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Los atentados en tres salones de masajes de Atlanta (Georgia, Estados Unidos), el pasado 16 de marzo, terminaron con la vida de 8 personas, de las cuales 7 eran mujeres, y 6 de ellas de origen asiático y asiático-estadounidense.

Los oficiales de seguridad encargados del caso dijeron no haber determinado aún el motivo que impulsó a cometer la masacre a Robert Aaron Long, varón blanco de 21 años detenido horas después y confeso autor de los ataques. Lo que sí descartaron rápidamente fue que se tratase de un crimen de odio racista, a partir de las propias declaraciones del asesino, quien había justificado el hecho con “un problema de adicción sexual y que había tenido “un mal día . Además, había explicado, según la policía, que era un cliente frecuente de estos spas, lugares que veía como “una tentación que quería eliminar”. 

Políticos, activistas y miembros de la comunidad, no obstante, no tuvieron dudas de que en lo ocurrido laten el racismo y la discriminación hacia una comunidad víctima de sobredimensionados pero persistentes y violentos estereotipos raciales y de género. Para Long, la “adicción al sexo” es una cortina para esconder los prejuicios misóginos contra las mujeres asiáticas.

Chris Sweda / Chicago Tribune

Muchas veces la conciencia contra ciertas injusticias se despierta con tragedias que colman el vaso. Miles de estadounidenses se manifestaron en las calles de Atlanta, Washington, Nueva York y otras ciudades para protestar contra el racismo asiático. 

La masacre suscitó discusiones dormidas contra este tipo de racismo en los Estados Unidos, donde se minimiza la violencia sistémica que experimentan las poblaciones de origen asiático que nacieron o viven en el país, y mucho más se deja de lado la conexión estrecha e innegable entre el racismo y el sexismo, que en su conjunto hacen a la columna vertebral de un imperio atravesado históricamente por un sistema de supremacía blanca, que se sostiene en el patriarcado, la xenofobia, y el racismo contra negros, afrodescendientes, asiáticos y latinos.

El oficial del caso dejó claro en sus palabras una idea polémica, pero muy arraigada en la sociedad: debía ser por un motivo o el otro, no podían ser ambos. Claramente esa insinuación generó incredulidad entre muchas mujeres asiático-estadounidenses, para quienes el racismo y el sexismo siempre han estado vinculados de manera intrínseca. El racismo suele presentarse como insinuaciones sexuales indeseadas y, a su vez, el acoso sexual muchas veces es abiertamente racista. 

ATAQUES EN AUMENTO

Estos tiroteos se dieron en el marco de un patrón creciente de violencia contra esta comunidad, pero que encuentra sus raíces en una historia mucho más larga, aunque silenciada, de discriminación y violencia de género. 

Estas mujeres fueron percibidas a lo largo de la historia de los Estados Unidos en objetos de hipersexualización y fetichización deshumanizante. Sus identidades han sido distorsionadas bajo prismas de sumisión o exotismo, y especialmente vulnerables cuando son personas de clase trabajadora o de la periferia de las grandes ciudades. 

La concepción violenta de que estas mujeres deberían estar disponibles sexualmente para los hombres se debe en parte a la perpetuación desenfrenada de los estereotipos sobre las mujeres asiáticas como objetos para el consumo masculino, vistas por un lado como dóciles, sumisas y sexualmente disponibles; y por el otro, como exóticas, manipuladoras y peligrosas, que amenazan la masculinidad y “la moral estadounidense”. La mirada de los otros sobre ellas las identifica como  “prostitutas perpetuas”, sin importar si realmente se encuentran en esa situación, como consecuencia misma de la sexualización a la que son sometidas.   

“No soy tu fetiche” Ed Jones / AFP

En los últimos días, medios de comunicación del establishment yankee y autoridades gubernamentales intentaron dirigir la responsabilidad directa por el aumento de esta violencia hacia una figura: Donald Trump. La retórica del ex presidente republicano sobre China y sus dichos con respecto al coronavirus, como llamarlo el “virus chino” o “la gripe kung”, ha sido catalogada como la principal contribución a este sentimiento anti-asiático.

