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por flor luengo*

A lo largo del tiempo, con los avances en el conocimiento, en los saberes y desde el desarrollo tecnológico, los espacios de circulación social por donde socializaba la gente tiempo atrás se han ido transformando poco a poco. El café como lugar de reunión con un amigx, ahora requiere de un teléfono celular con la aplicación de Whatsapp instalada; el kiosco, ahora es habitado desde el Twitter y las grandes avenidas concurridas de distintas atracciones, publicidades y ciudadanxs han sido suplantadas por Facebook.

A diferencia de anteriores épocas, las personas en esta Era comienzan a dejar rastros digitales -huellas-. Las paginas, aplicaciones, programas y demás elementos digitales están enmarcados en algoritmos cuyos patrones repercuten en las conductas humanas. Esto es, en las formas de relacionarse socialmente, de encontrarse, de dialogar, de votar, de sentir y de pensar. Incluso, el poder que tiene la tecnología implica modificaciones en el cuerpo físico de las personas.

Esta alteración de las subjetividades forma a ciudadanías digitales cuya peligrosidad ante la falta de un senti-pensamiento crítico, reside en que esas huellas están cargadas de datos e información personal (gustos, intereses, opiniones, saberes, conocimiento, afiliaciones políticas, etc.). Con intenciones de vigilancia y monitoreo marketinero, cada rastro digital se analiza, se guarda y luego se vende a empresas. Esto es de lo que trata la big data en Internet, como un escáner de preferencias. La intencionalidad detrás del mercado de la información, es la de construir perfiles cada vez más detallados de posibles consumidorxs a través de las cookies como rastro electrónico personalizado de nuestro paso por la web, de las compras con tarjeta de crédito, transferencias bancarias, números de teléfono, documentos de identidad, entre otros elementos personales.

Circulando por la red, nuestros pasos van generando intercambios te informacion. Google es elegido por excelencia. En principio, es necesario comprender que el modelo de negocios de Internet es la publicidad; Google controla un tercio de toda la información digital del mundo y más de la mitad de los teléfonos celulares. Es una red de compañías en las que trabajan más de 150 empresas para controlar, dirigir y descartar nuestros intereses. Así es que las personas, su información personal, gustos, creencias e intereses en el mundo digital, se convierten en productos y a la vez, se les impone un mundo formateado por un reducido grupo para predecir comportamientos individuales y colectivos que luego pueden vender a publicistas. Altera lo que se cree cierto o importante.

De esta manera, se limita la capacidad humana de ahondar en nuevos intereses y necesidades, pero fundamentalmente, de cuestionar lo dado. El requerimiento de que Internet funcione como lo hace, reside en la necesidad de colocar a los seres humanos desde un lugar de pasividad, de previsibilidad de su acontecer, dejando poco lugar para la creatividad, las innovaciones y las posibilidades de cambio y transformación en la sociedad. Se está viviendo el ordenamiento del mundo construido por un algoritmo.

Otro de los intercambios estratégicos que se realizan, es la utilización de los teléfonos celulares. Por éstos, fluyen los datos más subjetivos de las personas, y por lo mismo son el dispositivo de control por excelencia de estos tiempos, y además, cooperan para que grandes empresas del monopolio de la información puedan implementar su gran estrategia. Esto es, que las personas permanezcan la mayor cantidad de tiempo posible en la vida digital. Habiendo dado cuenta de este gran saber, en Brasil, por ejemplo, la utilización de Whatsapp como aplicación masiva, ha sido la estrategia utilizada para enviar mensajes cargados de fake news y que han dado con el gran objetivo: que la gente legitime a Jair Bolsonaro como presidente en el 2018. Con grandes mayúsculas, emoticones, memes, colores y palabras sueltas como “delito”, “corrupción”, “Venezuela”, “drogas” han logrado captar la empatía e instalar nuevos miedos en las ciudadanías.

Como se ve entonces, nada de lo que ocupa tiempo y espacio en la vida de los seres humanos es neutral. Hay que reconocer que en el territorio de Internet existen dueños, que quienes interactúan allí lo hacen bajo ciertas reglas impuestas por otros: la de las empresas que controlan estos espacios. Facebook, por ejemplo, afecta políticamente a lxs ciudadanxs, encierra a las personas en pequeñas burbujas de preferencia y confort con consecuencias políticas, sociales y culturales a trabajar. Profundizan, los prejuicios, arraigos y miedos; son intermediarias de la información que generan nuevos activismos en los medios sociales. La principal actividad política en las redes sociales es evitar encontrarse con alguien que piense diferente e incomode el “muro”. En las redes se vive en grupos cerrados cuya polarización social es más grande cuanto se sale de la vida digital.

