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I

Al fin logro tomar el bondi que me lleva a Plaza de Mayo. Me retrasé porque justo antes de salir, cuando le mostré el cartel que había hecho para la manifestación a mi compañera de casa, me hizo ver que había escrito mal el nombre de Tehuel: me faltó la “u”. Así que tuve que improvisar una manera de corregirlo sin arruinar el resto del letrero.

Ocupo el asiento que da a la ventana en la mitad del bondi, abrazo mi cartel con el brazo izquierdo porque temo olvidarlo al bajar. Con la mano derecha veo mi teléfono; son las 4 de la tarde del 12 de abril, ha pasado un mes desde la desaparición de Tehuel. Me quedo viendo fijo por la ventana el paisaje que rodea la autopista Dr. Ricardo Balbín. Pienso en que como yo, cientos de personas se movilizan en al menos otras 15 ciudades para exigir su aparición con vida.

Me bajo en una parada que queda a un par de calles de la plaza. Aunque estoy acostumbrado a salir solo, mis piernas tiemblan al pasar por al lado de Gendarmería. A lo lejos, en frente de la Casa Rosada, veo a un grupo de no más de 10 personas y una bandera de colores. Me dirijo hacia su encuentro con paso seguro y decidido. Casi estoy por ponerme al lado cuando me doy cuenta de que es una bandera whipala y una manifestación en la que no planeaba estar. Freno en seco y doy un giro para registrar el resto de la plaza, veo que al otro extremo hay banderas y un grupo un poco más grande de personas. Tomo un nuevo rumbo, deseando que como los nuestros, los reclamos de esas personas que se toman de la mano en forma de huelga, sean escuchados.

Cuando llego, veo que más de la mitad de personas presentes pertenecen a organizaciones de grandes banderas, el resto son periodistas. No sé de qué lado ponerme porque no soy ninguno de los dos, o bueno, sí, pero hoy no lo soy. Hoy sólo soy un chico muy enojado con un cartel.

Al final encuentro un espacio en el que me paro como una estatua y abro de par en par mi cartulina blanca. Entre el ruido de los tambores, las conversaciones de las personas que llegan al encuentro, los cantos y los disparos de algunas cámaras, me pregunto en dónde están todes. Si somos una comunidad con un nombre que refiere a infinitas siglas. ¿Dónde están todas las organizaciones y personas que dicen luchar por reivindicar nuestros derechos? ¿Sólo en instagram? Veo algunas caras conocidas como las de Lucas Fauno y Quimey Ramos, pero si el resultado de este tipo de reclamos depende de la magnitud de personas que estén detrás de él, ¿no deberían todas esas organizaciones e influencers feministas/transfeministas estar presentes en las calles?

Varias personas me piden sacarme una foto con el cartel, algunas piden permiso y otras aprovechan para tomarlas mientras poso para alguien más. Tengo miedo de que alguna de esas personas sea parte de un medio nefasto; de esos que solo buscan vender una primicia. Medios que no se molestan en buscar cómo cubrir de manera correcta la desaparición de una persona trans y no hacen más que profundizar los discursos y estereotipos que hay hacia nosotres. Nombran a Tehuel en femenino cuando se sabe que es un varón, le hacen preguntas a su familia sobre su vida sexo-afectiva y no paran de hacer suposiciones que lo culpan por su propia desaparición.

Por suerte, una de esas personas se presenta; me dice que representa a Agencias Presentes. Bajo la guardia porque me siento seguro. Me aparto de la multitud para responder las preguntas que quiere hacerme, lo hago de manera torpe y confusa a causa de los nervios. Sé que confío en este medio cuando se va y no tengo miedo de que vaya a utilizar alguna de las estupideces que dije para decorar un titular escandaloso y amarillista.

En medio de los acalorados discursos de quienes participan del micrófono abierto, recito un poema que mi amiga Mai escribió para Tehuel. Cuando termina este espacio se me acerca alguien que pertenece a una de las organizaciones, me pide mi número de teléfono con la excusa de estar en contacto por la causa, pero su mirada y tono me dicen que le interesa algo más que mi participación. Me pregunto a quién le parece que la protesta por un desaparecido es un buen espacio para chamuyar.

