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Por Ignacio Vernazza*

Según el último informe del IEC-CONADU[1], las universidades nacionales (UUNN) son un 28% más pobres desde que Macri asumió el gobierno, esto a partir de la comparación del presupuesto que les es transferido y el índice de inflación de tres años y medio de gobierno. En términos del PBI: caímos de un 0,85 % en 2015 a un 0,72 % en el presupuesto de 2019. Y sin quedarnos presos de nuestro sector, debemos enmarcar estos números en una realidad nacional de empobrecimiento generalizado, con una toma de deuda externa sideral, una desindustrialización planificada y un asentamiento de la economía de fuga de dólares e inversiones fantasmas.

A esto hay que sumarle la arremetida simbólica que ha sufrido la educación pública en estos años. El ataque a través de un discurso de la eficiencia y la calidad basado en parámetros mercantilistas implicaron un alejamiento de la posibilidad del acceso a la misma, no sólo en términos materiales sino también de sentido: “los pobres no llegan a la Universidad” en palabras de la Gobernadora María Eugenia Vidal o “las Universidades por todos lados” del presidente Mauricio Macri, cargando el “gasto público” de “mantener” las UUNN a lxs vecinxs.

Pero, lejos de validar este discurso y comprendiendo cómo universitarix el sentido e importancia de un sistema de educación superior financiado, creo razonable tomar este momento de discusión política previo a unas elecciones presidenciales, empujado por una contundente victoria en las PASO, para hacer valida una serie preguntas que quizás estén presentes, explícita o implícitamente, al momento de planificar un proyecto popular de país.

Se entiende así que, en un contexto donde la deuda del FMI encabeza las preocupaciones y la reactivación económica es el foco de trabajo, los sectores que pretendemos abonar a esa construcción debemos explicitar qué rol vamos a tener en los próximos años.

Clarificando, en un contexto donde va a primar la recuperación del trabajo a través de la industria y las PyMEs ¿es prioridad la educación superior y el desarrollo científico? En el pensamiento de un programa económico de crecimiento, de una inversión pública planificada en sectores estratégicos ¿es válido pensar la inversión en la Universidad Pública como parte de ello? Finalmente, en el caso de que las respuestas sean afirmativas ¿el pueblo lo sabe, lo discute y lo comprende?

Las funciones de la universidad

Voy a utilizar como ejes para el desarrollo de este debate lo propuesto por Aritz Recalde en torno a las funciones de la Universidad (la función social, la función productiva o económica y la función nacional o cultural) a partir del análisis de las UUNN en los gobiernos peronistas[2]

La función económica

Sin duda, una de las primeras funciones que salta a la vista en un contexto de reconstrucción con foco en “la economía”. La posibilidad de articulación de los espacios de formación con los sectores productivos parece de sentido básico para reconstruir un camino de industrialización nacional. Ejemplos fueron los programas de becas surgidos a partir de la estatización de YPF dirigidos a futurxs ingenierxs, geologxs y geofísicxs, entre otrxs; la generación de espacios de investigación cómo Y-TEC o la creación y perfeccionamiento de carreras dirigidas a las ciencias nucleares y aeroespaciales.

Y no debemos dejar afuera a las ciencias sociales y humanas. Por un lado la importancia de estas para analizar las emergentes problemáticas que esto acarrea: las relaciones de trabajo, la distribución económica o las desigualdades sociales. Por otro lado, romper el sentido del desarrollo económico del capitalismo que deshumaniza a lxs trabajadores.

Es claro que en un programa de reestructuración económica soberana, con un modelo productivo nacional, la Universidad debe estar volcada a la formación de lxs profesionales que lo llevarán adelante, más allá del espejismo de la transferencia sin criterio a las empresas privadas, entendiendo y pensando estratégicamente los pasos del desarrollo.

La función social

Quizás aquí lo que automáticamente se piensa es la posibilidad de ascenso social a través del acceso a la educación superior, posibilitado gracias a programas de becas, subsidio al transporte, comida y alojamiento, y generación de políticas que posibiliten la asistencia como las bandas horarias nocturnas, por ejemplo.

