Por Juan Martín Palermo*
El pasado martes 14 de abril se cumplieron 25 años de la creación de HIJOS (Hijos por la Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio). La agrupación está compuesta por hijos e hijas de detenidos-desaparecidos de la última dictadura cívico-militar, que exigen juicio y castigo a los genocidas. Desde su creación, la organización ha tenido un papel preponderante en la lucha por la memoria, la verdad y la justicia, llevando adelante acciones que permitieron, en tiempos de impunidad, visibilizar la lucha y no permitir que la llama de la memoria se apague.
En 1985, el juicio que encarceló a las juntas militares responsables del genocidio y del terrorismo de Estado, provocó unos años después levantamientos militares que dieron como resultado las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Luego, los indultos decretados en 1989 por el recién asumido presidente de la Nación, Carlos Menem, y que concedían la libertad a los represores que estaban encarcelados, dejaron al descubierto el momento de mayor impunidad desde el regreso de la democracia. A raíz de esto y en este contexto, nació la agrupación HIJOS en 1995.
El primer encuentro de la agrupación a nivel nacional se dio en Córdoba, en Río Ceballos. En un principio, fue un espacio donde muchos se encontraron con personas que habían vivido situaciones similares que hasta el momento nadie conocía. Muchos militantes no habían encontrado hasta el momento el espacio para reclamar lo que tanto buscaban y ahí lo encontraron. Cada vez se incorporaba más gente y a medida que llegaban, empezaban a contar sus historias. Comenzó a ser un espacio donde había lugar para el testimonio y esto se convirtió en una especie de ritual que se repetía cada vez que alguien se sumaba. Uno de sus militantes que presenció el inicio de la agrupación, decía que lo que querían era “encontrar los denominadores comunes” en los sentimientos, las ideas, en las historias, para crear un espacio que los contenga y exprese.
Este modo de organización fue creciendo junto con la agrupación. La discusión pasaba por la manera en que se iba a llevar adelante la lucha: si la pelea contra la impunidad era desde un punto de vista ético, sabiendo que difícilmente iba a hacerse justicia, o si la lucha a través de la acción iba a permitir “conseguir” lo que tanto anhelaban. Como se consideran “gente de acción”, optaron por la segunda opción. A partir de esto, tuvieron un objetivo claro y sabían cómo llevarlo a cabo. No se quedaban en el dolor, en la tristeza o en la bronca por todo lo que había pasado, sino que buscaban, con alegría y esperanza, que se haga justicia por la memoria de sus padres.
Al no garantizarse todavía el fin de la impunidad, optaron por una herramienta que hasta el momento era innovadora. La frase “si no hay justicia, hay escrache” pasó a ser una bandera de la agrupación. La idea de los escraches era poner en evidencia a la sociedad que los asesinos y torturadores estaban entre nosotros. Localizaban los domicilios o trabajos de los represores, y organizaban una movilización para alertar a los vecinos de que en su barrio había un responsable del terrorismo de Estado.
El escrache viene del lunfardo y quiere decir “poner en evidencia algo que está oculto”. Pero los militantes además de poner en evidencia que ahí vivía un represor, creían en el escrache como un acto de justicia. La intención era empezar a crear conciencia de a poco en las personas del barrio o vecinos y que ellos mismos condenen a los genocidas cuando los vean en la calle.
El primer escrache que se organizó fue a Jorge Luis Magnacco, un partero de la ESMA que sometía a las mujeres detenidas a parir en condiciones aberrantes y que al momento del escrache trabajaba como jefe de ginecología en el Sanatorio Mitre. Se organizó una movilización hacia la puerta del sanatorio reclamando que echen a Magnacco y con aerosoles “marcaron” el lugar para dar cuenta de que ahí trabajaba un represor. Luego, en el mismo día, llegó el dato que el médico vivía a unas diez cuadras del lugar y decidieron marchar hasta su domicilio. Así fue como, espontáneamente, nació el escrache. Hasta 2008, la agrupación con sede en Capital Federal, había realizado más de 50 escraches. Entre los militantes y las personas que apoyaban su causa, se aprendió que se podía lograr una condena social ante la falta de condena judicial.
Uno de los escraches que más magnitud tuvo fue el realizado a Jorge Rafael Videla en el año 2006. Unas 10 mil personas se concentraron en la puerta del domicilio del genocida ubicado en el barrio de Belgrano, en Capital Federal, repudiando que se encontrara bajo prisión domiciliaria y no en la cárcel, destino que iba a tener tiempo después, luego de que el Estado se convirtiera en herramienta de transformación y decidiera la cárcel común para todos los responsables del genocidio. Se utilizó una grúa que se elevó hasta el quinto piso del edificio donde se encontraba el departamento de Videla para “hablarle de frente”. De la máquina, colgaba una bandera de unos cuantos metros, que tocaba el suelo y tenía los rostros de los desaparecidos. Se pronunció un efusivo discurso donde se lo insultaba y a su vez, aprovecharon la ocasión para mandarles un mensaje a los demás represores que seguían libres. “A donde vayan, los iremos a buscar”, gritaba el orador a unos 20 metros de altura.

La casa de la Militancia-HIJOS funciona en el Espacio Memoria y Derechos Humanos (Ex ESMA) y es el lugar donde se reivindica la lucha por la verdad y la justicia por los 30 mil compañeros detenidos-desaparecidos. Allí, donde funcionó el centro clandestino de detención, tortura y exterminio más grande del país, actualmente funciona la radio “La Imposible”, y propuestas de educación pública y gratuita como la Tecnicatura de Periodismo Deportivo, perteneciente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, entre otras.

En momentos donde era impensado que se cumpliera con el reclamo de Memoria, Verdad y Justicia, donde el neoliberalismo azotaba la economía argentina y la pobreza crecía y alcanzaba niveles sin precedentes, donde las empresas públicas se privatizaban y ante la apertura feroz de las importaciones, una gran parte de la población quedaba desempleada, donde los represores caminaban por las calles como si nada hubiesen hecho, la agrupación HIJOS y otros organismos de Derechos Humanos como Madres y Abuelas de Plaza de Mayo resistieron e hicieron visible un reclamo que pedía a gritos que fuese escuchado.
La llama de la memoria amenazaba con apagarse y con el reinado la impunidad para siempre. Hoy, 25 años después y gracias a la lucha, es una llama que nos emociona y nos llena los ojos de lágrimas cuando la miramos de frente. Y si de algo tenemos certeza, es que nunca van a permitir que se apague.
* Estudiante de Licenciatura en Comunicación Social con orientación en periodismo en UNLP, redactor en Revista Trinchera