*Por Florencia Luengo
Al pensar en la docencia, la mente se remite a la imagen de una persona parada al frente de un aula, en vistas de transmitir un saber específico a las demás personas allí presentes. ¿Y cómo se mide la enseñanza entonces? Pues, de acuerdo a las calificaciones que cada estudiante reciba, cual espectadores que esperan para aplaudir una obra de teatro. El aprendizaje entonces, dependerá de la cantidad de aplausos recibidos desde este público presente.
Será entonces la docencia una mera obra ficcional, en donde las actitudes y aptitudes están detalladamente medidas de antemano, lugar en que se estudia cuáles son las mejores formas de llegar a ese público que pagó un determinado dinero para estar donde está -en la primera fila estarán quienes más capital económico y cultural puedan brindar, siendo la última fila para aquellas personas que llegaron allí con lo último que tenían y quienes están ausentes es porque no pudieron acceder a esta experiencia teatral-. Estamos, parece, frente a la paradoja de pensar a lxs docentes como títeres contratados para hacer reír eficazmente al publico dirigido, estudiado, disciplinado antes por otras instituciones que cotidianamente habitan. A saber: la familia, la plaza, la iglesia, los medios masivos de comunicación.
Frente a este escenario de diversión, mediatización de la vida y socialización estandarizadamente establecida ¿Cuántas formas de ser docente serían posibles? ¿Cuáles estrategias podrán utilizar aquellas personas que eligen una profesión y no una vocación? Cuando se reduce a la docencia a una vocación, se está cercando el terreno de la posible transformación, se está individualizando una función social que intenta legitimarse en la lucha colectiva, que tiene a la sindicalización como base para su existencia social, económica y política cada vez más bastardeadas por la ideología de mercado. Cuando se dice que una persona, -la mayoría de las veces mujer- nació para ser maestra, que allí está su verdadera vocación, en realidad se borra del mapa el elemento social, colectivo, participativo, genérico y político que significa el ser docente. Se deja de lado la profesionalización de la docencia, cuya regulación se establece en la lucha simbólica y material entre un Estado garante y regulador de la profesión, y un Sindicato docente que, a modo de institución, lleva como bandera el reconocimiento de los derechos laborales de quienes trabajan diariamente en sus establecimientos educativos.
Cuando se reduce a la docencia a una vocación, se está cercando el terreno de la posible transformación, se está individualizando una función social que intenta legitimarse en la lucha colectiva, que tiene a la sindicalización como base para su existencia social, económica y política cada vez más bastardeadas por la ideología de mercado.
En el marco de neocolonialismo que atraviesa el territorio nuestroamericano, la docencia se siente fundamentalmente desde la denuncia a aquello que estamos siendo y de lo que sucede a nuestro alrededor, con las intencionalidades políticas puestas en la necesidad de volcarse hacia la riqueza de lo diferente, a buscar estrategias para desandar el dilema “civilización o barbarie”. La docencia entiende, en este ultimo sentido, que la civilización es la vida en comunidad, es la economía sustentada en un bien común, es la distribución de las riquezas, es la llegada de las personas desposeídas, las olvidadas, las que nadie nunca extrañaría. Queda para la barbarie, pensar en las formas que se presenta el racismo en la sociedad, en el olvido selectivo de los pueblos originarios, en la misoginia generada frente al lugar político que quieren ocupar las mujeres a nivel histórico y actual, en la desigualdad en el acceso a la educación, a la salud pública y a una vida de calidad.
En esta denuncia de lo que se está siendo, la docencia demuestra su naturaleza fundamentalmente política y humanamente empática y cuidadosa de las personas que a su paso encuentra. Como profesión, es -necesariamente- una de las más desprestigiadas por la sociedad en cumplimiento de las lógicas del capitalismo. Es que se trata de una herramienta consolidada en personas que caminan hacia la búsqueda de la igualdad, del reconocimiento y cumplimiento de los derechos humanos, de la popularización de los saberes, del reconocimiento de las subjetividades que pueblan las tierras locales, de la soberanía económica y política del país.
La docencia es un albergue de herramientas para transformar todo lugar que se habite. En donde conviva unx docente, hay una transformación pendiente que comienza su construcción. La decisión de que esa construcción siga en pie o no, dependerá de las decisiones políticas que se presenten desde un proyecto de país.
Se trata de pensar en docentes que habiten cualquier especie de escuela, y a su vez, se trata de pensar en escuelas que puedan encontrarse en cualquier espacio habitado. Pero escuela no es cualquier espacio. Debe cumplir con una serie de elementos que signifiquen escuela.
Escuela es el encuentro de muchas personas de distintos orígenes que conviven para aprender entre ellas, nuevas maneras de estar en el mundo. Se trata de un compartir entre individualidades en un tiempo y un espacio determinado, con reglas específicas de la comunidad escolar. Significa un aprender que está signado de reglas de acción, de procesos que se nutren de las vivencias personales y de la cosa común que pueda existir de este encuentro programado. La escuela es la política pública que encuentra un Estado para hacer efectivo el proyecto de país que se intentará llevar adelante.
Y volvemos a pensar(nos) en esta coyuntura actual, con la Alianza Cambiemos delineando las políticas que harán posible llevar adelante esta cínica patria que nada tiene de soberana y todo de anti popular. En este marco, vale la pena repreguntarse ¿Qué docentes para qué escuela?
*Columnista del programa La Marea – Radio Futura FM 90.5
Publicado en https://luchelatinoamerica.blogspot.com/