Un estudio de octubre de 2020 del Pew Research Center descubrió que, tras el inicio de la presidencia de Trump, las opiniones contra China aumentaron en un 20% en Estados Unidos. Desde el inicio de la pandemia, un informe del Centro para el Estudio del Odio y el Extremismo de la Universidad de California arrojó que aumentaron casi un 150% los crímenes contra asiáticos en las 16 principales ciudades de Estados Unidos.

Además, el grupo Stop AAPI Hate, que fue creado frente al aumento de episodios de odio y discriminación racista hacia estadounidenses de origen asiático e isleños del Pacífico (AAPI) durante la pandemia de coronavirus, reportó alrededor de 3.800 casos de ataques contra los ciudadanos de origen asiático en suelo estadounidense, incluidas agresiones verbales y físicas, discriminación y abusos contra sus derechos. El 68% de las víctimas eran mujeres.

Más allá de la pandemia, según datos del Instituto Asiático y Pacífico sobre Violencia de Género, entre el 21 y el 55 por ciento de las mujeres asiáticas en los EE.UU. experimentaron violencia física y/o sexual íntima durante su vida. 

Innegablemente el racismo explícito del magnate de peluquín rubio es un factor significativo en el envalentonamiento y la impunidad de sus seguidores. Pero entonces, ¿Biden llegó para ponerle fin? El presidente, junto a la VP Kamala Harris, no tardó en visitar el lugar de los hechos, reconocer el “aumento vertiginoso” de acoso y violencia contra los asiático-estadounidenses y lamentar que el odio “a menudo se ha encontrado con el silencio en Estados Unidos”. Olvidó mencionar que el mensaje de Washington en la política exterior sigue siendo exactamente el mismo que en la era Trump: China, y por ende el pueblo chino, son el enemigo del país.     

Un enfoque internacional que no sorprende y que no hace más que reflejar una larga historia de política exterior estadounidense en Asia, centrada en la dominación y la violencia, alimentada por el racismo. Menospreciar y deshumanizar a los asiáticos ha sido clave para justificar guerras interminables y la expansión del militarismo estadounidense, lo cual tiene consecuencias directas para los asiáticos y asiático-estadounidenses, especialmente las mujeres.

ESTEREOTIPOS DE LARGA HISTORIA IMPERIAL

De acuerdo a activistas e investigadores del racismo anti-asiático, la fuente de este estereotipo que recae sobre las mujeres asiático-estadounidenses, que las somete a violencias de todo tipo, se encuentra en el imperialismo occidental, la supremacía blanca y las leyes anti-inmigración y anti-mestizaje de finales del siglo XIX y principios del XX.

A finales de la década de 1860, los estadounidenses blancos comenzaron a formar sus opiniones o impresiones sobre las mujeres asiáticas, particularmente chinas, y los legisladores buscaron formas de desterrar o regular su entrada a EE.UU. Con este objetivo se establece una de las primeras políticas de exclusión del país, la Ley Page de 1875, que prohibía el ingreso de “mujeres chinas inmorales” con “propósitos lascivos e inmorales”, es decir, con “fines de prostitución”. Esta ley sentó las bases para la aprobación de la Ley de Exclusión China en 1882, que prohibía la migración de trabajadores chinos a los Estados Unidos, y que no se abolió hasta 1943.

Mientras tanto, el militarismo y la política exterior de Estados Unidos perjudicaba particularmente a las mujeres asiáticas, económica, social y físicamente. Estas asociaciones que los estadounidenses ya tenían de las mujeres asiáticas con un comportamiento “lascivo e inmoral” se amplifica cuando Estados Unidos comienza una serie de excursiones imperiales o guerras en la región de Asia Pacífico. 

