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“Es la vida, deja entrar la casualidad”. Entrevista a Manu Chao

Por Lucas Martin y Ezequiel Lopardo

 

El viento cordobés esparcía el rasgueo ligero de la guitarra criolla a los rincones de Plaza Segunda de Malvinas Argentinas, cerca de Córdoba Capital. Su voz, multilingüe, prevalecía sobre los coros desentonados de los amigos desconocidos que se acercaron a escucharlo. En esa simpleza improvisada conocimos a Manu Chao, el trovador del mundo.

Su compromiso con la humanidad lo había traído a las tierras de Córdoba, amenazada por la instalación de una planta de almacenamiento de semillas transgénicas de Monsanto. A la noche, estaba preparado el escenario donde miles de personas lo iban a escuchar bajo la consigna Nuestra lucha es por la vida. Pero antes, decidió, como es su costumbre, mezclarse entre nosotros, ser uno más entre los militantes de la Asamblea Malvinas Lucha por la Vida y Madres de Barrio Ituzaingó Anexo que dan la batalla contra el monstruo multinacional.

Entre risas anchas, palabras agradecidas y buena música nos hicimos parte de su largo repertorio. Nadie estaba de más aquella tarde, para Manu todos eramos oportunos. No quisimos romper la improvisación cordobesa con el ímpetu periodístico y pautamos encontrarnos en Buenos Aires una semana después para hacer la Entrevista Trinchera.

La cita llegó rápida el día señalado. Llegamos un rato antes al estudio de 300 Producciones en el barrio porteño de Chacarita, hacía calor y Manu Chao había aprovechado la tarde para ir a visitar a sus amigos de La Colifata en el Hospital Borda. El sol estaba cayendo detrás de un edificio antiguo, él entró e inmediatamente sin mediar palabras nos abrazó con alegría. Subimos una escalera hasta llegar a la terraza donde había un quincho. Al sentarnos en una mesa redonda nos invitó unas cervezas frías, para distraer a los primeros minutos de la noche. Su calidez humana hizo fácil el resto.

Manu Chao no es un músico cualquiera para los argentinos, sus canciones trajeron un rostro rebelde surgido de las entrañas profundas de Nuestra América, en tiempos donde la noche neoliberal ocultaba nuestra esencia y nos hacía cada vez más consumistas empedernidos. Su estilo y su voz es una puerta, que siempre queda abierta, para todo aquel que busque un lugar desde donde ver su propio rostro.

 

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En general para todo artista es difícil definir para quién crea tal o cual cosa, pero lo cierto es que todos a la hora de elegir un estilo, una estética o hasta incluso temáticas y problematicas de inspiración lo está definiendo ¿Cómo sería eso para Manu Chao?

Por mi forma de encarar las cosas, mi arte sinceramente es para todo el mundo. Egoístamente les diría que es para mí. Es mi pequeña terapia personal para aguantar este mundo. Así me curo, así lo aguanto. A partir de ahí, a quien le sirva. Pero para todo el mundo. Es un proceso interno, personal y me sirve a mí, y si ese proceso le sirve a más gente, que es lo que me ha sucedido, pues bienvenido sea.

Una emoción, una palabra, una melodía. Mi arte es música más que todo; hay más cosas, pero si hablamos de lo que me puso en el mapa, es así. Yo nunca pensé que iba dirigido a alguien. Mi arte está dirigido a quien le sirva. En el buen sentido de la palabra, a quien le ayude.

Muchos músicos han asegurado que tocar en tal o cual lugar es especial, hasta incluso muy diferente que en países limítrofes a pesar de la cercanía. ¿Tu experiencia como trotamundo de la música cómo es? ¿Se perciben esas diferencias?

En la cultura encuentro diferencias, no en la geografía. Mejor dicho, en la geografía cultural que tiene cada país, cada uno con sus códigos, sus maneras de ser, su naturaleza; pero en mi caso no se ni por qué ni por cuá, en cualquier lugar del mundo donde hemos llegado, nuestra música nos permitió conectar. Hemos conectado siempre y con todos.

No tengo recuerdo de un país donde nos costó conectar. El por qué no lo sé, no sé analizarte eso, pero que es así es así. El año pasado estuvimos por primera vez en la India, entonces claro, estábamos con eso, diciendo: “¿cómo van a recibir nuestra música?; no sé si les va a gustar, o molestar, o si va a haber conexión”. Yo nunca había ido ahí en mi vida, ni tengo mucha sabiduría sobre la cultura india, pero sí del folclore, lo que sabemos todos. No soy un especialista de la India.

Había bastantes mochileros, pero los primeros que encendieron la mecha fueron los indios. Como que no entendemos nada al principio, pero de repente aparece la batida y todo arranca. La batida nos convierte cuando bailamos. El contacto con los indios entró por la batida, el lenguaje del ritmo fue todo.

¿Y en Argentina cómo te sentís?

