIB per cápita de apenas 688 dólares, bajo incluso para los estándares africanos. Su Índice de Desarrollo Humano es de solo 0,465 y se ubica en el puesto 176 a nivel mundial. Solo 13 países, todos del mismo continente, tienen un desarrollo menor, según las estadísticas del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. En 2018, primer año del ex futbolista como presidente, se registró una desaceleración y la economía creció 1,2 por ciento. Lo más dramático es que el freno de la actividad económica se conjugó con una disparada de la inflación. Es la séptima más alta del planeta, con un 30 % anual. Las finanzas públicas están en ruinas y miles de empleados públicos cobran con semanas de retraso. Al mismo tiempo, el sistema financiero está comprometido y ya hay bancos que no están en condiciones de entregar los depósitos a sus clientes. Liberia se parece a la Argentina del año 2001.
Un verdadero golazo en contra el de Weah para su país. Esperanzas de cambio, marketing puro y sólo un sueño de Weah que convirtió en pesadilla para el pueblo de Liberia. El clima de guerra civil no se ha ido del país. Las cicatrices de la era de los “señores de la guerra” y los “diamantes de sangre” están muy presentes. Y Weah no sabrá gambetear si sigue siendo un títere de las multinacionales, Estados Unidos, la Unión Europea y el FMI.