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Habían pasado seis años y nueve días de aquel 24 de marzo de 1976. El plan sistemático de terror y exterminio había sido ejecutado, al igual que el modelo económico hambreador y excluyente; la industria estaba destrozada, el Fondo Monetario Internacional se paseaba por las pasillos de la Rosada y posiblemente también por algún centro clandestino.

Leopoldo Galtieri vio en el patriotismo nacional la posibilidad de continuar con el Gobierno Militar que se venía abajo y seguir perdurando en el tiempo, no solo con tortura y persecución como ya lo venían haciendo, sino también, con apoyo popular. Es por eso que decidió, junto con el resto de oficiales, declararle la guerra a Inglaterra. Y así el 2 abril de 1982 las tropas argentinas desembarcaron en las heladas tierras del Atlántico sur.

Fue principalmente la generación del 62 la que engordó las filas para pelear en las islas: en ese momento el servicio militar era obligatorio. Los soldados que fueron a Malvinas estaban desprovistos de armas, como también de ropa para enfrentar las bajas temperaturas.

Esos pibes, con su vida, fueron quienes pagaron los platos rotos, de un par de milicos que se creían impunes. Son quienes pusieron el cuerpo y pasaron noches heladas de lluvia y nieve, mientras su superior les hablaba bien abrigado sobre el compromiso con la patria. Esos pibes que quedaron en las islas y los que volvieron son los verdaderos inocentes y fueron siempre los olvidados y humillados.

Y entre tanto recuerdo amargo, se preguntarán que tiene que ver el deporte o el fútbol en todo esto. Y la respuesta es que mucho. Porque el Mundial de 1986 era muy cercano en el tiempo a ese invierno crudo del 82. Y esos cuartos de final contra Inglaterra revivían cada bomba, cada trinchera oscura, húmeda y helada. Los sobrevivientes, jóvenes de 21 o 22 años, no tenían consuelo para tanta desidia.  Y ahí llegó el fútbol; no para hacer justicia, porque justicia sería que nos den el archipiélago, que revivan a los muertos y que los milicos queden encerrados de por vida en una cárcel común. El futbol no hizo eso. Pero sí les devolvió una sonrisa a los que volvieron y también a todo un pueblo lastimado.

Ese día, Maradona hizo con su mano lo que cualquier persona que fue humillada y verdugueada querría hacer. Le robó la billetera al bravucón, al jefe, al dueño del mundo y de la pelota. Pero no terminó ahí, porque minutos después, con su magia y su pierna izquierda, demostró que acá somos los mejores, y no nos importa ni tu plata, ni tu reina, ni tu siglos de saqueo y piratería; porque acá te paramos en seco y te humillamos. Dejó claro que a la magia no hay bala ni misil que la atraviesen.

En eso se convirtió el futbol y Maradona, en la pequeña venganza de los muertos pobres, y desde ese día, como dijo Carlos “El Indio” Solari también fue “el tesoro de los inocentes”.

Felipe Bertola
Felipe Bertola

Cuando estaba en la panza, mi vieja me cantaba «Significado de Patria» para tranquilizarme. En la comunicación y organización popular encontré la clave para poder «ser la revancha de todxs aquellxs». Como todo buen platense, sé lo que es ganar una Copa Libertadores.

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