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Las personas que quedamos después de este espacio nos movimos unos metros hacia la bifurcación de la Av. Rivadavia y Bolívar; bloqueando primero Bolivar y minutos después las dos calles. En medio de los gritos, las bocinas y las amenazas por detener un gran flujo vehicular, me desconecto de la escena. Pienso en qué estará pasando en la convocatoria en Mar del Plata, en San Vicente, en La Plata, en todas esas ciudades que hoy reclaman por él. Su búsqueda es masiva, su cara y su nombre están inundando las redes. Mientras pienso en todas esas movilizaciones, en todos los titulares, en todas las publicaciones, paradójicamente me llena un vacío cuando pienso en la posibilidad de que él no sepa todo lo que su ausencia está causando.

Empiezo a pensar en él. Me pregunto qué pensaba durante esos 16 km de trayecto entre su casa en San Vicente y la calle Mansilla 1203. Me pregunto si como yo, estaría emocionado por la oportunidad de tener un trabajo un poco menos informal, que podría abrirle puertas a otro parecido. Me pregunto si en algún momento sospechó que Luis Alberto Ramos no era una buena persona, e iba con un dilema sobre si arriesgarse a comprobarlo o perder una posible salida laboral. Me pregunto si le contó a su pareja con quién, por qué y dónde estaría porque era costumbre suya mantenerla al tanto, o porque quería que supiera donde estaba por la desconfianza que le suscitaba ese encuentro, o porque fue una afortunada coincidencia que permitió tener datos concretos sobre dónde ir a buscarlo cuando las autoridades tuvieron que prestar atención a su caso.

Me pregunto muchas cosas sobre quién es Tehuel De La Torre y quiero escuchar las respuestas de su boca.  Quiero levantarme mañana y ver que las redes sociales y los medios de comunicación gritan su aparición, que en todas las pantallas hayan fotos y videos donde se reencuentra con su familia, y no hablo solo de su familia de sangre, hablo de todes nosotres, todes les que sabemos que el motivo de su desaparición tiene todo que ver con su identidad de género. A lo largo de esta semana he leído mucho la frase “busquenlo cómo si fuera cis”, pero si Tehuel fuera un hombre cisgénero, probablemente nunca hubiera desaparecido.

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La policía cierra la calle desde más atrás y dejan de pasar autos, así que nuestro bloqueo pierde el sentido. Algunes proponen seguir manifestándonos en el obelisco, pero veo la hora y decido irme en dirección contraria a la del grupo para tomar el bondi. Envuelvo mi cartel y camino hacia la parada mucho más tenso de lo que llegué. Hay muchas más patrullas y policías. Cuando paso por su lado soy más consciente que nunca de lo oscuro que está, de lo llamativo que es mi saco, de lo solo que estoy y de que no puedo verme más trans.

La desaparición de Tehuel evidencia un fallo en la inserción laboral de las personas trans; evidencia la incompetencia mediática y la falta de capacitación periodística para cubrir su caso. Evidencia que la facilidad para ejercer violencia sobre alguien es directamente proporcional a la cantidad de grupos vulnerados que ese alguien representa: ser de clase baja y ser trans se convierte en algo tan peligroso. Vuelvo a pensar en la masividad de su caso y deja de sorprenderme que haya tanta atención hacia un chico trans, porque entiendo que no es que él importe más que el resto de los chicos que han sido víctimas de esta violencia cisheteropatriarcal. Tehuel es el rostro de la violencia hacia las transmasculinidades que pasa desapercibida por la sociedad; Tehuel es Lucho Avila, Tehuel es Mateo López, Tehuel somos todxs.

Kevin Alejandro Vivas Ayala
Kevin Alejandro Vivas Ayala

Ecléctico. Le causan repulsión las cajas, los límites, lo estático, lo predecible y determinado. Por eso nunca puede describirse, porque le repugnan las palabras que le obligan a cumplir con un papel que aunque hoy le defina, mañana tal vez no quiera interpretar.

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