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Por Miranda Cerdá Campano*

Los últimos incendios de la Amazonia han permitido observar el alcance de la política (anti)ambiental de Jair Bolsonaro que, desde antes de asumir como Presidente, ya se llenaba la boca hablando del fin de las sanciones ambientales, el recorte de áreas protegidas y el socavamiento de las ONG’s ambientalistas. A la cabeza del Gobierno, las promesas de campaña se cumplieron. Bolsonaro, que erróneamente enmarca la protección de bosques y los derechos humanos como impedimentos para el crecimiento económico de Brasil, es quien permite que los responsables de las actividades agrícolas y ganaderas entiendan su mensaje a modo de licencia para provocar incendios ilegales y expandir agresivamente sus operaciones en la selva.

El presidente brasileño ha hecho públicos sus intereses respecto a la Amazonia. Apenas algunos días antes del estallido del incendio en los medios de comunicación y las redes sociales, Bolsonaro afirmó en una reunión con empresarios en San Pablo que Brasil “lo tiene todo para desarrollar la región de la Amazonia” y que el estado de Roraima tendría potencial para alcanzar un desarrollo similar al de Japón “si no fuera por sus reservas indígenas” y “otras cuestiones ambientales”.

Fuente: Reuters

En reiteradas oportunidades, Bolsonaro ha criticado al Instituto Brasileño para el Medio Ambiente y los Recursos Naturales Renovables (IBAMA) como un “obstáculo para el desarrollo” y, según datos recopilados por el partido opositor PSOL, de acuerdo a registros públicos y una revisión de reportes del gobierno, al instituto se le ha recortado un 25% su presupuesto. Casualmente, entre los sectores más debilitados, se encuentra el financiamiento para la prevención y control de incendios forestales, además de haberse flexibilizado acciones contra la tala ilegal, la agricultura y minería que no cesan con la desertificación.


Temer ablandó el terreno

Durante el mandato de Lula da Silva, la política ambiental pareció revitalizarse. La disminución en los niveles de deforestación fue la muestra de que se podía proteger al medio ambiente y a las poblaciones indígenas, sin dejar de crecer en el plano económico. El programa Terra Legal, introducido por Lula en 2009, buscaba la regulación de tierras en beneficio de pequeños productores y comunidades locales.

Después del impeachment a Dilma, Michel Temer hizo lo posible por alterar el programa de manera significativa, a través de otro llamado MP 759, que ofrecía múltiples vacíos legales que beneficiaban a los usurpadores de tierras. Durante su gobierno, el ejército brasileño se encargó de pavimentar la ruta 163, conocida como “El Camino Blairo Maggi” en honor al mayor plantador de soja de Brasil, a quien Temer premió con el Ministerio de Agricultura. Pero ese no era el único galardón en su haber: Maggi, ganó el premio “Motosierra de Oro” de Greenpeace en 2005 como el mayor desforestador de cerros.

Temer preparó el terreno: aprobó diferentes decretos que facilitaban autorizaciones a empresas mineras privadas, principalmente canadienses, para la extracción de múltiples recursos de la zona amazónica.

Los pueblos indígenas, las piedras en el zapato

Los pueblos originarios y la tierra en la que viven forman un todo; es el entorno en el que todavía intentan poner en práctica la cultura del “buen vivir”; sin sus tierras, su capacidad de supervivencia, desaparece. Desde la llegada de Bolsonaro, el acoso a los pueblos amazónicos es brutal; el mismo día que el Presidente asumió su cargo, un diputado de su bancada se mofaba de las etnias indígenas: “a quien le gusten los indios, que se vaya a Bolivia”.

