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Desde que comenzó la pandemia, se ha venido reflexionando acerca de las podredumbres que han quedado en evidencia. No solo de la actitud de desprecio por la vida ajena que tienen quienes pregonan por volver a la “normalidad” del capitalismo tal y como se conoció previamente, sino de múltiples problemas que permanentemente genera un sistema de muerte como el capitalismo.

La pandemia resaltó los desastres que generan las formas de producción capitalista (ya sea en los campos como en las urbes): el calentamiento global la muerte de especies animales o vegetales; la contaminación de ríos, mares y océanos; la emisión desmedida de CO2 a la atmósfera y la consecuente expansión del agujero en la capa de ozono; o la expulsión de personas del el campo a la ciudad. También podrían mencionarse el incremento en los niveles de pobreza, la precarización de la vida, el aumento de enfermedades, o un infinito etcétera.

Pero el COVID-19 también puso de manifiesto las fragilidades de un sistema interconectado e interdependiente (llamado globalización) que ante una situación como la actual no puede dar respuesta eficiente ni desde lo sanitario, ni desde lo económico.

En picada libre

Por sólo dar un ejemplo, los investigadores del Observatotio Económico Latinoamericano (OBELA), Oscar Ugarteche y Arturo Martínez Paredes, analizaron recientemente cómo la pandemia resquebrajó las cadenas de suministros en el rubro alimentario, afectando de manera más significativa a los países dependientes de la importación de la gran mayoría de los alimentos que consumen “como México, EEUU, China, la mayor parte de África y la Unión Europea”.

Según los investigadores, la FAO afirma que “’la fuerte desaceleración de todas las economías del mundo y en particular de las más vulnerables (…) hará que los países, en especial los que dependen de las importaciones de alimentos, tengan dificultades para disponer de los recursos necesarios para comprarlos, ya que las tasas de desempleo han aumentado y las repercusiones económicas de la COVID-19 en el ingreso serán más severas[1].

En relación a las consecuencias de la pandemia, cabe destacar que en abril de este año –antes de que todo estalle por los aires- la Organización Mundial del Comercio ya pronosticaba una caída del PIB mundial de entre un 13 y un 32% para el 2020. Y si bien esta organización señala que la caída de la economía será peor que la crisis del 2008/09 (algunes incluso señalan que pueda ser peor que la de la década del 30), afirman que en 2021 comenzará la recuperación, aunque continuarán los coletazos del desastre.

Según un informe del Centro de Comercio Internacional (ITC, por sus siglas en inglés), “la economía mundial perdió al menos unos 126 mil millones de dólares en 2020 debido a la interrupción global de las cadenas de suministro en EEUU, la UE y China a causa del virus”. Además señala que “en conjunto, esos países representan el 63% de las importaciones mundiales y el 64% de las exportaciones de las cadenas de producción y venta[2]

Éste hecho no solo afecta a los países importadores de alimentos, sino también a quienes los exportan, ya sean de América, África o el Sudeste Asiático. En el informe antes mencionado se afirma que el 55% de todas las empresas pequeñas o medianas se vieron gravemente afectadas, mientras que solo el 40% de las grandes empresas han señalado verse afectadas.

Davos siempre está ahí, aunque no lo veas

Los ganadores ante la pandemia parecen ser los mismos grandes ganadores de siempre, los que cada año se juntan a planificar la economía global en Davos y que ahora proponen un “reseteo” o “reinicio”. Y sí, lo primero que se le viene a la mente tras escuchar esa palabra es la imagen de la empresa de la ventanita creada por Bill Gates (una batalla cultural que vamos perdiendo por goleada). “El Gran Reinicio”, así es como el presidente y fundador del Foro Económico de Mundial de Davos, Klasu Schwab, pretende llamar a este encuentro de la élite mundial en el 2021.

Éste al igual que el genocida norteamericano (aunque muchos lo sindican como estratega), Henry Kissinger, señalan que el “contrato social” (pobre Rousseau, se debe estar revolcando en su tumba) que conocimos ya no sirve y que hay que generar uno nuevo. La élite global sabe que su hegemonía sobre el sistema de acumulación globalizado llegó a su fin y que hoy es China el motor industrial del planeta. Y lógicamente están preparando su respuesta.

Los dichos de estos personajes no son muy diferentes a los del magnate de peluquín que ocupa el Despacho Oval. Ese gran slogan publicitario (de eso sí que sabe) de “America First” va en el mismo sentido. La globalización ya fue. La jugada de las élites será volver a concentrar sus poderes pero localmente. Y como esta crisis va a generar una gran pérdida depuestos de trabajo y la quiebra muchísimas pequeñas y medianas empresas, se abre un panorama favorable para que ellos las compren y sea parte de las reactivaciones de las economías a escala planetaria.

¿A quién pretenden dejar afuera de este reordenamiento? Claramente en la esfera de lo macro, a China. El gigante asiático se puso de pié, luego de décadas de burlas y desprecios occidentales. Pero si se mira en lo micro, los que perderían serían los pueblos del mundo, porque -de darse esta hipótesis- las lógicas de reproducción del capitalismo serían las mismas -o al menos muy similar-, y la impronta destructiva de la modernidad eurocéntrica, occidentalocéntrica y dualista cartesiana seguiría siendo la misma, pero a escala nacional.