Si bien este aspecto es importante y debe volver a garantizarse, no debemos pensarlo como la única posibilidad de función social de la universidad. Claros son algunos ejemplos de universidades emplazadas en barrios del conurbano o espacios de extensión de las UUNN “tradicionales” donde, no sólo estas son permeadas de primera mano, sino que terminan cumpliendo roles necesarios para los contextos en donde están. Miremos sino los debates suscitados el pasado invierno donde facultades abrían sus puertas para que personas en situación de calle pasen la noche, o los espacios que brindan las universidades para realizar talleres de recreación, formación en oficios u otros.

Está establecida, quizás muchas veces implícitamente, la función social de la universidad y que esta no es, ni debe ser, exclusivamente para quienes transiten la formación de grado, sino que deben formar parte de un desarrollo integral de toda la sociedad como lo hacen otras instituciones de la función pública.

La función cultural

Función compleja de observar ya sea por el aspecto a abordar como por el tiempo necesario (el largo plazo) para ver sus “resultados” ya que implica uno de los ejes más sutiles del dominio imperial: la batalla cultural. A nadie le resultaría fácil pensar como revertir años y años de construcción de sentido desde el hemisferio norte (incluso sería difícil identificar todos los frentes a atacar), pero sin duda hay que empezar a hacerlo. Realizar cualquiera de las funciones anteriores sin cuestionar y revertir la importación cultural, en el largo plazo, termina siendo en vano: formamos argentinxs para pensar en inglés.

Y aquí no sólo entra en conflicto la generación de contenidos de distribución masiva (el cine, las artes, la comunicación, la literatura, etc.) cuyos generadores son formados en la educación pública, sino las matrices de pensamiento de la propia academia ¿Es imposible tener sistemas de evaluación académica pensado y ejecutado desde Nuestra América? ¿Es imposible reemplazar autores extranjeros por autores propios, que relaten nuestra realidad?

Sin duda, este es uno de los grandes debates pendientes. Eso de “volver mejores” queda como un debe: no sólo hay que generar las condiciones materiales (edificios, sueldos, infraestructura, becas, entre muchas más) sino también las simbólicas, para realmente gestar un sentido localizado del pensamiento académico.

Entonces ¿pensamos a las Universidades en un proyecto de país? ¿Son necesarias? ¿Qué rol deben cumplir?

Quizás para algunxs sean de fácil resolución estas preguntas y hasta parecen obvias, pero son prácticas para el ejercicio del pensamiento. Ejercicio que hay que tener despabilado para poder insertarnos en los debates que se vienen. Un desafío que muchas veces aparece (falsamente) lejano al debate universitario, es que hay que sentarse a charlar con todos los sectores y entre todos planificar un proyecto, y la educación superior no puede quedar afuera. Hay que evitar caer ante el fantasma: el peligro de perder nuestro purismo académico por discutir “la política”.

Sin duda, la inversión en la Universidad no se verá inmediatamente pero contamos con el ejemplo de la repatriación de cintificxs de 2003 que realizó el gobierno de Néstor Kirchner. Es necesaria una visión a largo plazo, integral, planificada, romper con la inmediatez extractivista.

Este debate debe tenerse con lx vecinx, con lx jubiladx, con lxs trabajadorxs no-universitarixs. Que se conozca qué está haciendo la “academia”, dónde está en el día a día, cómo aporta al buen vivir de lxs ciudadanxs.

No podremos, ni en esta nota ni solxs lxs universitarixs, determinar azarosamente la prioridad -o no- de las universidades en la lista de quehaceres del próximo gobierno, pero tenemos que embarrarnos y discutir de igual a igual con todos los sectores, cuáles van a ser los aportes de la Universidad para construir una Argentina para todxs.


* Estudiante de Antropología (FCNyM) y Consejero Superior de la UNLP por el claustro estudiantil

Bibliografía:
[1] https://iec.conadu.org.ar/files/areas-de-trabajo/1565275736_1563901673informe-2016-primer-semestre-2019-15-puntos.pdf
[2] Recalde, Aritz. 2016. Intelectuales, peronismo y universidad.

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