La venganza como justicia
Batman, la justicia moderna: venganza
Ya en los tiempos que corren se ve el mismo móvil descripto en la primera parte, aunque ya no en la literatura sino en el cine de superhéroes. Con fines más que estéticos y de reflexión, estas películas marcan un campo totalmente político en el que se conjuga la dirección de la opinión pública, la creación de un enemigo, la falta de una ética en política internacional y el control a nivel nacional de la población. Productos comerciales cargados de presunta inocencia.
Sucede que la publicidad y el cine no solo “vende” ideas y artículos sino los adjetivos para calificarlos. Respecto a esto se puede afirmar que detrás de una empresa cultural hay “toda una estructura de aspiraciones y pautas de comportamiento; por lo tanto de un tipo de sociedad presente y futura, y una interpretación del pretérito”[1]. Al consumir un producto cultural concebido en otras latitudes, se consumen también, de manera desprevenida, formas culturales de la sociedad en la que fue realizada.
Las películas de superhéroes cuya proliferación desde el 2001 al presente llegar a ser de más de 60 realizaciones, superando por mucho la cantidad realizada a partir de 1951 (fecha de estreno de la primera película de Superman “Superman and the mole man”), hasta 1999. Durante esas casi 5 décadas la producción de ese tipo de películas en Hollywood fue de 26, lo que convierte a las últimas dos décadas en un nicho para este tipo de consumo cultural.
Se toma el año 2000 como punto de partida para realizar el conteo debido al quiebre que hay en la confianza de las instituciones encargadas de brindar seguridad: si fallan las instituciones humanas hay que inventarse unas suprahumanas -por lo menos en la ficción-, y eso es lo que hace el cine de superhéroes.
Se plantea que un grupo de superhombres (dioses, humanos modificados genéticamente, hechiceros, hombres con superioridad tecnológica y con grandes recursos económicos, etc.) desde la centralidad de una metrópoli defiende al hombre, no del hombre o de viejos imperios, sino de algo mucho más grande: la amenaza es algo que está más allá, el peligro viene de afuera, de lo exterior, de lo desconocido. Esa es quizá la metáfora del imperio que se cierra hacia adentro mientras pelea afuera.
Uno de los problemas que plantean esas producciones hechas en Hollywood es que representa no el “american way off life”, sino que “representa el american dream off life, el modo en que los Estados Unidos se sueña a sí mismo, se redime, el modo en que la metrópoli nos exige que nos representemos nuestra propia realidad, para su propia salvación”[2], y a su vez pone en evidencia que “ideológicamente, Estados Unidos se beneficiaba sin lugar a dudas de ser el paradigma de la lucha de “la libertad” contra la “tiranía”, salvo en aquellas regiones donde su alianza con los enemigos de la libertad era demasiado evidente.”[3] ¿Puede haber libertad adentro cuando el problema viene de afuera, o es más una tiranía con recorte de libertades y manipulación mediática hacia el interior mientras afuera se expanden las áreas de dominio?
En el cine de superhéroes no hay un final, siempre a una victoria le sigue una nueva aventura. Las antiguas tragedias y epopeyas representan ciclos cerrados en los que el héroe por fin encuentra descanso, ya sea la paz o la muerte, cerrando con ello un ciclo de cambios sociales y personales y aprendizajes que lo convierten una persona más sabia: el peregrinar de Odiseo para arribar a las costas de Itaca 10 después de finalizada la guerra de Troya, o en Prometeo de Esquilo en el que el dios-tirano comprende y aprende que sus dictámenes no son siempre justos y en el que el rebelde ante la ley -en este caso divina- debe ceder. Autoridad y derechos de los súbditos empiezan a complementarse.
En cambio, en el caso de Batman (Héroe) vemos que siempre queda el ciclo abierto. Su viaje no tiene fin. Es un círculo vicioso que se renueva en cada nueva aventura: con el fin de un villano aparece otro que lo reemplaza y después de éste otro está a la espera, comenzando con cada villano una nueva empresa, alimentando así el ciclo repetitivo sin fin de las aventuras del héroe moderno.
A lo antes dicho hay que sumarle la idea de que para combatir el crimen hay que jugar con las reglas de crimen, que no importa el método sino la derrota del otro con las herramientas del otro: ganarle al diablo jugando a ser el diablo mismo parece ser la premisa.
Una de las intencionalidades de la trilogía de Batman está puesta en que las leyes no son suficientes para juzgar a personas que pasan por arriba de ellas: ¿si un terrorista no sigue las leyes porque las leyes habrían de cumplirse para con él? Como si la respuesta a la incapacidad–injusticia de quienes deben impartir la ley estuviera en el desacatamiento de las normas jurídico sociales.
¿El fin justifica todos los medios? Esta serie de películas van en esa dirección: con una policía corrupta, con una ciudad perdida en el crimen y cuyos criminales han permeado las capas políticas, policiales y empresariales, no hay justicia posible, ya que es insuficiente y controlada por hombres que -en tanto hombres- son (somos) pasibles de sucumbir a las tentaciones del poder (dinero, sexo, miedo).
Ante el escenario descripto se vuelve necesaria la figura del héroe, (vengador, en este caso Batman, que también perdió a sus padres en un crimen que quedó impune por una justicia injusta), que actúa en soledad y va contra las leyes establecidas de su momento histórico, para enfrentar al villano de turno (“malos” que no pueden no ser malos, no hay otra opción posible), que por actuar fuera de la ley necesitan un contrincante (“bueno” porque su causa se percibe como justa ante a falta de garantías de una justicia que no es tal), que juegue con las mismas reglas que ellos: que esté por encima de toda ley. Si esto no sucede, la sociedad planteada por estas películas caería, irremediablemente, en un caos sin salida posible.
La figura del vengador se convierte en la figura de la justicia, Batman ya no es un héroe solitario, se convierte en un símbolo y como tal ya no precisa actuar desde las sombras, gana la inmortalidad en la subjetividad de la población, estableciendo así un nuevo orden de justicia.
Podemos concluir que en el transcurso de la antigüedad al presente, en el caso de la justicia, hay ciertos móviles que continúan en disputa. Por lo tanto es posible que al hurgar un poco en los modelos culturales del pasado encontremos algunas claves para intentar desenredar la madeja del presente.
Recordemos que “la antigüedad se regía por los arquetipos de su propio pasado. -Y que- Para encontrar modelos hegemónicos se guiaba por arquetipos arcaicos. La modernidad, en cambio, apuntó al futuro.”[4] Pero ese futuro es cada vez más incierto y parece ser gobernado por una razón sin razón, una razón que no encuentra rumbo ya que las instituciones modernas están quedando relegadas al sueño de la ilustración: “la modernidad, preñada de utopías, se dirigía hacia un mañana mejor. Nuestra época -desencantada- se desembarazaba de las utopías, reafirma el presente, rescata fragmentos del pasado y no se hace demasiadas ilusiones respecto del futuro.”[5]
[1] Dorfman, Ariel y Matelart, Armand. Para leer al pato Donald. Editorial Siglo XXI. Página 169.
[2] Dorfman, Ariel y Matelart, Armand. Para leer al pato Donald. Editorial Siglo XXI. Página 169.
[3]Hobsbawn, Eric. Guerra, paz y hegemonía a comienzos del siglo XX.
[4] Díaz, Esther. ¿Qué es la modernidad?
[5] Díaz, Esther. ¿Qué es la modernidad?