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Por Miranda Cerdá Campano*

La pandemia no solo dejó al descubierto la importancia del rol del Estado para paliar semejante crisis sanitaria, sino que también puso sobre la mesa la ambición sin límites de los poderes hegemónicos y el neoliberalismo salvaje. La destrucción de la naturaleza, violentada a extremos nunca vistos por un capitalismo que hace años parece estar llegando a su fin, deja entrever que sólo la responsabilidad social y la solidaridad pueden salvar al mundo.

¿Qué tiene que ver esto con el deporte? Mucho. A raíz de la epidemia que afecta al país, varios clubes de Primera División pusieron sus instalaciones y médicos a disposición del Ministerio de Salud. Una vez más queda en evidencia el irremplazable rol social que cumplen y por qué hay que seguir defendiéndolos de quienes los ahogan con tarifazos y quieren convertirlos en sociedades anónimas.

En épocas de sometimiento a los grandes grupos económicos, hay que resistir

San Lorenzo y Racing fueron algunos de los que se pusieron al servicio del Estado y el rescate de estas dos instituciones no es casual. Ambos clubes vieron de cerca los intentos privatizadores que quisieron ahogar su rol social, apagar su historia y colonizar la pasión de sus socios en una de las épocas más crueles de nuestro país.

Lo de Racing fue efectivo a pesar de la resistencia de los hinchas. La escalada neoliberal de la década del ‘90 y principios de los 2000 no sólo se llevó puestos a varios clubes de barrio. Racing quebró en 1998 y el 1° de enero de 2001 apareció Fernando Marín con su Blanquiceleste Sociedad Anónima. El objetivo era claro: íntimo amigo de Mauricio Macri, Marín debía demostrar a través del gerenciamiento del club de Avellaneda que las Sociedades Anónimas eran necesarias.

Marín festejó el campeonato de ese año, pero luego vino la caída libre. Durante los casi 7 años que duró el gerenciamiento, miles de hinchas abogaban por la salida de la empresa y se manifestaron en incontables oportunidades en repudio a Marín. Blanquiceleste quebró en 2007 y en julio de 2008 la justicia restituyó a Racing su carácter de asociación civil. El empresario dejó a la Academia sumergida en deudas, sueldos impagos, cheques rebotados e incluso al equipo de fútbol jugando la promoción y al borde del descenso a la segunda categoría.

“De pendejo te sigo, junto a Racing siempre a todos lados
Nos bancamos una quiebra, el descenso y fuimos alquilados
No me olvido ese día que una vieja chiflada decía
que Racing no existía, que tenía que ser liquidado”

A que no saben cómo siguió la carrera de Marín. Luego de la quiebra de Blanquiceleste SA, el hombre de negocios comenzó a trabajar para el Grupo SocMa (Sociedad Macri) y los lazos con quien fuera Presidente de la Nación entre 2015 y 2019 comenzaron a afianzarse. Con Macri en la cabeza del Gobierno nacional, Marín se hizo cargo de Fútbol Para Todos y en abril de 2016 anunció que el fútbol continuaría siendo gratuito durante toda la gestión. Todos saben cómo terminó esa historia. Fue el propio Marín el que llevó a la Casa Rosada la propuesta de entregar los derechos de televisación a Fox y Turner y como si esto fuera poco, también fue la cara detrás de la degradación de la Secretaría de Deportes en Agencia.

El Club Atlético San Lorenzo no fue ajeno a la ola privatizadora, pero la situación del Ciclón fue un tanto más particular: la firma suiza de patrocinio deportivo International Sport and Leisure no vino a quedarse con el club o al menos no desde lo discursivo. En agosto del 2000, la empresa, que pertenecía al fundador de Adidas, le hizo una oferta al entonces presidente de la institución, Fernando Miele, para adquirir la imagen del club por 10 años.

Durante septiembre, octubre y noviembre de ese año, la dirigencia de la entidad de Boedo entabló varias reuniones con ISL para llegar al acuerdo definitivo. Entre los puntos del contrato se destacaba una cláusula de confidencialidad, que establecía que los socios de San Lorenzo no podían acceder a la información del vínculo que se iba a firmar. Todo era un tanto turbio y los hinchas estaban, con razón, alarmados.

El 30 de noviembre, Miele encabezaba una reunión clave de la Comisión Directiva e intentó mantenerla en secreto. Los socios, alertados de la maniobra se autoconvocaron en el Estadio Pedro Bidegain bajo el lema “San Lorenzo no se vende”. El Nuevo Gasómetro, como solía ocurrir en aquellas épocas, se encontraba vallado y rodeado de uniformados de la Policía Federal que con gases, balas de goma y bastonazos intentaron disipar la manifestación. El “Ciclón” resistió como varias veces en su historia y aquella tarde, la CD cayó a los pies de la voluntad societaria.

“Hay una cosa que nunca van a entender
Que la Gloriosa va a copar donde jugués
Esta es tu hinchada la que se bancó el descenso
La que impidió que se vendiera a San Lorenzo”

Las experiencias de Racing, Talleres, Ferro y Defensa y Justicia dejaron en claro por qué el gerenciamiento no era una opción en Boedo y desde aquel noviembre, cada 30 se celebra el día del hincha de San Lorenzo. Hoy, debajo de una de las tribunas del Nuevo Gasómetro se lee la leyenda “Siempre CASLA, nunca SA” y cada tarde de cancha, desde las gradas bajan las estrofas de una canción que se ha vuelto himno: “quisieron privatizarte, pero yo a vos no te vendo” . En el caso de San Lorenzo, ha quedado claro que la historia no la marcan los títulos que se ganan con los botines, sino que la escriben los hinchas.

Los clubes de Todes

Retomando, cuando las papas queman, es innegable el rol social que adquieren los clubes. Durante la infame década del 90’, con la profundización del modelo neoliberal que se había intentado instalar durante la última dictadura cívica-eclesiástica-militar, los clubes acogieron a sus socios: fueron lugares donde buscar un plato de comida, levantar ferias americanas, hacer algunos trueques y olvidarse por un rato del difícil momento que atravesaba la Argentina.

Sin embargo, cambiaron los paradigmas y el centro de la vida social pasó de los clubes a la intimidad de los hogares. Por un lado, la crisis económica propició que miles de personas perdieran sus empleos y vieran pauperizarse sus estándares de vida. Ya no había un mango para aportar al club y lo poco que había se repartía en el seno de la familia.

Como agravante, la crisis generó un aumento de la marginalidad y por tanto una creciente exclusión social. En este contexto, se deshabitaron los clubes y se poblaron las calles: los pibes necesitaron salir a realizar changas para poder comer, y cuando eso no era posible había que pedir o robar.

El neoliberalismo no sólo destruyó el entramado social, sino que puso a los clubes de barrio al borde de su desaparición, al mismo tiempo que ordenó la primacía de las individualidades por sobre las prácticas colectivas.

Sólo se necesitó una pandemia como la del coronavirus para revalidar el rol del Estado como reasignador de recursos. En tiempos donde se evidencia la deshumanización, la crueldad e insensibilidad de los más poderosos; en épocas en las que la impiedad del sistema capitalista se lleva todo por delante; en momentos en los que se reproducen los discursos más meritocráticos, llegó la hora de revivir los lazos de solidaridad y compromiso social. Así lo entendieron los clubes, y así lo entendemos en este humilde espacio.


*Periodista, columnista sobre Sudamérica del programa Marcha de Gigantes (Radio UNLP - AM 1390), redactora de Revista Trinchera y colaboradora de Agencia Timón

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