TIEMPO DE LECTURA: 5 min.

Por Jorgelina Urra*

A estas alturas la agenda mundial está marcada por la pandemia: a cada paso intentamos desentramar los focos de conflicto que van estallando, aquí y allá, lo que después de cuatro años de desinformación, encubrimientos y des-financiamiento, se torna tedioso, e incluso confuso. En este caso se trata de las diferencias entre el sistema de salud privado y el público, para lo cual es necesario rebobinar en el viejo casette de la memoria algunos datos históricos.

En años posteriores a la dictadura, las políticas públicas que habían existido durante los gobiernos de Perón, no resurgieron como tales y eso le permitió al menemismo sembrar una etapa de raigambre neoliberal que caló hondo en la disputa de sentidos. Implantaron la definición de salud como mercancía, como un bien al que solo algunes podían acceder; les trabajadores se volvieron desechables y les pacientes, clientes, lo que le permitió al mercado operar a gusto y piacere. El tipo de atención variaba según el bolsillo de quien ostentara acceder al servicio de una cobertura integral, y quienes no tenían nada, o sea la gran mayoría del pueblo, debían conformarse con un sistema de salud público de malo para abajo. Fueron años en donde realizaron el minucioso trabajo de convencer a través de grandes y vacías propuestas de avances y de inserción en el primer mundo, mientras el poder del sector privado iba en crecida.

 

Lo dice el Doctor

Maximiliano Rugnone es médico de familia y cuidados paliativos (MN 148479 MP 454040) y hasta hace poco tiempo trabajaba para la guardia de un sanatorio privado. Había entrado en condición de monotributista, y su pelea por mejoras en los términos de pago y en la atención que se brindaba desde el sanatorio lo llevaron a tener que renunciar. Nadie se hacía cargo, no había respuestas a las demandas y con el correr de los días y la gravedad en que se encontraba el sistema producto de la pandemia, su labor era aun más desvalorizada. Su sueldo era muy bajo: cobraba por paciente –léase clientes para el mercado de la medicina- y ni hablar de la exigencia física y mental que conllevaba examinar a esa cantidad de personas. Enseguida hizo público, a través de redes sociales, su reclamo a estas empresas. Y pidió disculpas si en algún momento había ejercido mal su profesión.

Cuando se le consultó sobre las coberturas médicas y los seguros de salud y cómo veía la situación hoy en día, dado que afrontamos una pandemia, respondió que “las obras sociales y las prepagas son un NEGOCIO: con lo que no les conviene económicamente, buscan el bache legal (o no) para desecharlo y expulsarlo al sistema público, que lo absorbe y hace lo que puede. Hoy por hoy, en uno de mis lugares de trabajo, recibimos muchos pacientes con prepagas malas y otras de mucho renombre, para resolverles temas de seguimiento de enfermedades crónicas y para hacerles recetas, porque el sistema privado no da respuesta. Además de que la violencia de género y las enfermedades psiquiátricas han aumentado muchísimo, hay una pobre respuesta del sistema privado. Pienso y me queda picando la idea de que la pandemia no es negocio”.

Durante casi dos años le tocó brindar atención a un aproximado de entre 60 y 80 pacientes en ocho horas. Siendo optimistas, si pensamos que eran 60, el tiempo de atención era de aproximadamente siete minutos por paciente. Es imposible creer que en ese tiempo se puede avanzar en el seguimiento de enfermedades, o mínimamente dedicarles a los pacientes el tiempo correspondiente, pero no tenía opción; era el único médico de guardia.

Maximiliano hace varios minutos que viene hablando del sistema de salud, las responsabilidades de les trabajadores de la salud y caracterizando cuáles son las dificultades en las que se encuentra el sistema, pero hay algo que no puede dejar de mencionar y se le nota en la mirada que eso le molesta demasiado. En un tono de voz tranquilo, que busca por momentos entender algunas cosas, y entre el cansancio de la jornada y los problemas que van surgiendo, ese tono se transforma en denuncia, en bronca acumulada que tiene ganas de salir, pero como si se percatara de que puede sonar arrogante, suelta una pequeña risa a modo de consuelo y dice: “No es época de cacerolazos por ejemplo. No sirven, no suman, son hipócritas, no tienen coherencia, no tienen nada… No es época de aplausos, no es época quizá hasta de reírse de algunos chistes que por lo general hacemos, es una época donde tenemos que estar todos actuando con coherencia, al que le toca quedarse en su casa, se queda en su casa”.

Estos reclamos que Maximiliano escucha de cerca o de lejos, no son del todo claros. Desde los balcones de un piso en Belgrano y con una Essen en la mano, repiquetean sobre el metal de la cacerola, les vecines indignades. Piden que les polítiques se bajen los sueldos, que no se cobre el impuesto a las riquezas. No están de acuerdo con que un puñado de tipos que son cómplices de una deuda, enriquecidos en dictadura u operadores mediáticos, paguen un impuesto que representa una migaja de toda la guita que tienen. Ahora bien, al día siguiente, esa misma gente, desde los balcones de barrio norte, aplaude orgullosa a les mediques por la labor que realizan; les trabajadores necesitan suministros mientras el sistema se desborda y reciben aplausos.

 

¿El problema es la pandemia o el sistema?

La restauración de derechos implementada durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, no bastó para extinguir el germen ideológico liberal. La batalla cultural no fue ni será nada fácil de ganar, porque las trabas en el sistema no cesan y los intereses de los grupos de poder no retroceden fácilmente. Los monopolios mediáticos maniáticos al servicio del liberalismo se encargaron de darle aliento una y otra vez al sistema liberal, lo escondieron bajo slogans bien decorados, contrataron operadores de la peor cepa para defender a los indefendibles y así dar paso al caballo de Troya: Macri y su ejército de inoperantes. El 10 de diciembre de 2019, cuando la formula Fernández asumía, no teníamos Ministerio de Salud.

No está mal el hecho de aplaudir como forma de reconocimiento, sino que se debe saber a qué se aplaude. El sistema de Salud Pública viene de atravesar un devastador desfinanciamiento, reduccionista y precario. Ginés González García (Ministro de Salud) planteó que el estado en el que se encuentra tanto el sistema público, como el privado, está completamente vulnerado: se necesitan recursos, y ya no pueden salir de los bolsillos de quienes apenas hemos sobrevivido al macrismo. Que se anote la deuda a la cuenta de les riques.

 


* Entiende que para que las ideas no mueran hay que escribir, pero como el lenguaje es un universo 
lleno de palabras muertas y consejos de la RAE; prefiere hablar desde el léxico revolucionarie.

 

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