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Por Pablo Jofré Leal*

Han pasado ya 44 años, uno de tantos ejemplos de asesinatos, usurpación y expolio a los que nos tiene acostumbrados la entidad sionista contra el pueblo palestino. Más de cuatro décadas desde aquel día, en que miles de palestinos, enfrentaron al sionismo en defensa de su tierra marcando un hito histórico.

El 30 de marzo del año 1976, agotada de la violación de sus derechos esenciales, la sociedad palestina convocó a una huelga general. En esta ocasión, como protesta ante la decisión israelí de confiscar dos mil hectáreas de tierras (21 mil dunums), pertenecientes a palestinos que habitaban en el norte de la Palestina histórica. El hecho se daría tras 28 años del nacimiento de Israel, bajo la crisis de conciencia de las grandes potencias, que el 14 de mayo del año 1948 avalaron su nacimiento. También habían transcurrido 9 años desde la guerra de 1967, que significó la ocupación de los territorios de Gaza y Cisjordania, junto al proceso de expansión en los Altos del Golán Sirio y la Península del Sinaí egipcio.

Estas tierras que serían utilizadas, tanto para implantar campamentos militares, como para su entrega a colonos extranjeros, de creencia judía, que se establecerían en ellas. La protesta se zanjó con el asesinato de siete jóvenes palestinos de las aldeas de Arraba, Sakhnin y Deir Hanna: crímenes de lesa humanidad, que además de ser una acción ilegal (asentar colonos mediante la confiscación de tierras) contravenían todas las disposiciones internacionales. Las resoluciones de las Naciones Unidas establecen la absoluta prohibición de trasladar extranjeros a tierras ocupadas, constituyendo aquello un quebrantamiento del título III, sección tercera del Cuarto Convenio de Ginebra.

Esos jóvenes palestinos, ofrendaron con su vida aquello que para los pueblos celosos de su soberanía y dignidad, representa su aliento vital: la relación estrecha que se tiene con la tierra, considerada una madre proveedora, que acoge y ama. Tierra que con sus olivos, sus cultivos y los animales que pastan en ellos, representan un vínculo indestructible.

Cada año, desde 1976, los mártires vuelven a ser recordados, vuelven a pasar por nuestros corazones. Como expresión de ese “recordis”, se planta un olivo como símbolo de esta relación, que hunde sus raíces en la historia milenaria del pueblo palestino. Tierra hoy saqueada y ofendida por la presencia de extranjeros. Un hecho simbólico que expresa la voluntad irrenunciable de millones de hombres y mujeres, y la decisión de volver a sus hogares. Territorios de los que fueron expulsados (en la llamada Nakba, catástrofe en árabe), donde están sus raíces; allí donde por generaciones se han establecido.

Recordar el 30 de marzo es poner en permanente visibilidad los derechos del pueblo palestino. Derechos sacrificados en función de los intereses geopolíticos de la Triada sanguinaria del imperialismo estadounidense, el sionismo israelí y el wahabismo saudí. Washington avala los crímenes de la entidad israelí, porque esta funciona como portaviones terrestre del imperio en la región.

Es revivir reivindicaciones, derechos usurpados, sueños truncados, léase: el retorno de los refugiados, la autodeterminación, el derecho de libre tránsito por su tierra, el derecho a mantener su cultura y no estar sujeto a un proceso de invisibilización. El sionismo roba la música, el vestuario, la comida y la historia misma de Palestina, en busca de construir un mito; incluso falsifica la arqueología, para otorgar a esos extranjeros un sentido de pertenencia.

En estos 44 años, la conmemoración del Día de la Tierra, ha tenido un nuevo hito que relanzó con fuerza la defensa irrestricta de los derechos del pueblo palestino: el día 30 de marzo de 2018, miles de gazaties venidos desde Jan Younis, Beit Hanoun, Rafah, desde los campos de Jabaliya, Bureij o Beit Lahia; hombres y mujeres que se agolparon con sus sueños, demandas, sus cánticos en la valla que separa la Franja de Gaza de la Palestina histórica. Una frontera artificial, que expresa la violación de los derechos de dos millones de habitantes del enclave costero, sometido a un bloqueo criminal desde el año 2006 a la fecha. Un asedio, que en el marco de la pandemia del Covid-19 significa la posibilidad cierta de generar una catástrofe humanitaria de proporciones incalculables, en una Gaza ya martirizada, convertida en el campo de concentración a cielo abierto más grande del mundo.