Foto: Misión Verdad

La salida no es volver a la “normalidad”

La “normalidad” de las catacumbas a la que el mundo capitalista estaba acostumbrado llevó a que la humanidad superara el récord de emisiones de CO2 a la atmósfera: en mayo de este año se sobrepasó la barrera de las 400 partes por millón de este gas, que para las especies que necesitamos oxigeno es veneno. Esto no sucedía desde hace unos de 2.500 millones de años.

En 200 años, desde “revolución industrial” para acá, la modernidad, el capitalismo y sus lógicas depredatorias, están logrando asesinar al planeta, algo que no hizo la especie humana en miles años sobre el planeta tierra. Porque la responsabilidad no es de “la humanidad”, como los liberales pretenden que se crea. No son les individues les que tienen la responsabilidad de lo que está pasando, es un sistema que destruye todo a su paso para generar mayores niveles de rentabilidad para un puñado cada vez más reducido de personas.

Un discurso histórico

Han sido muchos y muchas las personas que manifestaron que hay que dar un giro de 180 grados en las lógicas de producción y de consumo (sobre todo las del norte global) si como especie se pretende seguir habitando en “esta, nuestra querida contaminada y única nave espacial”[3].

Al respecto y sin lugar a dudas, uno de los discursos más emblemáticos de la historia reciente ha sido el de Hugo Rafael Chávez Frías (Presidente y Comandante Eterno de la Revolución Bolivariana) en la Conferencia de Naciones Unidas para el Cambio Climático de 2009.

En aquel entonces Chávez alertaba sobre la destrucción capitalista y la “dictadura imperial” que aún hoy vive el mundo. Caracterizado por su gran retórica, simpatía y honestidad, en esa oportunidad hubo dos frases que pasarían a la historia, frases que no eran de su autoría, sino de algunes ciudadanes que las escribieron en sus pancartas: “No cambien el clima, cambien el sistema”, o “Si el clima fuera un banco, ya lo habrían salvado”. Síntesis pura y dura.

La comunidad organizada

Dicho esto, urge el debate acerca de cómo se produce, qué se produce, con qué objetivos, qué impacto tendrá ello sobre el medio que habitamos, entre muchas otras reflexiones que la humanidad debe darse de manera madura y responsable.

La pandemia y la podredumbre que sacó a relucir, no hacen más que resaltar la urgencia de esos debates. Porque la derecha y las élites globales (como se mencionó anteriormente) ya están trabajando para dar una respuesta al colapso que ellos mismos generaron.

Será tarea de los pueblos ir construyendo ese otro sistema que reemplace al caduco modelo impuesto por la modernidad eurocéntrica, patriarcal, racista y dualista cartesiana, que en muy poco tiempo llevó al planeta a un lugar de difícil retorno.

Hay que volver a la comunidad, a la resolución en pequeña escala de las necesidades básicas como la producción de alimentos, buscar energías que no destruyan el medio ambiente, al tiempo que se intenta revertir las brechas tecnológicas, pensando tecnologías no para vender sus patentes y aumentar la productividad y la rentabilidad, sino para resolver problemas cotidianos de las personas.

Hay que volver a la producción local, fortalecer el trabajo cooperativo y solidario, atendiendo y resolviendo los problemas que surjan en esas comunidades. Es imposible sostener los niveles de concentración no solo de la riqueza o de la propiedad de la tierra, sino de la población en grandes centros urbanos, hechos que terminan generando colapsos ya sean sanitarios, edilicios, hídricos, o de otra índole.

Para cerrar estas líneas, Chávez (también en aquel discurso en Copenhague), citaba al periodista y escritor francés Hervé Kempf, quien finalizando el preámbulo de su libro “Cómo los ricos destruyen el planeta” señala: “No podremos reducir el consumo a nivel global si no hacemos que los poderosos bajen varios escalones y si no combatimos la desigualdad. Es necesario que al principio ecologista, tan útil a la hora de tomar conciencia, ¨pensar globalmente y actuar localmente¨, le sumemos el principio que impone la situación: consumir menos y repartir mejor”.


Referencias:
[1] https://www.alainet.org/es/articulo/207285
[2] https://medium.com/@misionverdad2012/el-gran-reinicio-davos-conduce-el-modelo-econ%C3%B3mico-global-post-pandemia-3b682d6771a0
[3] Frase utilizada por el colega Walter Martínez al finalizar cada emisión de su programa “Dossier”.


<span style="color:#000000" class="tadv-color">Nicolás Sampedro</span>
Nicolás Sampedro

Prefiero escuchar antes que hablar. Ser esquemático y metódico en el trabajo me ha dado algún resultado. Intento encontrar y compartir ideas y conceptos que hagan pensar. Me irritan las injusticias, perder el tiempo y fallarle en algo a les demás.

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