Por Nicolás Sampedro*

Semanas anteriores se señalaba que Nuestra América se debate entre la vida y la muerte que proponen dos proyectos antagónicos. Pero aunque la convulsión que vive hoy Nuestra América parece nueva, no lo es.
Hace exactamente 115 años la administración norteamericana, en cabeza de Theodore Roosevelt, daba a conocer su famoso “Corolario”, una tesis maldita que plagaría el continente de hambre y miseria a nombre de la “libertad”. Paradójicamente se pronunció en el mensaje anual del presidente norteamericano, luego de la intervención de los imperios británico y alemán y del Reino de Italia que bloquearon navalmente a Venezuela entre 1902 y 1903.
El “Corolario Roosevelt” afirma que si cualquier país de Nuestra América bajo la influencia de los EEUU amenaza o pone en peligro los derechos o las propiedades de ciudadanos o empresas norteamericanas, el gobierno de los EEUU está obligado a intervenir en ese país para “reordenarlo”. Bajo ésta lógica se implementaría en las relaciones diplomáticas la política del Gran Garrote que llevaría a los norteamericanos a intervenir militarmente -en decenas de ocasiones- en países del continente; y es lo que sigue haciendo.
Si bien ya se ha puesto en relieve en otras oportunidades, vale la pena recordar que este Corolario se inscribe en y reafirma la famosa Doctrina Monroe (1823), que si bien se la atribuye le presidente norteamericano James Monroe, fue elaborada por su sucesor en el cargo, John Quincy Adams.
Esta doctrina se puede sintetizar en la frase “América para los americanos”. Valdría aclarar que para las administraciones gringas “los americanos” son ellos, los del norte. Esta forma de comprenderse en el territorio surge con la referencia de las políticas aislacionistas de George Washington que se distanciaba del colonialismo europeo, y de Thomas Jefferson quien a su vez aseguraba que “América tiene un hemisferio para sí misma”.

Como se puede observar, el surgimiento mismo de los EEUU como Estado Nacional, está signado por esta lógica expansionista. Pero faltaría hablar del famoso “Destino Manifiesto”, un elemento clave, incluso para comprender algunos fenómenos que hoy se están dando en la región.
El primero en hablar del “Destino Manifiesto” fue el periodista John L. O’Sullivan que en el artículo “Anexión”, publicado en su diario Revisión Democrática, justificaba el expansionismo territorial de EEUU. Es que para este periodista los EEUU tenían el designio divino -mesiánico-de extender la libertad y la democracia y ayudar a las razas inferiores.
La similitud entre las expresiones de O´Sullivan y los dichos de Luis Fernando Camacho en Bolivia o Jair Mesias Bolsonaro en Brasil no son mera coincidencia. Tal como señala Enrique Dussel, la biblia que ingresó Camacho al Palacio Quemado días previos a que renunciara Evo Morales, es una biblia evangélica que viene de sectas norteamericanas, que cambia el paradigma y que ve a lo originario como pagano. Una forma de comprensión del mundo que “pretende convertir al indígena en un hombre moderno que deje las borracheras, que sea más aséptico, que se proponga trabajar y entrar en la sociedad capitalista burguesa”[1], y que pretende erradicar a rajatabla las creencias indígenas. Ya no es una biblia católica de derecha como la que tomaban como símbolo las dictaduras continentales de los años 70, ahora será una biblia “unida al racismo tradicional y al machismo con un sentido común burgués y pro-norteamericano”. Dussel remarcará que es un “cristianismo fundamentalista, fanático pero que educa la subjetividad para entrar al mundo moderno, donde ahora hay que trabajar para lograr una cierta riqueza. Y la riqueza es considerada una gracia de Dios”.