Se habla de ciudadanías digitales en el sentido de que existen derechos y obligaciones a los cuales atender. A través de algoritmos, es que se experimenta la manipulación de las emociones humanas. Como decía anteriormente, la lógica que promueven las burbujas en las redes es a la vez tecnológica y económica y responde a la personalización. Las consecuencias de esta estrategia en las personas son la falta de decisión, la soledad, la opacidad y la limitación de la visión del mundo con horizontes reducidos. A esta forma de ciudadanía se está abonando ¿es esta ciudadanía a la que se aspira?

Ser una ciudadanía digital no te deja exento de exposiciones de violencia, dominación y explotación. La violencia en las redes se ejecuta con el par tecnología + política. Pensar en la información concentrada en grandes monopolios como Google y Facebook, es analizar que el poder está en regular lo que se ve o no como noticias, en la utilización de un solo lente para observar la realidad, y en donde la transformación de aquellos aspectos que están obstaculizando la vida en sociedad ahora pasan a bloquearse con un solo click.

No estamos de acuerdo en que las redes sociales se han convertido en el nuevo ambiente en el cual vivimos. Es verdad que se hacen múltiples acciones y que se pueden ejecutar de manera paralela y simultánea, pero vivir no es sólo eso. Vivir la vida del mercado sí, vivir la vida de lxs seres humanos no. Un encuentro digital no garantiza la felicidad humana, no existen los abrazos virtuales, ni los besos y caricias, asistir a una olla popular no es lo mismo si se hace de manera virtual que física, porque no da lo mismo clickear en “asistiré” –y en verdad no asistir-, que pasar las bandejas para servir el guiso de mano en mano. No es lo mismo reproducir en historias de Instagram que la gente se está muriendo de frío y hambre en la calle, que acercarse a esas personas y compartir la cena o el almuerzo, un poco de pan o agua caliente y salir a discutir con quien te cruces por qué y cuáles son las políticas implementadas para que la gente esté viviendo en esa situación.

¿Cómo hacer para juntarse a tomar mates por facebook? No se puede reducir la vida humana a la vida en redes, es sumamente peligroso el reduccionismo, es continuar con la perpetuación de individualidades, de personalidades y no de personas, de no aceptación y alejamiento a lo diferente, del ausentismo del encuentro cara a cara. Llegará un momento, si se continúa con este pensamiento, en que las personas no sabremos leer cuerpos, actitudes, labios, ni escuchar palabras que no sean las que se producen y reproducen en caracteres de un Tweet (que es sumamente reducido), en una  publicación de Facebook o en una foto con filtro de Instagram. Se utiliza la tecnología para vivir, pero no es lo mismo que vivir en y por la tecnología. Desde allí, es que se vean los impactos en la sociedad y en la política por su utilización.

A largo plazo, esto llevará a la concentración del mercado tecnológico. Están dando a las empresas el control de nuestro futuro. Por esto, es sumamente necesario implementar y colectivizar una utilización crítica de la tecnología en su totalidad. El manejo de la privacidad y de nuestros datos será una de las guerras de internet más importantes del futuro. Lo será para reclamar a empresas y gobiernos que no nos espíen. Las batallas serán por nuestros derechos: para decidir con quién compartimos nuestros datos, quiénes lo manejan y controlan o de quién queremos protegernos.

La comunicación popular trae consigo la demanda de una ciudadanía humana, que reconozca la importancia que tienen la tecnología y las plataformas digitales para la vida cotidiana pero no pensado desde la lógica del mercado, en esto de ofrecer comodidades a cambio de la pasividad ciudadana. La entrega que le hacen lxs usuarixs dormidxs a las empresas de programas, aplicaciones y dispositivos, son las mismas entregas que hacen los gobiernos neoliberales con las riquezas de los bienes comunes naturales que habitan nuestro territorio y que van quedando en manos de empresas extranjeras. Como todo lo que es acarreado por el mercado, las acciones están dirigidas a atentar contra el concepto de comunidad. Esto es, cualidad de lo común, que no es exclusivamente de nadie, concerniente y se extiende a otros, es una agrupación de personas que está vinculada por intereses comunes. El uso de la tecnología en la comunidad entonces, estará teñida de miradas analíticas, de divulgación de información que silencian los grandes grupos hegemónicos de comunicación (Grupo no es igual a comunidad), y de construcción de estrategias para persuadir al pensamiento occidental y racializado.

* Periodista, conductora del programa La Marea (Radio Futura FM 90.5), redactora de Revista Trinchera, editora del portal Luchelatinoamérica y colaboradora de Agencia Timón.

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