Por Miranda Cerdá Campano*

Comenzábamos este año con el mayor bombardeo informativo sobre Venezuela, con la autroproclamación de Juan Guaidó, títere de Estados Unidos, la intensificación de la guerra económica y los sabotajes eléctricos contra las reservas de petróleo más grandes del mundo. Mientras tanto, los discursos hegemónicos alrededor de todos estos intentos golpistas, reproducían lo que Washington y el Grupo de Lima querían escuchar.
Sin embargo, terminamos el año y la revolución bolivariana sigue en pie, el Grupo de Lima comienza a deteriorarse después de los fallidos intentos de ahogar el proceso que inició Hugo Chávez, y hay una clara proposición de impugnar el intento de restauración neoconservadora, con características diferentes en cada región, pero con una constante, tanto en las rebeliones populares, como en las victorias electorales de fuerzas progresistas: el rechazo al modelo neoliberal.
A raíz de las movilizaciones populares que sacuden al país hace un mes, queda claro que en Chile, el país donde se dio un golpe de Estado a un presidente socialista para convertirlo en un laboratorio de experimento neoliberal (que después se perfeccionaría en los Estados Unidos de Ronald Reagan y en el Reino Unido de Margaret Tatcher, antes de ponerse en marcha a lo largo y ancho de América Latina), la rebelión no fue por los 30 pesos de más del pasaje de metro: fue por 30 años de neoliberalismo en una sociedad que todavía mantiene la Constitución de Pinochet.

Ecuador también es un ejemplo más de la incapacidad del neoliberalismo para brindar estabilidad económica, política y social, al mismo tiempo que deja entrever que acudir al gran prestamista mundial implica, para un país que previamente fue transformado bajo principios de soberanía, un retroceso inmenso. A diferencia de otros momentos de mandatos neoliberales, la movilización del pueblo ecuatoriano a principios de octubre contra las recetas del FMI aplicadas por Lenín Moreno, expresó el descontento frente a la pérdida de los avances logrados durante el gobierno de Rafael Correa (bajo una fórmula de prioridad del trabajo por sobre el capital) y la resistencia al exterminio de las posibilidades de transformación que supieron abrirse.
Por otra parte, y aunque los grandes conglomerados de medios no lo muestren, en Honduras, el pueblo sigue movilizado contra un modelo de despojo que, después de diez años, obliga a decenas de miles de personas a huir del país. El golpe de Estado perpetrado contra el gobierno de Mel Zelaya en 2009 fue expresión del odio imperialista hacia la integración latinoamericana. Las razones eran evidentes: Zelaya era un terrateniente que había ganado las elecciones con el apoyo del Partido Liberal, y había dado un giro a la izquierda. Incluso, con el permiso del Parlamento, había incorporado Honduras primero a Petrocaribe, y después al ALBA.
Por último, es necesario hablar de la extrema pobreza en la que la senda neoliberal ha sumido a Haití, el primer país nuestroamericano en declarar su independencia en 1804 y el primero en sufrir un golpe de Estado exitoso durante este siglo. En un país bajo ocupación neocolonial, el pueblo sigue resistiendo en las calles contra la doctrina del shock. A comienzos de este año, tras la masiva movilización de febrero que paralizó Puerto Príncipe por 10 días, el entonces primer ministro Jean Henry Céant, reconoció que más del 80 por ciento de la población haitiana vive con menos de dos dólares diarios. esto se suma a que casi el 25 por ciento de lxs haitianxs padece de inseguridad alimentaria y casi el 70 por ciento no tiene empleo.
Sobre ninguno de estos cuatro países, a pesar de la represión gubernamental que deja cientos de personas heridas y asesinadas, la Organización de Estados Americanos ha pronunciado palabra alguna. La democracia y los derechos humanos parecen no importar demasiado si se satisfacen los deseos de Estados Unidos. La OEA, en cambio, cada vez que pudo, se pronunció contra los triunfos legítimos de gobiernos como el de Nicolás Maduro en Venezuela y el de Evo Morales en Bolivia.
“¿Los yanquis quieren decir que nosotros desacatamos la OEA? Magnífico, que digan lo que nosotros decimos: que tienen a la OEA como un instrumento para impedir revoluciones en América”. Casi 60 años tiene la frase del Comandante Fidel Castro, vigente como nunca porque los deseos del imperio yanqui no han cambiado. Desde su creación la OEA ha sido instrumento de la penetración y el dominio imperialista en América Latina y no ha prestado un solo servicio a nuestros pueblos.

Las intenciones siguen siendo las de colonizar la región, las de oprimir a los pueblos de Nuestra América para que no haya más Cubas, ni Nicaraguas, ni Venezuelas. Han cambiado las retóricas y tiene que quedar claro que cada vez son más peligrosas. En el último tiempo pasamos del lawfare y los discursos de corrupción, a los discursos en torno a la democracia y las autoproclamaciones. El caso boliviano, en cambio, deja ver a la derecha con la cara bien lavada: la racista, la violenta, la que le duele en el ego que la gente pobre ascienda en una sociedad de clases por siempre desigual, la que no puede tolerar que se reconozca a pueblos indígenas y muchísimo menos que estos alcancen cúpulas de poder.
La decisión del Supremo Tribunal de Brasil de cambiar la doctrina sobre la prisión preventiva no sólo abrió las puertas para la libertad del ex Presidente Lula da Silva, sino que también puso en crisis la operación continental de persecución contra dirigentes políticos, pergeñada durante los últimos cinco años para debilitar los liderazgos populares dentro de América Latina. Aunque algunas retóricas se desmoronen, estamos frente a un enemigo que no cesará en sus deseos de conquista y en su asedio imperialista.
Violeta Parra cantaba “que el león es un sanguinario en toda generación” y sí, el imperio no cambia: es incorregible y perverso; se enarbola en el discurso de la libertad, la democracia y los derechos humanos, al mismo tiempo que avanza en la consolidación de sus transnacionales para explotar nuestros recursos, saquea a nuestros pueblos, y reparte hambre mientras se llena los bolsillos. Cualesquiera sean las retóricas o personajes que lo representen, ni por un momento puede bajarse la guardia.
Las movilizaciones en Haití, Honduras, Ecuador y Chile, y la violencia impulsada en Bolivia por quienes no sólo pretenden desconocer el triunfo de Evo Morales, sino también socavar todas las conquistas políticas, sociales y económicas del Proceso de Cambio, son parte de una tensión geopolítica que escenifica la lucha por el control de una región que Washington se empecina en reclamar como propia. Otra vez, como en los dos siglos anteriores, aparece la imperecedera frase de Simón Bolivar: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la Libertad” y el futuro del continente vuelve a estar abierto.
*Periodista, columnista sobre Sudamérica del programa Marcha de Gigantes (Radio UNLP - AM 1390), redactora de Revista Trinchera y colaboradora de Agencia Timón