Como consecuencia, las comunidades locales sufrían la peor parte de la devastación y las mujeres eran arrasadas por grandes pérdidas. En el caso de Corea, las mujeres fueron durante mucho tiempo un daño colateral de la política exterior militarizada del imperio del norte. La Guerra de Corea de 1950-1953 condujo al caos social y político, separó familias, dejó a millones de personas huérfanas y viudas, y mujeres sin hogar ni trabajo, obligándolas a prostituirse, según explicó Katharine H.S. Moon, experta en prostitución militar estadounidense en Corea del Sur y autora del libro Sex Among Allies.

Archivo histórico

La pobreza y las privaciones de la guerra originaron una industria de la prostitución para militares estadounidenses asignados a Corea, Filipinas, Tailandia y Vietnam, lo cual agravó los estereotipos de las mujeres asiáticas como objetos sexuales exóticos o manipuladoras que intentaban “cazar” maridos.

Más de un millón de mujeres coreanas tuvieron que prostituirse en “campamentos” que rodeaban las bases militares estadounidenses en Corea del Sur. Un sistema de prostitución militar controlado por el gobierno del país y apoyado por el ejército estadounidense para fortalecer las alianzas militares y escapar de la pobreza impuesta por el poder colonial.

Estos “campamentos” facilitaron la inmigración de miles de “novias de guerra” coreanas a los Estados Unidos, con todo un sistema que se transportó. A medida que las fuerzas armadas estadounidenses reducían su presencia de tropas en Asia, los establecimientos de los campamentos comenzaron a enviar a sus madamas y mujeres en situación de prostitución al país norteamericano a través de matrimonios negociados con militares estadounidenses. 

Muchas de estas mujeres coreanas explotadas llegaron al sur de los Estados Unidos, una región que alberga muchas bases militares nacionales y que fue testigo de la proliferación de la prostitución militar. Para la década de 1980, el comercio sexual coreano-estadounidense se extendería desde estas ciudades militares del sur a otras partes del país.

Muchas de las mujeres explotadas que fueron llevadas a Estados Unidos como esposas, luego se separaron o divorciaron de sus maridos y abrieron establecimientos de masajes. Esto contribuyó a la percepción de que todos los spas gestionados por asiáticos son ilícitos y las mujeres que trabajan allí en realidad están en situación de prostitución.

Si bien no está claro si las empresas de masajes donde ocurrieron los asesinatos tenían algún vínculo con la prostitución, los expertos y activistas dijeron que era casi imposible divorciar la fetichización de las mujeres asiáticas del caso, independientemente de si Long será acusado de un crimen de odio.

Desde la Ley de Exclusión China, hasta el encarcelamiento de japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, la vigilancia dirigida a musulmanes y sudasiáticos después del atentado a las Torres Gemelas, y el uso de los asiáticos como “chivos expiatorios” por la pandemia, existe en los Estados Unidos una historia estructural de disciminación, marginación y violencia hacia las comunidades de origen asiático, con mayor virulencia contra las mujeres. Durante los siguientes 150 años, las mujeres asiático-estadounidenses siguieron siendo encasilladas como un peligro moral.

El movimiento de lucha contra el odio anti-asiático está en ascenso en el país del norte y se encuentra en un proceso de organización y articulación con otros grupos históricamente oprimidos, como Black Lives Matter. Un desafío que trasciende la elección del presidente de turno y que consiste en destruir estereotipos y concepciones racistas y misóginas que encuentran las bases en el propio imperialismo y poder colonial estadounidense.  

Referencias:

http://www.laizquierdadiario.com/La-politica-de-Biden-refuerza-ola-racista-contra-asiaticos-en-Estados-Unidos  

https://www.nbcnews.com/news/asian-america/racism-sexism-must-be-considered-atlanta-case-involving-killing-six-n1261347

https://www.thenation.com/article/world/anti-asian-violence-empire/


Delfina Venece
Delfina Venece

Nací en el interior de Buenos Aires: los porteños nos confunden con Parque Chacabuco. De crianza gorila, devenida en pseudo-troska por contraste, hoy peronista por convicción. Mi canción favorita a los 10 años era Los Salieris de Charly, de León Gieco.


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