Aquí en Argentina me siento en casa. No creo que haya país en el mundo en que me sienta más arropado que aquí. Hay otros, también está México, pero hay lugares donde te sientes parte cien por cien y a mí me pasa aquí. No sé si me equivoco, pero me siento súper arropado por el público, por la gente que está en la calle. Hay algo que está presente siempre.

Tal vez está vinculado a cómo irrumpiste con tu música acá en los 90, cuando reinaba la idea ficticia de que estábamos en el primer mundo y lo imperante era la cultura plástica y artificial. Tu música cayó en ese momento para acompañar a los jóvenes de la resistencia y en cierto sentido aportaste a romper con todo eso.

Puede ser… Es que esa dictadura plástica y artificial la hemos vivido todos, en Europa también. Venimos de India, y en Dheli ya está, ya están desalojando barrios para montar esa estructura plástica y artificial. Pero es mundial. En Río de Janeiro, que es la ciudad que más amo, pasó igual. Ese cáncer plástico y artificial, me gustó mucho esa definición eh -se sonríe bajo la complicidad del guiño de ojo-, se generalizó a nivel mundial, nos están comiendo por ahí. Yo vivo en Barcelona y ya está. La batalla del centro la hemos perdido, osea, hay mucho dinero en frente…

 Acá Mano Negra hizo ruido, pero cuando salió Clandestino contribuyó a encontrarnos con nosotros mismo, con nuestra Patria Grande. Ayudó a vernos sin vergüenza como  indígenas, negros, mestizos, pobres. A sentirnos de vuelta parte de Nuestra América y menos yanquis ¿Cómo sentiste ese primer disco solista?

Cuando hablábamos de la primera pregunta, de que mi música es para quien le sirva, yo creo que Clandestino sirvió. Sirvió a eso en un momento, en una época histórica -finales de los noventa, dos mil- cuando fue toda esa agresión de la repugnancia de la que estábamos hablando. Ese disco fue como un pequeño airecito de oxígeno para respirar un rato y salir a la pelea de nuevo. Yo lo he vivido así a mi nivel, y me sirvió a mí así.

En tus canciones hay un apoyo –a veces más explícito, a veces menos- a diferentes luchas que hay en el mundo. ¿Cómo se da esta relación entre la música y las posturas?

A las posturas me las he planteado como ciudadano. Yo no sé bien analizar mi música, pero ninguna de mis músicas es realmente panfletaria. El lado así más combativo no estoy seguro que esté en mi música, pero la gente se lo tomó. Yo no sé analizarlo, pero hay frases, hay una cierta libertad. Pero el lado realmente de activista ciudadano yo me lo planteo más como algo paralelo, más como persona. Son los labores de ayuda ciudadana. Hay que ayudarse, yo creo en eso.

Todos conocemos al Manu Chao ambulante, que canta aquí y allá cuando tiene ganas. Sin ir más lejos te conocimos así, tocando para veinte personas en una plaza de Córdoba. Pero cuando volvés a tu casa ¿Cómo te manejás en tu barrio?

A mí me apasiona el vecindario, mi ciudadanía como vecino es algo muy importante en mi vida. Tú vives en un rincón del planeta y alrededor hay vecinos y con ellos hay que entenderse. Si no te entiendes con tus vecinos ¿cómo vas a entenderte con todo el mundo? Empieza por tu hogar. A mí me ayuda trabajar, sentirme útil en esa parte, trabajar el vecindario a full. Estar ahí y dar.

Hasta que el vecino…unos enseguida la pillan, otros son reacios por ideas, por cultura, por desconfianza, porque “el Manu es un rojo y yo soy de derecha”. Llámame rojo si quieres, pero primero eres mi vecino, lo que necesites de mí, aquí me tienes. Y rápidamente “crack” y vienen.

Y yo soy músico ¿Cómo puedo ayudar a mi barrio? Pues, con música. Doy lecciones de guitarra a los niños del barrio, los traigo a casa o en la vereda, y “tatatata”. El trueque se hace naturalmente. Las madres están agradecidas, porque primero el niño vuelve iluminado y segundo, que a una madre le quitas el niño dos horitas, son dos horitas para ella. La madre no está preocupada que el niño está bien, y la noche llega una tortilla, una comidita -una sonrisa escupe estas últimas palabras-.

Vista la vida desde ese lugar de simpleza, de barrio, de sorpresas simples y cotidianas ¿Cómo crees que debe ser el arte?

El arte tiene que ser libre. No tiene por qué tener recetas y debe ser algo totalmente sin patrones de construcción. Es más, creo que en el mundo del arte en general hay demasiados patrones… en todos los sentidos -se ríe sin parar de hablar-.

Voy a decir una burrada pero la afirmo: si hablamos del mundo del rock, donde estoy yo, hay pocas cosas más conservadoras, nada más conservador. ¿Cómo vas a hacer una banda que no tenga bajo? No, una banda es así, el patrón es así y no hay que salir de ahí.

