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A lo largo de este 2020, hemos analizado los distintos hechos que daban la pauta de que algo estaba cambiando y que la pandemia había venido para acelerar esos cambios. La telenovela norteamericana (o en el formato serie que ellos instalaron) sobre quién será el próximo presidente de los Estados Unidos aún no concluye, aunque estamos cerca del desenlace final.

En la última, Biden se largó a “gobernar”: presentó su futuro gabinete y marcó algunas de las políticas que intentará desplegar bajo su administración. Por su parte, Donald Trump insiste con el fraude, descabeza el Pentágono y algunas agencias, manda a retirar soldados de Afganistán e Irak y sigue operando para que, llegado el caso, los Demócratas tengan el camino minado para hacer lo que pretenden.

Muches apuntan que detrás del asesinato del científico iraní, Mohsen Fajrizade, están tanto los norteamericanos como el ente Sionista. Sospechas sobran dado el historial de ambos gobiernos y de los recientes tweets de Trump y de Netanyahu.

Más allá de una elección

Lo cierto es que, más allá de lo que depare la recta final de las elecciones en el país del norte, de lo que somos espectadores es de una disputa entre facciones de un país que, desde hace al menos un siglo, ejerce políticas antipopulares e intervencionistas contra otros pueblos; y esté quien esté sentado en el Despacho Oval, poco y nada cambiará. En la política exterior del imperio no hay buenos y malos, hay formas de comprender su lugar en el mundo y cómo se vincula con el resto del globo.

Y si algo hay que agradecerle a Trump, es que puso en evidencia no sólo la descomposición del sistema “democrático” norteamericano, y con él su mito de democracia ejemplar para el mundo; sino que también expuso cómo se maneja un sector muy considerable del entramado de directivos de multinacionales y de empresarios multimillonarios. Prepotencia, falta de empatía, ambición y, sobre todo, corrupción. Ese caballito de batalla de la retórica gringa, que develó el trasfondo de una lógica mercantil de hacer política.

Lógica que no le pertenece a Trump, pero que el magnate de peluquín puso de manifiesto. ¿Acaso alguien puede pensar que el resto de la clase política tradicional no actúa de la misma manera? Tendrán un poco más de decoro, lo harán en las sombras, pero lo hacen. Y esto es traspolable a otras latitudes.

Un par de granos en el…

Y como si no tuviese problemas hacia lo interno, en el frente exterior se les está poniendo complicada. El recientemente firmado acuerdo 15-RCEP, que tiene a China, Japón y Surcorea como principales actores, sin dudas podrá convertirse en un polo de atracción para el resto del mundo.

Como resalta el analista mexicano Alfredo Jalife-Rahme, este acuerdo de libre comercio no sólo es el más grande del mundo (sin EEUU), sino que daría a China un salvoconducto para sortear las sanciones de EEUU en materia de elementos claves para el desarrollo de la tecnología 5G y de inteligencia artificial. ¿Será por ello que una semana después del anuncio, la históricamente aliada Gran Bretaña hace pública la noticia de inversión millonaria para reimpulsar la famosa Royal Navy y apuntar a tener un mayor papel en la región Indo-Pacífico?

Por su parte, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, se muestra indiferente al resultado de las elecciones, comprendiendo que ocupe quien ocupe la presidencia las relaciones con su país no cambiarán demasiado.

 América se vuelve a levantar

El complejo escenario pre-pandemia marcaba la hora de las movilizaciones masivas en distintos países de la región nuestroamericana. Los pueblos de Chile, Colombia y Ecuador daban la nota en un panorama de hartazgo ante políticas neoliberales que, más o menos viejas, estaban erosionando sus condiciones de vida.

La pandemia vino a dar una suerte de respiro a los gobiernos de esos países, producto de la parálisis que se generó para intentar evitar los contagios, pero rápidamente agravó la situación y pese a no tener una cura, las calles volvieron a tronar con miles de personas.

