-¡A comer!
El ruido de la amoladora se va apagando, al igual que el taladro de banco y las Overlock. Detrás de los barbijos negros con tiras blancas, van apareciendo los rostros de les trabajadores que se dirigen hacia la entrada del viejo galpón ferroviario, que tiene una arquitectura de finales del siglo XIX, con dejos de la Primera Revolución Industrial. Una gran olla con el fondo quemado de tizne descansa sobre un tablón apoyado en dos caballetes. Detrás de los fideos humeantes se ve una ventana de seis metros de alto y tres o cuatro de ancho, con vidrios cuadrados de aproximadamente veinte centímetros, la mayoría rotos y tapados con cartón. A su lado, sobre una pared revocada invadida por la humedad, hay un mural con un fondo verde que deja ver un pie y una cadena rota que proclama: “Viva la autonomía”.
Son las 12, y como todos los mediodías, les trabajadores de Comunidad Ferroviaria hacen un descanso para encontrarse a almorzar en la entrada del primer galpón recuperado.
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A las 4 de la mañana, Artigas, la Galga, Lobo y Fantasma son iluminados por los faroles del Palio de Sergio que llega, como todos los días, para ponerse a amasar y tener el pan y las cremonas listas para las 7 y media. Los perros lo reconocen y vuelven a dormirse, solamente Artigas se levanta, ladra dos veces, se rasca el hocico y vuelve a su cucha. Morón, el gallo blanco con una gran cresta roja, aprovecha la llegada del panadero para cacarear desde su gallinero con techo de tejas.
El sonido de la radio despierta a Edu, que duerme en el cuarto de la entrada del galpón central. Eduardo Pujol es uno de les responsables de los tres galpones que sueñan con ser un polo productivo que dé trabajo a toda la región. Tiene 54 años, su espalda es ancha y sus cabellos devenidos en blanco no representan la vitalidad que corre por sus venas. En sus manos callosas se notan las marcas de una vida de trabajo en Córdoba, Puerto Madryn y luego en las afueras de la ciudad de las diagonales. Sus compañeres cooperativistas lo muestran como una persona con la capacidad de solucionar problemas en poco tiempo, sin la necesidad de pedir ayuda a externos, sean bomberos, grúas o policías, y que mientras resuelve “los quilombos”, relata alguna anécdota refutando por qué no llamará a nadie para buscar socorro. Entre risas, les trabajadores agregan que si uno es desconfiado duda de la veracidad de los relatos, hasta que cinco, o como mucho, veinte minutos después, el artesano arregla la máquina rota con dos “pitutos” y ahí no queda otra que dejarse convencer por las historias de su juventud.
Entre bostezos y lagañas, apoyando su mano en el hombro a Sergio, el artesano devenido en responsable político pregunta: -¿Cómo viene el desayuno?
Sin quitar la vista del horno de dieciocho moldes, el panadero contesta “En quince minutos hay pancito calentito”, abre la puerta del horno y recibe una bocanada de calor que lo sofoca, “tal vez en diez”, dice, deja pasar unos segundos y remata “yo que vos voy poniendo la pava”.
El sol ya salió, y el ruido de los pájaros es superado por el alto parlante que adelanta la llegada del Tren Roca a la Estación de Tolosa. Ciento cincuenta y cinco toneladas de hierro comienzan a frenar sobre las vías y los nuevos durmientes de hormigón. Un chillido agudo se deja oír a unas cuantas cuadras y penetra en la masa que leva bajo el horno para las medialunas de media mañana. La escena se repite hasta aproximadamente las 21 horas, cada menos de treinta minutos.
De a poco, en tanditas de dos o tres, van llegando las motos y las bicicletas. Ahora sí los perros se ponen a ladrar para recibir a les trabajadores. Edu busca la llave del candado y abre el portón verde de chapa de dos hojas, que termina en su extremo más alto en forma redondeada. Todes les cooperativistas tienen en algún lugar de su vestimenta la estampa del ferrocarril saliendo de los galpones que profesa “Comunidad Ferroviaria”.
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En Comunidad Ferroviaria se encuentran trabajando alrededor de setenta personas. Los espacios que se construyeron hasta hoy incluyen una textil con capacidad de albergar alrededor de cien trabajadores, que cuenta con máquinas de coser, mesas de corte y un taller de serigrafía; y a su vez, dentro de la textil, hay distintos emprendimientos: “Estrella Azul dos”, “Tres Cactus” y “Arte Graf”. Comunidad Ferroviaria también tiene una bloquera pensada para la construcción y la obra pública, una herrería, una carpintería que trabaja bajo el nombre de Raíz Obrera, una vidriería, y un espacio para la cocina, que además de encargarse de la comida de les trabajadores, lleva adelante una panadería y el emprendimiento de pastas frescas artesanales “Pintó la Pasta”. Se está proyectando un estudio de radio, una redacción gráfica y un espacio audiovisual para instalar al multimedio Trinchera. Además, se lleva adelante la refacción de otra nave ferroviaria para la construcción de un espacio cultural, pensado para dar refugio a las expresiones invisibilizadas de la región.
Instagram: @comunidadferroviaria