Por Sol Castillo*

¿Cuántas veces hemos escuchado -incluso afirmado- que las madres no trabajan, sino que se quedan en el hogar y por eso son “amas de casa”? Esta frase es una de las tantas que grafican la naturalización que la sociedad patriarcal ha construido en torno a todas aquellas tareas que recaen asimétricamente sobre las mujeres. Fruto de la división sexual del trabajo, desde pequeñes se nos ha educado para realizar determinadas tareas según el género asignado en el binarismo varón-mujer.
Cuando se hace referencia al sostenimiento de una doble jornada laboral, se piensa en aquellas mujeres que además de trabajar por fuera de casa, sostienen hogares y llevan adelante las tareas de cuidado. No es amor: es trabajo no pago y limita concretamente las posibilidades de un acceso justo a la educación y al trabajo, acrecentando de esta manera la brecha salarial.
Una mujer que es madre o está a cargo del cuidado de algún familiar o adulte mayor, que estudia o trabaja, seguramente delegue parte de esas labores a otra mujer (niñera, cuidadora, empleada doméstica). Puede suceder también que tenga que recurrir a empleos de pocas horas, flexibles -por ende sumamente precarizados-, para poder volver a su hogar a seguir trabajando.
Por todo eso y más, la necesidad de visibilizar el trabajo doméstico y las tareas de cuidado no remuneradas es una tarea fundamental para entender por qué existen grandes brechas entre los géneros. La temática ya tiene largas décadas de estudio entre debates y teorizaciones.
En 1951, Evita publica su escrito titulado La Razón de mi Vida. En uno de los capítulos titulados “El hogar y la fábrica”, relata lo siguiente:
“En las puertas del hogar termina la nación entera y comienzan otras leyes y otros derechos… la ley y el derecho del hombre… que muchas veces sólo es un amo y a veces también… dictador. Y allí nadie puede intervenir. La madre de familia está al margen de todas las previsiones. Es el único trabajador del mundo que no conoce salario, ni garantía de respeto, ni límites de jornadas, ni domingo, ni vacaciones, ni descanso alguno, ni indemnización por despido, ni huelgas de ninguna clase… Todo eso — así lo hemos aprendido desde “chicas” — pertenece a la esfera del amor… ¡y lo malo es que el amor muchas veces desaparece pronto en el hogar… y entonces, todo pasa a ser “trabajo forzado”… obligaciones sin ningún derecho…! ¡Servicio gratuitos a cambio de dolor y sacrificios!”
Si bien desde algunas voces se intenta señalar la enemistad que había entre Evita y las feministas de los 50′ y 60‘, o se busca leer desde cierto anacronismo a ciertas figuras de nuestra historia, no se puede ignorar que ya en aquel tiempo existía una noción acerca de las desigualdades que se les presentaban a las mujeres que sostenían los hogares.
Ahora bien, reflexionando acerca de una posible genealogía de nuestros feminismos, resulta interesante rescatar un trabajo pionero para Argentina y Nuestra América, incluso muy poco mencionado a la hora de repasar la problemática del trabajo doméstico no remunerado. En 1969, la feminista argentina-cubana Isabel Larguía junto a su pareja, el antropólogo John Dumoulin, presentan Por un feminismo científico. Este ensayo nace durante el proceso de institucionalización de la Revolución Cubana y deja ver las tensiones que se daban entre el feminismo y el marxismo de aquel tiempo. Analizaron la plusvalía en el trabajo reproductivo y acuñaron el término trabajo invisible para referirse a este: “Si la mujer comprendiera hasta qué punto está deformada, hasta qué punto es explotada, se negaría a seguir proporcionando trabajo invisible, trabajo no remunerado. Los cimientos de la sociedad de clases se hundirán antes de tiempo”[1].
Pocos años después, las producciones teóricas de francesas e italianas en torno al trabajo doméstico alcanzaron mayor circulación y relevancia. Gran parte de los movimientos feministas se formaron al calor de estos escritos, sin haber llegado a conocer antes los escritos precursores de Isabel Larguía.
Los números de la desigualdad
Según un informe de Economía Femini(s)ta elaborado en el tercer trimestre de 2019 en base al EPH-INDEC[2], del total de personas que realizan tareas domésticas, un 73% son mujeres y un 27% son varones. Estos datos no discriminan los hogares unipersonales por lo que probablemente esa diferencia sea mayor.

Se puede observar entonces, que la carga asimétrica del trabajo doméstico no remunerado tiene implicancia directa en el acceso al empleo. A continuación dos gráficos que ilustran notoriamente esta realidad:


El aislamiento y la gestión del hogar
La aparición de la pandemia del Covid-19, obligó a declarar el aislamiento social, preventivo y obligatorio, empujando a muchas familias a permanecer en sus hogares y presenciar las múltiples tareas del ámbito doméstico con las que cargan las mujeres. Como producto de la cultura machista, vimos cómo se viralizan imágenes y vídeos que, lejos de tener un atisbo de humor, muestran a los varones acomplejados porque tienen que cocinar, lavar, ordenar, criar a sus hijes, y demás labores. Aún quedan muchos mandatos por derribar si pretendemos construir una sociedad más justa. La cuarentena podría servir, entre otras cosas, para aprender a revalorizar el trabajo reproductivo y de cuidados.
En una coyuntura que pareciera volver a revalorizar el rol del Estado luego del reiterado fracaso de la globalización neoliberal, será necesaria la planificación y ejecución de más políticas de géneros que atraviesen todos los ámbitos y, en este sentido, será fundamental profundizar y complejizar aún más la propuesta desde el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad sobre las tareas de cuidado. El lugar que le toca a la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género también es central para pensar las partidas presupuestarias o beneficios focalizados en los sectores más vulnerables de la población.
* Periodista, columnista del programa La Marea (Radio Futura – FM 90.5), redactora de Revista Trinchera y colaboradora de Agencia Timón.
Fuentes:
[1] http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20180803110052/Desde_Cuba_revolucionaria.pdf
[2] https://ecofeminita.github.io/EcoFemiData/informe_desigualdad_genero/trim_2019_03/informe.nb.html
Estoy de acuerdo que a igual trabajo, igual salario. No importa que sea hombre o mujer. En cuanto al amor de pareja debería ser un acuerdo mutuo donde se distribuya las necesidades materiales en partes iguales para que no haya autoritarismos de ninguna de las partes o tu tienes otra propuesta?