Una Franja de Gaza transformada en un gueto gigantesco, con alambradas, cercos, muros, torres de vigilancia, patrullajes militares. Una Gaza que ha derivado en una réplica monumental de aquellos campos de concentración que el nacionalsocialismo instaló en tierras ocupadas durante la Segunda Guerra Mundial. Un panorama que bien deben conocer muchos alemanes, polacos, franceses, holandeses (entre otros) de creencia judía. Aquellos que pasaron por campos de concentración y que paradojalmente vuelven a aparecer en este Siglo XXI, esta vez utilizados por aquellos que han hecho de su propio sufrimiento, un modelo a seguir contra el pueblo palestino. Singular, por cierto, y hasta patológico, en este nacionalsionismo con directrices políticas emanadas desde Tel Aviv, avalado desde Washington, con tropas de ocupación y hasta la réplica de las unidades de calavera, propias de los campos de exterminio del Tercer Reich.

Rememorar los hitos que marcan nuestra historia es fundamental. Más aún cuando esas fechas conmemorativas traen a nuestra mente y nuestros corazones, el sacrificio de miles y miles de hombres y mujeres, que han ofrendado su vida por una Palestina autodeterminada. Cada 30 de marzo, Palestina recuerda a sus mártires, reivindica su derecho al retorno a la tierra de la cual fueron expulsados por extranjeros sionistas, venidos principalmente desde Europa. Expulsión que se dio en un marco político internacional, signado por la confrontación este-oeste que también se daba en Asia Occidental y en el Levante Mediterráneo. Tierras que han sido por siglos cruce de culturas, pero que nunca tuvieron características mesiánicas, criminales y racista como las del sionismo. Régimen criminal que contaba y cuenta con el apoyo de potencias occidentales, que encontraron en la conformación de la entidad israelí, la mejor opción para consolidar su hegemonía en Asia Occidental, que hasta la actualidad sigue siendo un campo de batalla cruento.

44 años han pasado desde aquella manifestación reivindicativa palestina, con el asesinato de siete jóvenes, que elevaron su voz de protesta frente al robo israelí. Cuatro décadas de reclamos, resoluciones, intifadas y agresiones sionistas contra los territorios ocupados y bloqueados de Cisjordania y Gaza. Sin embargo, no existe ley que respete Israel, no existe determinación de la ONU, llamados de organizaciones de derechos humanos, o voces de condena que limiten el actuar sediento de sangre de la entidad sionista. Israel sigue robando tierras palestinas, sigue masacrando a su población, demoliendo casas, destruyendo cultivos, impidiendo la expresión cultural. Día a día ahogan a Palestina con el aval de un mundo que ciego, sordo y mudo, no planta cara a estos crímenes.

El Día de la Tierra es una señal, una fecha que debe difundirse pues. No sólo es un recordatorio para los palestinos que viven en su tierra histórica bajo leyes discriminatorias, en territorios ocupados cercados por muros y alambras, o en campamentos de refugiados impedidos de volver. El Día de la Tierra es un llamado de alerta, un emplazamiento a nuestra conciencia para no callar, para elevar nuestras voces en alto, denunciar, exigir el fin de tanto crimen, de tanta perversidad, tantas muertes, robos y saqueos. Exigir que esta ideología criminal y sus seguidores terminen en el basurero de la historia. Hoy más que nunca es necesario denunciar. Pasar de las palabras a la acción.

Fortalecer la campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones – BDS – contra la entidad sionista. Hoy, más que nunca es necesario exigir a los organismos internacionales que cumplan su papel y dejen de lado la hipocresía y complicidad con el terrorismo israelí. El Eje de la Resistencia debe mostrar un camino claro de apoyo a la lucha del pueblo palestino. No es posible seguir aceptando que los muertos provengan desde la sociedad palestina y que Israel no sufra las consecuencias de su accionar criminal.

El Día de la Tierra nos recuerda, que durante 72 años, Palestina ha tenido que soportar un virus asesino, un patógeno que se ha llevado consigo, decenas de miles de valiosas vidas palestinas. El Virus Sión-48 que resulta ser más mortal que todos aquellos virus surgidos en laboratorios o reservorios naturales. El Día de la Tierra nos recuerda, que Palestina sufre una epidemia producto de un virus ponzoñoso, que requiere más que kits de detección, interferón o remdesivir. Necesita el concurso solidario de gobiernos y sociedades, de hombres y mujeres justos, para destruir definitivamente este pernicioso virus sionista que tanto daño causa a la humanidad.


* Periodista y escritor chileno. Analista internacional, Master en Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en temas principalmente de Latinoamérica, Oriente Medio y el Magreb. Es colaborador de varias cadenas de noticias internacionales. Creador de revista digital www.politicaycultura.cl

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