Pensar una sociedad en la que no existan intereses confrontados resulta iluso e incluso es una negación de la naturaleza diversa de la humanidad. Prueba de ello es el desarrollo de la historia, que a pesar de las tergiversaciones que pueda tener, siempre nos encuentra con bandos enfrentados.
Siempre va a existir una puja entre quienes en un momento logren ser hegemonía y otros que consecuentemente serán subalternidad. Sin embargo, forma parte de la democracia que se permita a la mayoría gobernante llevar adelante sus políticas. Ello sin avasallar los derechos de las minorías.
Ahora bien, para que una sociedad o comunidad exista debe existir el interés de conformar un todo, de aceptar al otro como un distinto con quien podemos convivir, negociar e intentar construir una vida en común. De eso se trata el pacto democrático, que no es algo totalmente rígido sino que es elástico y está sujeto a un tire y afloje constante en las disputas políticas.
La llegada del Coronavirus al país nos condujo a un escenario donde se requirió un accionar conjunto y se dio lugar a una tregua entre la conducción del PRO en CABA y el Frente de Todxs. Parecía una muestra de diálogo y madurez política. El discurso de unidad copó las conferencias y se convirtió en un peligro para la oposición ya que había una gran aceptación social de las medidas sanitarias tomadas por el Gobierno Nacional en el marco de la pandemia.
Ante la imposibilidad de sacar tajada de eso, y en pos de romper con esa tregua comenzaron las acusaciones por parte de la oposición. Denuncias inconexas que no se configuran como una crítica o propuesta política, sino más bien, muchas veces no resisten análisis alguno. Por enumerar algunos casos podemos citar el intento de responsabilizar al gobierno por la supuesta liberación de presxs, la muerte de Fabián Gutiérrez, el proyecto trunco de expropiar Vicentin narrado como un ataque a la propiedad privada de todxs, la necesaria extensión de la cuarentena como una “infectadura” y la idea infundada de que la reforma judicial sería utilizada por CFK como estrategia de impunidad.
Hay algo que une todos los casos: en ninguno existió una propuesta superadora de las medidas criticadas, una invitación al diálogo o la posibilidad de discutir sin tergiversar los hechos o palabras. El objetivo siempre parece ser, sembrar la disyuntiva entre democracia o infectadura, honestos o delincuentes, trabajadores o ñoquis del Estado, orden o desgobierno. Qué sucede con todos esos hechos o de qué se tratan, queda en segundo plano. La finalidad termina siendo golpear la imagen del gobierno nacional y construir subjetividades negativas en torno al Frente de Todxs.
La oposición que aún no logra ordenarse, encontró en esta forma de ataque una manera de accionar que con la ayuda de los medios masivos de comunicación, tiene como único objetivo desgastar al oficialismo. El problema de esa artimaña es que hace difícil la convivencia y construcción democrática; cerrar el diálogo a punto tal de no dar quórum para que el Congreso no pueda tratar ninguna ley es un juego peligroso.
Fomentar la idea de desgobierno y como dijo Carrió “aún llegando a la desobediencia civil” es negativo no solo para que el gobierno elegido popularmente implemente sus políticas, sino también para poder avanzar en aquellas en las que existe consenso social previo. Ahogar los debates simplificándolos entre buenos o malos no soluciona los problemas políticos de la sociedad. Buscar el consenso es responsabilidad de todas las fuerzas políticas. Vivir en un Estado de Derecho implica respetar la elección popular, discutir y disputar política en el marco democrático.
Frenar la difamación y el agravio conduciendo las discusiones al plano de las propuestas políticas será necesario para fortalecer la democracia. Evidentemente Juntos por el Cambio no se siente cómodo en ese terreno, más allá de ser oposición, por eso recurre constantemente al golpe.
En una sociedad plural el conflicto de intereses es imprescindible y fomentar los debates, la discusión en el marco del respeto, es lo que nos permite avanzar en la construcción de una mejor comunidad. Discutir y disputar política permite construir colectivamente, mientras que denostar al opositor o sembrar la idea de desgobierno, solo conduce a tensar cada vez más nuestro pacto democrático, separar la sociedad y destruir.