El escenario lo completan ONG´s y organismos internacionales como el FMI, el BM o la OEA. Ésta última comandada por el ex canciller uruguayo, Luis Almagro, que el año que viene irá por su reelección al frente del organismo con el apoyo manifiesto de los EEUU.
Tanto la OEA como el FMI han sido claves de la dominación norteamericana de la región, tal como lo ha señalado el líder y estadista cubano, Fidel Castro Ruz. El canciller de Cuba, Raúl Roa García, catalogó a la OEA como el “ministerio de colonias de Estados Unidos” en la cumbre del organismo realizada en 1960 (en San José, Costa Rica). Por su parte Fidel en reiteradas oportunidades manifestó la necesidad de que los pueblos Nuestra América se unan para desconocer la deuda externa continental con el Fondo Monetario Internacional e incluso escribió un extenso análisis al respecto.
Los levantamientos que hoy se ven en Colombia, Ecuador, Perú, Haití, Honduras o Guatemala, están todos atravesados por las políticas de ajuste que “recomienda” el Fondo Monetario Internacional a los gobiernos de esos países. Como se ha dicho en reiteradas oportunidades, en política las casualidades no existen, existen las causalidades. Nada muy distinto a las políticas que implementaron los gobiernos de Temer y Bolsonaro en Brasil, Abdó Benitez en Paraguay, Macri en Argentina, Peña Nieto y sus antecesores en México y la lista podría seguir incansablemente.
El comandante Hugo Chávez, citando a Bolívar, decía que “los Estados Unidos de Norteamérica parecen destinados por la providencia a plagar la América de miseria a nombre de la libertad”. Y no se equivocaba. Sea con militares, con los organismos multilaterales de crédito, con ONG´s, con fuerzas de seguridad, con estructuras paramilitares o -como sucede en la actualidad- con jueces, fiscales y periodistas, siempre han intentado alinear este continente a sus intereses. Intereses siempre asociados al saqueo de nuestros bienes comunes que son los que le permiten seguir siendo la potencia global que es, pese a que hoy estén en retroceso.
Pero la memoria colectiva de nuestros pueblos siempre ha permanecido latente. Esa memoria de resistencia que proviene de nuestras culturas originarias, esa misma que encendió los corazones de millones de personas a lo largo y ancho de este continente y que rápidamente multiplicó por miles las banderas Wiphala, luego de que los golpistas bolivianos quemaran ese símbolo de unión de los pueblos originarios del Abya Yala.
Un símbolo de resistencia que recorre Nuestra América y que nos hermana con todos los pueblos. Símbolo que tiene siglos de historia y que se ve en la gran mayoría de las movilizaciones que hoy suceden en el continente.
El presidente electo de Argentina, Alberto Fernández, señaló recientemente a la prensa que “estamos más acompañados que nunca” (min 40,40). El mandatario que asumirá el próximo 10 de diciembre remarca que los pueblos que hoy están luchando contra las políticas de ajuste y saqueo del imperio son esa compañía, pese a que la gran mayoría de los gobierno de la región sean aliados de los EEUU.

En este contexto, Argentina con les Fernández y México con AMLO, tendrán el enorme desafío de reorganizar y posibilitar la vuelta de los procesos progresistas en la región. Habrá que ver cuánta cintura tienen quienes comandan estos procesos para sortear los obstáculos que pongan el imperio y sus lacayos. Y los pueblos del continente tendrán la gran tarea de respaldar, cuidar y potenciar estos procesos, porque en ambos casos el imperio y su maquinaria de muerte ya se echó a andar para intentar fragmentarlos y deslegitimarlos.
Para concluir, insistir con que siempre hay que tener muy presente lo que señalaba el Che Guevara: no se puede confiar nada en el imperialismo. Habrá que recordar una y otra vez que la bestialidad imperialista, esa que no tiene fronteras ni pertenece a un país determinado, es “la que bestializa a los hombres”. Por lo que los desafíos de los pueblos de la región sin duda serán difíciles, dolorosos e incluso contradictorios. Procesos que requerirán del esfuerzo y el trabajo de todes, pero que más temprano que tarde vencerán, porque este continente está resuelto a ser libre.
* Periodista, conductor de Marcha de Gigantes (Radio UNLP - AM 1390), productor de Columna Vertebral (Radio Estación Sur - FM 91.7), columnista La Marea (Radio Futura – FM 90.5) y Mirada Crítica (Realpolitik), responsable de la sección Sindical de Revista Trinchera y colaborador de Agencia Timón.