La explotación de la Amazonia ofrece enormes ganancias a las empresas mineras, sojeras, ganaderas, hidroeléctricas, madereras. ¿Qué pueden hacer en ese banco de oro las 305 etnias indígenas? Ya les advirtió Bolsonaro: “son como animales de zoológico que sobran y estorban”. Las agresiones oficiales a los habitantes de la Amazonia son variadas y diarias. Para el Presidente, son la razón por la que Brasil no puede desarrollar su economía y afianzarse como potencia a nivel global. La finalidad es clara: ahuyentarlos, incluso exterminarlos de ser necesario, para explotar las tierras que antes fueron selva y en las que siempre han habitado.

Antes de que se desataran los masivos incendios, una delegación indígena viajó a Ginebra para trasladar su denuncia a la ONU: “La mitad de nuestros pueblos vive fuera de su territorio. Se trata de un desplazamiento forzado, pues no podemos disfrutar de nuestro buen vivir” afirmaban en su reclamo.

A comienzos de agosto, las mujeres indígenas se movilizaron por numerosas regiones de Brasil denunciando el atropello que sufren por parte del Gobierno. Quizás, los incendios son una represalia de Bolsonaro contra del clamor de estas mujeres: un machirulo como él no puede consentir que las mujeres le griten. Mucho menos si son indias y negras.

Las presiones internacionales ¿intentos imperialistas?

Recientemente circuló en redes sociales un video en el que se muestra al entonces candidato a la presidencia, Jair Bolsonaro, aceptando abiertamente que ha tenido “aproximaciones” con funcionarios del gobierno de Estados Unidos. Lo primero que señala después de advertir que trató con ellos “algunos temas”, es que “sólo un ingenuo puede pensar que la Amazonia es de los brasileños”.

Ya instalado en la presidencia, Bolsonaro ha hecho públicas sus pretensiones de “explotar la Amazonia con Estados Unidos”, lo que refuerza la idea de que la “victoria” electoral de Bolsonaro representó un triunfo geoestratégico del imperialismo estadounidense. Que la política ambiental de Bolsonaro se asemeje a la de Donald Trump que en 2017 decidió anunciar el retiro de EEUU del acuerdo climático de París porque era tiempo de “make America great again”, no es casualidad.

Los incendios también aparecieron en la cumbre de los siete países capitalistas más industrializados. El presidente francés, Emmanuel Macron, aprovechó la situación para lanzarse como figura internacional defensora del medio ambiente. De paso, en el imaginario colectivo internacional, dejó a los países del Mercosur como incompetentes, subdesarrollados que necesitan de la tutela del mundo “civilizado” para no hacer “macanas” y anunció su decisión de oponerse al reciente acuerdo suscrito entre la Unión Europea y el Mercosur.

Las intenciones están más que claras cuando se refiere a la Amazonia como el “pulmón del planeta” y abre la puerta para la internacionalización de la región amazónica. Así operan: en el discurso, vienen a salvar los recursos naturales, son defensores de los derechos humanos y pregonan la paz. No hay que mirar mucho más allá para descubrir que los intereses son otros. Por supuesto, Macrón no habló de Japón y su cruel pesca de ballenas, de Italia y su desprecio por la humanidad frente a la crisis de los migrantes el Mediterráneo, ni de Alemania y su Bayer, propietaria de la perpetradora de las peores atrocidades, Monsanto. Sí, hacen un llamado de solidaridad con la selva amazónica, los mismos países que respaldan dictaduras, promueven y suministran armas para alimentar conflictos y destrozar Medio Oriente.

Detrás de los discursos de protección ambiental, está la intención de apoderarse de la Amazonia. Y allí también se mete Washington, como no podía ser de otra manera, para despejar el norte amazónico colindante con la reserva petrolera más grande del planeta: Venezuela. Está muy claro quién gana y quién pierde con la deforestación de la Amazonia. En ese sentido, la desidia de Bolsonaro no es insensata, tiene lógica; así como también la tiene la hipótesis de una quema deliberada.


* Periodista especializada en Sudamérica, redactora de Revista Trinchera y columnista del programa Marcha de Gigantes (AM 1390 Radio Universidad Nacional de La Plata) y colaboradora de Agencia Timón

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