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POR MALÉN SABELLA*

Homenaje a Raúl Scalabrini Ortiz a 61 años de su muerte. Un hombre que creyó en las virtudes de su pueblo.

“Esos tipos sí que fueron vanguardia” dijo Rodolfo Walsh en 1970 durante una entrevista en la que Ricardo Piglia preguntó por el lugar de los escritores, las novelas y los libros de denuncia, “tipos como Scalabrini Ortiz en 1940”.

La generación de escritores que hicieron política, a la que perteneció Raúl Scalabrini Ortiz, surgieron como testigos por la dignidad de la Patria durante la “Década Infame”, dieron inicio al ejercicio del revisionismo histórico, sentaron las bases del pensamiento nacional y para ello se preguntaron por el ser nacional. ¿Cómo es?, ¿Está en formación?, ¿Qué es ser argentino? En aquellos años que comenzaron a pensarse los trabajos de reivindicación nacional, el poeta Homero Manzi escribió: “Tengo que optar por ser un hombre de letras, o hacer letras para los hombres”.

En los inicios de los años 30’, Scalabrini en la búsqueda por comprender la identidad nacional, escribió el ensayo conocido como el Martín Fierro porteño, “El hombre que está solo y espera”. El hombre de Corrientes y Esmeralda, piensa desde aquella esquina la ciudad, el país y el mundo evidenciando el carácter irreductiblemente central de la ciudad porteña en la República Argentina: “Un escupitajo o un suspiro arrojado en Salta o en Corrientes o en San Juan, rondando los cauces algún día llega a Buenos Aires”

En 1931, Scalabrini publicó el artículo “La ciudad está triste”. Retrató la inquietud social provocada por el desastre económico que se vivía en el país durante esos años. Millones de personas cayeron en la desocupación y la incertidumbre calaba en los huesos de los argentinos. Pero para Scalabrini, el dolor y la desazón que perturbaba la ciudad era una verdad que se revelaba: la ciudad “también es un fruto de la pampa”.

Scalabrini se lanzó a la investigación y rompió su tradición literaria, que había comenzado en 1926 con un libro de cuentos para descubrir cuáles eran las causas del drama de la dependencia, y se preguntaba: ¿Qué es la Argentina? ¿Qué cosas hay en Argentina? Respondía: “Hay ferrocarriles, pero son ingleses. Hay frigoríficos, son ingleses. Hay una importante compañía telefónica, es inglesa. Hay puertos, pero en general los tienen los ferrocarriles, si no están entregados en concesión a las grandes compañías exportadoras que son todas europeas. Hay usinas eléctricas en todo el interior, pero pertenecen American Power Company. El País exporta, pero no exporta en barcos propios, no tiene barcos, y no puede definir el precio de sus exportaciones. Entonces, Scalabrini llegó a la conclusión de que el país tenía bandera e himno, pero no soberanía.

En 1933 participó de la revolución del Paso de los Libres, pero terminó preso. En prisión le dieron dos opciones, la cárcel o el exilio; Raúl eligió el exilio con la condición de poder casarse previamente con su compañera Mercedes Comaleras, y en su libreta de matrimonio figuraba como domicilio el Departamento de Policía. Juntos tuvieron cinco hijes. A su retorno conoce a Arturo Jauretche y ambos comenzaron a colaborar en el diario Señales, donde Scalabrini publicó los artículos que después aparecerán en su libro Política británica en el Río de la Plata en 1936. En aquellas páginas denuncia el carácter anti industrialista del trazado ferroviario. Años después resumiría: “La tela de araña metálica ha aprisionado la mosca de la república”.

Scalabrini denunció en estos ensayos periodísticos, que el trazado de las vías en forma de abanico no era solo un diseño que impedía la conexión entre las provincias, sino que tenía un único sentido al desembocar en Buenos Aires, que era el de una economía doblegada al interés británico. El trazado abanico, era el trazado de una estructura nacional dependiente y colonial. Así descubrió cómo funcionaba el sometimiento argentino, y cuestionó la historia oficial: “Todo lo que nos rodea es falso e irreal. Falsa la historia que nos enseñaron, falsas las creencias económicas que nos imbuyeron. Falsas las perspectivas mundiales que nos presentan. Falsas las disyuntivas políticas que nos ofrecen”.

En 1935 se constituyó la Fuerza de Orientación Radical de la Nueva Argentina. Scalabrini no se afiliaría nunca al radicalismo, pero escribiría en los cuadernos de FORJA, que utilizó como plataforma para difundir sus ideas. Uno de sus más conocidas publicaciones de esa época se tituló “Petróleo e imperialismo”. Finalmente, en 1940, publicó Historia de los ferrocarriles argentinos.

