Maia Cubric*

Los Lápices, en honor a lo que escribieron. Hay historias, o mejor dicho procesos históricos, que marcan un camino. La lucha estudiantil frente al terrorismo de Estado, es uno de ellos.
¡30.000 compañeres detenides, desaparecides, presentes!
El 16 de septiembre de 1976, en la ciudad de La Plata, el miedo limitaba los espacios de quienes eran el poder. En sus palacios, los dictadores disfrutaban de la tranquilidad. Para el resto de la gente, el terror era la realidad. Las calles estaban vacías, porque no se podían ocupar. Las reuniones estaban prohibidas y quienes no se permitían mirar para el costado, vivían en la clandestinidad.
La dictadura cívico-militar-eclesiástica había comenzado con un golpe de Estado el 24 de marzo. Para septiembre las fuerzas armadas habían logrado infundir el miedo en la sociedad. Habían logrado a sangre fría, articular una estrategia completamente funcional a los designios del imperio norteamericano y su fiel Escuela de las Américas. El silencio mediático y el apoyo explícito de los medios masivos de comunicación que legitimaban el golpe lo llamaron proceso de reorganización social.
Los Falcon verdes; los borcegos ajustados. Las calles vacías. Un Estado saqueado. Las ausencias en las casas. Ningún pibe en ninguna plaza. La seguridad para los asegurados. El castigo para todo lo humano. Menos palabras que hablen de política. Argentina devastada de manera crítica. El cono sur manejado por las mismas manos. Dictadura en los países hermanos. Pinochet en Chile, Juan María Bordaberry en Uruguay, Somoza en Nicaragua y cada caso en particular. Una estrategia con intenciones directas: la puesta en práctica del Plan Cóndor en toda Nuestramérica.

Poco se hablaba de la esperanza por esos días. Sin embargo, la juventud organizada se alzaba por un pedido colectivo: la puesta en funcionamiento del Boleto Estudiantil Secundario (BES). Esta demanda, había sido una consigna fuerte para la organización estudiantil de 1975, que logró conseguir la gratuidad del transporte público. Un año más tarde, el plan económico de la dictadura había desfinanciado completamente la educación y, por ende, recortado el boleto.
No les temblaba la voz por tener entre 16 y 20 años. Esa juventud militante de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), manifestaba su lucha, se hacía escuchar. Les hervía la sangre por la injusticia; la política era su herramienta, su destino y su verdad. Querían conquistar sus derechos y sabían que para ello debían pelear.
Enfrente, el enemigo abusaba del gatillo y la impunidad. Las esquinas, la información, las calles, las plazas, los días: todo les pertenecía. Ellos sabían eso… ¡Y quien sabe cuánto más! Tenían todo el armado a su favor. Estaban asesinando personas, amparados por un plan internacional.
La noche del 16 de septiembre, los Falcon estacionaron en varias casas. A eso de las 00:30 se llevaron a María Clara Ciocchini y a María Claudia Falcone, de la casa de una tía abuela de Claudia, ubicada en la calle 56. Al mismo tiempo, esa primera jornada del operativo se encargó de detener y secuestrar a Francisco López Muntaner, Claudio de Acha, Horacio Ángel Ungaro y Daniel Alberto Racero.
La noche siguiente continuaron las jornadas. Los militares siguieron pateando las puertas al grito de ‘ejército argentino’ y secuestraron a Emilce Moller y a Patricia Miranda. Sus vidas estaban en manos de las fuerzas armadas. Estas operaban a su antojo y podían detenerte sin darte la posibilidad de defenderte de ninguna manera. Ejercían cualquier crimen en nombre del Estado. Derramaban sangre en nombre de la seguridad.
Emilce Moler
“[..] Estaban todos encapuchados, sin identificación y entraron gritando: ¡Ejército Argentino! Encañonaron a mis padres y les dijeron que venían a buscar a una estudiante de Bellas Artes. No dijeron siquiera mi nombre, nunca lo dijeron. Y yo creo que en eso hay un simbolismo fuerte, muy fuerte: lo que venían a buscar era a una estudiante y la venían a buscar por su militancia [...]”
Nadie sabía dónde estaban. Ninguna pregunta se respondía. Llegaban cuando querían y arrancaban a los pibes del brazo de su familia en medio de la madrugada. Solo ellos tenían la información. En el exterior, esas ausencias pesaban. En las cárceles ilegales, los cuerpos no resistían más.
El escenario ahora, era el centro clandestino de detención Arana. Y por sus gritos de dolor en las torturas, les jóvenes se reconocían de celda a celda. Se sufrían, se acompañaban. Eran un número más. Y a su vez el número ganador de la condena arbitraria. Les denigraban, reducían a cero toda su condición humana.
La privación ilegítima de la libertad era moneda corriente. La estrategia discursiva de los militares se basaba en la reconstrucción de la nación. Ellos tenían todas las armas poderosas. Desde los tanques de guerra, hasta la comunicación. El arte había sido seleccionado. Los libros no podían hablar. Sus zapatos pisaban todo el pasto. La desidia habitaba cada ciudad.
El 21 de septiembre, secuestraron a alguien más, Pablo Díaz era. Otro jóven militante al que pensaban someter a todo su arsenal. A la picana, a la golpiza. A la chicana, a prácticas tan siniestras y macabras que no las podemos imaginar. Es que torturaban todo el tiempo. Les arrancaban las uñas de los pies por diversión. Casi se puede interpretar que por placer. No pensaban, no sentían: eran la autoridad a punta de odio, de poder.
La parte más tétrica del accionar militar, era que era estratégico, que tenía sus etapas para funcionar. Desde los vuelos de la muerte donde los militares anestesiaban a las víctimas y las tiraban al mar. Hasta les 30.000 detenides desaparecides que todavía no se sabe qué les hicieron, ni dónde están. El 23 de septiembre subieron a les jóvenes estudiantes a un camión. A la mitad del viaje, frenaron e hicieron bajar a algunes. Emilce Moller y Patricia Miranda fueron trasladadas a la Brigada de investigaciones de Quilmes. Después a otro centro clandestino de detención en Valentín Alsina. Los otros destinos fueron el pozo de Banfield y el pozo de Quilmes. De las personas que siguieron en ese camion, Pablo Díaz es el único que sobrevivió. Les demás aún siguen desaparecides.
*Periodista, columnista del programa No Se Mancha (Radio Estación Sur – FM 91.7), responsable de la sección DD.HH. de Revista Trinchera y colaboradora de Agencia Timón.