POR MIRANDA CERDÁ CAMPANO*

El desprecio de Jair Bolsonaro por la educación, especialmente la universitaria, no es ninguna novedad. Durante su campaña ya daba señales a través de Twitter de lo que pretendía hacer con el sistema educacional: desmantelarlo para permitir la privatización de todas las Universidades Federales; pues el Estado “derrocha” demasiado dinero en esa cartera.
Paulo Freire, uno de los teóricos brasileños más influyentes del siglo pasado en esta materia, propone pensar la educación como una “herramienta que les permite a las personas libertarse en el pensar y no resignarse en ser dominados y obedecer”. ¿Qué quiere el presidente? No se sabe a ciencia cierta, pero está claro que no quiere una sociedad informada, ni crítica. No es casualidad que desde el ejecutivo se haya lanzado una campaña para despojar a Freire del título de Patrono de la Educación Brasileña que recibió del Estado en 2012 como reconocimiento por todos los años dedicados a trabajar por una educación transformadora.
Cuando Ricardo Vélez Rodríguez asumió en el Ministerio de Educación, se pensaba que su principal propósito a la cabeza de esa cartera estaba destinado a desmontar las políticas educacionales, pero luego de unos cuantos dichos y acciones bizarras, se le solicitó la renuncia. El recorte en educación debía producirse ya, y Bolsonaro presenta a Abraham Weintraub. En sólo 22 días, el actual ministro se cargó a las carreras de sociología y filosofía al afirmar que ninguna de estas áreas le generaría un “retorno inmediato a los contribuyentes” y que profundizarían la crisis de financiamiento de las Universidades Federales cuando no representan ni al 2% del total de alumnos matriculados en dichas universidades; y anunció el recorte del 30% a todas las universidades públicas con el argumento de que ninguna de ellas se encuentra realizando producciones científicas relevantes para el provecho de la nación. Evidentemente, al ministro no le avisaron por cucaracha que en la actualidad, el 90% de la investigación y producción científica de Brasil es realizada en las Universidades Federales y que muchas de ellas ocupan los primeros lugares en los rankings internacionales de educación superior.
Al igual que Vélez Rodríguez, Weintraub no tiene ninguna experiencia en gestión educativa, lo que viene a confirmar la triste realidad del gabinete brasileño: casi ninguno de los ministros de Bolsonaro proviene del área para la cual fueron designados y son, además, desconocidos en el ámbito de políticas públicas. Es un gobierno de personas que no tiene preparación y que improvisa diariamente de acuerdo a sus preceptos morales. Con esto tiene que ver, seguramente, que la gestión de Bolsonaro no haya podido afianzarse o al menos enmarcarse en una suerte de proyecto claro, y esté más cerca de terminarse que de otra cosa, pese a haber iniciado hace poco más de cuatro meses.

El ataque y el abandono de las universidades públicas sólo se puede entender como parte de un proyecto que busca la asfixia administrativa por escasez de recursos para proceder posteriormente a su privatización. Casualmente, la hermana del Ministro de Hacienda, Paulo Guedes, es Vice-Presidenta de la Asociación Nacional de Universidades Privadas.
Ante este panorama un tanto desolador para la comunidad educativa universitaria, se realizaron multudinarias protestas en San Pablo, Rio de Janeiro, Salvador, Brasilia y Belo Horizonte durante los primeros días de mayo, y este último miércoles 15 se organizaron movilizaciones a lo largo y ancho de los 27 distritos del país. “Bolsonaro, que papelón hay plata para las milicias y no para la educación” fueron algunos de los cantos más escuchados en las calles.
Mientras tanto, Bolsonaro viajaba por segunda vez en menos de dos meses a EEUU, desde donde atacó a los estudiantes y profesores con la misma virulencia de hace un mes cuando dijo que las universidades no son lugares para albergar “militantes” y que haría lo posible para que éstos sean expurgados. Desde Dallas, donde iba a reunirse con el ex presidente George W. Bush aprovechó para señalar a algunos medios que los participantes de este Día Nacional en Defensa de la Educación, “son idiotas útiles usados como masa de maniobra por una minoría”.
Idiota, en todo caso, es el que no quiere ver lo que salta a simple vista, la enorme expresión de descontento con los rumbos de la educación y de un conjunto de materias que solo vienen a sumarse al creciente malestar provocado por las políticas obtusas y caóticas de un gobierno que ha perdido el rumbo, o que más bien nunca ha tenido uno.
Porque no sólo en el ámbito educacional las cosas no marchan bien: la administración completa es un fiasco. Con el país subordinado completamente a los designios de Donald Trump, la inserción de Brasil en el plano externo está marcada por la ausencia de soberanía y un papel prácticamente intrascendente en los foros internacionales. El proyecto para fortalecer el bloque de los BRICS como alternativa a la hegemonía del eje Estados Unidos-Unión Europea ha quedado lejano y su política comercial poco amigable con China, siguiendo las recomendaciones de Washington, compromete la capacidad del país de seguir exportando su producción a uno de sus principales mercados. Desastroso es también el evidente retroceso en materia ambiental, donde no se ha podido contener la desforestación de la selva amazónica; y con escasa inversión en ciencia y tecnología, Brasil se encuentra dependiendo casi exclusivamente de la explotación de sus materias primas sin ningún valor agregado.
Su última medida en el plano educacional ha sido pedirle a la Agencia Brasileña de Inteligencia que investigue la vida de rectores y decanos de las Universidades Federales, lo que supone una clara persecución política y ha generado una ola de rechazo por parte de muchas entidades de derechos humanos y de los diversos estamentos universitarios. Ante este escenario, una nueva manifestación ha sido convocada por la Unión Nacional de Estudiantes (UNE) para el día 30 de mayo y para el 15 de junio se ha programado una protesta nacional contra la Reforma del Sistema Previsional. La derrota en las calles del gobierno de ultraderecha parece, como nunca, un camino sin vuelta atrás.
*Periodista especializada en Sudamérica, redactora de Revista Trinchera y columnista del programa Marcha de Gigantes (AM 1390 Radio Universidad Nacional de La Plata) y colaboradora de Agencia Timón