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Como cualquier martes, Juan Carlos “Don Cheta” González, con la intención de llevar a pastar a sus vacas, se acercó a su terreno de cuatro hectáreas en la localidad de El Cevilar, al este de la provincia de Tucumán. Una vez allí se encontró con tres personas, dos estaban alambrando el terreno y el tercero era Carlos Fortunato Flores. Ante la confusa situación, este último le gritó a Don Cheta que las tierras ya no le pertenecían, acto seguido sacó un arma y le disparó. Don Cheta cayó del caballo y Flores se acercó para rematarlo de dos tiros más.

El martes 15 de septiembre ya no era como solían ser los martes habituales, pero Don Cheta tampoco había sido parte de un hecho único y diferente, puede llamarse como quiera, menos un caso aislado.

No es un caso aislado

Una vecina avisó a la familia que en el terreno se encontraba un hombre tirado, cuando uno de los hijos se acercó al lugar se pudo constatar que efectivamente era Don Cheta. La policía ya se encontraba en el lugar.

Del otro lado de la escena, Flores fue a la comisaría de la localidad a declarar. Dijo que fue en defensa propia pero la excusa se cayó sola al no encontrar ningún arma en poder de Don Cheta, ni ningún signo de violencia en su cuerpo. A pesar de haber confesado el asesinato se lo mantiene en prisión preventiva en la casa de su sobrina en Horco Molle, Yerba Buena, a las afueras de San Miguel de Tucumán.

Carlos Fortunato Flores tampoco fue un caso aislado. Carlos Fortunato Flores es un ex policía, con antecedentes penales por intentos de homicidio y robos, también conocido por amenazar a campesines y a sus familias para quedarse con sus tierras y alquilarlas a sojeros. Se entiende que no es un caso aislado porque es una situación recurrente a lo largo y ancho del país que sufren les pequeñes productores.

Aunque, como supimos ver en un 25 de mayo en Cañuelas, no solo son los pequeñes productores les que sufren esta fortuna. Alex Campo era un pibe de 16 años que buscaba liebres para cazar con dos amigos. Rodolfo Sánchez, dueño del campo en donde el grupo de amigos se encontraba, impactó a Alex con su vehículo, causándole su muerte. Cuando llamó al 911 dijo que habían entrado al terreno para robar.

Si bien existen diferencias entre ambos casos, hay un factor que los une: la impunidad de la oligarquía agropecuaria cuyo trono está manchado de sangre, pero patentado en millones.

Trabajadores de la Tierra

Don Cheta pertenecía a la base La Tala de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) en Tucumán. Desde la organización denunciaron el hecho desde el primer instante, piden justicia por él y por todes les que son asesinades y/o violentados por grandes terratenientes y empresaries por el simple hecho de defender sus tierras y producciones.

A su denuncia se le agrega la exigencia de una Ley de Acceso a la Tierra, proyecto que la organización presentó el mes pasado, para que el ser un pequeño productor sea posible y que no conlleve ningún tipo de riesgo.

“La tierra en manos campesinas significa alimentos sanos y a precios justos, cuidado de los animales, protección del monte, del bosque, del río y de la biodiversidad. Cuando matan a un campesino o una campesina, todo nuestro pueblo retrocede y nos vamos alejando de nuestra soberanía alimentaria. Sólo ganan unos pocos, los que concentran la tierra y especulan con los alimentos, las empresas transnacionales y sus socios locales, y la clase política, judicial y policial que trabaja para ellos. Cuando matan a un campesino o una campesina, todos y todas nos morimos un poquito” denuncia la UTT a través de sus redes sociales.

La distribución justa de tierras junto a leyes como la Ley de Acceso a la Tierra y el constante diálogo con organizaciones campesinas, demuestra que la problemática comenzó a discutirse dentro de la agenda política del gobierno de turno. Es hora de que el sector campesino sea escuchado.

El campo que nos alimenta

A comienzos de año, incluso antes de que el COVID-19 atente contra nuestras vidas, el gobierno nacional decidió aumentar tres puntos las retenciones al campo, al campo de los grandes terratenientes. El hecho generó gran catarsis y llevó a que desde el sector agropecuario se declararan cuatro días de paro. En la ciudad, cacerolas y banderas argentinas de vecines manifestaron su descontento con la medida.

“El campo está en la mesa de todos, por eso hay que defenderlo” se solía -y suele- escuchar en esos escenarios llenos de discursos vacíos. Sin embargo, esa afirmación no puede estar más alejado a la realidad: en Argentina sólo el 13% de la tierra está en manos de pequeñes productores, y son elles les que producen más del 60% de alimentos que circulan en el mercado interno. El 1% de las empresas agrarias controlan el 36% de la tierra cultivada en nuestro país.

¿Qué campo hay que defender? ¿El campo monopolizador que aprovecha nuestras tierras para el beneficio de unes poques o el campo que trabajan las manos de la mayoría que buscan la soberanía alimentaria para una redistribución justa para el pueblo?

El campo que busca acumular tierras y beneficios sigue de pie en su castillo agropecuario gracias al lobby político que le garantiza total impunidad ante sus actos. Hoy no estamos hablando solo de tomar tierras, sino de tomar vidas.

La distribución de tierras luego de la famosa y mal llama “Conquista del Desierto” sigue casi intacta por el sistema de herencias de las familias enriquecidas. El poder político y económico que generaron es difícil de corromper, con la policía cubriendo y el sector empresarial operando, solo queda esperar a políticas públicas reguladoras por parte del Estado.

Otro factor que entra en juego es el ideológico. Como mencionaba anteriormente, las marchas en apoyo al “campo” están llenas de consignas sumamente erróneas pero que movilizan y dan de qué hablar en la agenda del día. Es así como este gran sector agropecuario también domina el “Cuarto Poder” -influencia de medios de comunicación-.

Las estructuras que garantizan la impunidad de estos personajes para robar tierras y llevarse vidas por delante, generan la minimización del hecho como una pequeña mancha en el historial de la persona que comete el delito, que tal vez quede circulando como cuento en el pueblo, pero que difícilmente sea condenado por lo que es: un asesinato a sangre fría.

No son enfrentamientos ni intentos de robo. Las familias productoras que alimentan al pueblo merecen el respeto a sus personas y a sus tierras, resultan esenciales políticas que les protejan para encaminarnos hacia el modelo de país productor que el pueblo desea y propone desarrollar.

Ni un muerto más por el derecho a la tierra.


Fuentes:
https://www.facebook.com/pg/trabajadoresdelatierra/posts/?ref=page_internal


Agustina Flores
Agustina Flores

Soy hija de los vientos patagónicos. Compañera (in)esperada de la militancia para la liberación. Entusiasta del puño y la letra. Lo personal es político, el periodismo también.

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