El 10 de julio de 1944, Perón inauguró la cátedra de Defensa Nacional en la Universidad de La Plata. Galasso escribió sobre ese hecho histórico: “Perón dice que un país no es soberano si no tiene flota propia, que un país no es soberano si no tiene servicios públicos propios…Scalabrini se sorprende, y cuando termina la conferencia, un grupo de gente va a cenar, y en la misma tarjeta del menú que le hace llegar por un chico de FORJA a Perón, le pone atrás “Le vamos a pedir los trencitos”, y lo firma. Perón entonces se acerca, conversan, y le dice “lo vamos a hacer, tenga paciencia pero lo vamos a hacer”. Casi cuatro años después del acontecimiento en el Jockey Club, el primero de marzo de 1948, el General Juan Domingo Perón nacionalizó oficialmente los trenes argentinos.

Recuperada de Revista La Baldrich

En su libro de poemas “Tierra sin nada, tierra de profetas”, Scalabrini publicó la crónica titulada” Emoción para ayudar a comprender”

“Corría el mes de octubre de 1945. El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente desde sus fábricas y talleres. No era esa muchedumbre un poco envarada que los domingos invade los parques de diversiones con hábitos de burgués barato. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de brea, de grasas y de aceites. Llegaban cantando y vociferando unidos en una sola fe. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir. Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. Descendientes de meridionales europeos iban junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún… Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Era el substracto de nuestra idiosincrasia y de nuestras posibilidades colectivas allí presente en su primordialidad sin restos y sin disimulo. Era el de nadie y el sin nada, en una multiplicidad casi infinita de gamas y matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo impulso, sostenidos por la misma verdad que una sola palabra traducía.”

 Durante su primer gobierno, Perón le ofreció a Scalabrini el Ministerio de Transporte pero no lo aceptó, también la Dirección de Ferrocarriles pero tampoco la aceptó. Simplemente en esos años se dedicó a plantar álamos en Entre Ríos; después de todo, su profesión era la Agrimensura.

Años después, en las elecciones de 1958 -durante la proscripción del peronismo-, Scalabrini apoyó la candidatura de Frondizi. Pero el acompañamiento al gobierno se terminó cuando se dieron a conocer las cláusulas de los Contratos Petroleros firmados por Frondizi con Standard Oil. En su último artículo en la revista Qué propuso aplicar las mismas políticas soberanas al petróleo que las había desarrollado Perón con los ferrocarriles.

En 1959, a sus 61 años, Scalabrini enferma de cáncer de pulmón. No lo pudieron operar, y no había solución. No salió más a la calle y se replegó en la casa que alquilaba en la calle Juan Bautista Alberdi 1165, en Olivos. Llevó su cama a la biblioteca, porque quería morir entre sus libros, y pasó sus últimos meses allí. Raúl Scalabrini Ortiz falleció el 30 de mayo de ese mismo año. Exactamente hace 61 años.

En 1965, se publicó el libro póstumo “Bases para la Reconstrucción nacional”, en el que gracias al desvelado trabajo de su compañera Mercedes Comaleras, se recopilaron más de 100 artículos para que las nuevas generaciones protagonzaran la ardua batalla por la liberación nacional. Las bases estaban dadas.

Durante la última dictadura militar, Marcela Comaleras que aún vivía sola en la casa de Olivos, no pudo afrontar los gastos y se vio obligada a devolver la propiedad. Dos de sus hijos estaban exiliados, Matilde en Venezuela y Jorge en Francia. Martín Scalabrini Ortiz cuenta: “Mi abuela había vivido durante muchos años allí, y era consciente de que se trataba de un lugar histórico aunque el contexto de aquel momento no lo reconociera. Por eso, cuando todo quedó vacío, cuando todos los libros fueron retirados, cuando el silencio se adueñaba del lugar, tomó un aerosol con pintura roja y con letras bien claras escribió, en una de las paredes de lo que era la biblioteca: Aquí se defendió a la patria”.

“Desalojemos de nuestra inteligencia la idea de la facilidad. No es tarea fácil la que hemos acometido, Pero no es tarea ingrata. Luchar por un alto fin es el goce mayor que se ofrece a la perspectiva del hombre. Luchar es, en cierta manera, sinónimo de vivir: Se lucha con la gleba para extraer un puñado de trigo. Se lucha con el mar para transportar de un extremo a otro del planeta mercaderías y ansiedades. Se lucha con la pluma. Se lucha con la espada. El que no lucha, se estanca, como el agua. El que se estanca se pudre”.

Raúl Scalabrini Ortiz.

* Estudiante de la Licenciatura en Comunicación Social de la FPyCS de la UNLP

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