Hace poco me dio por montar una banda de reggae sin bajo, y nos fuimos a tocar a Brixton, el barrio jamaiquino de Londres. Al principio todos “¿cómo vas a montar una banda sin bajo?”. Al final del show, bien, todos se habían olvidado del bajo.

En las partes más rebeldes, supuestamente, como vendría a ser el rock, hay conservadurismo también: “porque una canción en estudio se graba así, sin un puto ruido. Que no vuele una mosca”. Vas a grabar rock en un estudio y vuela una mosca y se ponen todos tensos. Hay un ruido, y sí, es la vida, deja entrar la casualidad.

Yo creo que el artista tiene que ser libre para hacer un arte que a mí me parezca interesante, porque si es libre no aplica el manual, y si no aplica el manual va a ser sorprendente, te va a sorprender. Yo creo que en la historia de la humanidad, de la cultura, los que siempre hicieron avanzar la cultura fueron los transgresores.

Yo hago una locura que nadie me va a seguir porque no se parece a nada. Y resulta que uno no lo va a seguir, el segundo tampoco y el tercero tampoco, y finalmente, resulta que uno va a romper el molde. Le rompes el molde a mucha gente y va a cuajar con su tiempo, va a cuajar con su momento histórico, con su momento en la historia, y lleva a todos a la fase siguiente.

Esto último Manu pasó acá mismo con vos. De repente apareció tu música que se acopló con la de otros más y la gente comenzó a encontrar en las canciones el mismo sentido de que algo tenía que cambiar. Para el continente esos moldes rotos, desde la música, fueron claves para que surja algo nuevo desde lo popular ¿Que rasgos importantes encontrás en Nuestra América?

¿Qué encuentro? Amplitud y diversidad, esa es mi respuesta. No te puedo decir bien qué encuentro, pero sí lo que me dio. Fue un aprendizaje de vida fenomenal. La conocía de pequeñito, por los discos, por la cultura, por el activismo de la época, todos los exiliados.

Mi familia exiliada de España, estaban los de Chile, los de aquí, los de Uruguay. Entonces había toda una comunidad latina en mi país, entonces la mamé de pequeño sin enterarme de los problemas políticos.

Estaba en los vinilos: Bola de Nieve, mi gran héroe de la infancia. Creo que en mi desarrollo de la música latina, mi primer profesor fue Bola de Nieve, lo amaba de pequeño.

¿Y sentís una influencia de Argentina en tu arte?

La percibís en varios aspectos. Pero de aquí, lo que es más fuerte a nivel musical, el mejor artista es el público. Es un público que da mucha energía y que exige mucha energía. Es algo muy fuerte Argentina para eso. Me impresiona siempre tocar en Argentina por ese publicazo, que es un artista como canta, como aporta a la música, al show.

Lo que aportó Argentina a mi música es esa manera de poder cantar en unión, en comunidad. Esos coros que no son tres, son cien. Coros de cancha, de lucha, y el que la sabe completa la canta así a pleno pulmón. Eso al principio me impresionó, porque nunca habían cantado los coros de mi canción de esa manera.

A Argentina le debo también –esto lo digo cada dos por tres- pero le debo el haber grabado el disco más bonito que he grabado en mi vida. Yo sólo puse la música, a la letra la pusieron otros. Viva La Colifata Volumen I y II. Hoy en día digo que es lo más bonito que he hecho en mi vida a nivel de grabación. Lo hice aquí con La Colifata, que son unos poetas inmensos.

Ese trabajo de La Colifata es extraordinario y te devuelve tal cual sos como artista. Pero hay, también, un personaje argentino, gigante, al que le has cantado mucho. ¿Por qué Maradona?.

Le canté dos veces. La primera con Mano Negra por cholulo total – nos mira fijo y se ríe de si mismo-. Me gustaba porque era el único que abría la boca, que no decía “si, como diga el mister”, el único transgresor para lo bueno y para lo malo, pero que por lo menos rompía con las barreras.

Con los años tuve la suerte de conocerlo en Nápoli, cuando volvió a ir para allá. Y conocí al Diego, y me cayó bien, con lo bueno y con lo malo que tiene; porque es un ser humano y tiene sus cagadas de primera. Me gustó porque hay algo que practico yo también y lo practica él también. Ser Maradona no es fácil, y de eso se trata… “La vida tómbola”. Es fácil criticarlo o decirle que es un dios, pero ponte en la piel de Maradona y a ver cómo lo resuelves.

Lo que me gustó de él realmente es que es un tío del momento presente, así lo analizo yo. Diego no está ni en el pasado, ni en el futuro, sino que está acá y te mira ¿y… qué pasa?. Bien o mal, nos reímos con un chiste o no, pero está. No está como pensando en otra cosa o en que cuando pueda se va. No, sino que está al cien por ciento en el momento en el que está viviendo contigo o conmigo, o con quien sea. Con el barrendero de la cancha del Nápoli lo vi tomarse su tiempo: quedarse y hablar, preguntar por la niña, preguntar por el hijo. El Diego cuando está, está.

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