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Por Miranda Cerdá Campano*

En su desvelo por destruir al gobierno popular de Nicolás Maduro y arrasar con los derechos sociales y políticos de todo el pueblo venezolano, el imperialismo yanqui acude a cuanta movida puede para ahogar el proceso bolivariano. Donald Trump declaró en varias oportunidades que todas las opciones estaban sobre la mesa si se trataba de estrangular la patria que soñó Hugo Chávez, y tras los fallidos intentos por una salida más bien “moderada”, la invasión militar se convierte en una variable que cada día cobra más fuerza.

En el último tiempo, Venezuela no sólo ha tenido que lidiar con una larga lista de arremetidas imperialistas encabezadas por Washington, sino que también ha tenido que enfrentar las políticas terroristas que el Estado colombiano ejerce contra la soberanía bolivariana. Desde que Estados Unidos recrudeció el bloqueo unilateral impuesto al pueblo venezolano, Colombia ha sido uno de sus principales aliados; y cuando Juan Guaidó, coacheado por los cipayos que manejan la política exterior yanqui, se autoproclamó presidente de Venezuela, Iván Duque fue uno de los primeros en subirse al barco de los planes golpistas venideros.

Falló el Plan A

Hace nueve meses que Estados Unidos se esfuerza, sin éxito, por ahogar el proceso bolivariano. Hubo un evidente error de cálculo; según sus criterios, sacar a Maduro sería un trámite y la estrategia estaba bien pensada. La ecuación era simple: la autoproclamación de Juan Guaidó sería un revulsivo para la violencia y la guerra civil, mientras la presión económica y diplomática mediante sanciones generaría las condiciones para producir fracturas al interior de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) y cristalizar un golpe contra el presidente constitucional.

Ni siquiera era necesario usar la fuerza militar directa, quizás sí insinuar un golpe como posibilidad real para generar terror en el chavismo. Tampoco había que invertir mucho dinero. Estados Unidos tenía la carta correcta para el momento indicado; Guaidó era el producto hecho a medida: un diputado desconocido, de origen humilde, y que por su imagen jóven, su valentía y el dispositivo publicitario que manejaba, lograría socavar la base social del chavismo, unificaría a una oposición con tradicionales divisiones e incluso convencería a la FANB de derrocar a Maduro y entregarle el asiento presidencial.

Luego vendría el desgaste de la figura de Guaidó, al menos en el plano nacional. El presidente de la Asamblea Nacional esperaba las indicaciones del norte en cada paso a tomar, escenificando ante las cámaras y en redes sociales lo que conocemos como un “títere”: el liderazgo por delegación, mientras los planificadores de la Casa Blanca asumían la gerencia efectiva de cada aspecto estratégico del golpe.

Con rapidez se configuró el saqueo y el secuestro de los activos nacionales de Venezuela. Después se avanzó en el bloqueo total de las transacciones de la República Bolivariana en el sistema financiero internacional, combinando el aislamiento comercial del país con el asedio diplomático, en un intento por otorgarle legitimidad internacional al “presidente interino”.

El plan A falló, pero esa no es la única razón por la que se activa el plan B. Cuando comenzaron los diálogos entre el gobierno de Nicolás Maduro y la oposición local, primero en Noruega y luego en Barbados, Juan Guaidó dejó de ser la representación explícita de los deseos de Trump. La posibilidad de una solución política e institucional al conflicto, significaba una amenaza para las pretensiones de Washington; incluso el Departamento de Estado de Estados Unidos anunció la creación de una Unidad de Asuntos de Venezuela, localizada en la embajada estadounidense en Bogotá, para dinamitar las negociaciones entre el gobierno y la oposición; y el propio Elliot Abrams, enviado yanqui a Venezuela, dijo, una vez iniciada las negociaciones, que Guaidó era completamente descartable según se fuera definiendo el desenlace político en el país.

A fines de agosto, Maduro anunció la reanudación del diálogo con la oposición y a Guaidó se le dejaron unos lineamientos bastante claros en la vuelta a las negociaciones: debía continuar con la presión por el cese del chavismo en el poder y en este sentido, el recrudecimiento de las sanciones económicas a Venezuela debían ser el recurso fundamental de presión sobre la población. Sin embargo, la oposición sabe que las conversaciones son la mejor oportunidad contra Maduro tras meses de manifestaciones cuyos índices de afluencia han decaído y de intentos para desmantelar el proceso bolivariano que no han tenido éxito.

Ante este escenario, a Estados Unidos ya no le importa el devenir de su protegido y comienza a concentrarse en derribar a Maduro por la vía que sea. Frente al desgaste de la maquinaria golpista, Washington busca oxígeno en el atajo más confiable, Colombia.

El conflicto interno colombiano, anillo al dedo para la arremetida de Duque

A principios de este mes, el ministro del poder popular para la Comunicación e Información de Venezuela, Jorge Rodríguez, realizó una desarticulación de toda una serie de atentados planeados en Colombia, a realizarse durante todo el mes de agosto, y cuyos blancos fundamentales eran varios puntos importantes de la zona metropolitana de Caracas.

El 3 de septiembre, ante la posibilidad de presuntas amenazas de acciones de bandera falsa contra Venezuela, Nicolás Maduro activó una alerta naranja en la frontera con Colombia, que implica el despliegue de todas las unidades militares para resguardar el territorio nacional durante los próximos días.

Mientras tanto, Colombia vive una situación delicada. La decisión de sectores de la FARC de volver a la lucha, dejó al descubierto el permanente bombardeo de Iván Duque a los acuerdos de paz suscritos por el Estado. El gobierno, inspirado por el genocida expresidente Álvaro Uribe, sistemáticamente incumplió partes fundamentales del proceso de paz, como la protección de líderes sociales, campesinos e indígenas, la garantía de vida de los guerrilleros desmovilizados, la sustitución social de cultivos y la asignación de tierras a campesinos.

La crisis en el proceso de paz, le vino al pelo a Duque para promover la intervención militar en Venezuela. Confirmando que es el uribismo el que maneja los hilos de la política exterior colombiana, el presidente argumentó que “Maduro protege a guerrilleros y narcoterroristas”. El pronunciamiento fue acompañado de una convocatoria en busca de apoyo de la comunidad internacional y, en específico, del gobierno estadounidense, para enfrentar la “amenaza” que implica esta situación.

Hay algo que está bastante claro y es que los responsables de lo que sucede en Colombia no hay que buscarlos en Venezuela. Los principales responsables son los que están en el gobierno incumpliendo, robándose la plata del post-conflicto y burlándose del pueblo, los que en las filas del Ejército continúan con prácticas como los falsos positivos y alimentando el paramilitarismo.

Para la tranquilidad de la República Bolivariana de Venezuela, Duque y la derecha en América Latina tambalean. Y mientras, Estados Unidos parece no haber comprendido que no se trata de derrocar a Maduro; detrás de él hay un proyecto que el comandante Chávez dejó delineado y que todo un pueblo recuerda. En ese proyecto, no hay lugar para ninguna forma de sometimiento imperialista: “Ya en Venezuela no nos mandan desde el Pentágono, la Casa Blanca o la Embajada de los Estados Unidos. Somos libres y más nunca seremos esclavos, cuéstenos lo que nos cueste”.


* Periodista especializada en Sudamérica, columnista del programa Marcha de Gigantes (AM 1390 Radio Universidad Nacional de La Plata), redactora de Revista Trinchera y colaboradora de Agencia Timón

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