El pueblo chileno forzó un proceso constituyente que habrá que ver cómo continúa. El ecuatoriano avanza hacia elecciones presidenciales con la fórmula correísta como la favorita a ganar la contienda. El colombiano no deja de exigir el fin de los asesinatos a líderes y lideresas sociales, al tiempo que reclama por mejores condiciones de vida a un gobierno ya muy deslegitimado, y con la esperanza de cambiar el signo político del gobierno en 2022.

A ello se sumaron los hechos en Perú que, al igual que Argentina en 2001, tuvo 3 presidentes en una semana. Un proceso de hastío y hartazgo generalizado que llevó a miles a las calles y que, al igual que en Chile, comienza a demandar una constituyente.

Las elecciones municipales en Brasil (termómetro de lo que pueda suceder en 2022) si bien no dieron como ganador al bloque progresista, sí dieron cuenta de un debilitamiento del bolsonarismo. Sumemos a ello la recuperación de la democracia en Bolivia con la victoria del MAS-IPSP.

El último gran escenario de conflicto y movilizaciones populares fue el de Guatemala. Ante la aprobación de un presupuesto 2021, que recortaba en distintas áreas sensibles para la población y fortalecía los negociados con el sector privado de la construcción, el pueblo salió a las calles a mostrar su descontento.

La corrupción y las narrativas

Si algo quedó claro, tanto con Trump como con Bolsonaro, Macri, Piñera, Duque, Giammattei, Áñez, Moreno y demases, es que narrativamente la corrupción aparece como un caballito de batalla de las derechas pro-imperiales. Está claro que “la corrupción” ha sido uno de los ejes de trabajo más fuertes que ha utilizado EEUU para deslegitimar los procesos progresistas y populares.

Lo cierto es que tanto en Nuestra América como en EEUU, quedó demostrado (y hay que agradecerle a Trump por ponerlo tan visible) que para que haya un funcionario corrupto, tiene que haber un empresario que intente corromperlo. La narrativa hegemónica señala la corrupción de los gobiernos progresistas, pero omite la inmensa corrupción de las derechas.

Donde más claro queda es donde esos procesos progresistas no tuvieron la misma profundidad, o donde directamente no existieron procesos de ese carácter en la última década: Colombia, Chile, Perú, Guatemala. El hartazgo popular es hacia la corrupción de la derecha y los sectores empresariales que tienen como correlato el hambre y la miseria de los sectores populares.

Turbulencias

Algo está cambiando en el mundo, y en Nuestra América hay condiciones objetivas, y al parecer subjetivas, para que las cosas comiencen (o continúen) a cambiar. Lo que está claro es que tanto Estados Unidos como las derechas del continente intentarán, por todos los medios que estén a su alcance, que eso no suceda.

De llegar Biden a la Casa Blanca, lo que seguramente querrá recuperar de inmediato es su control sobre la región, que históricamente comprendieron como su “patio trasero”. Eso se traducirá en agresiones (quizás más diplomáticas, pero agresiones al fin) a Venezuela y Nicaragua, presiones a México, Argentina, Bolivia y Ecuador (de llegar un gobierno popular), y en la recuperación de las alianzas con las elites colombianas, chilenas, peruanas y de toda Centroamérica.

Las ONG’s, los organismos internacionales de crédito, los bancos, las grandes empresas, incluso las estructuras irregulares, pueden ser incluidos en ese combo para intentar tener controlada la región.

La post-pandemia no será sencilla. Estará llena de trabas locales y extranjeras. Y fundamentalmente requerirá de todos nuestros esfuerzos para sumar más voluntades a los distintos procesos emancipadores, para consolidar lo conquistado y avanzar en la conquista de lo que aún nos falta. La unidad, la solidaridad, la empatía y el trabajo colectivo que logremos construir serán las piezas angulares para avanzar en ese proceso.

Nicolás Sampedro
Nicolás Sampedro

Prefiero escuchar antes que hablar. Ser esquemático y metódico en el trabajo me ha dado algún resultado. Intento encontrar y compartir ideas y conceptos que hagan pensar. Me irritan las injusticias, perder el tiempo y fallarle en algo a les demás.

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