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Por Melany De Juana*

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Protestas en la capital haitiana, Puerto Príncipe

 

Desde el 7 de febrero las calles de Haití son el escenario de protestas encabezadas por ciudadanos que exigen la renuncia del presidente Jovenel Moïse y de sus funcionarios en medio de una crisis social que devasta a la población, y que el resto del mundo y los medios de comunicación hegemónicos parecen olvidar.

Las manifestaciones surgieron luego de que el presidente declarara la emergencia económica y que el Tribunal Superior de Cuentas emitiera un informe que evidenciaba un serie de irregularidades en la gestión de recursos y el desvío de fondos prestados en 2008 por Venezuela, a través del programa Petrocaribe que provee a Haití de petróleo a precios más accesibles que los que imponen las grandes multinacionales estadounidenses.

En este hecho de corrupción están involucrados 15 ex funcionarios junto al actual presidente, quien figura como responsable de una empresa que se benefició con dichos fondos para la construcción de una carretera por medio de un proyecto del que no se encontraron procesos legales.

Sin embargo, las protestas que hoy en día tienen en vilo al país centroamericano (que cuenta con los niveles de desigualdad más altos en América Latina), no son casuales ni se dan de un día para el otro, sino que están sujetas a la política injerencista que lleva a cabo Estados Unidos.

Para entender la coyuntura actual es necesario remontarse a su historia. Haití fue la primera nación esclava en independizarse de su colonia, Francia, quien le exigió el pago de 150 mil francos en oro a cambio del reconocimiento de su independencia; esa deuda culminó en 1937.

Los años que siguieron fueron aún más difíciles para el desarrollo de la nación centroamericana. Washington invadió Haití con el objetivo de explotar sus tierras y saquear sus recursos como si fuese su patio trasero. Hoy se vuelve un punto estratégico debido a su cercanía con Nicaragua, Venezuela y Cuba, cuyos gobiernos son contrarios a la política yanqui.

Estados Unidos poco a poco fue ganando el territorio: estableció sus bases militares, primero en 1915, luego de que el presidente Guillaume Sam fuera asesinado, razón suficiente para que la Casa Blanca enviara soldados con la excusa de restablecer la paz, que -cabe destacar- no es algo que a Estados Unidos le preocupe. Caso contrario no hubiese apoyado las dictaduras de Francois Duvalier y su hijo Jean Claude Duvalier, cuyos regímenes sumaron 30 años en el poder.

Años más tarde, en 1954, volvió a enviar soldados con el pretexto de garantizar el traspaso presidencial de Raúl Cedra a Jean Bertrand Aristide, quien fue derrocado en 2004. En ese mismo año la Organización de las Naciones Unidas, subordinada a los deseos de Washington, envió la Misión de las Naciones Unidas (MINUSTHA) con la excusa de la necesidad de ayuda humanitaria, aunque queda claro que el gobierno de Estados Unidos de humanidad, no tiene nada.

En 2017 la ONU definió la finalización de MINUSTHA pero, por el contrario, se estableció una “misión de seguimiento” (Misión de las Naciones Unidas para el Apoyo de la Justicia en Haití) que actualmente sigue ocupando la región con sus bases militares. La intervención de Estados Unidos profundizó la debilidad de las instituciones, la inestabilidad política, la pobreza y la crisis humanitaria que se desencadenó a raíz de una de las peores catástrofes naturales que sufrió Haití, como el terremoto de 2010.

El terremoto dejó a más del 80% de la población sumida en la pobreza y al país prácticamente en ruinas. El Fondo Monetario Internacional, lejos de brindarle ayuda desinteresada para que el país pueda salir adelante, otorgó un préstamo de 140 millones de dólares que el Estado haitiano debía devolver en un plazo de cinco años, incrementando su deuda externa.

La crisis humanitaria desencadenó la migración masiva de haitianos hacia República Dominicana, en busca de una mejor calidad de vida, ya que el acceso al agua, los alimentos y los medicamentos está reducido. Sumado a esto la moneda oficial (la Gourde) se devaluó, hay crisis energética y la inflación llegó al 15% anual.

Resulta llamativo que Estados Unidos, quien levanta la bandera de la “ayuda humanitaria” en Venezuela, no haya brindado dicha ayuda a los haitianos que atraviesan días desesperantes. Una diferencial con un país donde Juan Guaidó se autoproclamó “presidente interino” y es apoyado por Washington, algunos países que integran la OEA (entre ellos Haití), los cuales no reconocen a Nicolás Maduro como presidente electo y montan un show para enviar camiones por la fuerza.

Por el contrario, el país de Donald Trump se mostró a favor del diálogo entre el pueblo y el gobierno de Haití y pidió que se respete el proceso democrático. Una muestra clara de apoyo a la presidencia de Jovenel Moïse  y un desinterés profundo de la vida de los haitianos.

La ayuda humanitaria que quiere impartir Estados Unidos es obvia, sólo se rige por intereses políticos y económicos. En Haití no hay petróleo.

Una vez más es el pueblo revolucionario quien desenmascara al imperio yanqui, denuncia las injusticias en su país y reclama en las calles que atiendan los problemas que aquejan a los ciudadanos.

 

* Analista especializada en Centro América, redactora de Revista Trinchera y columnista del programa Marcha de Gigantes (AM1390) y colaboradora de Agencia Timón

 

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Presidente de Haití, Jovenel Moïse

 

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